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jueves, 19 de enero de 2012

SAM RIVERS (25 de septiembre de 1923 - 26 de diciembre de 2011)





LA MUERTE DE SAM RIVERS.

El saxofonista, ícono de la vanguardia jazzera, murió a los 88 años.


"No sé cómo explicarlo, pero a mis 87 años siento que tengo mucha más capacidad musical que cuando tenía 21. Lo que hago todo el día es escribir y practicar, es como estar cerca del Paraíso, aunque no soy creyente. No hay nada comparable a la jubilación... ¿Jubilación? ¿Qué es eso? ¿Quién se ha jubilado?"
El año pasado, cuando Sam Rivers dijo esto, según recuerda el sitio www.cuadernosdejazz.com , estaba lejos de su retiro de la escena jazzística y, mucho más, de su muerte. De hecho, seguía tocando todas las semanas con su big band, la Rivbea Orchestra.
Pero anteayer, a los 88 años, en Orlando, Estados Unidos, finalmente murió este legendario saxofonista que funcionó de puente entre el bebop y el free jazz y que sirvió, y sirve, de inspiración a cientos de músicos que no apuestan a lo seguro.
Samuel Carthorne Rivers, tal como figuraba en el documento de identidad, nació el 25 de septiembre de 1923 en El Reno, Oklahoma, Estados Unidos, y recorrió una larga y luminosa carrera desde que sus padres, un cantante de gospel y una profesora de música, lo estimularon para que estudiara piano y violín.
Inspirado por un genio como Coleman Hawkins, terminó en el conservatorio y en la universidad de Boston para aprender a tocar el saxo tenor y el soprano, aunque también incursionó en el clarinete bajo, la flauta, la armónica y el piano.
Su comienzo oficial fue en los años 50 en la big band de Herb Pomeroy, en la que tocaban Quincy Jones y Jaki Byard. Y, aunque empezó a armar sus propios grupos, todos enrolados en el bebop, sus colaboraciones con figuras como Cecil Taylor y Archie Sheep lo volcaron a definir su identidad más célebre, la de un músico de vanguardia que, aun desde el free jazz, no abandonaba la melodía.
Su vida cambió cuando, como tantos otros talentos, lo tocó la varita mágica de Miles Davis. Fue en 1964, luego de una gira con B.B. King, T-Bone Walker y Wilson Pickett cuando el trompetista lo llamó para integrarse a su quinteto de entonces (que completaban Herbie Hancock, Ron Carter y Tony Williams). Esa formación grabó Miles in Tokyo, un gran disco en vivo que se transformó en su debut y despedida: Miles lo terminó echando porque su estilo era "demasiado free" y lo cambió por Wayne Shorter.
El cambio le vino bien: lo decidió a grabar su primer disco solista, Fuschia Swing Song, editado ese mismo 1964 para el sello Blue Note. Y desde entonces grabó tres álbums más, Contours, A New Conception y Dimensions & Extensions, en los cuales se convirtió en estandarte del posbop y también trabajó con luminarias de la innovación jazzera, como Andrew Hill, Cecil Taylor, Bobby Hutcherson y Larry Young.
Sus posteriores trabajos para el sello Impulse, su potente colaboración con Dave Holland y, en 2001, con la nueva estrella del piano, Jason Moran, en el CD Black Stars, no sólo hablan de un artista que nunca se detuvo, sino también de un talento único, efervescente e inconformista.



Outsider vocacional, Sam Rivers nunca se adscribió a ninguna corriente, a pesar de ser emparentado habitualmente con el free-jazz. En realidad, su música siempre fue muy pura, ajena a cualquier contaminación estilística o tendencia imperante, dentro o fuera del underground jazzístico. El término que mejor le define es “avanzado”. No importa la época de su carrera, Rivers siempre sonó vanguardista y libre, aunque su capacidad de adaptación también era extraordinaria: tan pronto estaba registrando el incendiario “Sizzle” durante el frío diciembre neoyorquino como, unos pocos días después, en el soleado Kingston grabando un solo para el “Stingray” de Joe Cocker.
Rivers tocó con Billie Holiday, Joe Gordon y Gigi Gryce en los años 50, con B.B. King y T-Bone Walker a primeros de los 60 y se dio a conocer al gran público como uno de los reemplazo de George Coleman en el quinteto de Miles Davis (antes de Wayne Shorter), etapa que quedó inmortalizada en el muy recomendable “Miles In Tokyo”. Pero el saxofonista era demasiado avanzado para Miles, y enseguida empezó su carrera como líder en el sello Blue Note, en el cual también tiene fabulosas sesiones como sideman, como “Life Time” y “Spring” de Tony Williams, “Dialogue” de Bobby Hutcherson, “Into Something” de Larry Young y varios registros junto a Andrew Hill, todos ellos magníficos.
Pasamos ahora a seleccionar cinco discos que, de forma más vana e ilusa que probable, pretenden definir a pequeña escala la impresionante obra de un improvisador indómito e irrepetible.
Fuchsia Swing Song (Blue Note, 1964)
Fuchsia-swing-songGrabado dos días después que “A Love Supreme” de John Coltrane –y en el mismo estudio–, el debut de Rivers es uno de los discos clásicos de Blue Note en los años 60, aunque se salga ligeramente de la línea del sello. El saxofonista se muestra moderno y elocuente en una época en la que el jazz todavía se podía permitir pequeñas revoluciones musicales. El extraordinario grupo se compone de viejos amigos del líder: con Jaki Byard y Tony Williams ya había tocado en los años 50 y, de mano de éste último, ingresó en el grupo de Miles Davis, donde coincidió con Ron Carter. Para ser justos, habría que recomendar la descatalogada caja de MosaicThe Complete Blue Note Sam Rivers Sessions”, porque todas sus fechas como líder en el mítico sello son imprescindibles. “Fuchsia Swing Song” no es necesariamente el mejor, sólo el más conocido, así que recomendamos que os hagáis también con “Contours”, “A New Conception” y “Dimensions And Extensions”. Sin falta.


Conference Of The Birds (David Holland, ECM, 1972)
Conference_Of_The_BirdsVale, no es un disco de Rivers, pero es tan bueno que merece estar en esta selección. De hecho, podríamos decir que la aparición de “Conference Of The Birds” marca un auténtico punto de inflexión en el jazz moderno y en el free-jazz. Por un lado, la espiritualidad paroxistica del último Coltrane o de Albert Ayler daba sus últimos coletazos y, por otro, el gran Miles estaba a punto de renunciar a dirigir personalmente los nuevos caminos del jazz. Y ahí estaba Dave Holland con un cuarteto insuperable completado por Rivers y Anthony Braxton a los saxos y flautas y Barry Altschul a la percusión. El nuevo jazz estaba servido, tan medido como revolucionario, tan cerebral como apasionado.


Streams (Impulse!, 1973)
StreamsCon las grabaciones de Rivers para Impulse! pasa algo parecido que con las de Blue Note: todas son fantásticas. Además, retratan la mejor época de su carrera, cuando fundó el Studio RivBea y apadrinó las sesiones que, grabadas en mayo de 1976 y publicadas bajo el nombre “Wildflowers”, definieron lo que vino a llamarse la “generación de los lofts”. Había otros lofts –algunos muy famosos– como el Artist´s House de Ornette Coleman, el Ali´s Alley de Rashied Ali o Ladies’ Fort de Joe Lee Wilson, pero RivBea siempre fue el más auténtico.
Streams” se grabó en el festival de jazz de Montreux de 1973 junto a Norman Connors y al gran Cecil McBee y, para entonces, Rivers ya tocaba secciones de saxo tenor, saxo soprano, flauta y piano en todos sus recitales. Su capacidad improvisatoria era incontenible y su estilo se adaptaba a cada instrumento, siendo el piano, tal vez, en el que se mostraba algo más rígido (con influencias de su antiguo empleador Cecil Taylor y de su amigo Don Pullen). Este alarde multiinstrumentista se encuentra también en otras de sus impresionantes grabaciones en trío, como “Hues”, “The Live Trio Sessions”, “Paragon” o “The Quest”. Nuevamente, todas muy recomendables.


Crosscurrent (Blue Marge, 1985)
CrosscurrentNo es descabellado pensar que algunas de las ideas a partir de las cuales Steve Coleman y los suyos crearon el movimiento m-base salieron de la música de Sam Rivers. Esta grabación en directo sitúa al saxofonista al frente de un grupo de corte funk en el que él es, básicamente, el único solista. La guitarra, el bajo eléctrico y la batería groovean sin descanso mientras Rivers construye enmarañadas improvisaciones por encima. Un buen sitio para empezar con la música del saxofonista si no te llevas demasiado bien con el jazz más libre.



Inspiration / Culmination (BMG/RCA, 1999)
InspirationMuchos señalarían “Crystals” o “Colours” a la hora de hablar de la obra orquestal de Rivers, pero en este caso vamos a elegir estos dos álbumes, concebidos como una única obra bicéfala. Contienen composiciones escritas entre los años 60 y los 90, interpretadas por una orquesta de músicos de cuatro generaciones diferentes que operaba bajo el nombre de “RivBea All-Stars Orchestra”. Nunca el apelativo all-stars fue tan exacto: la orquesta es un auténtico “quién es quien” de las escenas post-free y m-base, con Steve Coleman, Greg Osby, Chico Freeman, Gary Thomas, Hamiet Bluiett, Ray Anderson, Joseph Bowie, Ralph Alessi, James Zollar, Baikida Carroll, Bob Stewart, etc. Una cosa impresionante; si escuchas las discografías completas de todos ellos, creo que se te aparece Coltrane y te da su bendición.
En ambos discos las partes orquestales y los arreglos empastan muy bien con las intervenciones solistas, a pesar de las complejas métricas y armonías de las composiciones del líder. Rivers grabó varios discos más después de estos, e incluso acaba de salir un triple cedé con grabaciones de otra versión de la RivBea Orchestra en 2008, pero la formación de 1999 es insuperable. Una anécdota: “Inspiration” y “Culmination” fueron editados por una multinacional y el primero obtuvo una nominación en los Grammy de 1999. Hoy en día eso sería verdaderamente imposible. Y lo triste es que no ha pasado tanto tiempo.

No se puede medir el valor de una muerte, pero sí el de la obra que un artista deja tras de sí. La muerte de Sam Rivers no provocará grandes titulares, ni siquiera una pequeña nota en página par en la mayor parte de medios. No será trending topic ni por unos pocos segundos, y muy poca gente compartirá videos suyos en Facebook. Sin embargo, su contribución al jazz y a la música improvisada es inabarcable.
Siempre se mantuvo lejos de los focos o de los estratos más populares del jazz y se va de la misma forma. No por la puerta de atrás, ni mucho menos, pero sí en silencio y, por supuesto, trabajando hasta el último día.

 

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