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jueves, 31 de marzo de 2011

ENTREVISTA CON U2, ANTES DE LOS SHOWS EN LA PLATA






“Eramos amigos antes de tener una banda”

“Hacemos esto para buscar química, para salir de la entrevista de quince minutos”, explica la banda este atípico contacto directo, que permite pasearse por varios temas sin acartonamiento.







Por Eduardo Fabregat

De pronto, la callecita de Palermo hierve, los autos frenan en seco, una cabeza se asoma por la ventanilla y se le dibuja la incredulidad. ¿Pero ése no es...? ¿Y ése no es...? A medida que Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton desfilan rumbo a sus autos, la mandíbula del conductor se desencaja más y más, manotea el celular para conseguir la instantánea pero no llega, los cuatro tipos ya están yéndose. Sí, sabe que U2 está en Buenos Aires. Pero jamás hubiera imaginado que los iba a tener tan cerca.

Hay que decir las cosas como son: el cronista tampoco. El show business de los últimos tiempos no es muy pródigo en contactos directos, y menos aún cuando se trata de leyendas como el cuarteto irlandés. El mero hecho de que se trate de esa banda y del 360º Tour alcanzó para atiborrar tres funciones en el Estadio Unico de La Plata, mañana, el viernes y el sábado. No puede decirse que U2 necesite hacer promoción, perder con los periodistas tiempo que pueden invertir en paseos por la ciudad otoñal. Pero la consigna fue otra. En la movida que empezó a gestarse el jueves pasado, la propuesta de la banda fue compartir un almuerzo relajado con sólo cinco periodistas. No poner en marcha un operativo publicitario, una rueda de prensa: charlar, alimentarse y alimentar la sobremesa con un diálogo y no con la esgrima verbal, el acartonamiento de yo pregunto-usted responde que a veces aqueja a la entrevista con estrellas internacionales. Un almuerzo con cuatro tipos que llevan juntos más de 30 años, y no parecen haber perdido ni un ápice de la pasión necesaria para salir a la ruta.

“Hacemos esto para buscar una química, para salir de esa cosa de la entrevista de quince minutos, para entender cómo se dan las cosas”, dirá Bono sin abandonar la ensalada y la “emergency beer” que combate la resaca de su salida la noche anterior. “Nos gusta salir de esa mecánica, estar menos autoconscientes de lo que decimos y cómo lo decimos. Hay algo horrible en eso de la estrella de rock sola en su habitación de hotel, que responde de acuerdo con la calidad del room service, le preguntan por Rusia y dice ‘bueno, Rusia... no estoy muy seguro’. ¿Y por qué? ‘Bueno, ¡¡porque me sirvieron fríos los huevos!!’.” En las dos horas largas de conversación, la mesa estallará en carcajadas varias veces: uno de los momentos de auténtica diversión, sin fronteras entre periodistas y rock stars, es cuando toda la mesa imagina a U2 volviendo a la vida hogareña tras una larga gira. Eso que sucederá en julio, cuando el 360º liquide su recorrido en Estados Unidos: “Es bueno tener dónde volver, pero es cierto que es difícil”, arranca The Edge, y Bono comenta que es “como un rehab, acostumbrarse a estar en casa sin subirte a la mesa para cantar...; ¡lo peor que me sucedió fue meterme al asiento trasero de mi propio auto!”. De allí a imitar al cantante gritando “Helllooooo family!!! How are you tonight???’” hay un paso, y otra vuelta de risas.

El concierto que hará temblar La Plata, claro, ocupa el comienzo del diálogo. Bono intenta replicar el momento en que explicó su idea de The Claw a los diseñadores de escenario con unos tenedores; fracasa, se rinde y alega que “es peligroso estar en una banda de rock, porque les salís con estas cosas y te hacen caso..., de todos modos hay un punto en el que esa estructura enorme tiende a desaparecer, y lo que realmente importa es este power trío tocando”. De hecho, el gigantismo del escenario contrasta con un hecho que ya podía apreciarse en el Vertigo Tour: en esa enormidad, los cuatro músicos están siempre cerca, rara vez pierden el contacto visual. Edge admite que es uno de los ingredientes necesarios para que la química funcione, Bono señala que el diseño “no deja de ser un regreso a un formato clásico del rock and roll: si ves a The Beatles en el Shea Stadium, están tocando en un escenario en el medio, con toda la gente alrededor”.

–Sí, pero con The Beatles no se escuchaba un carajo –apunta el manager Paul McGuinness, que se dio el lujo de ver a los Cuatro de Liverpool en un cine de Bournemouth en 1964.

–Y este show está diseñado para que hasta el tipo de la última fila vea y escuche bien –dice Bono.

Amistades genuinas

Alrededor de la mesa y a pesar del atípico clima, no deja de comprobarse cierto juego de roles. Bono pasea por temas tan diversos como la planificación urbana, el show de The Clash y The Who que le voló la cabeza o las inolvidables noches en la mansión Sinatra y los diferentes significados que puede adoptar la frase “I did it my way”. De hablar pausado y metódico, The Edge puede extenderse en una apasionante explicación de cómo se comporta el sonido analógico en contraste con lo digital. Con una sonrisa cortés, Clayton sigue atentamente la charla, pero casi no interviene. Larry Mullen sí lo hace, pero en un tono que apenas se escucha al otro lado de la mesa: sólo después, a la hora de la despedida, habrá oportunidad de que señale al cronista que “a pesar de que somos una banda con muchos años y todo eso, para nosotros es importante hacer tres fechas acá. Y deberíamos haber tomado la decisión de hacer esta clase de encuentros antes, porque es mucho más disfrutable. Divertido, de verdad”.

“¿Cómo se hace para, en una gira como ésta, subirse al escenario cada noche sin que se note si están bien o mal, cansados, de mal humor?”, pregunta alguien, y el guitarrista no tiene dudas: “Como instrumentista, en cada concierto apunto a perderme en la música. Ese momento es así: ni siquiera pensás en vos, en el antes y el después del concierto. Sólo pensás en las canciones, en la banda. Si te podés dejar llevar, listo”. Buena ocasión para que Bono recuerde las cosas que le disparó ver a los Clash, el contraste que eso significó con una época en la que “las estrellas de rock dejaron de ser personas..., los músicos eran vistos como alguien del espacio exterior, que se materializaba en el concierto. No conectaban con el público: si estaban de buen humor hacían un buen show, si estaban de mal humor hacían uno horrible. Bandas como The Clash cambiaron eso, vinieron a recordar que el rock and roll tiene que ver con el sentimiento, y con la idea de poder cambiar las cosas”. El cantante también recordará que en esos cambios de paradigma, el segundo disco de U2 hizo arquear muchas cejas: “Podías escribir de cualquier cosa, podías escribir de pegarle a tu madre si querías, pero no sobre religión. ¡Estaba prohibido! La gente negra, o Bob Dylan, podían hacer eso, pero para el rock and roll blanco eso era impensable. Tuvimos la suerte de estar en Island, donde Chris Blackwell decía ‘OK, como Marvin Gaye, como Bob Marley, pero blancos’...”

El tiempo transcurrido desde entonces, claro, amerita un racconto y una búsqueda de razones para el hecho de que aquí estén, tres décadas después, en un coqueto hotel de Palermo, consumiendo la espera de tres conciertos multitudinarios. “Eramos amigos antes de tener una banda”, señala Edge. “La amistad es importante, y la nuestra es una amistad genuina..., muchas veces estamos en reuniones, en Los Angeles o Nueva York, donde hay mucha gente y la pasamos bien, pero al final de la noche descubrimos que estamos otra vez charlando nosotros cuatro.”

–Edge, no entiendo, ¿por qué no querés hablar con Penélope Cruz? –señala Bono entre risas.

Brindis

Contra lo que podría pensarse dado su personaje público, Bono no se extiende demasiado en temas políticos. Los toca, sí, y cuenta que invitaron a las Madres de Plaza de Mayo para los shows, pregunta si hay un monumento a los desaparecidos, indaga sobre la política de derechos humanos del Gobierno y se interesa especialmente en el potente sentido de las palabras “Nunca Más”. Traerá sobre la mesa la fuerte carga que supuso en Irlanda el pedido de disculpas de Cameron por la masacre del Bloody Sunday, y la investigación balística que permitió aclarar unas cuantas cosas sobre el hecho: el relato de esa pericia permite volver sobre masacres conocidas aquí, sobre el trabajo del Equipo de Antropología Forense, y habrá coincidencia general en el alivio que supone para los familiares de víctimas conocer el destino, aun horrendo, de sus seres queridos.

Y mientras las copas y platos se vacían y aun con el peso de ciertos temas, resulta que Bono, Edge, Clayton y Mullen tienen razón: a pesar de ser estrellas planetarias, de la cantidad de discos vendidos y la cantidad de shows para centenares de miles de personas, U2 puede despojarse de la autoconciencia y tener simplemente un almuerzo con personas acostumbradas a un juego a veces demasiado previsible. Y el brindis tiene un gusto inolvidable.

Esperando en carpa












Tras el impresionante show ante más de 70 mil personas que entregó el viernes en Santiago, Chile, donde evocó a Violeta Parra y a Víctor Jara, el cuarteto desembarcará mañana en La Plata. “With or without you”, “Moment of surrender”, “One”, “Beautiful Day”, “I Will Follow”, “Pride” y “Mother of the disappeared” son algunas de las casi treinta canciones que la banda tocó en Chile y repetirá durante los tres multitudinarios shows en el Estadio Unico de La Plata, con algunas variaciones entre noche y noche. El fervor ya se siente en las inmediaciones del renovado estadio de la capital provincial: en uno de sus accesos un grupo de fanáticos se instaló con carpas y bolsas de dormir para conseguir una mejor ubicación en el campo. Ayer ya era un centenar de personas llegadas de varios puntos del país e incluso de países vecinos, como Uruguay: “Deberíamos acercarles unas pizzas”, comentó Bono en el almuerzo. Puertas adentro, cerca de 1200 personas trabajan en el armado del espectacular escenario, con una estructura de acero de 480 toneladas y 46 metros de altura. La puesta, que permitirá disfrutar del concierto desde cualquier ubicación, cuenta con un sistema de video cilíndrico intercalado con enormes paneles de pantallas LED, 198 máquinas móviles de iluminación y 47 máquinas de humo. Después de que las 2000 plazas de hoteles se agotaran, 243 familias platenses se inscribieron en un registro municipal para acoger a los turistas.


lunes, 28 de marzo de 2011

KIM WILSON: ENTREVISTA




KIM WILSON:El verdadero "bluesman"

Con más de 40 años de carrera, el armonicista realizará su primera gira por Sudamérica y tocará en el país el 7 de abril.








Por: ALUMINÉ CABRERA

Si hace más de 40 años que toca, lo primero que hay que recriminarle a Kim Wilson es porqué recién ahora vendrá a Argentina a deleitar(nos) con su música.

Lo segundo es no perderse el 7 de abril la velada en la que este armonicista estadounidense volcará su trayectoria blusera al son de lo que él denomina "el saxofón de los pobres".

Nacido hace 60 años en Detroit, Michigan y crecido en Los Angeles, Wilson comenzó su carrera a los 17 con una armónica "barata" como él mismo cuenta.

Pocos años después, ya consagrado, tocaba con Eric Clapton, Muddy Waters y Santana, entre otros, además de formar The Fabulous Thunderbirds.

¿En qué momento te diste cuenta de que querías tocar blues y cómo fue la elección de la armónica como instrumento?
_Era un niño cuando empecé a investigar con el trombón y la guitarra y cuando tenía 17 y a todos mis amigos les gustaba el blues, empecé con la armónica que es el instrumento que más se adaptó a mis necesidades. En realidad se trata del saxofón de los pobres. En Nueva York, hace mucho tiempo todos esos grupos que tocaban la armónica no podían comprarse un saxo, ese era el motivo por el cual tocaban armónicas. Y lo convirtieron en un gran instrumento. Lo que me llamó la atención del blues es que hay una pasión impresionante. Había algo como una especie de drama en esa música de la que realmente disfruto, y por supuesto, un montón de diferentes variaciones. Eso fue lo que me atrajo. De hecho estoy más involucrado ahora de lo que estaba antes.

En nuestro país el blues no es tan popular como lo es el rock, por ejemplo. ¿Cómo es en el resto del mundo?
_El blues está en peligro de extinción, porque la gente no se está convirtiendo en músicos. Simplemente se quieren subir a un micro y salir de gira, después de tocar por 3 meses. Y las cosas no son así. Es una habilidad, es un aprendizaje que toma muchos años antes de tener el derecho de llamarte a vos mismo un verdadero bluesman.

The Fabulous Thunderbirds , esa gran banda que formaste en 1974, sacó su último disco en 2005. ¿Se disolvió o podrían volver?
_Seguimos tocando y de hecho estoy grabando un nuevo disco con ellos en Austin, Texas, en estos momentos. Seguimos tocando en festivales y a nuestro regreso de Sudamérica vamos a hacer una gira por Europa.

¿Qué sabés de Argentina? ¿Qué esperás hacer acá además de presentar tu show?
_Estoy muy emocionado, escuché un montón de cosas buenísimas del país. No tengo realmente alguna expectativa, espero que a la gente le guste. En cuanto a viajar a Argentina, me encanta la idea por un montón de razones. Una de las cosas hermosas acerca de tocar en países hispánicos es que ustedes tienen músicos con un montón de tradición, se puede generalizar sobre ustedes de forma muy positiva. Quiero cultivar y tener una audiencia hispánica más grande. ¡Y qué mejor lugar para hacerlo, que donde todo el mundo es hispano! Realmente no tengo una gran idea de lo que sucede en Buenos Aires, pero me imagino que debe haber mucha gente tocando en las calles, un montón de cosas que son "underground", que no están al alcance de todos.

¿Qué podés decir de Billy Flynn, el guitarrista que te acompaña?
_Conozco a Billy desde hace más de 25 años y he tocado con él de manera regular por los últimos 10 ó 15. Es uno de esos tipos que puede hacer cualquier cosa, puede hacer que cualquier músico en la banda suene mejor, incluyéndome a mí. Nunca lo podés desconcentrar de lo que está haciendo, tiene un montón de influencias musicales, no solamente el blues, un montón de cosas diferentes. ¡Este tipo puede tocar cualquier cosa! Tengo el más alto respeto por Billy Flynn como músico, y como persona es un tipo maravilloso. Es un músico excelente y realmente quiero que la gente lo conozca. Voy a sorprender a un montón de gente con Billy.

KIM WILSON: Armónica, vas a llorar
















El armoniquista fue un “protegido” del gran Muddy Waters, tocó con Eric Clapton, Carlos Santana y B. B. King y formó The Fabulous Thunderbirds junto a Jimmy Vaughan.


Por Cristian Vitale

Kim Wilson cuenta un pasaje fuerte de su vida. Promediaban los ’70, era joven, tenía que tocar y había faltado el baterista de su banda. Entonces recurrió a Willie “Big Eyes” Smith, que ocupaba ese lugar en la tardía agrupación de Muddy Waters. “Después del show subí las escaleras, me fui al backstage y ahí estaba el viejo Muddy. Yo lo llamaba Pops y él no me miraba, estaba sentado ahí, con un par de chicas alrededor, tenía su champagne Piper en un cubo. Lo saludé: ‘Hey, Pops, ¿cómo estás?’. Y él murmuró algo por lo bajo. Le volví a preguntar: ‘¿Cuál es el problema, te pregunté cómo estabas?’. Y volvió a murmurar por debajo de su aliento. Entonces me di cuenta y le dije: ‘Oh, man, ¿no estarás enojado porque usé a Willie, no?’. El levantó la mirada y me dijo ‘go fuck yourself’”, se ríe, con la memoria precisa, selectiva e intacta. Para la jerga blusera, esa frase significa que ya estás adentro, que sos uno de ellos, un amigo. “A Buddy Guy le encantó tanto esta historia que hizo una púa con su nombre de un lado y del otro ‘go fuck yourself’”, vuelve Kim, nutrido de la mística blusera que sella su vida.

Kim Wilson es un armoniquista de blues. Nació en Detroit, es pelado, blanco y ex alcohólico, y vive en un sitio que no piensa abandonar jamás: California. Hoy lidera una exquisita agrupación del género llamada Blues All Stars, con la que se presentará este jueves en La Trastienda, pero arrastra una historia –humana y artística– jugosa e increíble, que acoda en la barra imperecedera del género. Fue creador, junto a Jimmie Vaughan, de The Fabulous Thunderbirds en Texas, a mediados de los ’70; aprendió los secretos del instrumento improvisando sobre los discos de Little Walter, Slim Harpo y James Cotton, o curtiendo face to face con George Smith y Luther Tucker. Lleva 11 discos grabados con The Fabulous, seis como solista e infinitas colaboraciones para Eric Clapton, Carlos Santana, Paul Simon, B. B. King y Albert Collins. Y Rod Stewart acaba de convocarlo para su próximo disco. Pero su máxima musa, claro, es Muddy Waters. “Cuando era joven, él solía llamarme, nos sentábamos juntos y me enseñaba un montón de cosas”, recuerda.

–¿Qué, además de haberlo ungido con aquella frase iniciática?

–Fundamentalmente palabras de ánimo, porque no podés esperar que un chico avance cuando lo criticás. Darle coraje es todo. No necesitás ser genial para que alguien te dé ánimo. Sin dudas, yo no era bueno en esa época, pero él veía que amaba la música y a veces decía cosas que tal vez no eran verdad, como cuán bueno era, o algo parecido (risas). Eso no era verdad, pero yo tenía el deseo de ser un gran músico. Muddy dijo un montón de cosas sobre mí en los periódicos, divulgó palabras sobre mi persona, me hizo conocido, y era algo que me volaba la cabeza. Muddy me enseñó un montón de lecciones, era como que te mantenía a prueba (se ríe). No dejaba que tu ego se desbalanceara demasiado, podía decir algo genial acerca de vos y después podía llegar a decirte algo más, como si quisiera instigar algo. Era como un gran adolescente, un tipo que solía hacer un montón de bromas.

Es la primera vez que el experimentado armoniquista pisa suelo argentino. Llega acompañado por Billy Flynn, guitarrista emblema del blues de Chicago, y los Blues All Stars, una de sus bandas actuales. “Todo el mundo me dice que me voy a querer mudar allá”, dice al teléfono, desde algún lugar de California. “Y la verdad es que estoy muy emocionado... Escuché un montón de cosas buenísimas de ese país. Simplemente haremos como usualmente hago aquí: voy a arrancar un tema y veré qué pasa (risas). Por lo general, antes de la canción doy alguna instrucción, como cuán tradicional quiero ser, o si quiero hacer algo tipo B. B. King en Sí bemol, 1, 2, 3... O tener un walking bass, o lo que sea. Pero generalmente no les hago demasiadas demandas a los músicos con los que toco, simplemente veo qué sucede. Vamos a salir a matar a todos”, avisa.

Entre las razones de su entusiasmo, Kim fija como base la impronta hispánica, la tradición. Dice que la mejor música de California la escucha cuando sintoniza las radios hispanas, que los hispanos tienen el blues “metido en el alma” y que los primeros yeites los aprendió de un compañero de preescolar. “Su apellido era Silva”, se ríe. “Ustedes tienen una cultura muy musical y eso realmente me emociona, porque eso es lo que quiero cultivar. Quiero tener una audiencia hispánica más grande. ¡Y qué mejor lugar para hacerlo que donde todo el mundo es hispano! Rick Estrin, el armoniquista de los Nightcats, estuvo de gira hace unos años por allá y me dio material de Hugo Díaz, lo tengo en mi computadora, es un gran armoniquista. ¡Dios mío, toca cosas salvajes! Puede tocar cualquier cosa, tengo 23 canciones de él, es increíble, amo lo que hace este tipo.”

–Santiagueño, para más datos... Pero, ¿cuáles han sido sus principales referentes en el instrumento?

–El primero debe ser Little Walter, por supuesto, porque era simplemente un genio, muy impredecible, muchos sonidos diferentes, podía ir al estudio, arrancar con algo y seguir con eso, y podés darte cuenta de que no se peleaba con nada, y por supuesto sus líneas melódicas y su libertad musical eran increíbles. Sonny Boy Williamson tiene tal vez los mejores discos de la historia, por la forma en que contaba las historias, su voz y su estilo en la armónica. Y, por supuesto, Sonny Boy también te sorprendía con algunas cosas locas que no te esperabas. James Cotton tiene un sonido increíble, es muy creativo en la forma en la que presenta la música. El primer disco de Cotton en el sello Verve es como el plano arquitectónico para mi filosofía musical. Tiene muchas cosas desde donde lo mires: además de ser uno de los mejores armoniquistas de la historia, es un gran cantante; puede cantar cosas tan diferentes como “Sweet Sixteen”, “Knock on Wood”, “Off The Wall” o “Don’t Start Me Talking”... ¡todas en un solo disco! Y eso para mí fue una especie de confirmación de que estaba bien poner toda esa música junta.

–¿Sigue siendo Chicago La Meca del blues?

–Por supuesto, ¿por qué no? Si las paredes de las calles de Chicago pudieran hablar... Todo el mundo ha muerto... Bueno, Buddy Guy todavía está por ahí, Jody Williams también, Billy Boy Arnold también está dando vueltas. El es otra gran influencia para mí. Igualmente, no quedan muchos. Se puede ir a Memphis y decir exactamente lo mismo. Se puede ir a Nueva Orleans. O incluso en Los Angeles, porque muchas de las grandes grabaciones del blues se hicieron allí. Pero Chicago siempre va a tener ese lugar en el corazón, incluso cuando ahora no pasen demasiadas cosas. Hace que la vida sea un poco más difícil el hecho de no poder salir y ver a esa gente y escuchar esa música. Es como que casi debés crearte tu propia escena musical, y eso de alguna manera es lo que hacemos.

sábado, 26 de marzo de 2011

EL HIP HOP DE MALA RODRIGUEZ






La voz más fuerte del hip-hop hispano llega por segunda vez a la Argentina. Género desgarrado, maternidad a flor de piel, la Mala presenta Lujo ibérico y dice: “Mujeres trabajadoras hubo siempre”.







Por Juan Barberis

Sí, La Mala Rodríguez está al teléfono; pero no, acá no escupe ni un poco; eso queda para sus canciones. Ahora ella es tan sólo María, esta gaditana de treinta y dos años criada en Sevilla que una vez editó un disco de nombre Lujo ibérico y que a partir de ahí tuvo que ver cómo su vida se transformaba en algo más parecido a la de una estrella que a la de esa adolescente con buena cintura para las rimas y jeta de hierro para aguantarlas sobre un escenario. Ahora, desde su residencia en Barcelona, María se deja oír sólida, pero sin disfraz: habla dulce, serena y suelta sobre cosas como “estoy dispuesta a entregarme al público de Buenos Aires, estaré con los brazos abiertos, quiero conectar con ustedes”. Y así, todo con ese tono capaz de lograrlo todo, manipuladora y convincente. Una verdadera luchadora en reposo.

El año pasado, para La Mala las cosas no marcharon nada mal. Dirty Bailarina, su última apuesta discográfica –el cuarto disco de su carrera, después del exitoso Malamarismo, de 2007–, fue un juego osado que contó con la producción de Focus (hombre detrás de nombres como Beyoncé, Jennifer López y Christina Aguilera) y que la llevó a revolcarse por lugares inéditos en su historial, arrimándose hasta el electro-pop y el house. Un material en donde, con esa oscuridad tan cautivadora como sensual, además de todo, habla de amor. “Para mí, Dirty Bailarina representa un paso hacia la conciencia, el querer compartir cosas realmente importantes con los demás, tomar en serio muchos aspectos de la vida de uno, y por consiguiente de la vida del resto, y no sé... creo que cada verso de este disco tiene un peso y un valor muy rico.”

Todo esto tiene sentido si nos acordamos de que hoy La Mala también es María, madre de dos hijos, mujer de casa, artista con altos conocimientos en papillas y desengrasantes. Ya lejos de los shows pirotécnicos y el bardeo escénico. Lejos de esas noches extremas que la mostraban justiciera, por ejemplo, reventándole los dientes de un microfonazo a un tío del público que se pasó de listo. Es que hoy La Mala está distinta. “Ser madre te pone a prueba”, asegura ella. “Uno debe educarse a sí mismo, estudiar, obtener información para poder enseñarles algo, ¿vale? Todos necesitamos tener un guía, un maestro que nos diga ‘es por aquí’. Al igual que no soporto que haya gente que tiene hijos sin recapacitar lo que eso supone, pues tampoco soporto a esa gente que se compra un perrito y lo tiene como un objeto. Es conciencia lo que nos falta, y eso es lo más importante a la hora de ser madre.”

Con una protagonista ficticia, una heroína de lengua ágil y piernas largas, Dirty Bailarina es la fórmula pensada por La Mala para encarnarse en la piel de este personaje de diseño y a partir de ahí contar su propia vida, de miedos y seguridades. Algo así como el juego de rol de María, que ama interpretar otros papeles, que ha incursionado hasta en el cine –con una co-producción entre España y Estados Unidos a estrenarse próximamente–, y que poco sabe acerca de eso de quedarse quieta.

“En este momento estoy aprendiendo standards de jazz”, dice sin sorpresa. “Lo paso muy bien escribiendo, componiendo cada día. Dedico mucho tiempo a leer y a escribir. Y ya estoy preparando nuevas canciones para un proyecto que se titula El tren de la bruja. Simplemente trabajo con gente que siempre está creativa, que hace música sin parar, y de un tiempo hasta aquí, pues, tenemos un montón de canciones. Estamos grabando maquetas y maquetas y maquetas. No se cuándo lo voy a publicar, pero de momento estoy disfrutando como una mona: haciendo canciones, saliendo a viajar, descubriendo cosas nuevas como artista y siempre creando.”

Pero aunque las cosas estén cambiando en el repertorio de Rodríguez, algo menos combativa, mucho más tajante, de frente a velocidad Scania, ella siempre se las arregla para hacerse oír y dejar en claro su punto. Y esta vez, pocos días después de los festejos por el Día de la Mujer, lo hace de nuevo. “No me considero una defensora de la mujer, me considero una defensora del humano. No me gusta hacer distinciones de sexo, ni de razas. Creo que es importante que empecemos a sentirnos uno, hombres, mujeres, y no sé... gitanos y polacos; somos lo mismo. En el fondo a todos nos hace reír lo mismo, lloramos con lo mismo, y eso es lo que más hay que potenciar. Creo que los problemas que tienen las mujeres son consecuencia de los actos de todos como humanos, ¿verdad? Y el Día de la Mujer Trabajadora es como una obviedad tan grande... ¿Desde cuándo? Si mujeres trabajadoras hubo siempre. Todos tenemos que trabajar, es lo que nos mueve. Lo bonito es eso: que todos seguimos luchando y buscando algo que nos haga sentir mejor.”

–¿Realmente decís todo lo que pensás?

–Yo no creo que expulse todo lo que pienso, eso me parece algo de muy mala educación. Hay veces que te encuentras con la clásica persona que dice: “¡Es que yo digo todo lo que siento!”. Pues mira, mejor ahórrate algo, porque estás haciendo un poco de daño a la gente. Yo creo que hay que elegir muy bien las batallas y escoger con cuidado las palabras. Pero claro, esto se aprende poquito a poco.

–Cuando en una de tus nuevas canciones decís eso de “me parieron fuerte, me criaron fuerte”... ¿A qué te referís?

–Una persona que lo tiene todo desde que nace no va a valorar igual que alguien que trabaja por conseguir cada pequeña cosa en su vida. Eso para mí es criar gente fuerte. Los mimos a veces se confunden con otra cosa, ¿verdad? No creo que sea positivo del todo el mimar, el darlo todo. Creo que hay que saber pelear por las cosas, trabajar, esforzarse... Esas son cosas que se aprenden cuando uno no tiene excesivos bienes. Y eso es bueno.

–¿Cómo te relacionás con la fama y la exposición?

–Hay mucha gente en la tele famosísima, por tener un físico atractivo o por tener sexo con futbolistas. La fama es muy fácil, lo difícil es trabajar duro durante muchos años y tener el respeto de la gente que conoce tu trabajo.

–¿Y con todo el circo en el que está circunscripta la música?

–Trato de verle el lado positivo. Estoy poco realista igual... Creo que uno se construye. No sé, me siento una privilegiada, pa’ que me entiendas. En esta industria, yo me siento una privilegiada de poder hacer música y compartirla con el mundo. Que pueda actuar, viajar a muchos sitios y que mis palabras lleguen a otra gente, eso es algo alucinante. Por eso ya no veo nada negativo posible.

SYMPATHY FOR THE DEVIL, EL REGISTRO DE UNA GRABACION HISTORICA







Los Rolling Stones según Godard

El director francés filmó el proceso entero de creación de una de las canciones emblemáticas de la banda de Jagger y Richards. Las cámaras de Godard se pasearon por el estudio en una época particularmente fértil y caótica de los Stones.









Por Horacio Bernades

Que Godard filme a los Stones tal vez suene raro hoy en día, pero en los ’60 no lo era tanto. En plena etapa de cine político, recién lanzadas La chinoise y Week End, hacia fines de esa década el realizador de Sin aliento aterrizó en Londres, con la intención de hacer una película sobre el aborto. Abortada esa idea, Godard cambió bruscamente de ángulo y se puso en contacto con Los Beatles, que no manifestaron el menor interés en ponerse a sus órdenes. Alentados por la modelo y actriz Anita Pallenberg, miembro de su círculo más íntimo, los que dieron el sí a mediados del ’68 fueron los Stones. Jagger y los suyos pulían por entonces un tema nuevo, que iría a parar a Banquete de pordioseros y cuyo entero proceso de creación permitieron filmar a Godard. Se trataba, créase o no, de “Sympathy for the Devil”. La película resultante conoció dos títulos: el que le puso Godard, típicamente matemático (1 + 1 o One Plus One), y el del productor, ligeramente más marketinero: Sympathy for the Devil. Exhibida por primera vez en noviembre de 1968, un mes antes del lanzamiento de Beggar’s Banquet, con el título del mítico temazo circula ahora por aquí –donde la película jamás se estrenó– una impecable copia en DVD, lanzada por el sello Emerald un par de meses atrás.

Como quien talla un bloque de historia, Godard planta sus cámaras en el estudio y filma todo lo que ve. La estructura de bloques por paneles que divide el estudio de la Decca, por ejemplo. Estructura que, llamativamente, tiende a mantener a Charlie Watts, Bill Wyman y Brian Jones dentro de sus respectivas burbujas. Recuérdese: a sus problemas con las drogas, en ese último año de vida Jones le sumaba el hecho de que su flamante ex novia (Pallenberg) era ahora la novia de un compañero de grupo (Richards). Estado de fragilidad que seguramente explica que no siempre se lo vea participando de las sesiones. Apretando los labios, Watts se concentra en sus palillos, mientras a Wyman –pulóver rosa, pantalones rojos, botas al tono– se lo ve tan ausente o aburrido como siempre. Las cámaras de Godard se pasean por el estudio en travellings acompasados y majestuosos (parece como si fuera Max Ophuls el que filmara), captando los más mínimos detalles. Richards toca en patas, las cuerdas de la guitarra española de Jones sobresalen como pelos mal cortados, Jagger mira a cámara y pregunta: “Ça va?”.

Aportando a la documentación de la música del siglo XX uno de sus archivos más preciosos, la composición de “Sympathy for the Devil” pasa, con el espectador como testigo, de una primitiva versión acústica y sin percusión hasta (casi) la definitiva. Incluyendo los solos de Keith Richards y Nicky Hopkins, las congas, los grititos de Jagger y el uh-uh del coro, integrado por Stones & Friends (se divisa, entre otros, a Pallenberg y el productor musical Jimmy Miller). Unico y doloroso manchón, obra del productor (por algo Godard lo fajó y abandonó la sala, el día en que la película se presentó en el Festival de Londres), la idea de dejar oír, completo y en off, el corte final del tema, levantado del disco y sonando como paradójicamente incrustado. En manos de los hermanos Maysles o D. A. Pennebaker, 1 + 1 habría sido una sola: el registro directo de la grabación de un pedazo de historia musical. Para Godard, en cambio, nada nunca es sólo 1.

Además de una novela erótico-política que se lee en off (novela en la que el Papa desvirga a una chica y Marilyn va del brazo con el Che), el otro 1 son aquí varias series de fragmentos intersectados. Cuestión de inscribir lo que sucede en el estudio de la Decca en un marco de época, haciendo chocar, de paso, el documental con la representación y la alegoría política. En esos fragmentos Anne Wiazemsky (protagonista favorita de JLG en esa época) hace de Eva Democracia, unas chicas pintan consignas godardianas en las paredes (“Sovietnam”, “Cinemarxismo” y así), alguien lee Mi lucha en voz alta, Panteras Negras también leen en voz alta a LeRoi Jones (sin lectura en voz alta no habría Godard, ya se sabe), mientras acopian fusiles y ejecutan a chicas blancas. Parafraseando tal vez el final de El desprecio, lo último que se ve es la grúa que se levanta y se va, llevando el cuerpo asesinado de Eva Democracia, entre una bandera roja y una negra. Si Godard nunca sería el que es sin el factor metalingüístico, el Godard de esa época no existiría sin el gusto por la alegoría.

miércoles, 23 de marzo de 2011

MORCHEEBA DIO UN CONCIERTO EXCEPCIONAL EN EL ESTADIO LUNA PARK



Mucho más que la etiqueta del chill out

El regreso de Skye Edwards a la voz le devolvió a la agrupación inglesa el encanto que parecía perdido. Un puñado de canciones de su reciente Blood Like Lemonade y varios clásicos de su carrera le dieron cuerpo a un show en el que no faltó casi nada.



Por Matías Córdoba

A Morcheeba le pasó lo que le hubiera ocurrido a cualquier otro grupo de música mainstream: grabaron nueve discos, algunos más o menos exitosos, apabullaron con algunos hits, llenaron teatros, la prensa británica habló muy bien de ellos y, además, consiguieron sonar únicos y con una personalidad que los hizo diferentes en el mercado de la música popular europea. Aquí habían llegado a cuentagotas, de la mano de algunos clásicos sensuales y de un groove característico. En el kilómetro cero de la cuna brit pop, Morcheeba hizo todo lo contrario desde Londres (su primer disco data de 1996), y algunos los consideraron los “referentes de la música chill out”.

Hasta ahí todo marchaba bien, hasta que en 2005, Skye Edwards, su cantante, se fue del grupo para encarar una obra solista. El grupo siguió grabando, de la mano de Daisy Martey en las voces. Muy bien no les fue: el periodismo les dio la espalda y los dos discos que grabaron sin su cantante original (The Antidote y Dive Deep) pasaron sin pena ni gloria. “Siempre supimos que trabajaríamos nuevamente con Skye”, se lee hoy en un textual con la firma de Ross Godfrey, el guitarrista co-fundador del grupo.

Fue así, siete años después, que Edwards volvió a cantar en Morcheeba y lo hizo para Blood Like Lemonade, álbum publicado en 2010 y que posicionó al grupo nuevamente en el centro de la escena musical del soul y del pop. Con la formación original del grupo, el futuro tomó otro color: se vislumbró una gira promisoria luego de la salida del nuevo álbum y el ánimo de los integrantes viró casi 180º. Las diez canciones de Blood Like Lemonade desenterraron lo mejor que sabía hacer el grupo y lo volvieron a poner sobre la mesa donde se discuten las cosas importantes.

En un Luna Park a tope, lo que deja más de hora y media de recital es que el talón compositivo de Morcheeba pisa sobre una discontinuada base de estilos y subgéneros: un trip-hop desbordante, una electrónica de scratches indisolubles, un lounge de estirpe más rockera que jazzística y un sonido de guitarra que, más que preponderante, es utilizado aquí como un complemento (casi no hay solos), y la base rítmica (batería-bajo) es la que toma las riendas, además de la voz de fuego de Edwards que se lleva las ovaciones y el relato posterior.

Vestida de rojo y para matar, en ella radica la belleza de la banda inglesa: en su gola productora de cambios climáticos en un show que logra salir de algunos –mínimos– lugares comunes, gracias al carisma de una morocha que vive todo el tiempo en estado de gracia. “¡Salud!”, bromeó en un español pobre, empinando el codo y con un vaso de tequila en la mano. “¿Alguien tiene whisky?”, siguió. A esa altura contrastaba bastante la alegría del público en las tribunas con la frialdad de la gente en la platea vip.

Son dieciséis las canciones que se aprietan en una hora y cuarenta minutos de show. De Blood Like Lemonade sólo aparece un puñado (“Even Though”, “Blood Like Lemonade”, “Crimson” y “Beat Of The Drum”); recuperan a Arlo Guthrie (“Coming into Los Angeles”); descienden en la escala rockera, pero trepan en la sensual e intimista (“The Sea”, “Slow Down”); regalan algunos de sus clásicos (“Never An Easy Way”, “Rome Wasn’t Built In A Day”, “Blindfold”) y quedan algunos guiños para el público (“¿No se quieren parar un rato?”), para saltar en “Friction” y “Other Wise”. Sobre el final del show, y en la felicidad que parecía embargar a la banda, se permitieron eludir el protocolo de la lista de temas y tocar más de lo pautado: “Estamos muy contentos de estar acá”, brindaron para darle un broche a un recital que no le faltó casi nada.

MORCHEEBA

Músicos: Skye Edwards (voz), Ross Godfrey (guitarra), James Anthony (DJ), Steve Gordon (bajo), Andrew Nunn (teclados) y Andrew Robertson (batería)

Duración: 100 minutos.

Público: 6000

Estadio Luna Park, lunes 21.

COLLAPSE INTO NOW, DECIMOQUINTO DISCO DE R.E.M.




Tras más de treinta años de carrera, el trío de Athens prefirió concentrarse en su propia marca registrada sonora antes que en buscar nuevas aventuras. Y le sale bien, con el que probablemente sea el mejor disco que podría grabar a esta altura.




Por Roque Casciero

¿Hasta cuándo se le puede pedir a una banda que se reinvente a sí misma en cada disco? ¿Cuál es el punto en la carrera en que puede, si no descansar en los laureles, al menos regodearse en el clasicismo que ella misma estableció? Las preguntas vienen a cuento de Collapse into Now, el decimoquinto en la trayectoria de R.E.M., porque lo primero que el oyente desprevenido pensará será: “Esto ya lo escuché”. Es que el trío de Athens, Georgia, decidió que, al menos por el momento, ya no es tiempo de nuevas aventuras en alta fidelidad (nada cercano a Up ni al aburridísimo Behind The Sun), sino de concentrar fuerzas en hacer buenas canciones con la marca propia en el orillo. Y entonces, sí, R.E.M. suena a todo eso que varias generaciones ya conocen como “sonido R.E.M.”, con la inconfundible y versátil voz de Michael Stipe en primer plano, acompañada por las armonías vocales trademark del bajista Mike Mills y la guitarra de Peter Buck, a veces trepidante, otras capaz de desarmar al más duro con sus arpegios.

¿Y eso está mal? O, en todo caso, ¿se les puede exigir a estos tres tipos con más de treinta años de ruta que entreguen un nuevo Document, otro Out of Time, un Automatic for The People? Claro, si llegaron a esas alturas, bien podrían hacerlo una vez más, quizá razonará alguno. O estará aquel que pide riesgo permanente, como si los artistas sólo fueran equilibristas sin red. Nadie les impedirá abandonar el barco si sienten que precisan de emociones frescas y fuertes: hay demasiada música ahí afuera como para verse obligados a prestarles atención a estos tres cincuentones que alguna vez le abrieron las puertas del mainstream a la Generación X. Pero, claro, eso sería perderse un buen disco de R.E.M., probablemente el mejor que podrían hacer a esta altura de su historia.

“Discoverer”, que abre el álbum con una carga de gaiteros desde la guitarra de Buck, hubiera encajado en el espíritu eléctrico de Monster, mientras que en “Uberlin” la acústica les deja aire a las voces de Stipe y Mills, en uno de esos clásicos midtempos del trío. “Oh My Heart” arranca con vientos, pero de inmediato hace su entrada la vieja y querida mandolina de Buck, que le da identidad a esta especie de “Everybody Hurts” valseado. “Me he ganado mis alas”, canta Stipe –quien le ofició de ángel de la guarda a un par de generaciones rockeras– en “It Happened Today”, una canción que bien podría haber firmado Patti Smith. Precisamente, el hada madrina del vocalista (el disco Horses, de Smith, fue el que lo decidió a dedicarse a la música) vuelve a aparecer en un trabajo de R.E.M.: “Blue” tiene evidentes contactos con “E-bow the Letter”, que grabaran juntos en New Adventures in Hi-Fi (96).

Otros invitados estelares son Eddie Vedder, de Pearl Jam, quien mete unos coritos irreconocibles en la mencionada “It Happened Today”, y la sacada de Peaches, que incendia la de por sí vertiginosa (interprétese también por “Vértigo”, de U2) “Alligator Aviator Autopilot Antimatter”. El gran Lenny Kaye, guitarrista de toda la vida de la señora Smith, también echa nafta al incendio. Después, la urgente “That Someone Is You” (“Necesito a alguien que haga el primer movimiento/ ese alguien sos vos”) tiene algún punto de contacto con “It’s The End of The World as We Know It (and I Feel Fine)”, mientras que “Me, Marlon Brando, Marlon Brando and I” remite desde el título a la “Pocahontas” de Neil Young, aunque ahí se acaben las referencias: es una canción tan R.E.M. que si la hubiera hecho otro sería un afano. Cuestión de ADN, como todo Collapse into Now.

PINETOP PERKINS MURIO A LOS 97 AÑOS.


Pinetop Perkins, leyenda del blues estadounidense



El músico, el pasado febrero. | Reuters

El músico, el pasado febrero. | Reuters

  • En febrero se convirtió en la persona de más edad en recibir un Grammy

El pianista conocido como Pinetop Perkins, uno de las leyendas del blues estadounidense, ha fallecido a los 97 años en su casa de Austin (Texas) a causa de un ataque cardiaco, según informó su representante.

Joe Willie Perkins era uno de los últimos miembros de la gran época del Delta blues estadounidense, y el pasado febrero se convirtió en la persona de más edad en recibir un premio Grammy por 'Joined at the Hip' -junto a Willie 'Big Eyes', en la categoría mejor album de blues tradicional. En 2005 había recibido otro de estos galardones al conjunto de su trayectoria.

Junto con Willie 'Big Eyes' Smith ganó en febrero un premio Grammy por "Joined at the Hip" en la categoría mejor album de blues tradicional. Por lo tanto, era el galardonado de más edad de la codiciada distinción. En 2005 había recibido un Grammy por su trayectoria.

Hasta el día de su muerte, Perkins ha hecho lo que más le ha gustado en la vida, tocar el piano, algo que el nonagenario seguía haciendo y según señala la cadena de radio NPR tenía incluso galas previstas esta primavera.

Su inconfundible estilo al piano y su profunda voz acompañaron a otros de los grandes como el guitarrista Earl Hooker y Muddy Waters. El músico se ganó su mote en los años 50 por la grabación que hizo del tema "Pinetop's Boogie Woogie", de Pinetop Smith.

El actor y cineasta Clint Eastwood inmortalizó a Perkins y otros como Jay McShann, Dave Brubeck y Marcia Ball en el documental 'Piano Blues' en el que reveló su pasión por el piano en el blues con material de archivo raramente visto y entrevistas ahora históricas.

Perkins nació en 1913 en Belzoni, Misisipi, con el nombre de Willie Perkins Mississippi y comenzó a tocar en 1920, primero la guitarra - que dejó por un accidente en el brazo izquierdo- y el piano, que no abandonó hasta el final.

BIOGRAFIA

Pinetop Perkins fue uno de los últimos gran bluesmen del Mississippi. Comenzó a tocar blues en la década de 1920, y es ampliamente considerado como uno de los mejores - y ciertamente más duraderos - pianistas de blues. Se ha forjado un estilo que ha influido en tres generaciones de pianistas, y sigue siendo el criterio con el que los pianistas de blues grandes se miden.

Nacido Willie Perkins en Belzoni, Mississippi en 1913, Pinetop comenzó a tocar la guitarra y el piano en las fiestas de casa y honky-Tonks, pero abandonó la guitarra en la década de 1940 después de sufrir una grave lesión en su brazo izquierdo. Ha trabajado principalmente en el delta del Mississippi a lo largo de la década de 1930 y 40, de pasar tres años con Sonny Boy Williamson en el programa de radio King Biscuit Time en KFFA en Helena, Arkansas. Pinetop también giras con tobogán guitarrista Robert Nighthawk y lo apoyaron en una de las primeras sesiones de Ajedrez. Después de trabajar brevemente con BB King en Memphis, Perkins barnstormed el Sur con Earl Hooker durante los primeros años 50. La pareja completó una sesión para el sello famoso Sam Phillips, de Sun en 1953. Fue en este período de sesiones que grabó su versión de "Boogie Woogie de Pinetop", una canción originalmente escrita y grabada por el pianista Clarence "Pinetop" Smith - el pianista de blues influyentes que había muerto de una herida de bala a los 24 años en 1929. Aunque se refiere como "Pinetop" cuando jugaba en el King Biscuit en los años 40, fue su sensacional versión de esta canción que aseguró su apodo de toda la vida.

A pesar de que ha disfrutado del éxito como artista en solitario desde 1980, Pinetop es conocida por la celebración por la silla del piano en la gran banda de Muddy Waters durante doce años, durante la cumbre de la carrera de Muddy. Sustitución de Otis Spann en 1969, Pinetop ayudó a dar forma al sonido de las aguas y anclado Muddy memorables combinado a lo largo de los años setenta con sus solos de piano brillante. En 1980, Pinetop y otros miembros de la tripulación de Muddy golpeado por su cuenta y formaron el legendario Blues Band - un grupo que grabó dos discos para Rounder y salieron de gira, el sacrificio de varios premios GRAMMY ® nominaciones.

Después de ser etiquetado como un acompañante para la mayor parte de su carrera, Pinetop finalmente dejó la banda legendaria Blues a concentrarse en el trabajo en solitario. Dentro de dos años, que había cortado su primer disco como líder nacional y seguido una ambiciosa programación de la gira. Él apareció en varias noticias de difusión nacional y programas de música, y apareció en numerosas producciones de cine y anuncios de televisión y radio. También ha encabezado casi todas las habitaciones gran escaparate en América del Norte y la mayoría de los festivales más importantes del mundo.

La gran ironía de la carrera de Pinetop es que él no florecerá como cabeza de cartel hasta su octava década - un fenómeno que dio lugar a la liberación de 15 discos en solitario en 15 años, a partir de 1992. Nacido en el Delta (1997) - un CD multimedia mejorada puesto en libertad el Telarc International, una división de Concord Music Group - documenta la vida y obra de una figura histórica impresionante y ofrece una gran cantidad de valor de entretenimiento para un público contemporáneo. En su versión 1998, Leyendas, Pinetop colaboró ​​con el maestro guitarrista de blues Hubert Sumlin. En conjunto, la mezcla de sonido tradicional del Delta blues con el rock moderno blues eléctrico, mostrando el espíritu y la energía de la música. Nacido en el Delta y leyendas fueron nominados para los Premios GRAMMY ® - en 1997 y 2000, respectivamente. Esto fue seguido por una nominación al GRAMMY ® 2005 para Ladies Man, publicado por MC Records. Ese mismo año, también se presentó con un premio a su trayectoria en los Premios GRAMMY ®.

Aparte de su bien merecido reconocimiento GRAMMY ®, Pinetop también recibió una beca del Patrimonio Nacional en el año 2000 de la Fundación Nacional de las Artes. Ha aparecido en el documental Piano Blues, dirigida por Clint Eastwood en la serie de PBS Martin Scorsese, The Blues. Además, continuó para ganar el premio a la mejor música de blues de piano blues cada año hasta 2003, cuando se retiró de la carrera y el premio fue rebautizado como Pinetop Perkins Piano Jugador del Año.

En 2007, todavía en el camino en su año 94, única vida Pinetop Perkins fue la crónica biográfica en el DVD documental de Peter Carlson, Nacido en la miel , que incluye un CD en vivo con una pista de estudio outtake raras.

Pinetop Perkins y amigos , puesto en libertad el Telarc en el verano de 2008, Pinetop colocado en medio de varios invitados de alto perfil - todos los cuales han sido influenciados por su música de un modo u otro a través de las últimas décadas. Incluido en la lista de Amigos Pinetop fueron figuras como Eric Clapton, BB King y Jimmy Vaughan.

Su última grabación es Joined at the Hip , un proyecto de colaboración con Willie "Big Eyes" Smith, lanzado en junio de 2010. El álbum cuenta con Smith a la armónica y la mayoría de las voces, dejando el batería de la silla al aire libre para su hijo, Kenny Smith. Joined at the Hip incluye una mezcla de material escrito por Smith junto con un castañas algunos de los anales de Chicago y el blues del Delta.

Más recientemente, Pinetop recibió un Grammy en 2010 por su trabajo con Willie "Big Eyes" Smith a la Mejor CD de Blues tradicional para Joined at the Hip con el sello Telarc.



© 2011 Onnie Heaney - Cruzin 'la Bluz

lunes, 21 de marzo de 2011

CAIO VIALE, AUTOR, CANTANTE Y DIRECTOR DE ORQUESTA



“Los ritmos me encuentran a mí”

Nació en Rosario, se crío en Leones (Córdoba) y atravesó un exilio de ocho años en España. Publicó recientemente su cuarto disco, Sobre la vida, en el que conviven zambas, chacareras, cuecas, huellas, milongas y chamarritas.





Por Cristian Vitale

A los cinco años, cuando Caio Viale agarró por primera vez una guitarra, la advertencia de su abuela Nana no tardó en llegar. “¡Mmm, ya sabés que los que andan con la guitarra terminan siendo unos borrachos!”, dice que le dijo a su madre. No hay registros en su prontuario de un hábito etílico consistente, pero sí –y muchos– de un devenir que lo ubica inquieto, productivo y ecléctico en el amplio mundo de la música popular argentina. Caio –Carlos según DNI– nació en Rosario, se crío en Leones (Córdoba), atravesó un largo exilio de ocho años en España y edificó, rebotando entre límites, estilos y fronteras, un ser estético a dos márgenes: el de cantautor, mediante el cual editó cuatro discos a la fecha (Caio Viale, Quiénes somos hoy?, Pueblo sin tiempo y el flamante Sobre la vida) y el de director de orquesta, que lo ubica en infinidad de proyectos: fundador y director del coro Canto Vivo, en Madrid; la obra para orquesta de cuerdas Tres ausencias; Paranaseando con Chaplin, para arpa, flauta y cuerdas; o Las ideas de marzo, para tenor, coro y grupo de cámara–, entre ellas. “Y tengo varias sin estrenar, como Guarania, porque cuando me presento frente a algún director de sinfónica y les digo que mis obras se basan en ritmos criollos suelen responder que ése no es el estilo que desarrolla tal o cual orquesta”, dispara, con impronta de queja simulada bajo una sonrisa.

–También tiene en su haber una versión del Himno Nacional en guaraní. ¿Fue en respuesta a algo?

–Sí. En un principio y estando lejos de Argentina se me había ocurrido hacerlo en base a géneros rítmicos criollos o folklóricos. Luego, cuando pasaron algunos años y vi la aceptación que tenía la versión en ritmo de rock, me desilusioné mucho. Pasó algún tiempo más y por pedido de Nélida Zenón, cantante de raigambre guaraní, me dieron ganas y lo presentamos en un Cosquín. Por último, se me ocurrió grabarlo de puro caradura, ya que me lo aprendí todo por fonética. Mi hija Martina, que por aquel momento era chiquita, lo aprendió antes en guaraní que en castellano.

–¿Es de los que rechazan al rock? En las tapas de sus primeros discos parece una especie de Jim Morrison a la criolla...

–(Risas) A ver, cuando tenía quince años viví el furor de los Beatles de un modo casi enfermizo. Me sabía todos los temas y los cantaba en inglés de la misma forma en que años más tarde canté en guaraní, es decir sin entender nada de lo que decía y sólo por fonética. Hoy, pese a tener una postura muy crítica respecto de esa época, no dejo de reconocer todo lo que influyó en mí y en mis composiciones. Yo entiendo por rock a las canciones basadas en ritmos anglosajones con una dosis de ciertos colores afro que, de la misma manera que ocurrió con tantas cosas, nos han invadido hasta transformarse en los ritmos representativos de los jóvenes de cualquier punto del mundo.

Caio nunca vivió en Buenos Aires. Sí en Córdoba, donde experimentó una de las secuencias más intensas de su vida al integrarse al Movimiento Canto Popular de Córdoba, en pleno ’73. “Llegar a Córdoba fue introducirme en los ecos cercanos al Cordobazo, imbuirme de cambio, solidaridad y alegría. En lo personal también fue descubrir mis potencialidades como artista... era estar inmerso en un ambiente de fábula, lucha y esperanza, rodeado de escritores, actores, pintores, cineastas, obreros, gente de barrios, maestros, en fin...”

–¿Algún punto de contacto con lo que años después representó la ebullición de la música de raíz con los Coplanacu, Raly Barrionuevo o Peteco Carabajal en las peñas universitarias?

–No le encuentro contacto, a no ser que estos artistas logran darnos un producto (perdón por esta palabra) serio y de calidad. Es probable que de haber continuado desarrollándose el movimiento Canto Popular hubiéramos terminado algunos haciendo algo parecido y otros... qué sé yo. De lo que no tengo dudas es que no lo podremos saber, porque a los que se subieron al carro del golpe del ’76 se les ocurrió desmantelar toda expectativa de sueños que pudiera modificar en algo sus cómodos privilegios.

–Que para usted implicó un exilio forzado a España. ¿Qué pasó en esos ocho años?

–Comenzaría por decir que a España le debo el estar vivo y seguiría diciendo que fue muy duro... como una lección: aprendí que uno pertenece fatal y necesariamente a un lugar. Todos mis sentimientos, al igual que mis pensamientos, son de acá. Los proyectos, la perspectiva con la que uno encara cada paso, cada decisión, tienen una geografía, un perfume bien definido. Llegué a envidiarles a los españoles el amor que sienten todos por la música de cada región de ese país.

En España, el guitarrista y director musical le arregló el disco El loco de la vía, a Rafael Amor; y encaró trabajos con Cayetano Morales y Angel Carril. También fue guitarrista de Alfredo Zitarrosa y “corista” de Mercedes Sosa, cuando la tucumana mágica recaló en Madrid, también víctima del exilio. “Mercedes por aquellos años venía a cantar a Madrid, donde finalmente se quedó después de residir en París, y quería hacerlo acompañada por un pequeño coro masculino. Por ese entonces yo cantaba en Toldería, un boliche en donde recalábamos algunos músicos sudamericanos. Me lo propusieron y, por suerte, acepté. Lo más inolvidable fueron los ensayos, ya que Mercedes se colocaba muy cerquita de mí oído derecho y yo no hacía más que gozar”, evoca.

–Entre las composiciones de Sobre la vida hay huellas, zambas, chacareras, cuecas, milongas, triunfos, chamarritas, etc. ¿En qué género navega más cómodo?

–Me enorgullece pensar que donde me crié, la Pampa gringa, al menos durante mi niñez llegaban todos los géneros rítmicos criollos y nativos del país con mucha fuerza. Cuando, pasados los años, necesité contar cosas que me importaban profundamente, encontré en esos géneros nuestros el puente sensible más adecuado. De modo que suele ser el ritmo quien me encuentra antes de que yo lo busque... los ritmos me encuentran a mí.

LA MUERTE DEL CANTAUTOR FOLKLORICO ARGENTINO LUNA, A LOS 70 AñOS



Lunes, 21 de marzo de 2011

El último adiós al paisano autodidacta

Fue un referente del folklore surero. Compuso “Pero el poncho no aparece” y “Mire qué lindo es mi país, paisano”, esta última utilizada como emblema por el Proceso militar.






Por Karina Micheletto

El cantautor y folklorista Argentino Luna falleció el sábado a la noche en la Fundación Favaloro, donde se encontraba internado desde hacía varias semanas. El autor de “Mire qué lindo es mi país, paisano” había sido internado a comienzos de febrero en grave estado en el hospital de la ciudad de Caleta Olivia, en el norte de Santa Cruz, donde se encontraba cumpliendo una gira artística, a raíz de un cuadro de insuficiencia renal. Luego de permanecer en esa localidad patagónica por 17 días, el 22 de febrero último se autorizó su traslado a Buenos Aires en un vuelo sanitario para continuar su tratamiento en la Fundación Favaloro, donde falleció. Iba a cumplir 71 años el próximo 21 de junio y había sido declarado Ciudadano Ilustre de General Madariaga, la ciudad bonaerense que lo vio nacer y desde donde saldría para llegar con su música a públicos de todo el país, de Uruguay, Brasil, España, Estados Unidos, Panamá, Costa Rica y Japón.

Como la de tantos cultores del folklore argentino, la suya fue una figura que en perspectiva resulta cargada de significados diversos, casi antagónicos: por un lado, más allá de que como autor e intérprete abordó todos los ritmos, lo más destacado de su producción fue el folklore surero; desde su lugar difundió e imprimió un sello propio a ritmos que han quedado más bien relgados en el mapa musical del país. Por otro lado, como expresión de cierta “argentinidad” –ya desde su nombre artístico–, quedó de algún modo asociado a la última dictadura militar: uno de sus temas más conocidos, “Mire qué lindo es mi país, paisano”, fue un popular emblema usado en los últimos de aquellos años negros.

Rodolfo Giménez nació en General Madariaga, provincia de Buenos Aires, el 21 de junio de 1941. En 1968 adoptó el nombre artístico con el que se identificaría para siempre, cuando registró una obra por primera vez, su “Zamba para decir adiós”. Fue Hernán Figueroa Reyes, por entonces cantante de éxito y productor del sello Odeón, el que “descubrió” al joven Giménez cuando probaba suerte en la peña El Palo Borracho de Buenos Aires, adonde llegaba todos los fines de semana, “con mucha bronca de mi mujer, que no entendía que yo buscaba a las canciones y las canciones me buscaban a mí”, recordaba él aquella época de su vida, que completaba como albañil de lunes a jueves.

Luna dejó más de quinientos temas registrados en Sadaic, la mayoría con letra y música propias. Entre los más conocidos, además de “Mire qué lindo es mi país...”, están “Pero el poncho no aparece”, “Aprendí en los rancheros”, “Perdón padre”, “Emponchado de estrellas”, “Mirá lo que son las cosas”, y la más reciente “Qué bien le ha ido”. Decía que no recordaba cuántos discos había editado, aunque fueron más de 60. Su primer long play fue Con guitarra prestada, de 1968.

Antes de ser cantor y guitarrero “de tiempo completo”, había tenido otros oficios. Fue albañil, pintor, carpintero, “mozo de a ratos”, vendedor callejero. Y ayudante del primer fotógrafo que tuvo Gesell, Enner Shafer, contaba. No hubo academias de música para él. “Apenas si con mucho esfuerzo pude hacer hasta sexto grado –contaba también–. Pero siempre me llamó la atención la palabra, la escrita, la dicha y la no dicha, los gestos de la gente. Mi necesidad de aprender me llevó a leer mucho. Primero José Hernández con el Martín Fierro. Después Yupanqui, con toda su poesía. Y Unamuno, Borges. Tuve grandes amigos poetas, como Hamlet Lima Quintana. Cuando fui a su velorio, muchos de sus compañeros de militancia se sorprendieron. No entendían que Hamlet y yo somos militantes de la vida y la vida no tiene etiquetamientos.”

Cuando Hernán Figueroa Reyes escuchó la “Zamba para decir adiós”, casi recién compuesta, la grabó inmediatamente, en 1968. Y también hizo las gestiones para que, una semana después, el mismo Luna la grabara en Odeón, en un disco simple que del otro lado incluía “Una milonga no es pa’ venta”. Comenzaría así una extensa obra como autor, que tuvo la virtud de saber nutrirse en gran medida del refranero criollo y de los saberes populares del hombre del campo.

BIOGRAFIA







Rodolfo Giménez, más conocido por su nombre artístico Argentino Luna (General Madariaga, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 21 de junio de 1941 - Buenos Aires, Argentina, 19 de marzo de 2011) fue un cantor y compositor argentino. Fue un representante de la música folclórica argentina. Fue apodado "El Negro" y "El Gaucho de Madariaga".







Hijo de campesinos peones de campo, Esperanza Castañares y Juan Lino Giménez. Su niñez y adolescencia transcurrieron en La Pampa y la costa atlántica, en la ciudad de Villa Gesell donde en 1947 trabajó como peón en un arenero (en 1947 Villa Gesell estaba practicamente siendo fundada). Nunca estudió música, su talento fue espontáneo y de autodidacta, la clave de la milonga la aprendió de sus coterráneos criollos: grabó más de 300 canciones: cifras, huellas, milongas, triunfos, zambas etc. Siendo en muchos casos su estilo muy semejante al de un payador.
Llegó a la ciudad de Buenos Aires en los 1960 y participó por primera vez en la TV en 1968, su primer gran éxito fue "Zamba para decir adiós". Fijó para entonces domicilio en la ciudad granbonaerense de Quilmes. En Río Grande del Sur grabó la "Milonga de tres banderas" con Caetano Braum.

En su carrera recorrió su país y también Japón, Costa Rica, Panamá, Uruguay, Estados Unidos, Brasil y Paraguay, entre otros.

Tuvo dos matrimonios y fue padre de cinco hijos. Estando en Caleta Olivia el 6 de febrero de 2011 sufrió una descompensación renal siendo momentaneamente estabilizado en el hospital de esa ciudad patagónica santacruceña, el 8 de febrero de 2011 fue trasladado a la ciudad de Buenos Aires e internado en la Fundación Favaloro pese a ser operado el 23 de febrero no se pudo recuperar falleciendo el 19 de marzo del mismo año.
"Me voy a morir tocando una milonga, o con un poema de Yamandú Rodríguez que aprendí cuando corría a atar el caballo con mi padre, en Madariaga..."

Reconocimiento

Recibió premios como la Palma de Plata, el Limón de Oro, el Gardel de Oro, el Charrúa de Oro, y fue nombrado ciudadano ilustre en su pueblo natal, donde también el escenario de la Fiesta del Gaucho, lleva el nombre del artista. Su canción «Mire que lindo es mi país paisano» fue hit internacional en los años '70 en Puerto Rico y Nueva York interpretada por Tony Croatto considerado un embajador de la música tradicional de Puerto Rico.

Canciones más reconocidas

* A los argentinos
* Ando por la huella
* Aprendí en los rancheríos
* Capitán de la espiga
* Cuando callas por amor
* Descorazonado
* El malevo
* Me olvidé de tu nombre
* Mire que lindo es mi país paisano
* Nos han robado país
* Pal' Tuyú
* Pero ellos, estaban antes
* Uno nunca entiende
* Zamba para decir adiós.


Sitio web: http://www.argentinoluna.com/

sábado, 19 de marzo de 2011

LOS DELINQUENTES, PURO ROCK ANDALUZ



Decidieron tomar el nombre de la banda del título de una de las canciones más emblemáticas del rock español, “Los delincuentes”, del mítico disco Veneno. Con diez años de carrera y una declaración de principios desde el bautismo, el grupo andaluz, tan rockero como flamenco, ya sobrevivió a la pérdida de su cantante y a todas las modas de la escena en la península, manteniendo la esencia cañera, los cajones, las palmas y las guitarras eléctricas. Acaba de editarse en la Argentina Bienvenidos a la época iconoclasta, su disco de 2009, y uno de los menos característicos. Pero, con suerte, esta edición puede convertirse en un adelanto para que Los Delinquentes crucen el Atlántico.




Por Martín Pérez

Uno de los discos considerados unánimemente como fundamentales dentro de la música popular española de la segunda mitad del siglo pasado, ubicado incluso en el primer puesto en muchas de esas listas que cada tanto realizan los medios, tiene el curioso honor de ser al mismo tiempo la perla negra de su tiempo, un trabajo incomprendido, el álbum maldito. Uno de esos discos que incomodan, que nadie entiende en su momento, pero que dan comienzo a un linaje, abren orejas y cabezas y también, con suerte, el camino para los que vienen después. Ese disco lleva por nombre Veneno, y se editó en España casi al mismo tiempo que el punk estallaba del otro lado del Canal de la Mancha. Pero si el punk supo marcar a fuego su tiempo, el grupo del payo Kiko Veneno y los gitanos Rafael y Raimundo Amador –que luego darían vida a esa otra leyenda llamada Pata Negra– fue censurado e ignorado, con la portada ilustrada con una foto de un pan de hash rápidamente abortada, y sus autores –en una anécdota que ejemplifica lo fuera de tiempo que estaban– llegando a ser echados de una radio cuando fueron a promocionar la salida de su disco, porque a nadie se le ocurrió pensar que fuesen los artistas. Algo que hoy no le sucedería a Marcos del Ojo Barrojo, alias Er Canijo de Jeré, ni a Diego Pozo Torregrosa, más conocido por El Ratón, que juntos lideran un grupo que venera aquel hito musical con forma de disco, al punto de que han elegido bautizarse con uno de sus temas. Pero no les sucedería lo mismo no porque sean más presentables que sus ídolos, sino porque, como reafirmó para ganarse un Oscar su aún más venerado Bob Dylan, los tiempos ya no están cambiando: cambiaron.

Un par de años atrás, cuando el gran Kiko –que no sólo lleva el Veneno en su apellido artístico, sino que incluso resumió en apenas una copla su mejor significado posible (“en un cuartito los dos/ veneno que tú tomases/ veneno tomaba yo”)– armó un compilado de su carrera como excusa para poder volver a presentarse en Argentina, eligió de aquella época iniciática, justamente, el tema que el Canijo y el Ratón eligieron para bautizar su grupo. “Elegí incluir ‘Los delincuentes’ porque es una de las primeras canciones que compuse, y porque siempre tuvo un significado muy especial, por eso de ‘el suave viento, gratis y fresco, de mi abanico de cristal”, que dice la letra. Es una canción que siempre creció conmigo y que aún hoy sigo cantando”, decía entonces su autor, y anunciaba que existía un grupo muy conocido en España que se había bautizado como la canción. “Es un grupo que yo quiero, respeto y admiro muchísimo, porque me parece que están haciendo unas canciones extraordinarias”. La pregunta era inevitable: ¿Eran sus herederos? “De alguna manera. Son andaluces, y tienen algunos parecidos bastante relevantes, sobre todo la forma de usar la guitarra flamenca, esa forma callejera de tocar”.

Sentado en el patio de su casa luego de haber almorzado, acompañado por su perro –que aparece en la portada del inminente disco que los presentará en el Río de la Plata– y su guitarrita, con la que asegura que estaba componiendo una canción al momento de recibir el llamado, El Canijo sonríe al enterarse de las palabras de su amigo. “Kiko tiene mucho de Bob Dylan y Frank Zappa, y nosotros también venimos de ahí. Pero él es mayor, y a su primer disco, el de Veneno, lo consideramos una obra maestra y es nuestra referencia”, asegura Canijo, que formó Los Delinquentes –palabra primero deformada con la k, pero como entonces pareció estar de moda la letra dentro del rock español y ellos desprecian las modas, terminó siendo con q– con su amigo Miguel Angel Benítez Gómez, alias Er Migue, cuando ambos tenían apenas 15 y 14 años, respectivamente. Callejeros y delirantes, creativos y musicales, rockeros y también bien andaluces, la efervescencia adolescente de Migue y Canijo tomó forma definitiva al reunirse con el más experimentado Ratón, y cuando se cumple una década de su admirable debut discográfico –El sentimiento garrapatero que nos traen las flores (2001)– el grupo sigue sonando tan fresco y chispeante como en sus comienzos, como se puede apreciar en su sexto y último disco, acústico y grabado junto a Tomasito, un cantante prototípico del flamenco fusión, y que lleva el nombre de Los hombres de las praderas y sus bordones calientes (2010).

“Los nombres largos de nuestros discos son en homenaje al mejor rock de los 60 y 70, que es la música que más nos gusta”, se ríe Canijo, que si ha aceptado interrumpir su sobremesa creativa con un llamado desde el otro lado del Atlántico es porque Los Delinquentes están por cruzarlo. O al menos están ansiosos por hacerlo, mientras esperan todo lo que venga después de la inminente salida aquí de su anterior disco, Bienvenidos a la época iconoclasta (2009), donde son acompañados por Julieta Venegas y Leiva, de Pereza. Y para esta edición agregan entre los invitados a Los Auténticos Decadentes. “Pero a nosotros lo que nos gusta es el directo, y el público argentino parece que es el mejor del mundo para un concierto. Algo que no sólo dicen los Rolling Stones, sino que también nos lo ha comentado nuestro amigo Muchachito Bombo Infierno, que dice que tenemos que ir. ¡Así que iremos! No con toda la banda, por el precio de los pasajes. Pero con nosotros, como lo hemos demostrado en el último disco, que sólo tiene guitarra de palo, cajón flamenco y palmas, no hay que preocuparse. ¡Porque menos es más!”

¿Por qué empezar justamente con ese disco, que es el menos característico del grupo?

–Porque es el primero que hemos editado nosotros, y así no tenemos que pedirle permiso a nadie. Pero es verdad que es nuestro disco más eléctrico, y el destino es el que ha hecho que sea el primero en editarse por allá. Por eso a mí me gustaría mucho también que la gente escuchara el último que hemos hecho con Tomasito, que es un disco más tradicional. Vamos, que no tiene ni batería ni guitarras eléctricas, como en nuestros comienzos.

Lo bueno que tiene la música de ustedes es que parece fácil...

–Bueno, es que es natural. Somos de Jerez de la Frontera, al sur de España y al sur de Europa. ¡Al sur de todo! Aquí hay mucho arte, los gitanos y los flamencos están muy mezclados, se monta una juerga flamenca en cualquier esquina. Por eso es que lo bueno que tiene nuestra música es que no tiene ni trampa ni cartón. No nos gusta la radiofórmula ni la música enlatada. Nos gusta poder hablar en las letras de las historias que nos pasan en la calle. Para nosotros la calle es la mejor escuela que hay, y ahí es de donde sale todo.

Una idea con la que ustedes insisten es en la de escribir desde el umbral, sentados en la calle.

–Es que es algo muy importante. La calle tiene muchas cosas que te enseñan, desde un gato o un perro, las nubes, los árboles, las farolas, los bichos, no sé, hay tanto material para componer...

A pesar de eso, ustedes no hacen una simple apología de la sencillez, sino que hasta los títulos de sus discos son complejos.

–La verdad que las canciones nos las curramos mucho. Porque nos gusta mucho que la letra diga algo y que tenga varios significados. Algo que hacía mucho John Lennon, y también Dylan. Escondían las cosas, y si tenían que hablar en algún momento un tema tan delicado como la droga, pues lo ocultaban. ¡Mira Dylan y su Tambourine Man!

Pero siempre que han caído demasiado en la complejidad o la melancolía, inmediatamente han reorientado el rumbo, como hicieron en este último disco...

–Es que venimos de pasar algo también bastante gordo, que ha sido la pérdida de nuestro primer cantante, nuestro amigo, y esas cosas te hacen ver las cosas de otra manera. Darte cuenta que lo más sencillo y lo más normal que hay es pasarlo bien, estar con tus amigos, y no complicarte con las cosas, tanto en la música como en la vida real.

Cuando el Canijo habla de la pérdida de su amigo y cantante, está hablando de una tragedia que casi termina con la banda, que fue el fallecimiento de su compinche Migue, en julio del 2004, con apenas 21 años, víctima de un paro cardíaco. Por entonces el grupo ya había editado Arquitectura del aire en la calle (2003), su segundo disco, un trabajo algo más melancólico que su debut, con el que paradójicamente la banda pareció lamentar anticipadamente la futura ausencia de uno de sus fundadores. “Es que para ese disco el Migue estaba ya irregular, y por eso es que nos quedó así”, acepta su amigo del alma, que termina de explicar las razones por las que justamente el disco siguiente, sin Migue, en vez de lamentar su ausencia terminó celebrando su memoria. “El verde rebelde vuelve es nuestro Back in black”, asegura Canijo, refiriéndose al poderoso disco que AC/DC editó luego de la desaparición de su cantante original. “Cuando murió Migue estuve a punto de dejar Los Delinquentes y dedicarme a otra cosa”, explica. “Pero no lo pude hacer porque lo llevaba dentro. Tenía muchas ganas de seguir cantando, y también pensé que el homenaje más bonito que se podía hacer a un compañero era seguir con el grupo. Y sin meter a nadie, porque surgió la oportunidad de meter a otro cantante, pero pensé que nadie iba a suplir la voz del Migue, y si tenía que cantar un poco mas, pues vamo’ pa’lante, hay que tener ganas”. ¿No hubo también que componer más? “No tanto, porque en la primera época también había bastantes canciones mías. Lo que pasa es que estábamos flipados con el rollo de Richards-Jagger o Lennon-McCartney, así que en los primeros discos firmamos todo juntos. Pero cada uno hacía su tema”.

El verde rebelde vuelve fue el título de un programa de radio que hacían con el Migue, Bienvenidos a la época iconoclasta fue el de una obra de teatro... ¿Es que ese baúl con viejas cosas no tiene fondo?

–Tío, es que esa fue una época muy creativa. El comienzo tuvo mucha cosa: teatro, radio, canciones. Siempre aparecen por ahí títulos nuevos y cosas guay, para aprovechar.

¿No paraban nunca?

–En el colegio no éramos muy buenos, siempre sacábamos malas notas. Pero en cuanto a teatro, al deporte, a la música, la verdad que nos desenvolvíamos bastante bien.

¿Y todo eso de donde salía?

–¿La creatividad? Pues viene de muchas fuentes. De la gastronomía, la comida de aquí, de Jerez, que es muy buena. Nos viene también del solcito, del clima, de lo que bebemos, de lo que fumamos.

Cuando les preguntan por su música, us-tedes siempre hablan de la comida.

–Bueno, porque no es lo mismo componer con una hamburguesa americana, que hacerlo con un buen guiso de aquí, de la gitanas viejas que cocinan de maravilla.

Con media docena de discos grabados en los diez años que han pasado desde su primera grabación profesional, la discografía esencial del Canijo y el Ratón se completa con un álbum titulado Tucaratupapi (2006), que grabaron junto al G-5, un supergrupo –o grupo fantasma, como ellos lo llaman– que formaron con Tomasito, Muchachito Bombo Infierno y su admirado Kiko Veneno. “La idea surgió de conocernos en los camarines, cruzarnos en los conciertos y quedarnos con las guitarritas. Fue una idea de Kiko, que me la comentó un día que nos encontramos en la playa. Como el G-8 juntaba a los líderes de las naciones con más dinero del mundo, propuso que nos reunamos y nos llamemos G-5, porque éramos los músicos con menos dinero”, se ríe Canijo, que asegura que no saben si alguna vez se van a volver a juntar, porque cada uno tiene su propia carrera. Pero que sería justamente una válvula de escape poder hacerlo.

Fanático de Andrés Calamaro, y también de Ariel Rot, pero aclara que no sólo de la época de Los Rodríguez sino que lo sigue desde Tequila, Canijo confiesa que su conocimiento musical viene de la generosa colección de vinilos que tenía su padre. “Siempre he tenido en mi casa buena música, desde Pink Floyd hasta grupos como Triana o Smash, por los que les preguntaba a mis amigos cuando era chico, porque escuchaba los discos de mi padre. Y ellos sólo conocían, no sé, a Extremoduro o a Andrés Calamaro”, cuenta este cantante que dice amar la música de los ‘60 y ‘70, pero que homenajea con el Ratón tanto a Dylan como al punk de Violent Femmes en su último disco. “Siempre hay artistas que son tan guay, que está bueno tenerlos en mente. Y aunque seamos clásicos, también nos gusta el punk, porque en vivo somos un grupo cañero, y los Violent Femmes nos recuerdan a nosotros, porque son muy rústicos y muy callejeros”, dice de ese himno que es “Kick Off”, originalmente en el álbum debut del mítico trío de Milwaukee, un tema que enumera una a una las razones por las que no hay futuro. Pero durante sus apenas dos minutos queda claro de que si lo hay. Al menos, mientras estén tocando Los Delinquentes.

El Canijo (izq) y el Ratón (der). El perro es del Canijo, pero no forma parte del grupo.