“Ya hicimos mierda todo”
El ex guitarrista de Los Redondos dice que el modelo de “negocio” del rock está terminado, que ya se rompió todo lo que había que romper y ahora el rock quedó “desnudado como música dependiente de sponsors”. Sólo queda inventar algo nuevo: “Hay que recuperar la belleza”, piensa.
El modelo Redondos ha caducado. Con un Gitanes en la izquierda, una porción de budín de naranja en el plato y un mate en la derecha, Skay Beilinson sentencia el final de la política de imitación de modelos, incluso del de la banda a la que le puso alma y solos, y alecciona: “Obviamente yo no soy quién para juzgar, a esta altura. Pero si hacés mucho hincapié en copiar un modelo anterior, perdés la otra cosa, que es lo que tenés que hacer, lo que tenés que construir vos mismo. Hoy copian modelos de rockstar y lo que estoy diciendo es que por lo menos tenés que inventarte un modelo. Eso de tirar televisores, fumar porro y todo eso de los que creen que son unos bananas, es estúpido. Inventate un modelo. El modelo de Redondos funcionó porque antes no había nada así, pero ahora es momento de construir donde no se ha construido aún, de inventar y crear”.
Cuando llegamos a la casa palermitana de Skay y Poli, se encuentra con Eduardo Beilinson, que invita a pasar a su “baticueva” cual Bruno Díaz desenmascarado, sin sus lentes, su sombrero ni su pañuelo característicos. La intención es hablar sobre ¿Dónde vas?, su flamante cuarto disco solista (aunque luego se verá si, efectivamente, se trata o no de una carrera “solista”), en batea desde el viernes; y tener un acercamiento al universo Skay, ese que incluye la posibilidad de una isla, magia y misticismo, simbologías, cosmogonías, rock, estudios, viajes (mentales y físicos), shows, púas, budines, pajaritos y los zapallos de Poli, la eternizada compañera de Skay desde su adolescencia pre Redondos.
Vagan perdidos, sedientos de amor
“De alguna manera, ¿Dónde vas? es una invitación a recorrer distintos territorios, lugares, comarcas. Es el diario del viajero que emprende su camino y al que el reloj de arena le está recordando que sólo está de paso”, explica Skay sobre la obra, que estuvo por llamar “Bitácora”, entre “otros muchos nombres”. En este álbum, así como en A través del mar de los Sargazos (2002), Talismán (2004) y La marca de Caín (2007), el guitarrista vuelve a referirse a caminos, viajes y tiempos: “No es algo adrede, son esas cosas que uno no puede sacarse. Las canciones son territorios, tanto físicos, imaginarios y mentales. Son otra manera de entender el espacio”.
Visualmente, el disco impacta: un reloj de arena en relieve, que deja ver una cara en vías de sufrimiento, en la tapa; un lienzo que envuelve el libro, cosido e ilustrado; y el propio libro, contenedor del disco. Un trabajo magistral del Mono Cohen, Rocambole. “Es pura genialidad suya. El trajo la idea del reloj de arena, que cierra con el concepto del viaje, el paso del tiempo y ese volver al inicio.” El disco fue registrado en los Estudio Conde, con Joaquín Rosson como ingeniero (el mismo de su anterior disco). “Es un estudio sencillo, como estar en tu casa. De todas maneras, no me meto a grabar y termino un disco, entro diez días, salgo para tocar, pasa una semana, vuelvo al estudio, arreglo alguna, cambio otra”, cuenta.
–A esta altura, ¿por qué no un estudio hogareño?
–Soy muy malo para la tecnología, no tengo computadora ni celular. Se necesita tiempo para usar bien el Protools, que está genial, pero si sos ágil. El tiempo que me lleva usarlo es demasiado. Soy del viejo modelo analógico. Elijo estudios chicos, con ingenieros que entiendan Protools y que me sepan leer. Lo demás es buen gusto, imaginación y creatividad.
La rueda de las vanidades
“Como dice Troilo, yo nunca me fui, siempre estoy volviendo”, parafrasea Skay, antes de comenzar una exposición sobre los comienzos de las cosas. “Siempre empezar tiene una gloria que después no vuelve. Los momentos del principio están cargados de mucho entusiasmo: explorar esos sonidos donde no buscaste, encontrarte con otros músicos y la manera de hacer música nueva. Esa gloria es lo que más rescato de mi trabajo. Y también que hoy nos entendemos perfectamente con la banda y podemos tocar en cualquier lugar y formato y divertirnos.” Sin comparar a Los Seguidores de la Diosa Kali con aquellos Redonditos de Ricota (de quienes prefiere no hablar en lo particular sino conceptualmente), Skay considera que la banda ha ganado solidez y que eso acabó en una conexión con matices más interesantes. Y eso, en definitiva, hace que sienta que “no se trata de un proyecto solista sino de una banda”. Es que, para Skay, “un solista es algo como Luis Miguel”.
–¿Te conflictúa el paso del tiempo?
–No, pero me hace tomar conciencia de que si me pierdo este día, me lo perdí. No estoy encima de los días como una especie de cruzada, pero trato de recordarme que mañana será otra cosa y que hay cosas que van a aparecer hoy y van a quedar, una frase, un riff, un sonido. Hago un balance diario.
–Se dice que todo viaje es un camino hacia lo desconocido. ¿Componer también lo es?
–De alguna manera, sí. El lenguaje de la música me es conocido, pero desconozco el territorio al que voy. A veces caés en los ya conocidos y se produce un vicio; y otras veces caés en lo desconocido y ahí creo que está lo más importante, en ver cómo usar eso en una canción. Me pasa con las escalas, un lugar recurrente que no se me agota, que siempre es novedad.
El rock, territorio caníbal
La charla transcurre en la Skaycueva, entre recortes de diarios, cuadros y azulejos de su cosmogonía (peces, relojes, dragones), en un sinfín de relieves y texturas como el que alberga el jardín, ése que Skay mira desde la mesa del comedor, con la pava a medio llenar. Un ave quilombera distrae al NO, que mira a través de los vidrios desempañados al jardín primitivo de los Beilinson. “Esos zapallos los plantó Poli. A veces se pone a tirar semillas, pero normalmente dejamos que las plantas crezcan por sí mismas.” Así, en su propia isla, que no será la soñada (ver recuadro), la pareja se relaja con música (jazz, preferentemente) y vino (tinto, por favor). O discute títulos de discos. O piensan algún show. O hablan sobre el rock.
–¿Qué creés que le falta romper al rock?
–Creo que romper se ha roto todo, es tiempo justamente de lo contrario, de construir, de poner donde no hay. Ya hicimos mierda todo y llegamos a tal punto de vacío que parece que ya no hay nada. Lo que falta, creo, es recuperar la belleza. Está faltando un poco de belleza aquí.
–¿Y no creés que para que haya belleza debe haber romanticismo?
–Totalmente, el romanticismo le hace bien a la vida. De lo que me tocó vivir (como estar en el Mayo Francés o en el under de los ‘80), los más heroicos y bellos momentos tenían un grado muy alto de romanticismo. Creo que no hay cambio posible sin romanticismo, donde mires: Guevara, Gandhi. Por más pragmáticos, siempre tienen un alto grado de romanticismo. Lo malo fue que rompimos demasiado y ese espacio de romanticismo quedó vacío. Hoy faltan esos locos como Omar Chabán que ponían lugares como Cemento, que era un espacio de expresión, donde todos podíamos hacer los primeros pasos, probar la banda, y si él ganaba o perdía plata era lo mismo. O lo que hace José Luis Luzzi en el Marquee, que es de los pocos que quedan.
–¿Hay esperanza de recuperar a los románticos?
–Sí, creo que hay buenas bandas aquí. Pero hay un problema: el rock era interesante porque era el vehículo de una contracultura; esa contracultura desapareció y el rock quedó desnudado como música dependiente de sponsors y de compañías, donde se nota que hay cada vez menos aventura. Lamento que todo intente ir hacia el lado de la industria, que también está haciendo agua y no sabemos para dónde va a disparar.
–Ahora que, según vos, el rock perdió el romanticismo, ¿tiene fecha de vencimiento?
–Depende de cómo veas al rock. Si lo ves como una cosa de jóvenes que tienen que saltar y todo eso, supongo que sí, porque todos envejecemos. Igualmente, creo que el rock es más que eso, creo que es una cultura.
Talismanes
La carrera de Skay está fuertemente atravesada por los símbolos. Desde el universo simbólico de La Cofradía de la Flor Solar y de Los Redondos hasta la presencia del reloj (el tiempo), los peces (la perseverancia), el mate (el convite), las rotas cadenas (la libertad o liberación), el lienzo (el arte y lo antiguo), cosas que, a su modo, son sus talismanes. “El simbólico es otro espacio perdido por el rock. Lo que tuvimos con Los Redondos fue que hicimos algo que antes no existía, generamos un modo de hacer autogestionado e independiente. Pero, en realidad, fue la gente la que lo proyectó, la que reconoció esa bandera de la independencia y de la libertad, y nos alzó. De última, nosotros hacíamos canciones”, evalúa.
Con el modelo Redondos, muchas bandas generaron sus simbologías, sus logos y sus modos de vestir. No casualmente, las últimas bandas masivas de la Argentina –Los Piojos, La Renga, Babasónicos– y no tan masivas –Catupecu Machu, Viejas Locas– en cobrar trascendencia pasaron de boca en boca, de mochila a mochila y de hoja de carpeta a hoja de carpeta en logotipos (el piojito, el ojo rojo y las chalas) y tipografías particulares. “Tal vez tenga una relación con nosotros, pero no sé. En nuestro caso había artistas plásticos. Las ideas de Rocambole fueron importantes porque tenían peso, no porque estaban asociadas a Los Redondos. Se imponían por sí solas. Pero bueno, acompañadas de una banda que tenía su peso musical y poético, su postura, su independencia, así se concretó toda una propuesta. Con Poli nos reímos, muchas veces, de que hay gente que te dice ‘yo soy artista’, y te entregan un papelito de mierda. Y bueno, flaco, entre vos y Ciruelo hay un abismo”, compara, sonríe y sorbe.
–¿El problema sería, entonces, que el rock es música y no más cultura?
Skay: –Sí. Y seguirá siendo así hasta que se piensen cosas nuevas y se pongan en discusión otras, que se apuntale nuevamente una contracultura. Para eso se tiene que mover todo, no sólo la música: la pintura, la escritura, todo.
Poli: –Hoy a nadie se le ocurre unirse con el otro, porque están todos con la computadora, creyendo que están unidos. La idea de cambiar el mundo se da únicamente cuando estás con otros. Si estás con tus amigos, te aparecen ideas para cambiarlo. Siempre está la posibilidad de cambiar las cosas. Ustedes piensen que antes, a los 20 ibas al servicio militar, volvías, te casabas, armabas tu familia y listo: tu vida se terminaba.
Skay: –Esa es la idea romántica que se perdió, la de que todavía es posible cambiar las cosas. Es inevitable que el mundo cambie, no sé si para mejor o para peor. Lamentablemente, si no hacemos algo, creo que se viene uno peor, un mundo al que le va a faltar mucho la gracia.
"Todos creemos en algo"
“Lo espiritual es un campo bastante impreciso –admite Skay–. Pero, de alguna manera, siempre presente. Cuando hacés una canción, hablás sobre cómo la realidad te golpea en tu interior, cómo recreás esa realidad y lo que representa para vos en tu mundo espiritual, donde está todo: los miedos, las alegrías, los sueños, todo eso en lo que uno cree.”
–¿Sos creyente?
–En realidad todos creemos en algo, hasta el ateo más ateo o el agnóstico más agnóstico. Claro que uno se va armando sus propias creencias de acuerdo a experiencias, a determinados tipos de informaciones y cómo las vas procesando. Todos creemos.
–¿Creés en la inspiración?
–Muchas veces, desde lo musical, los viajes son bastante inspiradores. Me gusta pensar que cada lugar tiene una sonoridad propia. Estás en Nueva York y el rock and roll le suena perfecto, vas a Fez y es esa música, vas a Tilcara y el folklore le sienta bárbaro. En viaje, me dejo influenciar por lo que veo y, al regreso, intento integrar todo eso en una canción.
–¿En la magia?
–Sí, la música es magia pura. En otras cosas no estoy seguro, pero en ese tipo de magias, como la musical, sí creo.
–¿Y en los fantasmas y en los dragones, presentes en tus canciones?
–Creo en ellos como personajes mitológicos, que te permiten hablar de alguien o de algún rasgo de la personalidad sin tener que nombrar a esa persona específica. Hablar de personajes mitológicos es hablar de todos. Como la idea de Dragones (la canción del disco Talismán), de San Jorge y el dragón simbolizando toda su maldad, contra la que San Jorge combate. Y después hay cosas raras, que no comprendo. La otra vez me desperté con un nombre desconocido en la cabeza. Quise buscarlo en la guía y llamarlo, pero no me animé. Otras veces sueño con música que después no puedo reproducir del mismo modo.
–Volvemos al viaje como concepto de tu disco. ¿Creés que existe un lugar en el mundo para cada quien?
Skay: –Con Poli hemos pensado, alguna vez, en una isla donde poder vivir con nuestros seres queridos y bajo nuestras propias leyes.
Poli: –Creo que como utopía es bastante buena.
–Y vos, Skay, ¿adónde creés que vas?
–Hacia allá, hacia la isla vamos. Esa es la idea. Si está en la cabeza, está en algún lugar. Y si está en algún lugar, se puede considerar real.
BIOGRAFIA BREVE
Eduardo Beilinson nació el 15 de enero de 1952 en La Plata y tardó sólo 12 años en comenzar a tocar la guitarra. En 1968 realizó el mítico viaje a Francia con su hermano Guillermo, que lo depositó en pleno Mayo Francés hasta que fue deportado a Londres, tal vez para mejor: allí vio a Hendrix en el Royal Albert Hall, una figura que lo marcaría para siempre. A su regreso a la Argentina conoció a Carmen Castro, la Negra Poli, y junto a Guillermo comenzaron una vida ambulante. Pegaron onda con la gente de La Cofradía de la Flor Solar y allí conocieron a Rocambole. Después, en el Di Tella, a Marta Minujín, que lo bautizaría “Skay” en referencia al color cielo de sus ojos. De La Cofradía surgió Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, que debutaron en 1977. Luego de 24 años, nueve discos de estudio, uno en vivo e infinidad de shows en todo el país, en 2001, Los Redondos comienzan un parate por ahora sin fecha de retorno. Pero, un año antes, Skay ya se había juntado con el baterista Daniel Colombres y el bajista Daniel Castro para dar forma a su debut solista, A través del mar de los Sargazos. El tecladista Javier Lecumberry, el guitarrista Oscar Reyna y el bajista Claudio Quartero, hijo de Poli, lo acompañarían en las grabaciones de Talismán. El baterista Mauricio “Topo” Espíndola reemplazaría a Daniel Colombres para La marca de Caín, y esa formación se mantendría en vivo y en estudio para el actual ¿Dónde vas?, cuarto disco de un romántico del arte de la guitarra en tiempos de Guitar Hero y melodrama.
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