“CON PUTEAR DESDE LA PUERTA NO CONSEGUIS NADA”
Cristian Aldana dice que decidió poner el cuerpo para que los cambios dejen de ser algo que hacen los demás. “Te transformás en alguien peligroso cuando agarrás los papeles, estudiás las cosas y empezás a encontrar los recovecos desde los que podés hacer que las cosas cambien de verdad”, dice. Hablan de Moneta y Hadad en el rock, de la ley de medios y, por supuesto, del flamante disco Ailabiu EOY.
Por Juan Ignacio Provéndola
Casi sin pensarlo, Cristian Aldana gritó: “¡La cumbia es una mierda!”, antes de hacer una canción en cuyo estribillo aclaraba que “la música que escuchan todos, yo no la escucho”. Era mayo de 2000 y El Otro Yo, que se había ganado una reputación atendible dentro del llamado rock alternativo, grababa en Cemento su primer disco en vivo y la frase quedó perpetuada. Hoy que vemos a Pettinato empuñando el saxo con Damas Gratis en prime time, nos causa gracia. Pero antes de este armisticio, la cumbia se había presentado amenazante entre los hábitos culturales de la juventud, y gran parte del rock local se lo había tomado como algo personal. “Para poder entenderlo hay que recordar el momento social. Todo se estaba cayendo a pedazos y la cumbia era la música de fondo de la decadencia y de la ignorancia”, recuerda Cristian, a exactos diez años del repercutido episodio (en un Cosquín Rock, Cordera le respondió: “¡La cumbia es una masa!”). Y amplía: “No fue un grito en contra del estilo musical, porque no tengo problemas con la gente que se quiere divertir y con los Wawancó, que son increíbles. Lo mismo hubiese sido gritar ‘Menem es una mierda’, porque también simbolizaba la destrucción de un país”.
El tiempo pasó y el reciente Ailabiu EOY (su octavo disco de estudio) se ofrece como inequívoco testimonio de ello. Aquel Cristian Aldana que en 2001 le dijo al NO que prefería ser “un pendejo tonto a un viejo aburrido”, ahora afirma: “Pudimos superar todos los demonios que uno siente en la adolescencia, y evolucionamos nuestra música y nuestros pensamientos de manera personal, grupal y espiritualmente. Nos mantuvimos en un lugar de rebeldía que nos ayudó a generar ideas nuevas y, con el paso del tiempo, nos dimos cuenta de que siempre tuvimos decisiones vanguardistas”.
La historia de El Otro Yo, más que en años, se mide en hitos infrecuentes. Su primer disco fue, también, el primer lanzamiento de su sello, Besótico Records. Para cualquier discografía sería apenas un infame casetito de nueve canciones, pero para 1993 representaba una audaz empresa. Cuatro años más tarde concretaron la alucinada y alucinante idea de El otro yo de El Otro Yo: Esencia, tres esfuerzos solistas que se convirtieron en disco triple por obra de la matemática (aunque, al igual que El Salmón, tuvo su resumen en formato compilatorio). Y después, Abrecaminos, el álbum que honró su nombre permitiéndoles editar discos afuera, tocar en el exterior y cerrar su Gira Interminable en Obras, cuando aún se llamaba Obras y las únicas bandas independientes que se habían preciado de llenarlo eran Los Redondos y La Renga. Para el año 2000 todo marchaba sobre ruedas: Besótico editaba títulos tan desconocidos como interesantes y El Otro Yo había alcanzado las mayores cotas de popularidad y representatividad de toda aquella generación que había integrado el llamado “Nuevo rock argentino”. El reconocimiento llegó por dentro, luego por fuera: Diego Arnedo y Claudio O’Connor tocaban como invitados, Flema y Attaque 77 se animaban a versionarlos y tanto Spinetta como Iorio se proclamaban entre admiradores de los más diversos.
Llegaron más discos, más giras, más shows. Y también los inevitables procesos de rupturas, divorcios y cambios por los que atraviesa toda banda que mide su vida en décadas: con la incorporación definitiva y estable de Diego Vainer (teclados y sintetizadores) y los ex Brujos Gabriel Guerrisi (guitarra) y Ricky Rúa (batería), El Otro Yo cerró un libro de pases que se había abierto con las salidas de los históricos Ezequiel Araujo (2004) y Ray Fajardo (2009). En ese contexto, Ailabiu EOY sirve para que los hermanos Aldana consoliden su sociedad entre ellos y su compromiso al frente de la banda: “A este disco lo veo como un homenaje al grupo. Después de tantas cosas vividas a lo largo de 21 años, yo digo: ‘Amo a El Otro Yo’. Tras un largo matrimonio, decidimos volver a elegirnos”, enfatiza el cantante y guitarrista.
–En Rebelión hablan de revolución y evolución. ¿En qué momento se encuentran?
Cristian Aldana: –Ahí nos referimos a evolución karmática. Todos tenemos karmas y la idea de evolución es aceptarlo y trascenderlo. De eso se trató nuestra carrera.
María Fernanda Aldana: –Buscamos que el karma se transforme en dharma, convirtiendo en amor algo que te cuesta sacrificio. Hasta limpiar un inodoro se tiene que transformar en dharma. Que sea con amor y buena onda. Si no, quedás re chinchudo y puteás a todo el mundo. Esa actitud nuestra viene de la rebeldía, que no es ser un ultrapunk y andar por la vida pateando tachos de basura.
–La gira que están haciendo se llama “Hacia la Quinta Dimensión”. ¿Cuál esa dimensión?
Ricky Rúa: –Hay teorías que dicen que en 2012 nos vamos a morir todos. Nosotros apoyamos la que dice que todos juntos pasamos a un nuevo estadío.
M.F.A.: –Es una dimensión que se refiere al despertar de la conciencia y de ese 80 por ciento del cerebro que todos los humanos tenemos dormido, en el que se ocultan aquellos superpoderes que aún no podemos usar por el estado de confusión que tenemos. El gran cambio puede ser para bien o para mal, pero nosotros estamos poniendo todas nuestras energías para que sea positivo. La música puede generar una revolución espiritual. Es alimento para el alma, alquimia pura que sirve para eliminar el odio transformándolo en acción positiva. El amor es la solución. ¡Me siento Soy Baba, el personaje de Capusotto!
–En una canción mencionan a Euterpe, la musa griega de la música. ¿En dónde encuentran la inspiración después de tantos años?
M.F.A.: –La inspiración está en la vida misma. En lo cotidiano, en el día a día. A veces está en las pequeñas cosas que no se ven y que por ahí componen un micromundo al que sos indiferente, pero del que podés sacar muchas cosas. El otro día escuché decir a Graham Coxon: “No hace falta viajar a las estrellas para hacer una canción. Mirá a tu alrededor y vas a ver la locura total”. La influencia está en la simpleza de la vida y en conectarse más con el sentido de unidad espiritual universal, no tanto desde el egocentrismo sino desde el amor. Esa es la punta del ovillo.
El Otro Yo manejó el negocio de la música mucho antes de que éste pretendiera hacerlo con el grupo. Con Besótico Records comenzaron editándose a ellos mismos para luego también hacerlo con bandas afines como Sugar Tampaxxx, She Devils, Rey Gurú, Victoria Mil y De Romanticistas Shaolin’s. Ahí entendieron que “la música es una rueda de arte y negocio”, tal como define Cristian. “Sólo queríamos editar bandas amigas y terminamos en un lugar de productores que no nos resultaba cómodo”, se sincera el cantante. Con el tiempo delegaron algunas tareas en la productora PopArt, aunque el músico pone los puntos en nombre de la banda: “Nos sirvió para romper el techo de la autogestión, mejorando la distribución de nuestros discos. Eso sí: nunca dejamos de lado nuestros principios y seguimos siendo dueños de nuestro proyecto”.
Actualmente, Besótico funciona como apéndice discográfico de EOY, aunque su espíritu fue influencia de la Unión de Músicos Independientes, asociación civil creada en 2001 que cobró notable envión a partir de Cromañón con sus propuestas de autogestión y que preside el propio Cristian. Hoy tiene 4 mil bandas asociadas y 2300 discos editados. “La autogestión triunfó en la Argentina”, cuenta, orgulloso, aunque la lucha recién comienza si nos referimos a la Ley de Nacional de la Música que ellos promueven y a la que adhieren artistas como Spinetta, Cerati, Rodolfo Mederos, Teresa Parodi, la Mona Jiménez y Leopoldo Federico (“para que estemos de una vez por todas juntos”, dijo el presidente de AADI, sellando un pacto entre géneros y entre generaciones). “Esta propuesta no fue impuesta por nadie de afuera sino que la escribieron los propios músicos a partir de diversos grupos de trabajo que evaluaron leyes similares de otros países”, señala el guitarrista de EOY. “Nuestra intención es armar un Instituto Nacional de la Música, tal como tienen el cine y el teatro, para armar un circuito estable de lugares en todo el país con buen sonido e iluminación, que levante la actividad musical al mismo nivel que ofrecen las empresas privadas, para que éstas, a su vez, se vean obligadas a ofrecer mejores cosas. La idea es que la actividad musical deje de ser frustrante y se vuelva viable.”
Tanto desfile por pasillos de funcionarios tuvo su premio con dos artículos clave en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual: la mitad del 30 por ciento de música nacional que deberá pasarse en las radios deberá ser aquella “producida de forma independiente”, mientras que el 2 por ciento de los fondos recaudados por la AFIP será destinado al Instituto de la Música que se creará cuando la ley propuesta por los músicos sea aprobada por el Congreso. Pero no sólo por eso se lo vio marchando el 15 de marzo junto a otros artistas, civiles rasos, políticos encumbrados, dirigentes sindicales y representantes de ONG y de organismos de derechos humanos cuando un tribunal mendocino impidió la aplicación de la nueva Ley de Medios a través de un fallo de segunda instancia: “Se tiene que abrir el abanico para que estén representadas todas las voces. Si los medios te presentan una sola verdad, se te hace difícil interpretar la realidad. Cuando no podés elegir, estás perdiendo la libertad, y eso tiene que ver con la dictadura. Y nosotros defendemos la libertad artística, así que fui porque no me podía quedar mirando para otro lado”.
–¿Aun aceptando la participación en el mercado del rock de personajes tales como Daniel Hadad y Raúl Moneta?
C.A.: –Que existan todos, no me parece mal. Pero que también se abran otras puertas de comunicación. No queremos destruir a nadie, simplemente queremos más voces, más expresiones, más opiniones.
–¿La protesta por sí sola sirve como motor de cambios?
C.A.: –Mirá, nosotros siempre tuvimos la intención de cambiar las cosas, pero la única forma de lograr cambios es poniendo el cuerpo. En este caso, metiéndote en la burocracia. Y fue jodido, porque nosotros veníamos acostumbrados a la idea del punk de putear desde la puerta. Con eso no conseguís nada. En cambio te transformás en alguien peligroso cuando agarrás los papeles, estudiás las cosas y empezás a encontrar los recovecos desde los que podés hacer que las cosas cambien de verdad. Si rompés un vidrio, lo arreglan al otro día y a vos te meten en cana. No se trata de protestar sino de hacer. Y, cuando es necesario, de estar también para apoyar.
LOS BRUJOS, SUR Y DESPUES¿Cuanto duran los grupos de rock?
Que los hermanos Aldana hayan recibido con los brazos abiertos a dos fundadores de Los Brujos como Gabriel Guerrisi y Ricky Rúa, fue apenas una instancia más de la historia circular que protagonizaron ambas bandas. La relación se remonta allá lejos en el tiempo, cuando Cristian y Gabriel eran compañeros de colegio y María Fernanda tocaba con Ricky en Rebecca, banda del también futuro Brujos (y, durante muchos años, manager de El Otro Yo) Lee Chi. Cuando Ricky sustituyó el año pasado a Ray Fajardo en la batería, se reencontraron tres muchachos que habían compartido largas jornadas de música en los tempranos ‘80 con El Grigal, un grupo de rock psicodélico que antecedió a Salto al Vacío, el trío con el que Gabo Manelli, Guerrisi y el propio Rúa germinaron Los Brujos. “Es muy loco que hoy estemos tocando juntos dos fundadores de El Otro Yo con dos fundadores de Los Brujos, bandas del sur que se terminan uniendo para seguir adelante con un proyecto que sigue vivo”, dice Cristian, de Temperley, exhibiendo un orgullo de origen que Gabriel, de Lomas, retoma: “El Sur fue un semillero muy importante. Incluso ahí debutó Divididos, un grupo del Oeste, donde está el agite. En el Sur no hay aguante sino, más bien, vanguardia. Somos más románticos”. Ricky, de Monte Grande, asiente con la cabeza, pero mira hacia adelante: “¿Cuánto duran los grupos de rock? Este ya tiene 21 años y, a pesar de eso, es como que pegó un click y reseteó el cuentakilómetros. Es muy grosso llegar a un grupo en esa instancia. Muchos cumplen su ciclo, pero siento que esto recién empieza”
CRITICA: AILABIU EOY
Mirada interiorSi la idea sería resaltar que El Otro Yo sigue alejándose lentamente de su horma hardcore-punk noventosa, habría que hablar entonces de Ailabiu EOY como el cierre de una trilogía abierta con Espejismos (2004) y Fuera del tiempo (2007) en la que, de golpe, se choca sorprendido ante la pulsión electrónica que se guarece tras las guitarras distorsionadas. Algo tuvo que ver el tecladista y programador Diego Vainer, quién además cooperó en la creación de Velero, una pieza soplada por vientos clubbers. María Fernanda Aldana es concluyente al respecto: “El disco nos actualiza. No suena a los ‘90 sino a 2010, y eso me pone muy contenta porque nos planta en esta época. No es lo mismo que hacíamos en 1995”.
Los nostálgicos podrán encontrar palenque en Ailabiu o en Sígueme, un poderoso y sónico punk de genes Brujos que Guerrisi puso al servicio de María Fernanda. Ella, además, aportó con Célula madre (en voz de su hermano), El verano y Astronauta, momento pop de delicada poesía romanticósmica que suena como si los Joy Division que sobrevivieron en New Order hubiesen nacido en Temperley.
La personalidad del disco está por ahí, inevitablemente. Pero no sólo por ahí. De entrada, y para que no queden dudas, Cristian avisa 16 veces “siempre fui yo” en la canción ídem. Suficiente para entender cómo viene la mano: Ailabiu EOY parece ser un autobalance público de EOY, cuando la mayoría de edad lo encuentra en tiempos de reagrupamiento y reordenamiento. “Ceder, aprender, pelear y llorar, morir; crecer, entender, dejarnos, volar, vivir”, repite Cristian en la balada Acuario como un mantra, o tal vez como la biografía más exhaustiva que jamás se haya escrito de su banda.
Los años pasaron, así como los buenos y malos tiempos. Se respiran aires de reflexión y autorreferencia en 35 minutos que parecen pocos (el disco anterior lo dobló en duración), pero suficientes para entender esta etapa de miradas interiores y de nuevos redescubrimientos.
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