Un oasis del pop
La golpeada industria discográfica intenta cada día reinventar la manera en que se consume música, y su última idea es el lanzamiento de DVDs, a veces descartables, a veces interesantes. Por eso es tan grato encontrarse con uno imprescindible como el documental No Distance Left to Run que acompaña un concierto de Blur de 2009. La película es algo más que la historia del grupo contada por sus integrantes: es una lúcida reflexión sobre el pop británico de los ’90, una mirada a la vida de músicos en la cima y una mezcla de sinceridad, emotividad y voluntad de reírse de sí mismos admirable.
Por Martín Perez
Cuando los directores Dylan Southern y Will Lovelace tuvieron la primera reunión con los cuatro integrantes de Blur para proponerles hacer un documental sobre su reunión, todos se pusieron nostálgicos. Todos menos Damon Albarn. Southern y Lovelace sabían que era lógico que Albarn tuviese dudas, ya que venía de soportar otras cámaras sobre él durante casi seis años de rodaje para un proyecto fílmico vinculado con Gorillaz. “Pero lo vimos ir cambiando lentamente de opinión durante el transcurso de aquella primera reunión, estando en contra al comienzo para ir lentamente aceptando la idea, al escuchar a sus compañeros”, explicaron los directores, que recién dos semanas más tarde finalmente fueron convocados para sumarse a los ensayos previos a la mini-gira que significó la reunión de uno de los grupos emblemáticos del britpop durante el verano boreal pasado. Una reunión que no produjo material nuevo, pero sí dejó como prueba el documental No Distance Left to Run, que sagazmente alterna entre dos historias, que en realidad no son más que la misma. Por un lado, sus directores siguen al grupo durante su reunión, empezando con pequeños shows y culminando en los megaconciertos de Glastonbury y Hyde Park. Y, al mismo tiempo, sientan a sus cuatro integrantes ante las cámaras, y los hacen recorrer su historia, utilizando toda clase de material de archivo. Los recuerdos se potencian con el presente, y una historia que de manera lineal tal vez sería previsible se convierte en una inteligente reflexión sobre un grupo que siempre quiso ser reconocido como mucho más que sinónimo de britpop. Un logro que el fascinante No Distance Left to Run alcanza con creces, gracias a la lucidez de sus cuatro integrantes, que recorren su historia con una mezcla de sinceridad, emotividad y voluntad de reírse de sí mismos que resulta admirable. Algo que particularmente reluce en las declaraciones del generalmente elusivo Albarn, que demuestra una capacidad de análisis de su propia obra que pocas veces se suele escuchar de parte de un músico. Tal vez por eso aquellas dudas iniciales con respecto a la idea de un documental de estas características. Porque Damon evidencia en sus respuestas haber pensado demasiado tiempo sobre aquellos años. Y seguramente sabía que no iba a poder evitar contarlo todo.
GANAR BATALLAS Y PERDER GUERRAS
Uno de los mejores momentos de No Distance Left to Run es cuando Albarn recuerda aquel momento cumbre de la disputa con Oasis, cuando el primer single del cuarto álbum de Blur –“Country House”– y del segundo disco del grupo de los Gallagher –”Roll with it”– salieron el mismo día, y la prensa se hizo un festín con la inevitable lucha por el número uno. Alguno de sus compañeros duda sobre quién movió la fecha de salida original para que coincidan. Y enseguida Albarn confiesa: “Debo haber sido yo”. Y agrega, con algo de ironía cómplice, pero también encogiéndose de hombros: “Pensé que de eso se trataba todo esto”. Aquella vez Blur ganó la guerra, pero terminaría perdiendo la batalla. Porque la pequeña bandita de Colchester que reescribió las reglas del pop británico de los ‘90 a su imagen y semejanza, con aquel disco The Great Escape terminó –como se menciona sagazmente en el documental– haciendo el camino inverso de Los Beatles, arrancando su carrera tocando para sus fans atentos y recién después ante a un público de niñas aullantes. Así que, luego de aquella derrota, Oasis terminó conquistando el corazón del público rocker. Un detalle que Albarn no puede olvidar, preguntándose cómo fue que pudo haber sucedido algo así: “A partir de entonces, cada vez que entraba a un lugar, alguien se reía por lo bajo y hacía sonar Oasis. Por todos lados escuchaba a Oasis. Era algo increíble”. A pesar de semejante confesión, Albarn no suena tan vencido como en el revelador documental Live Forever (2003), que se vio en su momento en el Bafici, centrado en el fenómeno del britpop. Porque, lejos de haber resignación, hay aceptación de su parte, no sólo en ese tramo de su historia sino también en el recuerdo de unos comienzos miméticos o en el trauma de Think Tank, el disco que el grupo grabó como trío, dejando afuera al guitarrista Graham Coxon. Justamente, Coxon es otro de los grandes narradores del documental, confesional ciento por ciento. Las mejores anécdotas son las suyas, sin dudas. Ya sea emborrachándose en el pub con pintores de brocha gorda y decoradores como escondiéndose enfermizamente de Damon durante una visita al zoológico.
COOL BRITANNIA
Si bien Southern y Lovelace reconocen haber pensado en la película inicialmente como un western, contando la reunión de cuatro viejos amigos, en realidad lo que hicieron fue una buddy movie, que es casi una historia de amor. Es que la historia de Blur es la de cuatro amigos que muy jóvenes sacan un disco intrascendente –“Por suerte era una época en que podías sacar un disco que no importe demasiado, pero seguir en el negocio”, dice Albarn–, son estafados por su manager y, para cancelar sus deudas, aceptan una gira interminable e inútil por los Estados Unidos. A su regreso, frustrados porque ya nadie se acuerda de ellos y la cultura norteamericana parece haberlos perseguido, conquistado la escena rocker británica, deciden hacer la música más local que se les ocurra, prácticamente inventando –con una gran ayuda de los Kinks, claro está– el britpop desde su segundo disco Modern Life is Rubbish en adelante. Pero al mismo tiempo que conquistan la cima sus historias también son las de un líder con un romance público y acosado por los paparazzi, un bajista deslumbrado por la noche londinense, un baterista en crisis matrimonial y de las otras (“Tuve una crisis de mediana edad a la inversa: pensé que mi destino en realidad era el de ser abogado”, confiesa Rowntree) y un guitarrista hundiéndose lentamente en el alcoholismo. Si bien musicalmente logran reinventarse en su quinto disco, revelan que uno de sus hits –“Beetlebum”– hace mención al uso de heroína, y la larga novela de su separación en cámara lenta es narrada por sus protagonistas ante las cámaras de Southern y Lovelace. Que, al mismo tiempo, disfrutan con la reunión que los muestra en forma y con ganas de emocionarse por el solo hecho de poder volver a tocar juntos. Por eso es que No Distance Left to Run lo tiene todo. Buena música y una buena historia, a cargo de dos cineastas –responsables antes de esta película de unos clips de Franz Ferdinand– que son fanáticos confesos del fotógrafo Martin Parr y de los documentales de los hermanos Maysles. Pero que con los ojos bien abiertos y el simple recurso de dejar a los músicos contar su propia historia justo cuando tienen ganas de hacerlo, completaron un trabajo memorable. Ojalá todos los DVDs con los que la industria discográfica inunda las disquerías tratando de reinventar la forma en que se consume la música estuviesen al menos cerca de estas alturas.
No Distance Left to Run se consigue en edición local, acompañado por un segundo DVD con el concierto completo que Blur dio en el Hyde Park de Londres, en julio de 2009.
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