“Hoy las bandas pueden ser dueñas de su propia música”
Haber sido parte de un grupo central en el
desarrollo de la música argentina y su expansión al continente no lo
llevó a relajarse y gozar; con Rock Road, las producciones
independientes y las curadurías, Zeta sigue alimentando su instinto
musical.
Por Luis Paz
En
ocasiones, las cosas suceden como resultado de una retícula de fuerzas
que conspiran hacia un resultado. En la música popular, las cosas
ocurren, se magnifican y se sostienen, por lo general, si entran en
juego el arte, la necesidad del público, la publicidad y una cuota
contextual que tiene que ver con lugares y momentos. Soda Stereo fue un
caso arquetípico de esto. Pero hay otras veces en que las cosas
sencillamente ocurren y nadie sabe muy bien por qué. Y en este grupo se
inscribe la curiosidad de que no bien Zeta Bosio apoya el traste en el
sillón de un bar equis de Palermo para charlar con Página/12, la canción
que expele el sistema funcional de música del local es “De Do Do Do, De
Da Da Da” de The Police, un single navideño de 1980 que fue parte de
Zenyatta Mondatta pero que, algo más notable para el caso, fue un
catalizador temprano de la relación entre Zeta Bosio y Gustavo Cerati,
por parte de una banda en la que la temprana Soda Stereo se buscó a sí
misma.
Bosio, Cerati y Alberti (Char-ly), además de eventualmente ser la banda ABC (también por sus apellidos) del pop rock argentino del último cuarto de siglo, hicieron un recorrido personal, cada uno en su andarivel, por vidas y obras amplias. De Zeta se sabrá que, además de bajista de ese grupo, fue antes y es todavía disc jockey y productor; o también que encabezó Rock Road, un envío televisivo que compiló el formato de programas de viaje con rock en vivo. Algunos sabrán, quizá, que fue el ideólogo de Proyecto Under, una comunidad web de músicos subterráneos que funciona hace una década y es referente en comunicación alternativa del rock y el pop local. Algún músico igualmente subterráneo lo conocerá de alguno de los muchos concursos en los que participó, o tal vez se habrá desayunado que Zeta trabaja ahora con la marca de whisky Ballantine’s.
No obstante, “algunas cosas se perdieron en la difusión”, dice. “También trabajé con la compañía Personal como curador de las bandas de los primeros Personal Fest, para imprimirle personalidad. Y en esto de los festivales y todos los que aparecieron estos años, me siento parte como comunicador con Rock Road, porque salimos a mostrar festivales de otros lados y creo que colaboramos para que la gente supiera lo que pasaba en otros lugares y se empezara a aplicar el modelo de los festivales acá. Después, con el sello Alerta, que manejé, trajimos a Argentina bandas como Gogol Bordello, que ahora toca en el Maquinaria, o editamos a Dread Mar I, que ahora es un artista consolidado de la escena.” Pese a su apodo, Zeta está entre los primeros en la fila local de rockeros emprendedores. Incluso cuando desmiente que haya estado detrás de la producción local de Bailando por un sueño, como figura en Wikipedia y algunos comunicadores ocasionalmente replicaron. “Habría que armar una pandilla alguna noche, Los Guardianes de Wikipedia, gente que entre y corrija. Un día entré a mi biografía, la modifiqué y me di cuenta de que si yo la pude modificar así de fácil, cualquiera que odie a alguien puede entrar y poner cualquier guasada. No tuve nada que ver con ese programa.”
–En cuanto a la música underground, cruzó puentes de un lado al otro varias veces. Con Soda arrancó en el under de la apertura democrática, y luego fueron el grupo más importante de la región. Luego de Soda Stereo, fue productor discográfico independiente para Alerta cuando el under había perdido el respeto popular. Y ahora que el rock under explota, vuelve a ser DJ...
–Hay que creer mucho en la magia de que las cosas ocurren en el momento justo. Me gusta estar en lo que viene, en la vanguardia, pero hay que ver cuál es el momento de cada lugar. Hoy se ve, con la globalización, que todo lo que parece estar muy adelantado, en verdad no lo está tanto. A los grupos argentinos todavía les cuesta mucho mostrar en streaming su música en el momento que sale, pero afuera es muy común. Creo mucho en que las bandas tienen que trabajar las redes sociales, hoy es el punto clave en la promoción de cualquier proyecto musical. La voluntad de tocar es lo fundamental, pero las bandas cuando son nuevas la tienen, si hasta pagan por tocar. Eso de quedarse tocando en la sala hasta que venga la compañía discográfica que te salve acá no existió ni existe. Pero las bandas son dueñas de su propia música hoy, porque de cada disco que venden les queda toda la plata: antes las discográficas se quedaban con el 97 por ciento y vos, que hacías la música, te quedabas con el 3 por ciento. Me parece que, de alguna manera, ahora es todo más justo para las bandas underground.
–En los comienzos de Soda, ¿alguna vez pagaron para tocar?
–Era otra época. En nuestros años lo hubiéramos considerado indigno. El under era un lugar donde había bandas con cierta calidad artística. El filtro eran los tipos que ponían sus lugares sabiendo lo que estaban haciendo, como el Zero o el Einstein. Chabán y todos los demás sabían lo que estaban haciendo porque sabían lo que estaba pasando: ellos venían del arte, eran artistas en muchos casos, y eran los que clasificaban a las bandas. Yo no sé si era porque no había televisión por cable o por qué, pero se tocaba lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos. Todos los días había escenarios abiertos donde tocar; y un día te hacían una olla popular y había pizza con naranja gratis. Te la regalaban, pero ¡había que comerla!. De ahí surgió todo y si vos gustabas a la gente, la gente seguía yendo. Nosotros armábamos volantes y los pegábamos con engrudo en la zona de los bares y los boliches de Palermo, en escuelas y universidades, donde había gente joven reuniéndose.
–Esto en los años de la caída de la última dictadura, cuando pegar afiches o ser un joven que participaba de una reunión era algo bastante jodido, ¿no?
–¡Sí! Salíamos con mucho miedo porque estaba prohibida toda expresión política y siempre se podía confundir el tema de pegar afiches de bandas con que eran políticos, pero nos dimos cuenta de que era el último rato del gobierno militar, y la cosa era un poco más relajada. Pero no voy a negar que teníamos cagazo de los autos que pasaban, de la gente que miraba, porque salíamos de noche, a las once y media, después de la facultad. Ibamos a lo de Sam El Pirata, que nos esperaba con los baldes de agua, comprábamos la harina y pum, a pegar. Lo lindo de tener una banda es tener una idea y llevarla adelante, hacer todo lo que podés hacer. Estudiábamos publicidad y nos gustaba; era una carrera rara en aquella época, no tenía salida laboral y los que estábamos ahí éramos todos raros. Llevamos adelante la idea del grupo con Gustavo como si hubiera sido un trabajo práctico.
–A usted le tocó la colimba justo en los años más pesados de la represión. ¿Cómo fue eso?
–En esa época era la Inquisición: era más que una dictadura. Fuimos la primera camada de 18 años en hacer la colimba, por una ley que sacaron ellos. Eramos perjudicados en no ir a los 20 porque si a los 20 estabas estudiando una carrera profesional, podías pedir prórroga, te recibías como abogado y cuando hacías la colimba era como abogado; no era lo mismo hacerla a los 18, limpiando los baños. Tuvimos que apechugar y aguantarnos una instrucción bastante severa, con mucho maltrato de todo tipo. Hubo que ser fuertes y curtirnos. Pero lo mío pegó un giro muy interesante y pude entrar a la banda de la armada, porque era músico. Quedé estable tocando la trompa en el Edificio Libertad y después llegué a asistente del Director General de Bandas: escribía las partituras para las bandas de la Armada de todo el país, que eran cinco. Armé los himnos para el Mundial de 1978, hice todas las orquestaciones de lo que tocaba cada instrumento en cada cancha, y después cuando la cosa se puso complicada con Chile, pude salir a la Fragata Libertad, donde hacía falta un bajista. Me fui a hacer la vuelta al mundo un año en la Fragata, así que hice dos años de esta historia. Ahí me traje un buen bajo de Puerto Rico y me puse a trabajar profesionalmente. Tener un Fender era imposible acá.
–Y explota el Zeta emprendedor.
–Ahí empiezo a autoabastecerme. Yo tenía una guitarra berreta; tenía una banda e iba comprando todo, una guitarra, una batería, pero no me pude comprar un bajo bueno y tenía un Faim horrible. Tuve un bajo bueno cuando volví de la colimba y ahí empecé a tocar covers de Bee Gees o Queen, hacíamos un repertorio variado de hits, muy divertido. Y con eso me empecé a independizar, de alguna forma. A los dos años de haber vuelto ya no dependía de la fábrica de mi viejo... ¡eso sí era trabajar! En esa época empecé a estudiar cine y fotografía, lo conocí a Gustavo y armamos un proyecto. Yo tocaba en varias bandas en un momento y había tocado con muchos guitarristas muy talentosos, pero con él siempre me gustó tocar porque tenía otro toque, otro color. Y bueno, surgió la idea de armar juntos una banda y eso desembocó en el proyecto Soda Stereo, que nos cambió la vida a nosotros dos y a Charly, que lo secuestramos.
–Luego del final de Soda, Charly emprendió varios proyectos y hasta armó una banda, Mole. Y en el caso de Gustavo, siguió haciendo música y se rodeó de una banda para eso. Usted no.
–Es que, en realidad, me sentía muy enojado con los músicos. La separación de Soda me dejó una secuela porque le dediqué mucho a la banda, le puse mucho de mí, y sentí que era volver a empezar: ser bajista no es lo mismo que ser guitarrista, compositor y cantante. Era armar de cero otra banda donde tenía que otra vez entregar el poder supremo al cantante o a un buen guitarrista. Preferí entrar a desarrollar otras áreas mías que en la banda había trabajado bien, más en la producción. Pero cada paso armó un camino en el que aprendí muchísimo.
–La vuelta de Soda Stereo fue una señal, ¿pero llegó a recomponer su relación con Cerati?
–Lamentablemente, se interrumpió con su accidente. A partir de lo que pasó, las cosas pasaron a otro plano. Cuando hay una tragedia, uno se queda en el lugar del afecto, del amigo. Podés tener la pelea más grande que tengas con un amigo, pero en esos momentos queda todo de lado. Con Charly y Gustavo tenemos una hermandad armada y una intimidad que no hemos compartido con nadie más, y a mí no me va a pasar nunca con nadie lo que me pasó con ellos. Tuve dos matrimonios que no se parecieron en nada a lo que yo he vivido con estos dos chicos, crecer juntos, las cosas que nos fueron pasando. Para cualquier grupos de pibes de barrio que a los 20 creen que puede hacer caer una vaca del cielo y la vaca cae, lo que ocurre en tu cabeza ante una tragedia es muy fuerte. Esto es terrible, no es lo que nadie podía imaginarse, pero tampoco quiero convertirme en un vocero de esta tragedia, ya sabemos todos cómo es la cosa y estamos en silencio, haciendo fuerza a diario para que abra los ojos y pueda disfrutar de lo que se merece, y ver todo este cariño que generó en la gente y darse cuenta de que son 24 horas al día de apoyo y de cariño. Cuando uno está vivo y despierto, te escriben cosas ofensivas, te atacan, pero cuando pasan estas cosas, surge el respeto y el cariño real.
–Y para los que están cerca, surge el alerta, ¿no? ¿A usted lo cambió en algo lo que pasó?
–Y sí, obvio... me hice una tomografía. Obviamente, los artistas vivimos como sentimos, y quizás no somos las personas más ordenadas del mundo, nos guiamos mucho por instinto, que es lo que nos llevó a ser lo que somos. Uno no puede renegar de eso, por más grande que sea, pero hay que cuidarse y tomar rutinas saludables. Comer no es sólo una satisfacción a la gula, sino un proceso que hay que resolver cada día. Y hay que asumirnos que cada cosa que metés en tu cuerpo, algo le hace.
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