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sábado, 31 de diciembre de 2011

MUERE EL TECLADISTA DIEGO RAPOPORT.




El de Diego Rapoport es un nombre de esos que, inmediatamente, se asocian a la historia del “rock nacional”, aunque su estilo y su formación estaban más ligados al jazz. El vínculo tenía un añadido: la relación profesional y personal con Luis Alberto Spinetta, con quien tocó durante años. Tecladista, compositor, docente, Rapoport falleció ayer inesperadamente, víctima de un problema cardiovascular.



Diego Rapoport, quien fuera tecladista de Spinetta Jade, murió el viernes 30-12-11 a causa de un problema cardiovascular que sufrió en un viaje desde Bariloche, la ciudad donde se había establecido hacia Bs. As. Tenía 63 años.
Rapoport supo ser parte de Spinetta Jade, la banda creada por Luis Alberto Spinetta en 1980 tras la disolución de Almendra. La formación se completaba con el fallecido bajista uruguayo Beto Satragni, Héctor "Pomo" Lorenzo en batería y Juan del Barrio también en teclados.
La banda editó cuatro discos entre 1980 y 1984: "Alma diamante", "Los niños que escriben en el cielo", "Bajo Belgrano" y "Madre en años luz". Pero además, Rapoport le puso los teclados a Serú Girán, Seleste y David Lebón durante los años setentas.
El músico se estableció en Bariloche, Río Negro, donde empezó a dar clases y siguió con sus composiciones, pero había viajado a Buenos Aires para visitar a Spinetta, quien se recupera de un cáncer de pulmón, informó la Agencia de Noticias Bariloche.
La familia pidió ayuda para cubrir los gastos del traslado del cuerpo del tecladista desde Buenos aires con la intención de enterrarlo en la ciudad rionegrina, según el sitio Bariloche 2000.

Teclas de diamante



Por Eduardo Fabregat

La tristeza no tiene explicación, ni tiene justificación ni razonamiento. La tristeza es eso que te hace llorar cuando ya comenzaron los primeros minutos del último día del año, y suena “Quedándote o yéndote” y se vienen abajo todos los diques y todas las defensas: decís “pero la puta madre, se murió Rapoport” y ya no tenés nada que caretear y dejás que te caigan las lágrimas. Porque se te murió otro cacho de adolescencia, porque Kamikaze era un rito compartido con un amigo que se fue hace muchos años, porque uno ya viene sensible y ahora esto.
Ahora esto: se murió Diego Rapoport.
Pero cómo, decís, si ayer nomás lo vimos en Vélez y Luis y él tocaron “Ella también” y un estadio entero, un estadio entero, entendés, hizo absoluto silencio para escuchar una de las canciones más hermosas que nos ha dado esa cosa que tratamos de definir como rock argentino. Y después los dos tocaron y cantaron eso de los niños que escriben en el cielo y no buscarse más en el umbral para que sepan la forma de tu alma, y Liniers se vino abajo. Apenas estamos tratando de digerir la canallada que le hicieron a Spinetta esos buitres que se dicen periodistas, y nos cae esta trompada. Diego vino desde Bariloche a darle un abrazo a Luis, y a la hora de volver el corazón le dijo basta. Y uno no sabe qué hacer con el vacío, con la andanada de recuerdos, con tanta belleza experimentada frente a un escenario, con la horrible sensación de quedarse un poquito huérfano.
No es exageración. No se trata siquiera de una apreciación de las virtudes musicales de Diego Rapoport –que las tenía, y de sobra–, sino de que gracias a tipos como él, en interacción con Spinetta o con Lebon (“El tiempo es veloz” quizá no sería la canción perfecta que es si no estuviera el Fender Rhodes de Diego), con Seru Giran o con Raíces, uno entendió que en el rock argentino había algo más que la mera acumulación de notas o la construcción de canciones. Rapoport contribuyó a la magia. Rapoport nos dio belleza. Por eso la congoja.
Lo que podían hacer las manos del pianista está ahí, al alcance de la mano y el oído, para quien quiera escucharlo. La leyenda dice que ni al mismo Charly le gustaba el solo que hacía en “Tema de Nayla”, y por eso en Bicicleta se puede escuchar a Diego Rapoport. Ese Rhodes de sonido tan reconocible, que es otro de los puntales de Kamikaze: cada cual tiene su ranking particular del Flaco, y en la de este que escribe ese disco de 1982 está encima de todos. Allí, Spinetta y su Ovation encuentran en Rapoport y su piano el socio perfecto para conjurar momentos de belleza plena, de alto vuelo, cosas sencillamente perfectas como “Barro tal vez” o “Quedándote o yéndote”. Pero también está en el exquisito, a menudo poco valorado A 18 minutos del sol. Y si a alguien le queda alguna duda, que vaya y saque Alma de Diamante y Los niños que escriben en el cielo: primero con Juan del Barrio y luego con Leo Sujatovich, Rapoport dibujó melodías exquisitas, contribuyó a que ese primer Jade eludiera, a pura gracia, con elegancia y nervio rockero, las trampas pretenciosas del jazz rock.
En los últimos años, Rapoport vivía en Bariloche, alejado de la locura de Buenos Aires, dedicado a la docencia y a tocar relajadamente con amigos. Allá, sobre el filo del fin de año, nadie podía creerlo. Para las muchas personas que lo trataron y disfrutaron, se perdió algo más que un músico enorme.


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Todo esto sucede, claro, mientras uno contiene el asco por el redoblado atropello a la intimidad de Luis Alberto Spinetta. No conformes con lo ya hecho, los buitres volvieron a la carga. En el circo iniciado por Muy y continuado por Clarín y La Nación faltaba Editorial Perfil: con su conocida falta de escrúpulos, los muchachos de Jorge Fontevecchia salieron a buscar la foto exclusiva. Hay un par de relatos coincidentes que señalan que el modus operandi fue aún peor que poner una guardia en la casa de Luis, que un fotógrafo se escondió en un taxi mientras el chofer tocaba timbre aduciendo que traía algo para Spinetta. Que le tendieron una trampa para hacerlo salir. Obtuvieron lo que buscaban: las tapas de Caras y luego de Libre se regodearon en las imágenes del Flaco, en lo que ellos seguramente consideran un “triunfo periodístico”. Algunos sitios de Internet multiplicaron el daño.
No asombra, claro que no asombra. A lo largo de los años, Perfil ha dado sobradas muestras de su amarillismo y su desapego por el respeto a la privacidad de las personas. Ni siquiera tiene mayor objeto plantear lo absurdo que resulta que Caras, ese símbolo de la frivolidad y la nadería, sea el medio elegido para perseguir a Spinetta. Hasta tiene lógica: una revista-basura que celebra la ostentación del dinero y la fama porque sí, que suele dar relevancia a personajes de escaso aporte a la cultura, insulta, denigra y le falta el respeto a un pilar del arte y la música argentina.
Ya se les pasará. Generalmente esos medios cambian el foco de atención rápidamente, ya comienza el verano con su habitual carga de banalidades, y Spinetta podrá seguir su recuperación sin sentir el acoso de personajes siniestros que jamás dieron relevancia a lo que realmente importa en él. Mientras tanto, en las redes sociales algunos colegas empezaron a preguntarse si, ante el desprecio mostrado por un tipo que ha inspirado a un par de generaciones, no debería mostrarse un cambio de actitud, algo que sirva como demostración del asco y el repudio de los músicos a ciertos medios. No parece mal debate para ir arrancando el año nuevo.

 

REPORTAJE A RICARDO SOULE.



“No me gusta el rock chabón”

 


El cantante y compositor señala que su música “apunta a una visión más universalista, a un compromiso desde lo cultural, lo religioso y lo moral”. Esas ambiciones le dan vida a Dolmen, su octavo y flamante disco solista.



Por Cristian Vitale

Lo logró con La Biblia, cuando todo era nada. Lo intentó con el Profeta Elías o el Cid Campeador, dos obras ambiciosas, inconclusas, ocurridas en diversos mojones del largo devenir de Vox Dei. E insiste hoy. En cierto aspecto, Ricardo Soulé tiñó a Dolmen, su nuevo disco, de una impronta mística, antigua, entroncada con los misterios de creación y les dio lo que a aquellos discos: no siempre –ni necesariamente– el rock tiene que ser brazo musical del hedonismo. “Escribo así porque así soy yo: no puedo jugar el rol del guitarrista trasnochado del rock en un bar destruido”, se despacha el hombre de Quilmes, sentando las bases para explicar una obra intensa, también ambiciosa, transitada tanto por el rock potente de La Bestia Emplumada (su banda familiar), como por el toque sinfónico que él, como pocos en el rock de acá, imprimió en su estética.

–¿Por qué ir hasta los monumentos megalíticos para buscar una inspiración?

–A ver, yo pienso que el dolmen es como si fuera una puerta abierta al universo, que está esperando algún tipo de respuesta que venga desde arriba. El dolmen plantea el misterio de estos monumentos y da varias alternativas. Probablemente sean mensajes que hayan sido dejados ahí, en esas piedras grandes, y que todavía no fueron desentrañados desde lo técnico, porque tecnológicamente esas sociedades estaban muy por encima de la capacidad que tenían esos hombres. Hoy día, si usted y yo tratamos de construir una cosa así con las manos, en el medio de un lugar donde no hay piedras así, sería imposible. Y lo hicieron. Además, en un hombre sencillo, parecido al trabajador de hoy, con conciencia de Dios pero sin una individualización de él... y a mí, estas historias de diez mil años me inspiran para componer músicas, me dan letra, siempre fue así.

–De fuerte componente religioso, también. Una mirada heterodoxa sobre rock, al cabo...

–Hace 40 años que hago eso y no, no me gusta el rock chabón. Mi rock apunta a una visión más universalista, a un compromiso desde lo cultural, lo religioso y lo moral, porque por eso el hombre fue descubriendo y creando, hasta llegar a este nivel de desarrollo, no sé si para bien o para mal, ya lo veremos. En este caso, lo que vi fue que es muy probable que la religión haya sido parte de la inspiración para que el hombre construya esos monumentos, porque están entroncados con los temas de la muerte, los astros, la vida y la posición física de las extensiones de tierra. Creo que esto, desde el punto de vista creativo, tiene un campo muy amplio, hasta diría que excede el tiempo del disco. Yo pude hacer algunas de las cosas que me surgieron en primera instancia... apenas eso.
Dolmen es el octavo disco de la cosecha solista del ex Vox Dei. Sucede a Buddy Middler (2008), tiene diez temas en el cuerpo central más tres bonus en tiempo pasado: “El manto de Elías”, “La taberna del tejo” y “Viejos amigos de la ciudad” y lo va exponer en plan verano el 14 de enero en la Bodega del Auditorio de Mar del Plata. La base es, dicho está, la Banda Emplumada, que Soulé armó para tocar en La Falda hace siete años y no desarmó más (Christopher Nable en batería, su hijo Gabriel en guitarra y César Colautti en bajo), el productor Manuel Quieto (voz y pluma de La Mancha de Rolando) y los invitados, Chizzo de La Renga y Franchie (guitarrista de La Mancha). “El tema fundamental empieza con un rock muy potente, y unas combinaciones bastante polirrítmicas, un sonido muy crudo en el sentido positivo de la palabra, ¿no? Algo tan rústico y real que impacta por eso... por su realismo. En este sentido, es como una vuelta a la sonoridad de Osadía (1992) con la suma de La Bestia Emplumada, y las partes sinfónicas”, define.

–Dice que nunca estuvo de acuerdo con la idea del rockero “reventado”. ¿Ni en las buenas épocas de Vox Dei?

–Frecuenté lugares así por una cuestión laboral, porque el trabajo venía a esa hora y en esos lugares, pero no porque perteneciera a esos lugares. Yo fui criado por una familia que me enseñó una forma de vida a través del ejemplo, que consistía en levantarse temprano, trabajar de día y a la noche irme a dormir. Y sigo viviendo de esa manera. Me levanto todos los días a las seis de la mañana, no porque sea bueno sino porque necesito hacerlo.

–¿Qué registro emotivo conserva del día que murió Rubén Basoalto, su compañero en Vox Dei durante tanto tiempo?

–Desgraciadamente, su muerte no me sorprendió. Era muy difícil que se salvara, porque él estaba muy deteriorado. Igual, lo tengo más presente que nunca en mi memoria. Ahora puedo verlo en su totalidad. Sé más o menos cómo empezó y sé muy bien cómo terminó, y eso hace que su imagen se agrande ahora en mi vida, lo puedo apreciar mucho mejor. Su muerte me impresionó como una cosa incomprensible. ¿Quién puede comprender la muerte?... Yo la acepto, la espero, pero no sé lo que es. Según sé, dejó de sufrir porque estaba muy mal, y no era necesario que siguiera así.

–¿Quién fue Basoalto?

–El hombre que movió las fichas en el tablero de Vox Dei. La banda era un tablero de ajedrez y el primer movimiento lo hizo él. Fue una cosa que vino de arriba, porque yo nunca hubiera imaginado que ese timbre que sonó una tarde del verano del ’67 en mi casa era Vox Dei. El se llevó una parte del grupo, como tenemos cada uno de nosotros.

–Hubo intentos de juntarse, incluso con el reaparecido Yodi Godoy, ¿no?

–Sí, hubo una reunión el año pasado, pero Rubén no vino a la cita, y no nos dijeron por qué. La entrevista no fue muy agradable, y a los dos meses pasó lo que pasó. Me hubiese gustado la experiencia de volver a juntarnos los cuatro después de 40 años, porque Yodi se fue en épocas de La Biblia. Yo hablé con él y está mejor, recién ahora pudo resolver su separación de Vox Dei.

viernes, 30 de diciembre de 2011

EL RETORNO DE MALON.


 
 Ante casi 8.000 personas, O´Connor-Romano-Strunz-Cuadrado volvieron juntos a escena luego de 14 años. Al segundo tema hubo que reforzar las vallas por la presión de la gente. Con ellos, la H no murió.

20.12.2011  Por Pablo Raimondi
 
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas. (Foto: Roberto David Wolk)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas (Foto: Víctor Guagnini / www.bsasmetalshows.com)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas (Foto: Víctor Guagnini / www.bsasmetalshows.com)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas (Foto: Víctor Guagnini / www.bsasmetalshows.com)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas (Foto: Víctor Guagnini / www.bsasmetalshows.com)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas (Foto: Víctor Guagnini / www.bsasmetalshows.com)
MALON. La vuelta en el Malvinas Argentinas (Foto: Víctor Guagnini / www.bsasmetalshows.com)
Inédito para el metal criollo, un Malvinas sold out daba la bienvenida a la vuelta de Malón, aquella cicatriz de Hermética que en sólo tres años (1995, 1996 y 1997) se transformó en un rito popular heavy y se habían despedido "oficialmente" con un show en el Microestadio de Ferro ante unas 4.800 personas.
Muchos metaleros alrededor del estadio (cientos que se acercaron sin ticket) y desde temprano ya estaba colgado el cartel de “entradas agotadas” en el Malvinas Argentinas. Un telón gigante con el nombre del grupo, ansiedad en un campo repleto de gente y la "costumbre" del Obras Sanitarias donde varios fans saltaron de las populares al campo.
La cantidad de público afuera del recinto postergó una media hora el comienzo del show. Las luces se apagan, el rugido es ensordecedor y el telón cae para que el vocalista Claudio O´Connor, el guitarrista Antonio "Tano" Romano, el baterista Claudio "Pato" Strunz y el bajista Carlos Cuadrado sepan hacer lo que más saben: ¡metal!
Arranca Síntoma de la infección y la presión malonera se hace sentir en el Malvinas: fue tanta que un paño de la valla de contención empezó a moverse. "Se empezó a romper una soldadura y para evitar cualquier inconveniente se paró el show y apuntaló con un tramo (llamado 30 30) vinculado a la base de la estructura del escenario. Se reforzó con fierros, caños y nudos en distintos puntos. Por el desgaste que tenía el vallado (unos 100 shows encima), para el próximo habrá uno nuevo", le dijo al Sí! Eduardo Sempé, titular de Rock and Reggae, firma a cargo del Malvinas Argentinas.
O´Connor pide calma, que la gente retroceda y que la noche sea una fiesta y nadie salga lastimado, el campo era una caldera y la ansiedad, extrema. Con el problema del vallado solucionado (y monitoreado al detalle por técnicos y personal de seguridad) se retomó con Culto siniestro y luego uno de los hits maloneros: Castigador por herencia.
Como en los ´90, la gente no dejó de alentar en ningún momento, y la oportuna pregunta de O´Connor “¿están listos para la H?” puso en alza los puños metaleros. El principio del set hermético con Evitando el ablande, fue sólo una muestra del poder legado por la banda más avasallante de la historia del heavy vernáculo.

 
 

Cada uno de los músicos (a excepción del Pato, por razones obvias) se paseó por las plataformas laterales de la batería, otra disposición atípica en cuanto a escena para una banda local de metal. Promediaba el show y el rugido (y pogo) malonero no cesaba a pesar del calor de la velada. “Yo hice una prueba de sonido donde técnicamente estaba todo perfecto. Salí a tocar y no escuchaba nada de nada, toqué todo de memoria. Lo que cantaba la gente pasaba por arriba de todo. Fue impresionante y muy emotivo”, dijo al Sí! el Pato Strunz al otro día del show.
¿Si faltaron temas?, puede ser, el veloz Mendigos o Revolución Nacional fueron algunos de ellos. El cierre a puro Hermética con Masa anestesiada/Tú eres su seguridad y Soy de la Esquina (¿porqué no con alguno de Malón?) resalta que el cuarteto no olvida el legado de la H.
Lo positivo de la noche fue el gran despliegue sonoro (“para los que decían que el Malvinas sonaba mal”, dijo O´Connor sarcásticamente en dos oportunidades) como así también la entrega del público y la devolución de los músicos, aunque la comunicación desde el escenario no fue en demasía. También que no se oyó ninguna consigna contra la figura de Ricardo Iorio: algo que 15 años atrás era habitual con la folclórica puja entre maloneros y fans de Almafuerte. Se nota que el público pesado maduró al respecto. Solo el cantito: “Adonde está, adonde está, los que dijeron que Malón no existe más”.
Hubo pocos puntos oscuros en la noche de La Paternal: las pantallas laterales en varias oportunidades no funcionaron como correspondía. Y que algunos fanáticos fueron víctimas de hurtos en el campo.





jueves, 29 de diciembre de 2011

GRAN AÑO EL 2011 PARA EL JAZZ EN ARGENTINA.

                                                       Además de dirigir el Festival de Jazz de Buenos Aires, Adrián Iaies cerró el año con nuevo disco


Jazz en estado de ebullición

 

Hubo una gran actividad discográfica, pero el excelente estado del género se tradujo en muchos otros detalles que exceden lo estático de un simple círculo de plástico. Para los músicos argentinos, y para las visitas extranjeras, fue un año muy fértil.


Por Diego Fischerman

El fin de año encuentra a Adrián Iaies, pianista y director del Festival de Jazz de Buenos Aires, registrando un nuevo disco junto al grupo con el que viene tocando regularmente desde hace meses: Mariano Loiácono en trompeta, Ezequiel Dutil en contrabajo y Pepi Taveira en batería. La energía y, al mismo tiempo, la sutileza y la relajación de los músicos es ejemplar. Graban sin auriculares, escuchándose entre ellos, y eligiendo, por sobre las tomas perfectas, aquellas donde sienten que sucedió algo especial. Podría ser una anécdota más. Apenas una postal. Y sin embargo es un signo de otra cosa.
Por un lado, de la actividad discográfica. Y es que tal vez no haya habido otro año con más discos de gran nivel que éste. Por otro, es una prueba de dos cosas: la profusión y calidad de la actividad jazzística y el protagonismo de los músicos en la definición del perfil musical del país. Iaies, en todo caso, no es el único que ocupa lugares de responsabilidad como programador. En Mar del Plata acaba de estrenarse un festival gestionado por una ONG conformada por músicos de jazz y en El Bolsón ya hace años que sucede de esa manera. Llama la atención positivamente, en todo caso, la manera en que sin abandonar su saber específico en la materia son capaces de ponerla al servicio de una idea que los excede y que, incluso, excede sus gustos. La variedad que estos festivales presentan es, eventualmente, una muestra de que no todo obedece a las preferencias personales, pero sí a la convicción acerca de la importancia de la pluralidad estética.
Otro signo, casi al azar. En ese festival en Mar del Plata toca un pianista colombiano llamado Holman Alvarez, quien tocó en trío con el contrabajista Martín De Lassaletta y el baterista Luciano Ruggieri. Además del nivel técnico, resulta sorprendente el concepto compositivo del pianista y las maneras de la interacción grupal. Y allí aparece otro dato. Tanto el pianista como el contrabajista estudiaron en la nueva carrera de jazz del Conservatorio Manuel de Falla de Buenos Aires, que dirige el pianista Ernesto Jodos, cuyo trío, por otra parte, integra el baterista. Redes. Influencias. Herencias y genealogías. Si el jazz en la Argentina está pasando por un momento de saludable ebullición es porque ya no se trata de músicos aislados y de empresas solitarias. No es que haya un movimiento colectivo ni mucho menos sino, simplemente, que comienza a notarse la importancia de ciertas instituciones, de ciertos músicos, de la puesta en circulación y la actualización casi permanente de las informaciones y de un circuito donde ya pueden observarse tres o cuatro generaciones de maestros y discípulos. Hernán Merlo en el contrabajo, Taveira en la batería y, desde ya, Jodos en el piano ocupan el lugar de jóvenes formadores y muchos de los instrumentistas hoy ya consolidados (y a la vez docentes de otros más jóvenes) fueron en algún momento sus alumnos.
Un detalle que tampoco pasa desapercibido es que, aun con la importancia de un festival de jazz como el de Buenos Aires y la magnitud de algunas de las figuras que llegan a tocar a este país –principalmente a Buenos Aires aunque la onda expansiva alcanza a Rosario y Córdoba–, la escena local no desentona. Lo excepcional se integra, eventualmente, a una actividad en la que casi no hay un día en que no haya un buen recital de jazz. Los clubes porteños –Thelonious, Vinilo, Virasoro, ocasionalmente Notorious– alimentan, cotidianamente, un tejido musical al que las visitas extranjeras y la vorágine del festival porteño se integran con naturalidad. No hay fractura, sino continuidad y complementariedad.
Una de las novedades notables de 2011 fue la aparición de un nuevo sello de jazz. Una empresa personal y un poco alocada de un amante del género que tiene como objetivo producir discos grabados sin artificio y con altísima calidad, donde los mejores músicos locales aborden standards. El sello se llama Rivorecords y dio luz, este año, tres CD de gran nivel: What’s New, de Mariano Loiácono; A Child is Born, de Carlos Lastra, y Our Delight, de Paula Shocrón. Esta pianista, por su parte, también grabó al frente de una big band en el disco Gran Ensamble. El excelente Francisco Lovuolo –que toca el piano en los discos de Lastra y de Loiácono– también grabó con su trío el CD Vueltas. Jodos editó, con su originalísimo doble trío, Fragmentos del mundo. Y, entre muchas otras producciones destacables, se publicó Diatónicos anónimos, un nuevo y apasionante capítulo de las Músicas de Flores del Pollo Raffo, una segunda entrega del proyecto Real Book Argentina, El yang y el yang, del trío de Eduardo Elía Otro jardín, del trío de Carlos Alvarez, y La casa caliente, del pianista Nicolás Chientaroli junto a Carlos Alvarez en contrabajo y Hernán Rodríguez en batería. Pai, Acqua, Bau y BlueArt fueron los sellos que, como pocas veces, acompañaron el crecimiento del jazz argentino.
Entre las visitas extranjeras se destacaron la del saxofonista Wayne Shorter, con Danilo Pérez en piano, John Pattitucci en bajo y Oscar Giunta en batería (quien debió reemplazar a Terri Lyne Carrington, que no pudo llegar debido a la nube de ceniza volcánica) y la del guitarrista John Scofield, que actuó con un grupo integrado por Bill Stewart en batería, Ben Street en bajo y Michael Eckroth en piano. La más esperada era, claro, la de Keith Jarrett en el Colón. Pero el pianista, sin duda uno de los artistas más importantes de las últimas décadas, estuvo esa noche muy lejos de la inspiración y, para peor, se dedicó a echarle la culpa al público argentino. Como para rubricar la afrenta, y por si alguien soñaba con ver agregado el nombre del Colón a la lista de los grandes teatros donde él grabó sus geniales improvisaciones solitarias, acaba de salir el disco Río, con el registro de la actuación en esa ciudad, durante la misma gira que lo trajo a Buenos Aires. Como la alegría es sólo brasileña, Jarrett dijo, encima, que allí tuvo una de sus mejores actuaciones y que “el público brasileño es maravilloso”. Y, ya como parte del festival, que abrió con el pianista Kenny Werner, y donde hubo destacadísimas actuaciones de los trompetistas Charles Tolliver y Paolo Fresu, una de las grandes presentaciones del año fue la del trío del contrabajista Arild Andersen, con el escocés Tony Smith en saxo y el formidable Paolo Vinaccia en batería.

lunes, 26 de diciembre de 2011

CIRO Y LOS PERSAS Y SU VIAJE AL CENTRO DE LA LUNA.




Las canciones viajan en nave espacial

Con el escenario situado en el centro del Luna Park y una puesta ambiciosa, Andrés Ciro puso sus canciones al servicio de una fantasía situada en el año 2727, con Argentina como potencia.

 Por Mariano Domino

Una tripulación de músicos especialmente entrenados, en trajes color naranja, llega a la Luna a bordo del Pulqui 300 con la imagen del General San Martín como mascarón de proa. Deben cumplir una misión fundamental para la historia de la humanidad, averiguar la existencia de agua, ya que el Riachuelo es la única reserva natural remanente en la Tierra. Apenas alunizan, el equipo lleva a cabo un acto patriótico; caminan hasta la bandera estadounidense y, en su lugar, colocan la argentina como insignia. La instantánea bien podría formar parte de un informe futurista del noticiero Sucesos Argentinos, pero es la propuesta visual de Ciro y los Persas, Viaje al centro de la Luna, en la que en el año 2727 Argentina es potencia mundial.

A mitad de camino entre las asombrosas premoniciones espaciales de Capitán Escarlata y el surrealismo nac&pop de Hijitus, la puesta en escena del show y la estructura temática que enhebra los temas encuentran una síntesis conceptual comparable con los grandes relatos que proponían las óperas rock de fines de los ’60 (Tommy, The Wall), pero traducido a un público que privilegia el vértigo de la canción a los preciosismos esteticistas. El viaje de Ciro y los Persas se traduce en un show maratónico de casi tres horas y media, en el que se incluye un cohete que sube y baja, rotación permanente de los músicos y sus instrumentos –el escenario está instalado en el centro del Luna–, bailarinas en la altura, desapariciones de la banda hacia abajo, entrada y salida de invitados y cambios de vestuario. Tanta pomposidad torna muchos de los pasajes un tanto pretenciosos, sobre todo aquellos en donde abundan los diálogos guionados entre los integrantes de la banda y cuya extensión obliga a un cierto ajuste de los tiempos para futuras presentaciones (este ciclo, que comenzó el viernes, cierra esta noche). En definitiva, se trata de un recital y los chicos sólo quieren rock.

Claro que en el centro de la inusual parafernalia está la banda con Ciro Martínez que, como líder inequívoco, arriero de años con la mirada siempre clavada en su público, se retuerce y contonea como un borracho a punto de volcar, suelta su voz monocorde pero bien definida, casi como que tartamudea, imprime su marca registrada de años cuando repite algunas líneas hasta desgastarlas y arenga en todo momento. Cuando se asocia con Juan Abalos, guitarrista, aliado predilecto y pieza fundamental por su nervio rockero, es señal de que los Persas están fabricando un hit caliente y están logrando un clímax con su gente (“Banda de Garaje”, “Antes y después”, “Cancheros”). Cuando se lo permite, Abalos aporta también lo suyo con los solos (“El Viejo”, “Blues del Gato Sarnoso”), demuestra cierta psicodelia cósmica (“Quemado”), y las bondades de las canciones pegadizas (“Vas a Bailar”, “Insisto”). En menor medida, el otro partenaire de Ciro, contrapeso emocional por esa impronta brasileña del tudo joia que dejan en claro cada vez que pueden es Marcos Bastos, bajista, encargado de aportarle cadencia y swing a la banda, sobre todo en los pasajes lo-fi donde el clima es lo que importa (“Paso a Paso”, “Servidor”). Por momentos, el resto de la banda se convierte en un auxilio todoterreno: se aglutina en torno de la voz para apuntalarla, sostiene y prolonga los solos generando más y mejores climas y complementan los momentos de histrionismo y actuación de Ciro. El colorido aporte de los tres vientos –ni ellos se salvan de acabar disfrazados como Batman, Superman y El Zorro– le da cierto oxígeno a la banda, ensanchando sus posibilidades musicales. Y como los logros presentes tienen sentido porque se apoyan en un pasado con sabor a clásico, la banda toda alcanza la gloria cuando repite hits piojosos como “Labios de seda”, “Ruleta”, “Pacífico”, “Babilonia” y “Farolito”.

A la par de su ambición teatral, el show contó con una dispar serie de invitados. Entre la primera mitad de los temas y encarnando el papel de una maga de la tercera dimensión que ayuda a resucitar a Ciro –sí, Ciro también muere– ofrece su colaboración la costarricense Deborah Dixon, cuya voz refuerza cierto registro blusero que los Persas también saben recrear (“Blues de la ventana”). Pero es sin dudas Omar Mollo quien logra insuflar ese perfil tanguero cultivado ya desde la génesis de Los Piojos, para el dúo de “Tango del Diablo”, compuesto por Ciro y musicalizado por Charly García. Y hasta hubo tiempo para una presencia más: Cabito, disfrazado de Darth Vader, logró exacerbar aún más esa marca de espectáculo surrealista. Misión cumplida y todos a casa luego de un viaje con altibajos, pero con clamor de bises y una disfrutable sensación de tiempo suspendido.

EL 17 DE DICIEMBRE A LOS 70 AÑOS MURIO CESARIA EVORA.




Que la llamaran “la diva de los pies descalzos” es sólo una anécdota frente a lo que realmente la caracterizó, una voz personalísima. Su pintura local alcanzó dimensión global: el gobierno de Cabo Verde decretó dos días de luto y se multiplicaron las voces de despedida.

 Por Karina Micheletto

Fue “la diva de los pies descalzos”. La voz que mostró al mundo la música folklórica de Cabo Verde: la nostalgia insondable de una morna, tan rítmica a la vez, la picardía doméstica de una coladeira, en su fiesta de un solo tono. Una mujer a la que le sucedió lo que a unas pocas: ser portadora de un arte cuyo valor intrínseco es lo que tiene de “auténtico”, de propio e intransferible; ser “descubierta” como representante de lo que tiene de local; ser lanzada a nivel global. Cesaria Evora, Cizé, como era llamada cariñosamente en su círculo íntimo, murió ayer a los 70 años en San Vicente, su tierra natal, como consecuencia de serios problemas de salud que ya la habían alejado de la música unos meses atrás.

Era la cantante más importante de Cabo Verde y una de las más relevantes de toda Africa, una suerte de emblema cultural sostenido con orgullo también por las naciones de habla portuguesa. La importancia simbólica que había adquirido su figura volvió a ponerse de manifiesto con su muerte: el gobierno de Cabo Verde decretó ayer dos días de duelo nacional. Jefes de Estado, presidentes, ministros y numerosos representantes de la cultura lusitana se pronunciaron públicamente lamentando la pérdida y destacando el valor de su música como legado. El ministro de Cultura caboverdiano, Mario Lucio Sousa, fue quien confirmó su fallecimiento por “insuficiencia cardiorrespiratoria aguda y tensión cardíaca elevada”. En 2008, la cantante había sufrido un infarto cerebral, y aunque se recuperó y siguió con sus actuaciones por el mundo (en una de esas giras llegó a actuar por última vez en la Argentina, en 2009), su salud quedó debilitada. Finalmente, la artista ingresó a la unidad de cuidados intensivos del Hospital Baptista de Sousa, en la isla de San Vicente, “con un cuadro muy complejo, con problemas coronarios y un edema pulmonar”, “alternando momentos de lucidez con momentos de inconsciencia”, según informó el equipo médico.

Su cálida presencia en escena, sin atavíos de exotismo, su figura de matrona negra desgranando un canto lánguido y visceral, pero a la vez refinadísimo, era la marca que sorprendía al escucharla en vivo. Cantaba como si no le costara en absoluto alcanzar esa aura de suave perfección. Traía la cadencia del mar, el lamento de esa sodade (así se llama la nostalgia en el dialecto de Cabo Verde, así se llama uno de los temas más exitosos de Evora) de puerto. Lo de los pies descalzos, se ha dicho y se ha analizado, podía responder a alguna forma de rebeldía, de empatía y solidaridad con los desprotegidos. De gesto de protesta y desagravio, porque en su país, en tiempos coloniales, se prohibía caminar por la vereda a los que no tenían plata para comprar zapatos. La explicación que ella misma daba era mucho menos épica, mucho más del orden de lo práctico. “Yo canto descalza porque no me gustan los zapatos, nada más. No estoy acostumbrada, si hace frío a lo sumo puedo calzar unas sandalias, pero zapatos, no me acostumbro. Siempre canté descalza. Pasé mi vida cantando, pasé mi vida descalza”, le dijo a esta cronista en una entrevista para este diario, antes del último show que dio en Buenos Aires, en el Luna Park. Así de simple.

Nacida “en cuna de artistas”, como ella decía, su linaje reconoce un padre cantante –Armando da Cruz Evora–, un hermano saxofonista –“Lela”–, un tío poeta –Francisco Xavier “B. Leza”, por belleza en portugués, al que incluía en su repertorio–, y una madre cocinera, que nunca dejaba de cantar en su casa. A los 16 años Cesaria ya trajinaba los bares y restaurantes de su pueblo. En los ’70, mientras Cabo Verde conseguía su independencia de Portugal, la cantante enfrentaba un momento de crisis personal atravesado por el alcohol, que la alejó durante una década de la actividad artística. Volvió a actuar en 1985 en Lisboa, desde donde recomenzó en un local con música en vivo, grabando su primer disco.

La historia que sigue es conocida: un contacto con el productor acertado, una mudanza a París, un apodo artístico y un trabajo consagratorio, La diva descalza. El éxito planetario de Miss Perfumado, en 1992. Grabaciones con colegas tan disímiles como Caetano Veloso y Goran Bregovic. Títulos como el de Caballero de la Legión de Honor de Francia, o el Premio de la Música de la Unesco. Una veintena de discos grabados (sólo unos pocos fueron publicados en la Argentina). Más de cuatro millones de discos vendidos, como una estrella instalada en el firmamento consolidado como world music, en una industria redituable como era en los ’90 la discográfica. Siguió viviendo hasta el final en la casa de siempre, en San Vicente, junto con un hermano, una sobrina, una hija y varias nietas (marido, nunca, aclaraba ella, sólo tres padres de sus hijos que se fueron más temprano que tarde).

Cesaria Evora visitó tres veces Buenos Aires: la primera fue en 1999, en el escenario íntimo de La Trastienda, con tres funciones anunciadas que terminaron siendo cinco. Pasó después al Gran Rex, y en su última visita al Luna Park. Con una sencillez que no necesitaba devaneos para explicarse, Evora se despegaba de ese título de “embajadora” con el que involuntariamente había tenido que moverse por el mundo. “Yo no sé si Cabo Verde es conocido por causa de mis canciones, no puedo afirmar eso, no puedo pensarlo tampoco”, decía en aquella entrevista a este diario. Y aclaraba que eran muchos los cantantes caboverdianos que trabajaban girando por el mundo, y aunque su caso fuera el más exitoso, se definía como una más de las que cantaba y mostraba su cultura más allá de las fronteras del país-archipiélago en el que nació. “Sólo sé que muchos turistas preguntan por mi casa, llegan a Mindelo y quieren visitarme. Mi casa está en el centro de Mindelo, y es fácil encontrarla, usted pregunta a cualquiera y le indican –invitaba–. A veces no estoy, estoy de gira, entonces queda mi hija o mi sobrina a cargo, cuidando. Cuando sufrí el infarto cerebral, entonces claro que no recibí a nadie, me disculpé. Alguna vez han venido argentinos a mi casa. Me gusta escucharlos hablar. Y cantar tangos.”

FABIANA CANTILO Y SU NUEVO DISCO "AHORA".





Después de dos álbumes de covers y de una internación que se hizo pública, la cantante regresó con un trabajo hecho de canciones propias y hasta con un cuadro suyo en la tapa. “Mi vida es ahora o nunca, no puedo hablar de cuando sea grande porque ya soy grande”, afirma.

 Por Leonardo Ferri

Hay algo de paradoja en el hecho de que el presente implique un constante cambio. Dicho de otra manera, el cambio es lo único permanente en el presente, ese tiempo que se construye y reconstruye de manera constante, que se adelanta por sobre el pasado y le pisa los talones al futuro. Es fácil percibir que en la actualidad de Fabiana Cantilo ese concepto tiene cierta preponderancia: su nuevo disco se titula Ahora, y la conversación que mantiene con Página/12 no se detiene en ningún punto, sin que ello signifique falta de análisis o de reflexión. En todo caso se puede afirmar que Cantilo tiene una forma bastante particular de comunicarse, graciosa en algunos momentos, confesional en otros, pero anárquica casi todo el tiempo. Con la misma naturalidad con la que cuenta su nueva vida diurna y tranquila, y sus días ocupados con la natación y la terapia, habla de su cansancio por ser considerada solamente una música: “Soy artista plástica, actriz, bailarina, aunque no lo ejerza, lamentablemente. Me encantaría actuar, estoy cansada de la música solamente”, lanza y se lanza. Y habrá que seguirle el tren.

–¿Y qué le impide salirse de la música y hacer otras cosas?

–No lo sé. Supongo que tendrá que ser como fue en mis comienzos, empezar a contactarme con gente, a hablar, a romper las pelotas, a meterme en los estudios. Uno se olvida de cómo es volver a empezar.

–Ahora plantea un recomienzo, porque usted vuelve con canciones propias luego de dos álbumes de covers que tuvieron mucha exposición mediática, con un disco propio en el medio que no tuvo tanto vuelo comercial. ¿Cómo lo vivió usted?

–Me gusta más hacer mis canciones. El primero de versiones (Inconsciente colectivo) lo disfruté mucho más, el segundo no tanto, pero por contrato tenía que hacerlo. Venía de dos discos muy locos (¿De qué se ríen? e Información celeste) en los que hice lo que se me cantó, desde las canciones hasta la tapa, y fueron mis canciones tocadas con la gente que yo quise. A Información... todos le dieron con un caño, pero no me importó. Entonces vino Afo (Verde, productor artístico y presidente de Sony Music) y me propuso hacer un disco de versiones. Al principio no me convencía, hasta que me convenció. Fue una gran producción y nos fue bárbaro, pero a mí me divierte mostrar todo el combo, quizá por una cuestión narcisista...

–Bueno, el narcisismo en los artistas no es nada nuevo, es hasta necesario...

–No sé, lo estoy viendo (risas). Uno puede ser un buen intérprete, pero si uno sabe jugar bien al fútbol y al básquet, quiere mostrar que sabe jugar a las dos cosas, ¿no? Por ejemplo, nadie sabía que yo pintaba, y ahora todos tienen ese dato porque quise poner un cuadro en la tapa, me había cansado de ver mi cara. Ya que no me sacan, elijo exponerme como a mí me parece.

–¿Cómo que no la sacan?

–Afuera del país. Nadie sabe por qué no me sacan. Yo creo que afuera iría perfecto, pero nadie sabe si no hay plata o me tienen miedo. Es un misterio, y si no se apuran, me voy a morir (carcajada).

–Pasa el tiempo...

–(Interrumpe.) ¡No cumplo más años, no me preguntes la edad!

–Para nada. Igual, parecen menos...

–Ya sé que parecen menos. No me siento de la edad que tengo, pero la tengo, y por eso digo que si no me sacan ahora, no me sacan más y me quedo con lo que hay. Yo debería estar tocando en Latinoamérica, no sé qué paso. ¿Qué pasó que “Mi enfermedad” no tiene video? ¿Qué pasó que cuando Maradona estaba en Sevilla yo no estaba ahí al lado? ¡Lo miré por televisión! Pero bueno, no quiero protestar porque sigo cantando y me pagan por eso, y porque sigo en un lugar que nadie puede tocar. (Canta) “La muerte no sabe cómo atraparme, la vida me sigue por donde voy”, dice mi canción “Choque de brujos”. Nadie sabe que hago canciones así... Ya no sé qué te quería decir...

–Ahora es un disco que suena bastante a madurez, al crecimiento entendido como eso de hacerse cargo de un montón de cuestiones.

–Sí, pero no hablo sólo de mí: también de los planetas y de la niña y de la verdad de la vida y de todo. No sólo del amor, como Maná. ¿Viste que Maná habla todo el tiempo de que lo dejó una mina? ¿Serán distintas o será la misma? No los quiero criticar, pero es llamativo el éxito que tienen con esas letras. Yo me esmero mucho en superarme y no hablar tanto de mí. Hay canciones de amor, pero también hablo del cosmos, de lo que me pasó en la clínica, de mi papá, de mi niñez, y hago chistes, como con eso de que no duermo en ángulo recto. Odio a los que pueden dormir sentados porque yo no puedo, entonces protesto y pido que me manden a primera.

–Antes dijo que la criticaron mucho, pero sin embargo se la ve decidida a seguir adelante...

–(Interrumpe.) ¿Y qué voy a hacer, dejar de hacer lo que me gusta y darles el gusto? El disco se llama Ahora; porque mi vida es ahora o nunca, no puedo hablar de cuando sea grande porque ya soy grande.

–¿Tanto le preocupa la edad?

–Por supuesto, como a todas las mujeres, por lo físico, por todo. Pero es por un ratito, porque enseguida me pongo a pensar en otra cosa. Me atormento todo el tiempo por pequeñas cositas (carcajada). Lo importante es que voy por un camino de luz, de cuidado, de disfrutar mi terapia, de mente sana en cuerpo sano. Estoy buscando la iluminación, sola y sin complicarme la vida con una pareja, que es lo que siempre me hizo todo difícil. Recuerdo estar haciendo una nota –actuando prestar atención, porque soy una gran actriz– esperando que fulanito me llame, y ahora nada de eso me importa.

–¿Le llegó la madurez que le permite enfrentar de otra forma esos problemas?

–Todo el tiempo trato de dejar atrás algunas cosas, pero es muy difícil. Después de recibir tantos golpes uno dice basta, y ahora, como no salgo casi nunca ni voy a fiestas o reuniones, no aparece nadie. Lo bueno es que voy a terminar conociendo a alguien en el almacén o en un bautismo.

–En varias de sus últimas entrevistas el tema predominante parece haber sido su internación. ¿No le da miedo caer en el lugar común del músico que está en permanente rehabilitación?

–Y bueno, yo lo escribí y yo me jodo. El tema es que no hay mucho que explicar de eso, el tema es literal, sin metáforas, es tal cual eso. Si querés te lo cuento de nuevo, o te lo actúo. No sé si estoy loca, o es que me divierte contar algunas cosas como si fuera una súper heroína que salió de una situación de la que no todos salen. La pasé mal, pero ahora me río de no estar ahí.

–¿Qué tipo de terapia hace?

–Terapia (silencio). Eso. No freudiana, porque los freudianos no curan a nadie. Hago terapia desde los 17 años, soy casi una experta (risas). Sé que hay cosas que no hay que entenderlas con la cabeza, sino con el cuerpo, y lo que yo hago tiene que ver más con eso... Creo que es la primera vez que estoy sola, y aunque me cueste disfrutar la soledad, no está mal.

GRANDES DISCOS : LA OPERA-ROCK QUADROPHENIA DE THE WHO.




A casi cuarenta años de su edición original, Pete Townshend recuperó los masters para concebir una nueva versión “deluxe”. Incluye los diecisiete temas y once demos, que poco agregan. Pero es una buena ocasión para evocar la cultura mod.

 Por Fernando D´addario

El disco Quadrophenia canalizó, en 1973, una pulsión anímica que hasta entonces contradecía la esencia misma del rock: la nostalgia. Por primera vez, la añoranza se filtraba en la piel de un puñado de músicos que –prematuramente, y mucho más rápido que los pibes de hoy– habían dejado de ser jóvenes. Ese cambio de enfoque, acaso enfatizado por los desafíos pretenciosos de la nueva década, dio como resultado un álbum artificialmente maduro, que remitía a los años salvajes desde una postura de sobriedad clásica. Una ópera rock, que matizaba los primitivos arrebatos de adrenalina pop. The Who quería envejecer dignamente. Pete Townshend tenía 28 años.

Cuatro décadas más tarde, la reedición de Quadrophenia edition introduce una paradoja en aquel efecto-nostalgia original: las canciones lucen definitivamente viejas (hermosamente viejas, en algunos casos, como “The real me” y “Love reign o’er me”), pero la estética que pretendían evocar –la cultura mod de los primeros años ’60– conserva una frescura inmune a todos los recambios generacionales.

Townshend, que hoy tiene 66 años y está prácticamente sordo, recuperó los masters de Quadrophenia para concebir una edición deluxe que tituló The director’s cut. El guiño alude, claro, a la película homónima, que en 1979 puso en imágenes la fantasía esquizo-retro del guitarrista. El “nuevo” disco se ofrece en diversos formatos, pero el más accesible es el digipack de dos CD que incluye los 17 temas de la edición original y 11 demos. Como suele ocurrir, los “extras” –aquello que estimula la curiosidad de los melómanos– no tienen más mérito que el de maquillar el packaging. Ninguna versión “rescatada” supera a la oficial. Podía haberlo hecho, porque Quadrophenia fue un producto demasiado trabajado. La banda había empezado a experimentar con sintetizadores y recargaba cada línea melódica con arreglos barrocos al gusto de la megalomanía de Townshend. Era interesante la posibilidad de encontrarse con esbozos más despojados. Pero no.

Quadrophenia cuenta la triste historia de Jimmy, un “mod” con cuatro caras que representan distintas facetas de un ser humano (o de los cuatro seres humanos que integraban The Who). Y aunque la banda fue una influencia clave para el punk, este disco sigue estando más cerca de The Wall que de Never mind the bollocks. Cada cual dirá si eso es bueno o malo.

TOMAS GUBITSCH: BUSCANDO LA ESENCIA.




“Cada vez me interesa menos demostrar”

Al guitarrista y compositor argentino, radicado en Francia desde hace 35 años, se lo recuerda por haber tocado con Spinetta y Piazzolla, entre otros. Pero su carrera actual es bien distinta. Dedicado a explorar el tango, quiere “sacar todo lo superfluo, ir a lo esencial”.

 Por  Mónica Maristain

Es una noche fría de octubre en el Distrito Federal. Oscurece en la avenida Reforma, y en la mítica Casa del Lago, aquella que fundara el no menos legendario escritor Juan José Arreola, muy cerca del zoo, enfrente del Museo de Antropología (una de las zonas más turísticas y, por qué no decirlo, más hermosas de la ciudad), comienza a sonar “Round midnight”.

Se trata del exquisito standard de Thelonious Monk ejecutado también prodigiosamente por Tomás Gubitsch, el guitarrista argentino nacido en Buenos Aires en 1957, radicado en Francia desde hace 35 años. El público rockero vernáculo recuerda por su trabajo en Invisible (El jardín de los presentes), el trío de Luis Alberto Spinetta que él hizo cuarteto y al que llenó de cuerdas espectaculares, fruto de un violero verborrágico y ansioso como se supone que debe ser un guitarrista cuando tiene, como tenía él entonces, 17 años.

Hoy, este Tomás que visita México acompañado por el poeta y amigo Jorge Fondebrider, es un hombre serio y seco, un instrumentista económico y profundo, un artista en el que no cabe la nostalgia. Al fin y al cabo, el músico que tocara con Rodolfo Mederos en Generación Cero (con ese grupo grabó el impresionante De todas las maneras), que formara parte de la gira europea de Astor Pia-zzolla en 1977 (con apenas 20 años participó también en el disco Olympia’77) y que se viera obligado a exiliarse en Francia porque la dictadura argentina de la época no garantizaba su seguridad luego de que hiciera unas declaraciones “peligrosas” a la prensa europea, tiene saldadas todas las deudas del pasado. Es el presente el que lo consume, dedicado como está a explorar el tango, una música nacional que sirve de inspiración a un artista politizado como él y a la que le rindió honores acompañado por el pianista Osvaldo Caló. Más de 50 discos con su Tomás Gubitsch Trío y con artistas de la talla de Stéphane Grapelli, Michel Portal, Steve Lacy, Glenn Ferris, Pierre Akéndéngué, Mino Cinélu, Nana Vasconcelos, Juan José Mosalini y la cantante Sapho, entre otros, son fiel reflejo de que su arte no se estancó en el ayer.

–¿Está cómodo con el mito que suele tejerse alrededor de su persona cuando se habla de la historia del rock argentino?

–Francamente, cuando me levanto todas las mañanas y me miro al espejo no veo un mito. Siempre que me entrevistan periodistas de Argentina me hablan de ese período que fue en realidad muy corto en mi carrera. Estoy muy halagado y a la vez muy sorprendido porque la gente lo recuerde, pero fue un año de mi vida, luego me fui a Europa con Piazzolla, hace 35 años que vivo en París y es en esa ciudad donde desarrollé más mi trayectoria. Ojo, estoy muy orgulloso de mi trabajo con Invisible, pero hablar de ello sería como estar en la Universidad y ponerse a recordar los episodios de la escuela primaria.

–¿Por qué no estuvo en el proyecto Spinetta y las bandas eternas?

–Porque no me interesa. Ya lo hice. Quiero hacer cosas nuevas.

–¿Es todavía un guitarrista virtuoso, con muchos dedos, muchos disparos al aire?

–¿Ves? Eso también es un mito. Lo del guitarrista virtuoso. Me considero un tipo normal. Es muy normal cómo toco. No me veo como un virtuoso ni nada que se le parezca. Además, lo que más me importa en la guitarra es todo lo que tiene que ver con lo emocional, donde por supuesto tiene que estar la técnica porque lo mínimo es tocar bien... De hecho, me parece más extraño la gente que se dedica a esto y toca mal. Pasan los años y cada vez me interesa menos demostrar. Lo que me gusta es lo emotivo, lo que me importa son las sutilezas del lenguaje de la música.

–Esta cosa que decía Paul Auster, de ir logrando una síntesis tal que lo último sea una página en blanco o el silencio, en su caso...

–Sí, algo así. Arnold Schönberg también decía que el mejor amigo de un músico era la goma de borrar. Hay que sacar todo lo superfluo, ir más a lo esencial, aunque a veces sea menos vistoso.

–De los discos en los que ha participado, ¿cuáles lo ponen más orgulloso?

–Todos los que han salido con mi nombre y reflejan un trabajo alrededor del tango. En realidad, se trata de algo que yo llamaría “mi tango”, porque no soy tanguero. Me tocó tocar con gente como Piazzolla, Mederos y Mosalini, pero no es mi cultura. Lo que sí me interesa es lo que se puede hacer a partir del género, es decir, esa música que soy yo. Acabo de terminar mi nuevo disco, Itaca, que está en esa línea. Paralelo a ello, hay laburo con las orquestas a las que les escribo y algunas de las cuales dirijo. A veces son trabajos por encargo, bandas de sonido para cine, teatro o danza.

–¿Cómo es Itaca?

–Lo grabé en París con unos músicos fabulosos. Estoy realmente contento porque es un disco grabado en vivo, sin auriculares, sin ningún artificio. Simplemente nos pusimos en círculo y tocamos. Suena a eso, a cinco músicos tocando juntos y cuando hubo una equivocación, ahí quedó.

–¿Cuál es el repertorio?

–Son casi todos temas míos, una pieza de Gerardo Jerez Le Cam, que es el pianista del grupo, otra de Juanjo Mosalini, el bandoneonista, y una versión de “Volver”.

–Entre los guitarristas contemporáneos, ¿sería Bill Frisell una referencia importante para usted?

–Debo confesar que lo que menos escucho son guitarristas. Sé quién es Frisell, por supuesto, sé quién es Pat Metheny, claro, pero oigo más música en general que la que hacen los que están dedicados a mi instrumento. De hecho, para mi técnica guitarrística me fijo mucho más en cosas que vienen del violín, del piano y del bandoneón.

–Entonces le gustó lo que hizo Gidon Kremer con Piazzolla...

–Me gustó más lo que hizo Gidon Kremer con Bach.

–¿Y qué opina del tango electrónico?

–Me causa gracia. Es un poco absurdo que alguna gente que lo hace lo presente como “el nuevo tango”.

–¿Qué tres discos de los que escuchó últimamente puede nombrar entre sus favoritos?

–Partitas for violin, de Gidon Kremer; La consagración de la primavera con la orquesta dirigida por Stravinsky a la que todo el mundo le dice que no, pero yo le digo que sí. Y sin duda el último disco de Björk.

–¿Es poesía y música lo que hace con el poeta Jorge Fondebrider?

–En realidad se trata de un encuentro entre amigos. Primero fue la amistad y después de leer su poesía, creo, es una opinión personal, que estamos frente a uno de los mejores poetas argentinos de la actualidad, lo que representó sin duda una linda sorpresa, porque si hubiera sido malo eso habría resultado algo complicado para mí. El espectáculo que hacemos juntos nace de la idea de una obra que engendra a otra, es decir, de su libro Standards, donde toma títulos de conocidas piezas de jazz y escribe poesía inspirada en esas músicas.

–¿Cómo se ve la música argentina sin usted?

–(Risas) De manera general, creo que la cultura argentina está muy bien. Me sorprendieron en mis últimas visitas a Buenos Aires las múltiples propuestas artísticas que hay, totalmente comparables en calidad y cantidad a las que existen, por ejemplo, en París. En mi área, descubrí a una nueva generación de músicos extremadamente talentosos, muy inspiradores.

MUSICA: ANALISIS DE LO QUE DEJA EL 2011.





Todos tuvieron algo para decir y, en general, todo resultó interesante. Los próceres, las generaciones intermedias y los que asoman supieron sacarle el jugo a un panorama que no estuvo exento de dificultades laborales, pero dejó un soberbio saldo artístico.
 
 Por Luis Paz

En “Tomates”, de Baldíos lunares (publicado apenas después de la separación de Ratones Paranoicos), Juanse aseguraba que “una canción no es un kilo de tomates” y que “nunca está cara una canción”. Es un verso brillante. Pero la hiperinflación que la canción admitió en 2011 fue soberbia y, a diferencia de lo que ocurre cuando sube el costo de la canasta básica, se replicó en júbilo, fe y placer. Como pasó durante el Renacimiento en la Europa católica y romana, los artistas de rock interactuaron con su época, que también es una de conquistas y descubrimientos, retornando a la intención primal de expresar una belleza. Antes que de distorsión y manifiestos, de cultura y alerta, de concordia y discordia, de poesía y alfileres de gancho, de video en HD y corrales para ganado ubicados en estadios, el rock se alimentó de la belleza y el conocimiento y los devolvió, a veces masticados y otras regurgitados, en forma de canción. Como renacentistas, entonces, los rockeros argentinos se ocuparon en 2011 de investigar las formas y de fundar nuevos métodos de la canción y conectaron con los gozos y las sombras del ser humano.

El renacimiento del rock

Antes que quiénes o cómo lo lograron, tal vez la mejor pregunta sea por qué pudieron hacerlo. Varias estadísticas indican que, en recesión, los ciudadanos forman menos parejas, se enamoran menos y no tienen hijos. En un 2011 que no vio grandes crisis como la de 2001 (que puede resumirse en dos cifras, 19 y 20) y la de 2004 (resumida en la palabra Cromañón), pero que tampoco pasó atorado por conflictos permanentes de años anteriores, los músicos pudieron formar más bandas, dedicarse al arte con frecuencia y tener más discos. Vibraron un optimismo, porque la Ley Nacional de la Música se presentaba como el hit de este verano, pero el Senado no la masterizó. Intercambiaron gestos con el gobierno central, con lo que el rock como dispositivo crítico del poder escaseó, en buena parte porque muchas de sus inclusivas banderas de antaño se cristalizaban: los juicios a los represores y la posibilidad de una diversidad sexual y sentimental oficializada, por ejemplo. Luego, se contagiaron por la consolidación de un underground notable y se inspiraron por la confirmación de una nueva ola estable dentro del coliseo argentino, guiada por Babasónicos, Catupecu Machu, Massacre y Los Cafres, autores de discos notables como A propósito, El mezcal y la cobra, Ringo y El paso gigante; y expansible ya hasta Nonpalidece, Carajo y Las Pastillas del Abuelo.

Pero, a la vez, esto es emergente de una cuestión que está en las bases: los músicos aprendieron. Tomaron nota sobre cómo organizarse luego de Cromañón, y así siguieron creciendo la UMI y la FAMI, pero también Trama, devengada de los movimientos espontáneos de músicos durante 2010, apareció como aglutinante de “trabajadores-artistas por la música en acción”. Mediante ensayos, aciertos y errores, los músicos (no sólo de rock) conocieron posibilidades que la tecnología ofrecía, logrando mejores producciones y difusiones e intentando alternativas en una industria descompuesta: Mugre, uno de los discos del año, se ofrece como descarga “a la gorra” en el sitio de Acorazado Potemkin. Frente a la falta de espacios, los músicos confirmaron que el disco es el estandarte mejor. Y aunque esa misma escasez de sitios les permitió dedicarle más tiempo y trabajo a la música en salas y estudios, lo que se tradujo en discos con un desarrollo mayor, les quitó ingresos, lo que se tradujo en discos más breves, en una tendencia atravesada por la lógica de la instantaneidad posmoderna.

La estadística también dice que, al haber menos empleo y más tiempo disponible, el ingenio para la supervivencia se aguza y la evidencia determina que el rock aplicó a eso. Otra estadística (la de Capif) indica que de los veinte discos más vendidos, dieciséis fueron publicados por Sony y cuatro por PopArt. La veintena estuvo distribuida por la misma corporación trasnacional. EMI, que casi desaparece, cambió de manos y quizá vuelva a hacerlo pronto, fichó a un artista argentino por primera vez en seis años: Guillermo Beresñak.

El renacimiento también tuvo industriales y talleristas, fabricantes y artesanos. En ese sentido, el rock local vio profundizarse la tendencia de la segregación. Por un lado, los shows masivos llevaron los resúmenes de tarjetas de crédito a extensiones insospechadas y los dantescos actos mundiales siguieron allí, en tanto que las reediciones, remasterizaciones, compilaciones, cajas y DVD en formato deluxe (el arte como artículo de lujo) siguieron forzando la máquina. Entre tanto, la falta de una política oficial a nivel nacional y en el área de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, donde ocurre el circuito mayor de ese hormiguero movedizo de artistas jóvenes (o tercos o deformes) que es el underground, la falta de reproducción de sus obras, de injerencia de su industria (que, en definitiva, es la misma que la otra) o quizá la multiplicidad de propuestas y el gusto atomizado de las nuevas generaciones generaron un caldo en el que se cuece gran música, pero del que es difícil sacar la cabeza.

Postales

Esta serie de ocurrencias se dio en el marco de un año en el que la política fue materia de todos los días. El rock no le escapó al debate. Sí Mauricio Macri, pero Las Pastillas del Abuelo (junto al solista reggae Dread Mar I y la banda de pop rock Tan Biónica, tres de los fenómenos ascendentes del año) ajustició ese hecho en “Gobiernos procaces”, de su disco Desafíos. Uno de los músicos más presentes fue Manuel Quieto, que no publicó disco de Mancha de Rolando, pero salió de gira con Amado Boudou, hizo peñas políticas en Del Cielito y tocó para la Presidenta. Lo mismo hizo Charly García, en los recientes festejos por su reasunción. Y músicos de Cadena Perpetua, Las Manos de Filippi y Jauría se agruparon para apoyar al Frente de Izquierda de los Trabajadores y el milagro de Altamira.

Por fuera de la cuestión electoral, la postal rockera y política del año es, debido al peso de ambos artistas y la naturaleza dedicada a una causa universal, la reunión de León Gieco y Bono, de U2, en el Estadio Ciudad de La Plata, para cantar “Sólo le pido a Dios” bajo la imponente Garra de la banda irlandesa, que todavía aprieta muchas cabezas. La otra es la reunión de Diego Boris y Cristian Aldana, músicos y presidentes de la FAMI y la UMI con el senador Eric Calcagno, para el trabajo sobre y a favor de la Ley Nacional de la Música. Fuera de dependencias oficiales y legislativas, los actos de campaña y de celebración, los músicos hablaron lo mismo. En “Muerte al faraón”, de Ringo, Massacre miró la militancia y las revueltas a nivel mundial. Y Germán Daffunchio, de Las Pelotas, alertó sobre problemas ambientales y hasta dónde llegan las políticas sobre ellos en cada show.

60-45-30

El pulso de 2011 estuvo marcado por tres grandes grupos: los músicos de los ’60 y ’70, los de los ’80 y primeros ’90 y los del cambio de siglo y de esta década. Manal Javier Martínez publicó El agujero sin borde y su ex compañero Alejandro Medina, Yo soy. Litto Nebbia fue homenajeado con el triple Sinfonías para catedrales vivas. Miguel Cantilo presentó “más humanismo y menos protesta” en Cantilenas. Vitico publicó un DVD y el disco Rock local, tendiendo un lazo con las nuevas generaciones... de su familia, pues en él participan su hijo y su sobrino. Moris hizo algo similar al unirse a su hijo Antonio Birabent en Familia canción. Gieco volvió a conmover con El de-sembarco. Ricardo Soulé rockeó como siempre en Dolmen. Y hasta regresó Oveja Negra, luego de 30 años. Entre los shows de la camada fundacional, la serie de Gran Rex temáticos de Charly fue uno de los espectáculos destacados, junto a los tres conciertos (en Salta, Junín y Tandil) del Indio Solari, que movilizaron un cuarto de millón de personas. Solari anunció un 2012 sabático para componer y grabar su cuarto disco. Hubo otros shows memorables (Carajo, Nonpalidece, Massacre, Babasónicos y Catupecu Machu en el Luna) y uno a favor de la memoria: el regreso de Illya Kuryaki & the Valderramas.

Fito Páez despidió Confiá en GEBA y lanzó Música para aliens, homenaje a músicas de diversas coordenadas; Andrés Calamaro tributó a su obra con Salmonalipsis Now! y Los Pericos cumplieron 25 años con conciertos sinfónicos. Un poco más jóvenes, Babasónicos y Massacre presentaron dos de los mejores CD de este año y ampliaron su base artística, mientras que Catupecu Machu completó una tríada de modernidad que se confirmó como parte indispensable del mainstream local. Richard Coleman debutó como solista con Siberia Country Club. Daniel Melero regresó brillantemente con Supernatural. Y Dancing Mood presentó una obra colosal, Non Stop, triple que revisita lo mejor del ska y el rocksteady, además de piezas de jazz, blues y composiciones propias. Para que no parezca que el rock es sólo cosa de hombres, Mavi Díaz (Viuda e Hijas de Roque Enroll) grabó Sonqoy; Celeste Carballo presentó Mujer de piedra; Fabiana Cantilo publicó Ahora, un nuevo disco de canciones propias, e Hilda Lizarazu, Futuro imperfecto.

La cosecha más joven tuvo un ligero impacto crossover con Tan Biónica (Obsesionario) y Dread Mar I presentando por todas partes su disco Vivi en do. Pero lo nuevo tuvo en el under su espacio de excelencia: deformidades como Olfa Meocorde, del grupo de igual nombre; a, de los platenses normA; La Gallina, del trío de rock con violín Fútbol; sutilezas como Songs for an Imaginary Film, de Les Mentettes, o El extranjero, de Nikita Nipone; y rarezas como los Súper Grandes Exitos de Los Animalitos. Además, el entramado de músicos amigos de Valle de Muñecas, Pez, Acorazado Potemkin y El Siempreterno (los hermanos Mariano “Manza” y Luciano Esaín; Ariel Minimal; Juan Pablo Fernández y Federico Ghazarossian, y Sergio Rotman) presentaron en sus discos y proyectos La autopista corre del océano hasta el amanecer, Mugre, Volviendo a las cavernas y El Siempreterno, un rock remozado, energético y emocionante.

La máquina de cortar chorizos

La industria discográfica internacional continuó su lógica reciente con reediciones y remasterizaciones. De Jimi Hendrix apareció West Coast Seattle Boy, antología que poco agrega a la notable carrera del guitarrista. De Queen se reeditó su obra remasterizada y lo mismo ocurrió con Pink Floyd. AC/DC sacó rédito de sus actuaciones en el Monumental con el CD/DVD Live At River Plate, y hubo reediciones de Los Rolling Stones (Some Girls). Mick Jagger, justamente, encabezó el supergrupo del año: Superheavy, junto a Joss Stone, A. R. Rahman, Dave Stewart y Damian Marley. Su disco fue más simpático que bueno, pero vendieron millones. El otro gran combinado fue el que armaron Lou Reed y Metallica para Lulu, que está lejos de lo mejor de sus discografías individuales, pero no deja de ser una obra notable. Y The Beatles siempre son noticia: Ringo Starr actuó en el Luna Park, George Harrison fue recuperado por Martin Scorsese en una película a diez años de su muerte, John Lennon fue homenajeado y remasterizado y Paul McCartney continuó su gran gira. Por cierto, Página/12 publicó el DVD de Paul Live in Halifax. Tom Waits, por su parte, tuvo un gesto de dignidad añosa con Bad as Me, otro discazo de este año.

Entre los grandes lanzamientos, las bandas de mediana edad coparon la parada. Hot Sauce Commi-ttee Part Two (Beastie Boys), Wasting Light (Foo Fighters, que publicó un brillante DVD), Let England Shake (PJ Harvey), The King of Limbs (Radiohead), Ukulele Songs (Eddie Vedder), Noel Gallagher’s High Flying Birds (del ex Oasis, que publicó mejor música que sus ex compañeros Beady Eye en Different Gear, Still Speeding) y Biophilia (Björk) estuvieron entre lo más destacado. R.E.M. dio una obra nueva (Collapse into Now) y un compilado-despedida tras treinta años. Sobre lo alternativo, Thurston Moore (Sonic Youth) y Stephen Malkmus (Pavement) se cortaron solos en Demolished Toughts y Mirror Traffic. En tanto que The Strokes (Angles), The Kills (Blood Pressures), Kasabian (Velociraptor), Arctic Monkeys (Suck it and See) y Kaiser Chiefs (The Future is Medieval, que permitieron armar a sus fanáticos a gusto y piacere a través de su sitio web) descollaron entre los de las bandas más jóvenes. Coldplay aburrió con Mylo Xyloto y Prince se hastió y dejará de hacer discos.

Lo más memorable entre las visitas internacionales estuvo entre U2 y Pearl Jam en La Plata (donde también pasaron Aerosmith, Guns n’ Roses y Britney Spears), The Flaming Lips en el Quilmes Rock, en GEBA; Sonic Youth y The Strokes en el mismo lugar, pero para el Personal Fest, y LCD Soundsystem, en su despedida en Groove. A menor escala, Black Rebel Motorcycle Club y Jon Spencer Blues Explosion estallaron Niceto Club. Pero también fue un año notable para las huestes metaleras, con shows de Alice Cooper, Judas Priest, Ozzy Osbourne, Iron Maiden, Motörhead y Mötley Crüe. Mike Patton vino, vio y venció con Faith No More y Mondo Cane, pero lo más notable del calendario internacional fue aportado por artistas regionales: los boricuas Calle 13 estuvieron en el Cosquín Rock, el Luna Park y GEBA, y los uruguayos No Te Va Gustar hicieron cuatro Lunas y un GEBA.