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jueves, 23 de septiembre de 2010

POMO PRESENTA SU PRIMER DISCO SOLISTA.

¿Con quién no tocó Pomo? Empezó en el rock junto a su amigo de la otra cuadra en La Paternal, Pappo, y desde entonces no paró: fundó los primeros Abuelos de la Nada, fue parte de Invisible y Pappo’s Blues y fue la batería de lujo en las bandas solistas de David Lebon, Pedro Aznar, Spinetta, Fito Páez y Andrés Calamaro. A los 60 años, después de que todo Vélez coreara su nombre el año pasado en el recital de Spinetta y las bandas eternas, Héctor “Pomo” Lorenzo presenta Primario, su primer disco solista, y ya tiene otros dos listos. Acá, habla de toda una vida siendo parte de lo mejor del rock argentino desde una ubicación de privilegio: la banqueta del baterista.


Por Mariano del Mazo

La Guerra Civil española se funde con el horóscopo chino para confluir en una casa de La Paternal que todavía tiene en una pieza los rastros de las chinches que sostuvieron posters de Cream y los Who. El relato tiene su circularidad. Héctor Lorenzo Barros sigue conservando la delgadez de junco que derivó en el apodo estampado en el ’65, ’66 “por la barra de la esquina de Pappo, el Francés y el Portugués, en una de las noches que íbamos a bailar a Carlos V, el boliche de Belgrano y Castro Barros”. “Delgado y fino como un pomo”, explicará, seguramente por enésima vez, Pomo. Té de jengibre en mano, atiende ahora –tarde de fin de invierno–- en una sala de ensayo de cierta modernidad ya anacrónica de Villa Ortúzar, a metros de la estación de subte Tronador.

Después de más de cuarenta años de ejercer como uno de los mejores bateristas del rock argentino, siempre agazapado detrás de figuras de alto genio y densidad como Miguel Abuelo, Pappo, Spinetta, Páez, este tipo que podría pasar por corredor de seguros se prueba la pilcha de frontman de sí mismo. La excusa es desconcertante, anticomercial hasta el autoboicot, pasional, honesta y confusa, como se muestra Pomo a lo largo de la entrevista: al borde de los 60 (los cumple el 24 de este mes) debuta como solista no con un disco, sino con tres. A ver si queda claro: uno ya está en la calle y lo presenta el martes 14 en el Samsung Studio, se titula Primario. El segundo iba a ser Secundario, pero al final ese sitio lo ocupa Histórico (un álbum en el que toca un tema de cada banda en la que participó). Secundario, el tercero, es una continuación de Primario.

“Sí, ya sé, es una ensalada. Primario lo terminamos en el 2007. Durante el 2008 y el 2009 lo ofrecí a diferentes editores... y nada. Aproveché el freezer para adelantar los otros dos discos. No pensé en una estrategia, salió así.” Pomo se sienta, entonces, al frente de la banda El Don, que completan Pablo Suárez en bajo, Guillermo Demedio en teclados y Javier Viñas en guitarras, más los cantantes invitados Alicia Vignola y Diego Mercado. Y parece cómodo en ese lugar. Al baterista detrás de la síncopa beatle de “Diana divaga” (Los Abuelos de la Nada), de la alegría proletaria de “Trabajando en el ferrocarril” (Pappo’s Blues) y a cargo de las escobillas del blues borgeano “Los libros de la buena memoria” (Invisible), le sobra piné. Spinetta metió su voz en el disco en la canción que repite un mantra: The day at the day. Lo que se escucha, en general, es un funk poderoso que no saca las patas de la fuente. Mucho tema instrumental dentro de un concepto clásico: groove fuerte y al medio. Primario se oye como un disco contenido, implosivo si se quiere, al que tal vez se le tuvo demasiado respeto: el miedo escénico de un debut demasiado tardío. “El título también refiere a lo elemental, todo lo grabamos de primera toma –señala–. Creo que Secundario está más acabado, es una continuación y representa cierta complejización.”

¿No te parece una locura presentar un disco anunciando que hay dos más terminados?

–Es que no puedo especular. Es la primera vez que asumo un repertorio propio y que me ubico en la silla del artista. Con Sr. Zutano, la banda que tenía con Lito Epumer y Juan del Barrio, también fue así: eran mis temas, llegamos a dar unos conciertos en el Premier, pero nunca grabamos. Voy de frente: señores, tengo tres discos. Obvio que el que más interesa es el histórico, no soy gil. Me preguntan y respondo: “Sí, está Spinetta, está Fito, está el Mono Fontana, están todos, absolutamente todos. Es mi manera de agradecer a los capos que me hicieron ser lo que soy. Hay una canción por etapa, por banda. Tomé la decisión de llenar mi mochila con esos talentos ajenos, ajustar las cuentas y pagar deudas. Estoy a punto de cumplir 60 pirulos... Necesitaba hacer esos discos como fuera”.

Pomo cuenta que “The day at the day” se la mostró a Spinetta porque sentía que los acordes eran de él, “provenían del planeta Luis Alberto”. “Esos acordes están esculpidos en mi almohada. No tenía letra. Fui a su casa. Me acuerdo que Luis preparaba una carne al horno. En un momento dejó la cocina y me dijo: ‘Vení’. Fuimos al estudio que tiene en su casa. Grabó de una y así quedó: es la toma que se escucha en el disco. Volvió a la cocina, terminó la carne y cenamos.”

Habla con apasionamiento, se acompaña con movimientos firmes, eléctricos, como de director de orquesta. Tiene mohínes caricaturescos que arriman el bochín a un Paolo el rockero (antecedente hippón de Pomelo), pero hasta ahí. Se trata, en todo caso, de esa entrañable afectación de matriz spinetteana. Hay algo afectuoso en el trato, también un rictus atormentado. Este musicazo, legendario aun en su perfil subterráneo, ¿habrá conocido algo parecido a lo que se llama felicidad? Más adelante hablará de resentimiento. Ahora deja asomar su costado Ludovica Squirru, que subraya y machaca. “Este es mi año, soy tigre de metal.”

¿Creés?

–Soy un boludazo, no creo nada pero... Fijate, son tramos de 12 años: nací en 1950, en 1962 debuté con la música: salía los fines de semana a tocar twist por clubes como el Centro Lucense; en 1974 entré en Invisible; en 1986 me fui del país y me radiqué en España; en 1998 volví. Y ahora debuto como solista.

El tigre se propone desmenuzar cada uno de los ítem de su derrotero en el zodíaco chino, pero siempre vuelve obstinadamente al mismo punto, a lo que él llama el “eje”: su padre. La segunda canción del CD se titula “A mi papá”: A mi papá, a su memoria/ toda mi historia, llegó del mar / A mi papá, toda leyenda /ésa es mi ofrenda al que no está / La soledad no encuentra forma /sólo se adorna, sin descansar.

¿Qué te pasa con tu padre?

–Uff. Leoncio Lorenzo Lorenzo. Así, dos veces Lorenzo. Mi viejo... un tema de diván. Era duro, muy duro, de pegarte con un cinturón. El no quería que yo fuese músico. Era de Galicia y había tocado la trompa de armonía en el ejército español. Al principio la pasaba bien como músico, hacía una colimba liviana, se levantaba tarde, dicen que lo perseguían las chicas del pueblo. Cuando estalló la Guerra Civil le sacaron la trompa y le encajaron el fusil. La pasó mal, estuvo herido en el frente de batalla. Combatió por Franco, ¿entendés...? Nadie quiere estar en la guerra, los únicos son los que la comandan desde el escritorio. Vino a la Argentina y se casó con mi vieja. La conocía de allá. Yo estuve muy incomunicado con él... Ahora me doy cuenta de que soy exactamente igual a mi viejo.

¿Eso es bueno?

–Y sí. Finalmente sí. El me prohibía salir y yo salía... faaaa, cinturonazo. Al viejo le tocó un hijo hippie, en un momento empezaron a correr las pastillas... y qué querés. Ahora lo comprendo. Yo iba siempre preso, pesaba 42 kilos... Luis salía en las revistas, y mi vieja lo adoraba: le hacía pulpo. Pero mi papá era otra cosa. Yo lo combatía o lo ignoraba. No lo supe aprovechar. Yo recibí el don de él: la balanza siempre se cae para ese lado. Ahora vivo en su casa, o sea, mi casa. Murió en el ’94... Vine de raje de España para pasar las últimas horas con él. Recién volví definitivamente en el ’98. Es loco, ¿no?

¿Qué cosa?

–Todo: vivir en la casa de él, mi caripela. Yo soy él a los 60 años. Somos iguales. Y él se vino de España, yo me fui de la Argentina a España en 1986. Es loco, muy loco.

EL MORPO Y EL CARPO

En esa casa de La Paternal, Pomo descubrió a The Who, a The Animals y a un flaco con destino de graffiti, tatuaje y bronce que vivía a unas cuadras. “Yo llegué al circo del rock and roll siempre acompañado por Pappo. Eramos amigos de muy chicos. Mi despertar fue con la barra de la esquina. De mi casa a la de Norberto había 200 metros. El trabajaba en el taller de calderas del padre, en Juan B. Justo entre Artigas y Bufano, y a dos cuadras yo hacía una especie de práctica de mi título de Técnico Superior de Automotores, que era de lo que me recibí en el Industrial. Cebaba mate, barría y me hacía cargo si entraba un Di Tella todo embarrado en un día de lluvia. Nos encontrábamos al mediodía, cada uno con su mameluco lleno de grasa.”

¿Qué hacían?

–Teníamos unos 17 años. Hablábamos de fierros y de rock. Nos pasábamos revistas importadas. El venía mucho a casa. En la barra había un tipo al que llamábamos el loco Abel, que nos empujaba a tocar. Tenía una Fender... Y bueno, nos metimos en la onda. Me acuerdo que el viejo de Pappo le había regalado un mástil de bandera a la comisaría 41 para que se dejaran de romper las bolas y no metieran a su hijo adentro por el pelo largo... Un día Pappo me dice: “Morpo, ¿vamos al Centro?”. Fuimos.

La historia de La Perla del Once, de Plaza Francia...

–Ya no se iba a La Perla. Nosotros estábamos más en Corrientes, en La Giralda, La Paz, La Martona. O en el Moderno, o en la barranca de la Plaza San Martín. Vimos que había monitos que tiraban acordes, que hacían algunas letras, por ahí andaba Tango. Y bueno, conocí a unos tipos: Miguel, Alberto Abuelo, Mayoneso, el hermano de Alberto, Pipo Lernoud, que escribía. Formamos Los Abuelos de la Nada. Primero tocó Claudio Gabis la guitarra, después a través mío entró Pappo y chau: quedó un elepé inconcluso.

Pomo dice que desde que Mabel Lernoud, la madre de Pipo, los llevó a Miguel Abuelo y a él a la CBS y convenció a Yaco Zeller de grabar un disco de rock psicodélico, su vida cambió para siempre. “Era 1968. Ahí supe todo. Que mi relación con la batería era eterna. Que mi existencia iba a estar consagrada a ese instrumento.”
















HACER LA EUROPA

Después de la disolución de Almendra, en 1970, Luis Alberto Spinetta quedó boyando. Debía un álbum a la compañía discográfica y consiguió una casa en Florida, Vicente López, para juntar a sus amigos, hacer música y sacar ese disco adelante. “Yo me acerqué a él, que venía de otro palo: no era del circo de la calle Corrientes o del Moderno. La casa de Florida era abierta, totalmente volada, experimental. Grabamos finalmente Spinettalandia y sus amigos, eran todos tríos. Hicimos un tema compartido, ‘Descalza camina’, y nos fuimos juntos a Europa. Ahí empezamos una relación muy intensa. Luis atravesaba un momento muy especial, leía como un loco, yo creo que ahí comenzó a tallar lo que es hoy. En París paramos en lo de una actriz francesa llamada Elizabeth Viener. Después él se fue a Amsterdam y yo para Londres, con la que después fue mi esposa. Cuando vuelve a la Argentina arma Pescado Rabioso.”

¿Qué te quedaste haciendo en Londres?

–Laburaba de baterista. Así de simple. En el ’72 volví porque mi mujer estaba embarazada y quisimos que nuestra hija naciera en la Argentina. Cuando aquí me encontré con Pappo, me dijo: “Morpo, vení, acompañame al Centro que hay un bajista que tiene una Fender y un sonido de la puta que lo parió”. El señor Machi Rufino. Pum: Pappo’s Blues Volumen 3.

Si bien se refiere con idéntico entusiasmo a cada una de las bandas que integró, Pomo concede que el lugar donde fue más feliz fue Invisible. Spinetta se llevó la base rítmica de Pappo’s 3 y fraguó un trío en los antípodas del heavy zeppeliano, místico y al mismo tiempo nihilista de Pescado Rabioso. Invisible, supo deslizarse con sutileza entre la melancolía de lo cotidiano, el apunte de aguafuerte y el lirismo surreal, y logró en tres discos atravesados por una porteñidad peculiar, oblicua, distante de la que proponían por entonces Sui Generis o Moris, uno de los puntos más altos de la trayectoria de Spinetta. La evocación de aquel preciosismo tuvo su cenit en el memorable concierto de Vélez de las Bandas Eternas, en diciembre de 2009. Dentro de un nivel parejo y siempre arropado por el condimento emocional –y pese al cansancio que causó tanto en el público como en Luis Alberto la desmesura de las casi seis horas de recital–, el set de Invisible representó en esa gesta lo más cercano a la perfección. Tocaron “Durazno sangrando”, “Jugo de lúcuma”, “Niño condenado”, “Lo que nos ocupa es esa abuela, la conciencia que regula el mundo” y “Amor de primavera”. “El modo en que me presentó Luis, por Dios. Lo abracé y le dije: ‘Turro, me vas a hacer llorar’... Toda la gente: ¡Pomo, Pomo, Pomo! Yo creo que cumplimos dignamente. Soy un eterno agradecido de que Dios, o Luis, me haya puesto en ese lugar...

¿Hay alguna posibilidad de que Invisible se vuelva a juntar?

–No, para nada. Fue como un cumpleaños. Una pizza organizada por Spinetta. Cero business. Luis maneja las cosas así, y creo que ese código es el que garantiza la fidelidad en la gente. Es algo subliminal y recíproco.












Antes de volver a trabajar con Spinetta en Jade, anduvo de proyecto en proyecto: en 1977 formó Sr. Zutano con Lito Epumer y Juan del Barrio; después estuvo en Seleste, fugaz banda capitaneada por David Lebon. En Jade liberó una versatilidad sugerida en Invisible y mostró dotes jazzísticas impensadas para un autodidacta de La Paternal. Se empezó a hablar con fundamentos de que Pomo era el mejor baterista de rock argentino (“rivalizábamos un poco con Morito, éramos el River-Boca... Charly-Luis, Seru-Jade, Moro-Pomo... boludeces de la época. Moro era un divino total... y qué batero”). Siguió prendido como sesionista en asuntos más o menos ajenos, grabó en el Fotos de Tokio de Pedro Aznar y entre la crisis económica nacional y la propia existencial decidió quemar naves. El 24 de abril de 1986 partió con su esposa Noemí y su hija María Eugenia, de 14 años, a Madrid. “En España la pasé bien, regular y mal. Trabajé mucho, hice tele, toqué para figuras como Liza Minelli y Grace Jones, produje, estuve con Jorge Alvarez... Pero nunca fui del todo feliz. Pasó el tiempo. Cuando Fito Páez me ofreció integrar su banda y salir de gira, me encantó. Fue un modo de acercarme a la Argentina.”

En 1994 regresó para enterrar a su padre y en 1998 decidió dejar todo lo que lo unía a España. “Absolutamente todo. Mi mujer, mi hija, mi casa, mis gatos. Dejé bártulos en un guardamuebles y pateé el tablero. Así como lo pateé cuando me fui, lo volví a patear para volver a mi patria for ever and ever. Empecé de cero. Trabajé tres años de docente, viví como pude. Tuve una época de andar con un bolsito con un cepillo de dientes, un par de remeras y un disc-man. Hasta llegué a alquilar el típico departamento de soltero. Y es así, loco. Yo creo que el paraíso está en la Tierra y se llama Argentina, pese a que nos esforzamos para que sea un lugar insufrible. Soy de acá, mi compromiso es con esta tierra. Es una cosa que se cae por su propio peso. Por más que hagas fuerza para llevar a cabo tu plan, cuando estás descansando viene el destino y te lo hace cumplir.”

¿Cómo es eso?

–Te lo digo de otra manera: soy un nadador que mientras está parado en el trampolín, la pileta permanece vacía... En cuanto me tiro, en los segundos que tardo en llegar al fondo de la pileta vacía, se activa un sistema que en milésimas de segundos llena la pileta con agua. Si me quedo en el trampolín y nunca me tiro, la pileta está siempre vacía... ¿Entendés?

Sí.

–A esta edad me tiro a la pileta. Estuve muy enojado. Ya me lo dijeron: soy bastante resentido. Anduve de aquí para allá, tratando de que me editaran mi laburo solista. Al final lo hice yo solo, como me enseñaron mis maestros. Es muy tonto decirlo pero no me voy a privar: estos discos son una manera de hacerle cosquillas al tiempo. La batalla está perdida, apenas unas cosquillas... Tengo una hija de 38 años que hace música, y dos nietos. No puedo parar de tocar la batería, de buscar la perfección. Soy así, un obsesivo, mi propio cana. Viene con mi packaging. Bancátelo... Tengo en mis manos un discazo, tres discazos. Me endeudé hasta las pelotas. Se me fue la vida en esto. Todo tiene lógica: soy Pomo, no soy Ricardo Fort.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Si Clark Kent Pomo fue y es un batero "unico"