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lunes, 26 de diciembre de 2011

CIRO Y LOS PERSAS Y SU VIAJE AL CENTRO DE LA LUNA.




Las canciones viajan en nave espacial

Con el escenario situado en el centro del Luna Park y una puesta ambiciosa, Andrés Ciro puso sus canciones al servicio de una fantasía situada en el año 2727, con Argentina como potencia.

 Por Mariano Domino

Una tripulación de músicos especialmente entrenados, en trajes color naranja, llega a la Luna a bordo del Pulqui 300 con la imagen del General San Martín como mascarón de proa. Deben cumplir una misión fundamental para la historia de la humanidad, averiguar la existencia de agua, ya que el Riachuelo es la única reserva natural remanente en la Tierra. Apenas alunizan, el equipo lleva a cabo un acto patriótico; caminan hasta la bandera estadounidense y, en su lugar, colocan la argentina como insignia. La instantánea bien podría formar parte de un informe futurista del noticiero Sucesos Argentinos, pero es la propuesta visual de Ciro y los Persas, Viaje al centro de la Luna, en la que en el año 2727 Argentina es potencia mundial.

A mitad de camino entre las asombrosas premoniciones espaciales de Capitán Escarlata y el surrealismo nac&pop de Hijitus, la puesta en escena del show y la estructura temática que enhebra los temas encuentran una síntesis conceptual comparable con los grandes relatos que proponían las óperas rock de fines de los ’60 (Tommy, The Wall), pero traducido a un público que privilegia el vértigo de la canción a los preciosismos esteticistas. El viaje de Ciro y los Persas se traduce en un show maratónico de casi tres horas y media, en el que se incluye un cohete que sube y baja, rotación permanente de los músicos y sus instrumentos –el escenario está instalado en el centro del Luna–, bailarinas en la altura, desapariciones de la banda hacia abajo, entrada y salida de invitados y cambios de vestuario. Tanta pomposidad torna muchos de los pasajes un tanto pretenciosos, sobre todo aquellos en donde abundan los diálogos guionados entre los integrantes de la banda y cuya extensión obliga a un cierto ajuste de los tiempos para futuras presentaciones (este ciclo, que comenzó el viernes, cierra esta noche). En definitiva, se trata de un recital y los chicos sólo quieren rock.

Claro que en el centro de la inusual parafernalia está la banda con Ciro Martínez que, como líder inequívoco, arriero de años con la mirada siempre clavada en su público, se retuerce y contonea como un borracho a punto de volcar, suelta su voz monocorde pero bien definida, casi como que tartamudea, imprime su marca registrada de años cuando repite algunas líneas hasta desgastarlas y arenga en todo momento. Cuando se asocia con Juan Abalos, guitarrista, aliado predilecto y pieza fundamental por su nervio rockero, es señal de que los Persas están fabricando un hit caliente y están logrando un clímax con su gente (“Banda de Garaje”, “Antes y después”, “Cancheros”). Cuando se lo permite, Abalos aporta también lo suyo con los solos (“El Viejo”, “Blues del Gato Sarnoso”), demuestra cierta psicodelia cósmica (“Quemado”), y las bondades de las canciones pegadizas (“Vas a Bailar”, “Insisto”). En menor medida, el otro partenaire de Ciro, contrapeso emocional por esa impronta brasileña del tudo joia que dejan en claro cada vez que pueden es Marcos Bastos, bajista, encargado de aportarle cadencia y swing a la banda, sobre todo en los pasajes lo-fi donde el clima es lo que importa (“Paso a Paso”, “Servidor”). Por momentos, el resto de la banda se convierte en un auxilio todoterreno: se aglutina en torno de la voz para apuntalarla, sostiene y prolonga los solos generando más y mejores climas y complementan los momentos de histrionismo y actuación de Ciro. El colorido aporte de los tres vientos –ni ellos se salvan de acabar disfrazados como Batman, Superman y El Zorro– le da cierto oxígeno a la banda, ensanchando sus posibilidades musicales. Y como los logros presentes tienen sentido porque se apoyan en un pasado con sabor a clásico, la banda toda alcanza la gloria cuando repite hits piojosos como “Labios de seda”, “Ruleta”, “Pacífico”, “Babilonia” y “Farolito”.

A la par de su ambición teatral, el show contó con una dispar serie de invitados. Entre la primera mitad de los temas y encarnando el papel de una maga de la tercera dimensión que ayuda a resucitar a Ciro –sí, Ciro también muere– ofrece su colaboración la costarricense Deborah Dixon, cuya voz refuerza cierto registro blusero que los Persas también saben recrear (“Blues de la ventana”). Pero es sin dudas Omar Mollo quien logra insuflar ese perfil tanguero cultivado ya desde la génesis de Los Piojos, para el dúo de “Tango del Diablo”, compuesto por Ciro y musicalizado por Charly García. Y hasta hubo tiempo para una presencia más: Cabito, disfrazado de Darth Vader, logró exacerbar aún más esa marca de espectáculo surrealista. Misión cumplida y todos a casa luego de un viaje con altibajos, pero con clamor de bises y una disfrutable sensación de tiempo suspendido.

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