El Tri
La cualidad inclasificable de la música de Medeski, Martin & Wood no sólo puede oírse sino también verse en sus recitales: devotos del jazz, simpatizantes de la electrónica, fans del pop, jóvenes y mayores se mezclan para asistir al despliegue sonoro de este trío con nombre de estudio de abogados capaz de mezclar un tema de Thelonius Monk con uno de Bob Marley. Antes de su presentación en Buenos Aires, John Medeski habla con Radar de este fenómeno neoyorquino tan extraño como bienvenido que ya lleva veinte años sin oxidarse ni un poco.
Por Juan Andrade
“Química.” Esa es la palabra que elige John Medeski para definir el tipo de interacción que se genera con sus compinches Billy Martin (batería y percusión) y Chris Wood (bajo) cada vez que pisan un escenario, se encierran en su sala a ensayar, se meten a grabar algo nuevo en el estudio o, simplemente, comparten unas copas en el anochecer de un día agitado. Y habrá que creerle al Señor de los Teclados (su lista abarca pianos, órganos, sintetizadores y otros instrumentos por el estilo, fabricados bajo el sello de marcas como Hammond, Moog o Wurlitzer), cuando confiesa cual viejo alquimista la clave que sostiene el éxito de una fórmula tripartita que va camino a las dos décadas. El delicado equilibrio con el que fascinan a los públicos más diversos tuvo su minuto cero aquella tarde de 1991 en la que se encontraron en el loft de Martin. “Nos juntamos para tocar y ver qué pasaba. Nos conocíamos desde antes, pero no sabíamos cómo podía sonar. Y creo que, desde ese día, nos dimos cuenta de que era algo distinto”, cuenta Medeski. “A nivel musical, fueron pasando cosas que nos hicieron sentir que había un potencial. Simplemente sucedió. Y eso somos, de verdad: no es jazz tradicional, como tampoco pertenece a ninguna otra tradición musical. El trío nos permitió ser nosotros mismos, pero también desarrollar ciertos aspectos de cada uno que no hubiéramos podido sacar a la luz en otro contexto. Tiene que ver con la química que se genera entre los tres. Y eso, definitivamente, es algo importante.”
¿Y cómo cambió con el paso de los años?
–La química se ha vuelto más intensa a partir de lo mucho que tocamos juntos, de que nos conocemos mejor, de que trabajamos e hicimos más discos en equipo, pero también de que cada uno pudo hacer otras cosas por afuera de la banda. Crecimos como individuos, que es una de las partes fundamentales a la hora de formar parte de un grupo: en la medida en que pudimos hacer otras cosas, tuvimos experiencias enriquecedoras. Y cada vez que volvimos a juntarnos, seguimos creciendo. Esa es la razón por la que estamos juntos: si hacer música no fuera divertido y no nos hiciera sentir bien, ya no tendría sentido.
Lejos de idealizar la situación del trío o de sugerir que su naturaleza musical podría haberse dado por generación espontánea, Medeski se entusiasma al evocar el downtown neoyorquino, el caldo de cultivo que los vio nacer allá a comienzos de los ’90. Y al hablar sobre el lugar de origen alumbra –casi sin querer, pero también inevitablemente– el espíritu del conjunto del que forma parte. ¿Qué tenía de particular el tan mentado circuito de clubes que los vio debutar en el Village Gate? “Bueno... ¡pasaba de todo!”, se embala. “En serio: en Nueva York podías escuchar la clase de música que se te ocurriera. Todas las noches podías encontrar una banda de música latina, otra de contemporánea y una orquesta clásica, todas increíbles. Y en esa época nos la pasábamos yendo a clubes del downtown, participábamos en grabaciones, de todo un poco”, agrega. El vértigo de la Gran Manzana y su acento cosmopolita seguramente se estamparon cual sello postal sobre el lomo del trío con nombre de firma de abogados de otro rincón de Manhattan. “Supongo que la influencia debe estar presente, pero no es algo consciente. El downtown es como una Gran Madre: es un todo tópico el significado de esa escena y qué sucede ahí realmente. La verdad es que no sé muy bien qué es... Creo que se refiere a la música que se está haciendo en Nueva York, pero que no puede ser etiquetada como ‘jazz’ ni nada que se le parezca. Sólo hay gente expresándose a sí misma y que no es necesariamente parte de una tradición. Y todas las influencias que recibieron y amaron entran en su música. Lo que hay ahí es un punto de encuentro y fusión muy creativo de diferentes estilos, que no se ajustan a ninguno en particular. Pasan cosas muy distintas, excitantes y creativas, que uno no sabe muy bien qué son, pero que se disfrutan enormemente.”
Entonces el downtown puede ser más un estado mental que un lugar específico de la ciudad...
–Puede ser, ya no importa por qué a unos tipos que se instalaron ahí se les ocurrió llamarlo downtown. Cuando empezamos a tocar, había una gran escena. Y lo que resultaba inspirador era que uno sentía que no se trataba de una escena conservadora. Todo lo contrario. Un montón de músicos de diferentes escuelas y procedencias participaban. No había límites. Pero al mismo tiempo que amamos Nueva York, no sólo somos parte de eso: también viajamos mucho por otros lugares del país. Nos conocimos ahí, crecimos ahí, fuimos a The Factory y al CBGB, pero también pudimos llegar más lejos con nuestra música.
Familia de triple apellido
“Malbec y asado.” Esas son las dos palabras que le vienen a la cabeza a Medeski si alguien le pregunta por sus recuerdos sobre este rincón del mundo al que también llegó su música. Y las pronuncia en un castellano tan esmerado como defectuoso. Antes de una nueva visita al país para tocar el viernes 14 en el teatro Coliseo, comenta: “Fuimos tantas veces que ya tenemos amigos. Los restaurantes son uno de los puntos fuertes, sin duda. Pero también tengo que decir que la audiencia allí siempre ha sido fantástica: uno siente que se conectan verdaderamente con la música. En Argentina es mejor que en Estados Unidos, no sabría explicar por qué: si son más receptivos al arte o si tiene que ver con la educación. Lo que sí sé es cómo se siente tocar en Buenos Aires: hay un entendimiento con el público, que puede ser intelectual, pero también tiene que ver con los sentimientos”.
¿Y cuánto de intelectual tiene su música?
–Hay ciertos elementos en el lenguaje musical que necesitás entender, y que necesitás saber muy bien por qué los entendés. Hay momentos en los que se toman decisiones “intelectuales”, para tener el control de algo o saber exactamente qué va a suceder, a partir de algo que escuchaste antes. Hay un costado intelectual en lo que hacemos, nosotros hablamos y trabajamos sobre eso, escuchamos un montón de música muy distinta y también estudiamos cuestiones relacionadas con la armonía, por ejemplo. Pero en el momento de tocar, no pensamos más en eso.
Alguna vez describiste al estilo de MMW como una mezcla de improvisación y diversión.
–No me acordaba... (se ríe). Me parece que la palabra diversión no alcanzaría para describirlo: es más que diversión. Tiene que ver con llegar a un lugar. La música es un lenguaje y la diversión es sólo una palabra. Y por momentos la música tiene que ver con lo emocionante, lo estimulante, lo intenso. Algo divertido puede ser intenso. Hay acordes que pueden ser divertidos. Los elementos que componen la música son realmente libres y, en el medio de una improvisación, para nosotros lo más importante es que lo que estamos tocando nos resulte estimulante.
Por el espíritu y el groove que predominan en sus discos, ¿están más cerca de la escuela del funk que de la del blues?
–No lo sé. Para ser honesto, creo que todo es una cuestión de perspectiva. El estilo de Martin como baterista quizás está más conectado con el funk, el hip-hop y cosas por el estilo, antes que con el blues. En mi caso, en cambio, estoy muy conectado con el blues. Pero también depende de cada tema. Además, hay elementos del blues dentro de la obra de grandes del funk. Así que una cosa lleva a la otra: son como diferentes ramas del mismo árbol. Todo lo que escuchamos alguna vez está presente en nuestra música, que es nuestra forma de expresarnos. No es algo intelectual, ni una decisión del tipo: “Vamos a hacer esto o lo otro”. La música te dice qué hacer y la tenés que seguir. Por supuesto, no voy a negar que lo que hacemos es un producto. Pero hay gente que se lo propone claramente: “Vamos a hacer punk rock mezclado con klezmer”. Nosotros no hacemos eso. Nunca lo hicimos. Tratamos de comprender quiénes somos como individuos, para entonces poder expresarlo a través de la música, juntos.
Lo que un purista podría señalar como una debilidad –el hecho de que no asuman una identidad construida a partir de rótulos con mayor o menor legitimidad– para ellos representa no sólo una ventaja, sino también su mayor fortaleza. De hecho, en sus recitales tienen cabida melómanos jazzeros, pibes y pibas que van a recitales de rock y otra gente que quizá se interesa por el hip-hop o la electrónica. Un público heterogéneo que, a su modo, refleja el caleidoscopio estético que asoma sobre el escenario. “Nuestra música está en la frontera de muchos estilos distintos. No importa qué le guste a cada uno para poder entender y disfrutar de lo que hacemos, porque está relacionado y conectado con casi todo”, concede Medeski. Por otra parte, el costado más vanguardista o experimental del grupo se complementa con elementos más accesibles, que impactan a un nivel más, digamos, pop. ¿Cómo conviven los polos opuestos de MMW? “¡Ni idea! No lo pensamos. Simplemente, sucede. Nos gusta la libertad que te da la música experimental y la improvisación, pero no nos da miedo la música pop (se ríe). Así somos. Pero cuando tocamos no copiamos a nadie: lo hacemos desde nuestro corazón. Tratamos de llegar más y más profundo a nosotros mismos, para tocar de manera natural”.
¿Cuánto de improvisación hay en sus recitales?
–Cada pieza musical tiene un poco de ambos elementos, y nunca en la misma proporción. Las canciones tienen distintas partes que pueden verse involucradas: quizá la melodía, o el ritmo y una línea de bajo o cierto color sirven como sostenes, para que el resto quede abierto a la variación. Y las variaciones de algunas canciones son más espontáneas que otras. Lo que tratamos de hacer es crear canciones con piezas que nos permitan jugar en varias direcciones. Hay tantas maneras de ser libre... Podés hacerlo a partir de tres notas, aunque no vas a salirte de esas tres notas: la improvisación va a estar dada por todas las formas que encuentres de tocar sin moverte de ahí. O podés tener una melodía e improvisar a partir de diferentes acordes. Tal vez lo más complicado es crear una estructura pero, una vez que la tenés, se abren distintos caminos para la improvisación.
El toque vintage de algunos instrumentos está puesto al servicio de una exploración contemporánea. ¿El futuro está en el pasado?
–Siempre partís del origen. Así que el futuro es el pasado.
Están a punto de cumplir dos décadas...
–Sí, no sé cómo hicimos... ¿Por qué no largamos antes? (se ríe).
¿Hicieron un balance de lo que pasó desde aquel comienzo con Notes from The Underground a este presente más bien mainstream?
–Sí: ¡perdón! No, en serio, al final del día el motivo por el que seguimos juntos es la música. Todo lo demás da vueltas alrededor, como el hecho de que la gente sepa o no quién sos y qué hacés. Pero nunca estuvo en nuestra filosofía prestarles atención a esas cuestiones. Lo que nos moviliza es tocar y tratar de hacer buena música. Es lo que importa, lo que hace que todo lo demás se vuelva real. Si no siguiéramos creciendo o si sintiéramos que no estamos yendo a ningún lado, entonces pararíamos. Hay un montón de bandas de rock y pop que siguen tocando las mismas canciones de siempre, aunque sus integrantes ya no se hablan porque se odian. Siguen adelante por la plata o por la razón que sea. Nosotros no somos esa clase de músicos, o de gente. Nos tiene que gustar lo que hacemos, tenemos que seguir pasándola bien y tiene que haber buena onda entre nosotros. ¿Sabés qué? Todavía nos gusta salir juntos (se ríe). Y después de un recital quizá nos vamos a cenar y hablamos de la vida, de la familia del otro, de todo un poco. Realmente, somos como una familia.
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