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miércoles, 9 de febrero de 2011

TREMOR, EL FOLKLORE ANDINO ELECTRONICO.



Cuando arrancó, el público empezó riéndose. Pero cinco años después, sus mezclas inéditas de folklore andino y electrónica fueron premiadas por Gustavo Cerati y Martín Bauer, son un éxito en la escena local, hacen bailar en Estados Unidos y ciudades como Copenhague, París y Berlín. Leonardo Martinelli, líder del trío Tremor, habla de cómo es mezclar un charango, un bombo legüero y un sequencer y salir victorioso.




Por Juan Andrade

Charango y sampler. A mediados de la década pasada, Leonardo Martinelli se subía tímidamente al escenario con una mezcla de esos y otros elementos procedentes de tradiciones hasta entonces paralelas, para darles vida a las composiciones iniciales de Tremor. Y el público que presenciaba aquellas primeras presentaciones podía bajarle el pulgar sin piedad. “Cuando empecé, había que animarse: se me han cagado bastante de risa... Literalmente. Estaba yo solo, con un charango, una guitarra acústica y un montón de instrumentos electrónicos que usaba para tocar un carnavalito tecno. ¡Era lo anti-cool!”, exclama con una sonrisa torcida el hombre de anteojos cancheros, que viene de ser aplaudido en el último festival Womex y que tira como al pasar que en Berlín siempre lo recibieron bien, pero que en París la gente es más bien fría.

Muchísimo antes de aterrizar en Copenhague en la reunión cumbre de la escena global, creció hurgando entre los vinilos paternos. “Casi no escuché música infantil: un día me regalaron un disco de los Parchís, pero salí corriendo a cambiarlo por uno de Kiss”, recuerda, para ilustrar la intensidad que distinguió su formación como melómano cachorro. Después de darle a la batería en plan autodidacta, se copó con los sequencers, los teclados y los sintetizadores. Y más tarde se anotó en el conservatorio Manuel de Falla para estudiar guitarra clásica, mientras tomaba clases particulares de guitarra eléctrica desde una perspectiva jazzera.

“En estos lugares había fanáticos de la música clásica o del jazz. Y como a mí me gustaba de todo, siempre me quedaba un poco afuera. Lo padecí durante años, pero la heterogeneidad me terminó sirviendo”, reconoce. Los ingredientes de la coctelera musical que llevaba en la cabeza este muchacho con alma de esponja comenzaron a sedimentarse una noche puntual, cuando ya bordeaba la veintena. “Mi primer amor fue la música andina. Los Kjarkas. Los Jaivas –aclara–. Unos amigos tenían un grupo, Ajavu, y yo los ayudaba con el sonido. Pero en un recital hubo algo me hizo... ¡cluc!. Sentí una conexión con la historia que hay atrás de esa música, con la energía mística que genera. Un aspecto espiritual, tribal, hipnótico, que tiene que ver con la raíz andina.”

Y esa fue la semilla de Tremor, una compleja amalgama que comenzó a germinar a partir de una simple pregunta de Martinelli: “¿Qué pasa si junto dos o tres cosas que me gustan?”. Lo que hizo entonces fue tender puentes entre el folklore andino, la música concreta y la electrónica. “¡Un delirio total!”, resume. El resultado puede escucharse en Landing (2004): el latido del bombo legüero y el rasguido del charango se funden en un escenario sonoro hecho de crujidos, chasquidos y zumbidos digitales. Una especie de ambient futurista del altiplano.

A la experimentación en la soledad de su laboratorio, le siguió un trabajo más expansivo. “En Viajante (2008) quise correr más riesgos y abrir el juego. Tiene cuerdas, gaita, bombo. Hubo más colaboraciones”, describe. Las “participaciones” de Camilo Carabajal y Gerardo Ferez se volvieron permanentes y le dieron a Tremor su actual formación de trío instrumental. Martinelli venía de ganar el premio Faena a las artes, elegido por un jurado que integraban Gustavo Cerati y Martín Bauer. El galardón habilitó la grabación de un álbum solista, Defecto primario (2007). “Tremor es mi parte rockera, de músico popular. Pero la mejor música que hice, la más original y compleja, está en Defecto primario.”

La tracción pistera de Viajante dio sus réditos en fiestas como La Peña Eléctrica y, fundamentalmente, Zizek. “El espíritu de desprejuicio de Zizek nos sirvió para pulir nuestro show en vivo, para que pase al frente la cosa tribal que me había embelesado de la música andina: las fiestas fueron el primer lugar donde la gente bailó con nuestros temas”, dice el multiinstrumentista. A tal punto la fiesta con apellido de filósofo esloveno moldeó el entramado folktrónico de Tremor, que su líder confiesa sin pruritos: “Hoy por hoy, disfruto más tocando en una discoteca que en un auditorio. Ya sé que no es el mejor lugar ni el mejor sonido, pero es donde la gente va más predispuesta a divertirse”.

Además de visitar tierras europeas, a mediados del año pasado el trío partió nuevamente de gira rumbo a Estados Unidos junto a un colectivo de artistas (El Remolón, Chancha Vía Circuito, El G) nucleados en torno de ZZK Records, el sello de la movida Zizek. “Fue un antes y un después para la banda. Cuando volvimos había una cuarta cosa, algo que superaba la suma de nosotros tres. Tocamos mucho, pero hubo un show en Brooklyn que nos voló la peluca: había 800 personas, muchas no nos conocían, y se encendieron mal”, cuenta. El resultado de la experiencia seguramente se va a escuchar en su próximo trabajo. “Tiene otra visceralidad. Todavía estamos probando cosas, pero hay dos o tres temas con voces. Lo que para la mayoría es lo más común, cantar, para nosotros es un salto. Un desafío. Y yo siempre trato de salir de mis zonas de confort.”

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