LAS MIL Y UNA NOTAS
Por Juan Andrade
“Como un barco en miniatura dentro de una botella.” Con esa metáfora, Burt Bacharach definió ese prodigio de la naturaleza que Dionne Warwick conserva a la altura de sus cuerdas vocales. “Cuando canta con suavidad, tiene un tremendo lado fuerte y también una delicadeza única”, agregó el cantante, compositor y productor allá por 1967, cuando su alianza artística con la muchacha de los barquitos marchaba viento en popa y, hit tras hit, se erigía en una de las sociedades más fructíferas en la historia de la música popular. Esencialmente, son esas mismas canciones firmadas por la dupla Bacharach-Hal David y grabadas por Warwick las que pavimentan su llegada al país, para interpretarlas en vivo la noche del 20 de abril en el Gran Rex. Y ella larga la carcajada al otro lado del teléfono cuando se le pregunta cuántas fueron en total. “¡Oh, my goodness!”, exclama en su idioma natal antes de reírse nuevamente, ya tentada. “Bueno, digamos que fueron algunas pocas... No, en serio, ¡no tengo ni la menor idea!”.
Convertida en una leyenda viva de la corriente de raíz afroamericana que hoy cubre el mapa sonoro de Estados Unidos y mucho más allá también, esta señora que a fin de año alcanzará las siete décadas se toma las cosas con más sabiduría que calma. “Es maravilloso cuando se habla de mí como una voz ‘clásica’. Y, después de todos estos años, creo que de algún modo lo soy”, observa. Entonces confiesa cuál es la fórmula secreta para armar una lista de temas a partir de una cantidad casi infinita de posibilidades, una que seduzca a su audiencia pero que al mismo tiempo no la condene al embole de repetirse eternamente a sí misma: “Preparo cada show con bastante anticipación. Y elijo canciones con las que el público está muy familiarizado, las que ellos vienen con ganas de escuchar y que, a esta altura, ya forman parte de mi vida. Y también elijo otras que quizá no se esperan que haga, pero que tengo ganas de cantar porque me resultan emocionantes y refrescantes”.
En su lista de éxitos se anotan “Walk on by”, “I Just Don’t Know What To Do with Myself”, “I Say A Little Prayer”, “Heartbreaker” (resultado de su colaboración con Barry Gibb de los Bee Gees a comienzos de los ‘80, en plena fiebre disco), “That’s What Friends Are for” (registrado junto a Gladys Knight, Elton John y Stevie Wonder, para recaudar fondos en la investigación del VIH) y tantísimos otros que se metieron de cabeza en el Top 10 de su época, a un lado y al otro del Atlántico. Hoy se los reconoce al toque, junto con su voz. Warwick fue una de las figuras centrales del universo pop de su tiempo; sus grabaciones se escuchan casi como si fueran standards y se la promociona como una “diva del soul”, pero su figura trascendió más allá de los rankings, su registro no se amoldó a los cánones del jazz ni tampoco se conformó con ocupar un lugar de privilegio en el reino del R&B. ¿Cómo definiría a su estilo? “Soy una cantante de música hermosa. No podría categorizarla”, contesta. Así llegó a su primer Grammy en 1968, de la mano del single “Do You Know The Way to San José?”.
A pesar del largo camino recorrido, Warwick no se olvida de sus orígenes. Y no es una simple frase hecha, como lo demostró en Why We Sing, uno de sus discos más recientes. Fechado en 2008, el álbum cuyo título se podría traducir como “Por qué cantamos” documenta su vuelta al gospel después de casi medio siglo. Siendo una niña de apenas seis años, ya se lucía como solista en el coro de la iglesia baptista de Newark, Nueva Jersey, a la que asistía junto a su familia. La mayoría de edad la encontró presentándose con su grupo The Gospelaires en el mítico teatro Apollo de Harlem. “Un hombre entró corriendo frenéticamente en el backstage del Apollo y dijo que necesitaban coristas para una sesión con Sam ‘The Man’ Taylor. Y fuimos derecho para ahí. Ojalá me acordara el nombre de esta persona, porque fue el responsable del inicio de mi carrera”, se lamenta. “Por eso grabar Why We Sing fue una experiencia maravillosa”, agrega. “El gospel siempre va a ser mi primer hogar. Nací cantando gospel. Pero después me preparé y estudié para tocar el piano y para cantar y entender las letras. Seguí adelante con mi propio viaje”, dice la cantante que en 1973 obtuvo su doctorado en Música por el Hartt College of Music de Hartford, Conecticutt.
Fue durante una de aquellas primeras experiencias como corista con The Drifters, mientras el grupo vocal le daba forma a “Mexican Divorce”, que Bacharach paró su oreja de songwriter y productor afilado al intuir el potencial de esa joven que ya se destacaba por su talento. “Lo conocí en la primera sesión que compartimos, no sabía nada sobre él antes de ese momento. Y ahí me sugirió que podíamos hacer una prueba”, cuenta. “Me acuerdo muy bien de todo lo que pasó durante la sesión. El había escrito una canción para otro grupo, y me dijo: ‘Vamos a hacer ésta’. Y entramos al estudio a grabarla. También estaba por ahí Hal David, que era una persona muy educada y muy talentosa a la hora de hacer su trabajo. Así empezó todo”, cuenta la protagonista de la historia. El primer single compuesto y producido por la dupla BacharachDavid para Warwick, “Don’t Make Me over”, se lanzó en 1962 y un año más ya era un hit. Luego vendrían otros. Y otros más. “Me encantaría poder decir que nos imaginábamos lo que iba a pasar, pero no creo que nadie haya pensado entonces: ‘Esta combinación va a funcionar’. Llevó años de trabajar juntos conseguir lo que conseguimos”, confiesa. No sólo a partir de su trabajo con BacharachDavid, sino también con otros autores y productores, Warwick le cantó al amor de todas las formas posibles, a lo largo de casi medio centenar de discos y mil y una canciones. ¿Qué debe tener un tema para que ella quiera imprimirle el sello de su voz? “Primero leo la letra, porque tengo que creer en lo que dice. Y después, fundamentalmente, me tengo que sentir atraída para cantarla. Después de todo, las canciones me han hecho ser quien soy.”
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