LA MUERTE DE SAM RIVERS.
El saxofonista, ícono de la vanguardia jazzera, murió a los 88 años.
"No
sé cómo explicarlo, pero a mis 87 años siento que tengo mucha más
capacidad musical que cuando tenía 21. Lo que hago todo el día es
escribir y practicar, es como estar cerca del Paraíso, aunque no soy
creyente. No hay nada comparable a la jubilación... ¿Jubilación? ¿Qué es
eso? ¿Quién se ha jubilado?"
El año pasado, cuando Sam Rivers dijo esto, según recuerda el sitio
www.cuadernosdejazz.com
, estaba lejos de su retiro de la escena jazzística y, mucho más, de su
muerte. De hecho, seguía tocando todas las semanas con su big band, la
Rivbea Orchestra.
Pero anteayer, a los 88 años, en Orlando, Estados Unidos,
finalmente murió este legendario saxofonista que funcionó de puente
entre el bebop y el free jazz y que sirvió, y sirve, de inspiración a
cientos de músicos que no apuestan a lo seguro.
Samuel Carthorne Rivers, tal como figuraba en el
documento de identidad, nació el 25 de septiembre de 1923 en El Reno,
Oklahoma, Estados Unidos, y recorrió una larga y luminosa carrera desde
que sus padres, un cantante de gospel y una profesora de música, lo
estimularon para que estudiara piano y violín.
Inspirado por un genio como Coleman Hawkins, terminó en
el conservatorio y en la universidad de Boston para aprender a tocar el
saxo tenor y el soprano, aunque también incursionó en el clarinete bajo,
la flauta, la armónica y el piano.
Su comienzo oficial fue en los años 50 en la big band de
Herb Pomeroy, en la que tocaban Quincy Jones y Jaki Byard. Y, aunque
empezó a armar sus propios grupos, todos enrolados en el bebop, sus
colaboraciones con figuras como Cecil Taylor y Archie Sheep lo volcaron a
definir su identidad más célebre, la de un músico de vanguardia que,
aun desde el free jazz, no abandonaba la melodía.
Su vida cambió cuando, como tantos otros talentos, lo
tocó la varita mágica de Miles Davis. Fue en 1964, luego de una gira con
B.B. King, T-Bone Walker y Wilson Pickett cuando el trompetista lo
llamó para integrarse a su quinteto de entonces (que completaban Herbie
Hancock, Ron Carter y Tony Williams). Esa formación grabó Miles in
Tokyo, un gran disco en vivo que se transformó en su debut y despedida:
Miles lo terminó echando porque su estilo era "demasiado free" y lo
cambió por Wayne Shorter.
El cambio le vino bien: lo decidió a grabar su primer
disco solista, Fuschia Swing Song, editado ese mismo 1964 para el sello
Blue Note. Y desde entonces grabó tres álbums más, Contours, A New
Conception y Dimensions & Extensions, en los cuales se convirtió en
estandarte del posbop y también trabajó con luminarias de la innovación
jazzera, como Andrew Hill, Cecil Taylor, Bobby Hutcherson y Larry Young.
Sus posteriores trabajos para el sello Impulse, su
potente colaboración con Dave Holland y, en 2001, con la nueva estrella
del piano, Jason Moran, en el CD Black Stars, no sólo hablan de un
artista que nunca se detuvo, sino también de un talento único,
efervescente e inconformista.
Outsider vocacional,
Sam Rivers nunca se adscribió a ninguna corriente, a pesar de ser emparentado habitualmente con el
free-jazz.
En realidad, su música siempre fue muy pura, ajena a cualquier
contaminación estilística o tendencia imperante, dentro o fuera del
underground jazzístico. El término que mejor le define es “avanzado”. No
importa la época de su carrera,
Rivers siempre sonó
vanguardista y libre, aunque su capacidad de adaptación también era
extraordinaria: tan pronto estaba registrando el incendiario “
Sizzle” durante el frío diciembre neoyorquino como, unos pocos días después, en el soleado Kingston grabando un solo para el “
Stingray” de
Joe Cocker.
Rivers tocó con
Billie Holiday,
Joe Gordon y
Gigi Gryce en los años 50, con
B.B. King y
T-Bone Walker a primeros de los 60 y se dio a conocer al gran público como uno de los reemplazo de
George Coleman en el quinteto de
Miles Davis (antes de
Wayne Shorter), etapa que quedó inmortalizada en el muy recomendable “
Miles In Tokyo”. Pero el saxofonista era demasiado avanzado para
Miles, y enseguida empezó su carrera como líder en el sello
Blue Note, en el cual también tiene fabulosas sesiones como
sideman, como “
Life Time” y “
Spring” de
Tony Williams, “
Dialogue” de
Bobby Hutcherson, “
Into Something” de
Larry Young y varios registros junto a
Andrew Hill, todos ellos magníficos.
Pasamos ahora a seleccionar cinco discos que, de forma más vana e
ilusa que probable, pretenden definir a pequeña escala la impresionante
obra de un improvisador indómito e irrepetible.
Fuchsia Swing Song (
Blue Note, 1964)
Grabado dos días después que “
A Love Supreme” de
John Coltrane –y en el mismo estudio–, el debut de
Rivers es uno de los discos clásicos de
Blue Note
en los años 60, aunque se salga ligeramente de la línea del sello. El
saxofonista se muestra moderno y elocuente en una época en la que el
jazz todavía se podía permitir pequeñas revoluciones musicales. El
extraordinario grupo se compone de viejos amigos del líder: con
Jaki Byard y
Tony Williams ya había tocado en los años 50 y, de mano de éste último, ingresó en el grupo de
Miles Davis, donde coincidió con
Ron Carter. Para ser justos, habría que recomendar la descatalogada caja de
Mosaic “
The Complete Blue Note Sam Rivers Sessions”, porque todas sus fechas como líder en el mítico sello son imprescindibles. “
Fuchsia Swing Song” no es necesariamente el mejor, sólo el más conocido, así que recomendamos que os hagáis también con “
Contours”, “
A New Conception” y “
Dimensions And Extensions”. Sin falta.
Conference Of The Birds (
David Holland,
ECM, 1972)
Vale, no es un disco de
Rivers, pero es tan bueno que merece estar en esta selección. De hecho, podríamos decir que la aparición de “
Conference Of The Birds” marca un auténtico punto de inflexión en el jazz moderno y en el
free-jazz. Por un lado, la espiritualidad paroxistica del último
Coltrane o de
Albert Ayler daba sus últimos coletazos y, por otro, el gran
Miles estaba a punto de renunciar a dirigir personalmente los nuevos caminos del jazz. Y ahí estaba
Dave Holland con un cuarteto insuperable completado por
Rivers y
Anthony Braxton a los saxos y flautas y
Barry Altschul a la percusión. El nuevo jazz estaba servido, tan medido como revolucionario, tan cerebral como apasionado.
Streams (
Impulse!, 1973)
Con las grabaciones de
Rivers para
Impulse! pasa algo parecido que con las de
Blue Note: todas son fantásticas. Además, retratan la mejor época de su carrera, cuando fundó el
Studio RivBea y apadrinó las sesiones que, grabadas en mayo de 1976 y publicadas bajo el nombre “
Wildflowers”, definieron lo que vino a llamarse la “generación de los lofts”. Había otros lofts –algunos muy famosos– como el
Artist´s House de
Ornette Coleman, el
Ali´s Alley de
Rashied Ali o
Ladies’ Fort de
Joe Lee Wilson, pero
RivBea siempre fue el más auténtico.
“
Streams” se grabó en el festival de jazz de Montreux de 1973 junto a
Norman Connors y al gran
Cecil McBee y, para entonces,
Rivers
ya tocaba secciones de saxo tenor, saxo soprano, flauta y piano en
todos sus recitales. Su capacidad improvisatoria era incontenible y su
estilo se adaptaba a cada instrumento, siendo el piano, tal vez, en el
que se mostraba algo más rígido (con influencias de su antiguo empleador
Cecil Taylor y de su amigo
Don Pullen). Este alarde multiinstrumentista se encuentra también en otras de sus impresionantes grabaciones en trío, como “
Hues”, “
The Live Trio Sessions”, “
Paragon” o “
The Quest”. Nuevamente, todas muy recomendables.
Crosscurrent (
Blue Marge, 1985)
No es descabellado pensar que algunas de las ideas a partir de las cuales
Steve Coleman y los suyos crearon el movimiento
m-base salieron de la música de
Sam Rivers. Esta grabación en directo sitúa al saxofonista al frente de un grupo de corte
funk en el que él es, básicamente, el único solista. La guitarra, el bajo eléctrico y la batería
groovean sin descanso mientras
Rivers
construye enmarañadas improvisaciones por encima. Un buen sitio para
empezar con la música del saxofonista si no te llevas demasiado bien con
el jazz más libre.
Inspiration / Culmination (
BMG/RCA, 1999)
Muchos señalarían “
Crystals” o “
Colours” a la hora de hablar de la obra orquestal de
Rivers,
pero en este caso vamos a elegir estos dos álbumes, concebidos como una
única obra bicéfala. Contienen composiciones escritas entre los años 60
y los 90, interpretadas por una orquesta de músicos de cuatro
generaciones diferentes que operaba bajo el nombre de “
RivBea All-Stars Orchestra”. Nunca el apelativo
all-stars fue tan exacto: la orquesta es un auténtico “quién es quien” de las escenas
post-free y
m-base, con
Steve Coleman,
Greg Osby,
Chico Freeman,
Gary Thomas,
Hamiet Bluiett,
Ray Anderson,
Joseph Bowie,
Ralph Alessi,
James Zollar,
Baikida Carroll,
Bob Stewart, etc. Una cosa impresionante; si escuchas las discografías completas de todos ellos, creo que se te aparece
Coltrane y te da su bendición.
En ambos discos las partes orquestales y los arreglos empastan muy
bien con las intervenciones solistas, a pesar de las complejas métricas y
armonías de las composiciones del líder.
Rivers grabó varios discos más después de estos, e incluso acaba de salir un triple cedé con grabaciones de otra versión de la
RivBea Orchestra en 2008, pero la formación de 1999 es insuperable. Una anécdota: “
Inspiration” y “
Culmination” fueron editados por una multinacional y el primero obtuvo una nominación en los
Grammy de 1999. Hoy en día eso sería verdaderamente imposible. Y lo triste es que no ha pasado tanto tiempo.
No se puede medir el valor de una muerte, pero sí el de la obra que un artista deja tras de sí. La muerte de
Sam Rivers no provocará grandes titulares, ni siquiera una pequeña nota en página par en la mayor parte de medios. No será
trending topic ni por unos pocos segundos, y muy poca gente compartirá videos suyos en
Facebook. Sin embargo, su contribución al jazz y a la música improvisada es inabarcable.
Siempre se mantuvo lejos de los focos o de los estratos más populares
del jazz y se va de la misma forma. No por la puerta de atrás, ni mucho
menos, pero sí en silencio y, por supuesto, trabajando hasta el último
día.