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martes, 3 de julio de 2012

ACHO ESTOL EL COMPOSITOR DE LA CHICANA Y SU NUEVO DISCO SOLISTA: LA CALLE DEL DESENGAÑO.




 

“El costado psicodélico fue siempre lo que más me gustó”

 

El compositor de La Chicana propone una vez más un desenfadado mosaico de estéticas, géneros y estilos, de la milonga al vals, pasando por la cumbia y la zamba. “Me gusta ese efecto collage, es una mirada cósmica, caótica, que permite hacer todo al mismo tiempo.”


Por Cristian Vitale

Estaba Acho Estol caminando por Madrid y dio con una antigua vía: la Calle del Desengaño. Vio putas centroamericanas yirar entre enormes iglesias, y todo lo que está en el medio. Vio, en ese entramado de identidades, hábitos y culturas encimado en apenas 210 metros, una analogía para nombrar el disco que pergeñaba, el tercero de su cosecha solista. “Era el nombre preciso, porque se lo podía imaginar como una calle en la que te encontrás con una tintorería, una biblioteca pública con volúmenes de Aristóteles, un maxiquiosco, un parripollo, un gimnasio o una academia de medicina, un collage multicolor que me sirvió como metáfora”, dice. Y así lo nombró. Al disco, un desenfadado mosaico de estéticas, géneros y estilos subsumido en 18 canciones. Y también a una de éstas, autobiográfica, que habla de Carlos Gardel, de guitarras eclécticas, de discos “a púa” y una pérdida. “No tiene que ver específicamente con lo que vi en Madrid, pero sí con sus climas. Esa calle me dio muy sórdida, muy triste, y la relacioné con las calles de mis propios desengaños, con el camino del no”, se ríe.

El tema es una milonga surera en la que Acho da casi todo de sí: la letra, la guitarra, el contrabajo, las marimbas de bambú, el udu, el arpa de boca, y su voz. Es, junto a “Es o fue mi amigo”, la única que canta. La que desentona, por registro vocal, con el resto, en el que el creador de La Chicana delega decires en Cucuza Castiello, Pablo Dacal, Antonio Birabent, Palo Pandolfo, Manuel Moretti, Pablo Marchetti y Martín Pizzi. “Poner temas míos en la voz de otros es algo que acostumbro. Es mejor y lo hago siempre. La diferencia es que en este disco también incluí guitarristas. No quería ser yo solo, siempre los mismos dedos, los mismos giros. No da”, se sincera, sobre otro de los rasgos del trabajo que presentará hoy en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575), junto a La Chicana, la banda que conduce junto a su pareja Dolores Solá. “Es una idea que le robé a Jorge Serrano, de los Decadentes, que sacó un disco solista y lo presentó dentro de los shows de la banda en La Trastienda. Me pareció genial la idea porque, además, me siento inseguro como frontman, me veo dudoso en ese rol. Y me gusta eso de que se crucen en camarines Palo, Cucuza y Moretti y compartan empanadas”, se ríe.

–¿Cuáles serían los cambios y continuidades respecto de Buenosaurius, su disco anterior?

–Aquél era más conceptual, más tanguero, oscuro y barroco; y éste es más despojado. Si bien me siguen gustando el contrapunto y el barroco, aquél tiene una textura mucho más densa. Tiene más información entrelazada, y éste es más directo, más variado. Más rápido y espontáneo. Me contenta no haberle dado tantas vueltas.
Reducir vueltas no implica, claro, eliminarlas. Dicho de otro modo, siempre cuesta encontrarle un principio organizador a la música de Acho Estol. Los estilos cambian, se imbrican. Dan una música inquieta por definición. La Calle del Desengaño, por caso, implica milongas (“Es o fue mi amigo”, “De qué te vas a disfrazar”, “Beibi”), valses (“Vals de los pobres”, “Los Le Mans del policía”), cumbias (“El aviador”), zambas (“Retroceder nunca, rendirse jamás”) y una serie de giros y codas –dentro o fuera de cada canción– que podrían llamarse, si cabe un nombre, folklore psicodélico o tango, pero como si lo hubiese encarado Frank Za-ppa. El prefiere hablar de fragmentos de distintas comedias musicales imaginarias o pedazos de músicas de cine mezclados con músicas de ópera “a través de una simple canción normal”. “Me gusta ese efecto collage, es una mirada cósmica, caótica, que permite hacer todo al mismo tiempo”, resume.

 
  
–Eclecticismo marca Estol. Menos tango electrónico, cabe todo...

–(Risas.) Es verdad, pero igual yo siempre siento que soy totalmente egocéntrico y monotemático. Y que el eclecticismo es una excusa, un intento de disfrazar mi estilo, porque al final siempre soy yo. Me siento solipsista, siento que mis discos solistas son como endogámicos, onanistas, como si estuviera encerrado en mí mismo.

–¿Esquizofrenia estética, tal vez?

–No sé. A mí me es natural ir de “Helter Skelter” a Atahualpa Yupanqui, porque ya lo hacía cuando tenía diez años. Iba del rock o del punk al tango, y entonces siento que es mi estilo. Que soy yo todo el tiempo y que al final busco instrumentos, busco géneros y busco gente para contrarrestar ese yo tan fuerte, esa presencia propia en la que me tiendo a expresar. Y los encuentros funcionan a pesar de lo raros que son. No sé, yo me crié con Sargent Pepper, que es como aquello que los psiquiatras llaman imprinting... eso que te moldea el cerebro para siempre. El costado psicodélico fue siempre lo que más me gustó...

–El principio organizador...

–Póngale. Creo que siempre soy fiel a mí mismo, y que ese hilo conductor sale de esa lealtad.

–¿Qué es lo que entienden de usted los invitados, los que interpretan sus cargadas historias?

–No es casualidad que sean amigos y compositores que admiro. Tipos con quienes comparto una filosofía de búsqueda de la canción, que por un lado es abstracta, que escribís en un papel cuando la registrás en Sadaic, y ahí queda: 40 años después podés desenterrarla como partitura y hacer una versión de esa canción, que es reconocible. Es “Madreselva” o es “Ob-la–di, Ob-la-da” y, al mismo tiempo, cuando la grabás, da riquísima, porque estás haciendo una versión de una foto congelada. Hay algo de misterio ahí.

–¿Cuál sería el ejemplo en este disco?

–“Ese bar”, la canción que canta Moretti. La hicimos dos veces, una para grabarla, mientras la conocíamos poco entre los dos, y otra en vivo. La primera era un Frankenstein, porque le tenías que poner electricidad para ver si respiraba o no, mientras que la otra, la del tiempo real, estaba viva.

–Cabe extender el ejemplo a “De qué te vas a disfrazar”, la “milonga nova” que canta Palo Pandolfo.

–Tal vez. Además tengo gran afinidad con Palo. Espiritango (Los Visitantes, 1994) fue algo central para mí. Un ejemplo que incluye esa psicodelia de la que hablábamos que, dentro de la formalidad armónica, pone modulaciones extrañas, inesperadas.

–Podría decirse que Palo es un habitante de su planeta.

–(Risas.) Y además soy fan suyo, y ex envidiador, porque cuando yo tenía 20 años, él ya había triunfado con Don Cornelio. Yo quería que mis bandas de rock triunfaran como Don Cornelio, y no pasaba. También lo admiré con Los Visitantes. Espiritango se editó antes que saliera La Chicana, y es como una de esas pistas inconscientes a las que presté atención cuando con Lola (Dolores Solá) dijimos: “Hagamos tango porque esta generación está preparada”.
La otra pista fue su abuelo Horacio Estol, un periodista nacido en 1907, que fue amigo de Carlos de la Púa, Enrique Cadícamo, los González Tuñón brothers, Roberto Arlt y Astor Piazzolla y que Acho no sólo evoca en la canción que da nombre al disco, sino también en la lámina interna, centrada en viejas publicidades gráficas. “Mi abuelo fue corresponsal del diario Crítica en Nueva York y muchos de los amigos que viajaban paraban en su casa. El llevó a Piazzolla a una fiesta en la que conoció a Stravinsky, los presentó, y murió cuando yo tenía 12 años. Me gustaba ir a dormir a su casa y revisar las revistas donde había escrito cosas en los ’30 y los ’40. Eso me marcó mucho, porque mi generación negaba la argentinidad y la cultura del tango. Yo mismo tenía el beatle adentro, pero gracias a mi abuelo se me impregnó esa otra parte”, evoca.

–¿Por qué, entre los 18 temas, hay sólo dos versiones (“La nena” y “No es posible un mundo mejor con árbitros bomberos”) y le corresponden al mismo autor, Jorge Alorsa Pandelucos?

–Porque me encanta lo que escribe, me identifico mucho con él. Es un tipo al que descubrí y me hice amigo poco tiempo antes de que muriera. Creo que me quedó algo muy pendiente en el alma, ¿no? Lo vi varias veces en vivo, siempre con la fantasía de producirlo. El era así, y era lógico que se sentara con un pingüino de vino y un guitarrista al lado e hiciera esos temas increíbles. Pero yo, que soy hincha del contrapunto, me imaginaba que muchos de esos temas se podían hacer en versiones rimbombantes, orquestales, que tuvieran el humor que tenían las letras. Incluso lo había hablado varias veces con él. Fue obvio elegirlo, porque me habían quedado esas cuentas pendientes.

–¿Y Luis Alposta? Tomó un texto suyo (“El aviador”) y lo musicalizó en clave de cumbia...

–Me lo mandó él y me dijo que era una metáfora del paco, de un pibe que se iba a la mierda con la droga, y se me ocurrió que tenía que ser una cumbia tipo Wawancó. Cuando le mandé el mail diciéndole eso, me contestó que había sido íntimo amigo de Los Wawancó y me empezó a mandar fotos suyas con ellos. ¡Había estado directamente dentro de la formación! Y, sí, le gustó mucho. Pensé que iba a tener algún recelo con el tema de la cumbia, pero lo subestimé, porque es un moderno absoluto. Todos aprendemos como locos de él.


 


–¿Podría desmenuzar el tema o es bailar sobre arquitectura, como decía Zappa?

–Mi primera respuesta es decir que no hay que desmenuzar los temas, porque el tema se explica solo. Cada vez que escucho a un autor explicando un tema me recuerdo a mí mismo “nunca expliques los temas”, porque son lo que son.

–¿“Súper Yo” tampoco? No parece tan complicado de describir con palabras.

–(Risas) Si lo desmenuzamos, da que en cada persona ese tema tiene que despertar algo distinto. A cada uno que lo escucha tiene que revolverle su propia entraña, porque es especialmente terapéutico. Yo, por supuesto, me baso en mi propio súper yo, que es muy errático, y que tiene que ver con mi niñez y con los superhéroes. Cuando era niño tenía un cuaderno en el que inventaba superhéroes, los dibujaba y les otorgaba distintos poderes.

–¿Nunca compone temas con destino de hit, no?

–Supongo que no, aunque en algunos círculos, por ejemplo haciendo giras por Europa, un productor escuchó un disco mío de compilados, y me dijo: “Con razón sos tan hitero”.

–¿Hitero?

–Sí, totalmente. Para el circuito world music somos cultos y folklóricos, porque nos ven como renovadores de algo étnico. Tocamos en teatros con gente que va de smoking a vernos, y entonces parece que mis temas son hiteros, mientras que acá, para competir en una radio al lado de Mimi Maura o Kevin Johansen, mis temas no son hiteros. Tal vez haya un intento como “Beibi” o “Es o fue mi amigo”, pero siempre me arreglo como para arruinarlos con algo más oscuro y quitarles el destino de hit.

–Giro hacia el último disco de La Chicana. ¿La idea de Revolución o Picnic –tal su nombre– se la apropiaron de Bombita Rodríguez?

–Noooo...

–Entonces fue al revés...

–¿Por qué?

–Por ese sketch en el que Bombita, el personaje de Capusotto, planea la revolución en un picnic.

–Ni idea. No lo sabía. En realidad, así le iba a poner a mi primer disco solista, en 2006, porque hice una búsqueda por Internet y aparecieron los indignados de Madrid, onda “los indignados en la Puerta del Sol, ¿revolución o picnic?”, pero el tema habla de que todo se puede llevar al extremo o todo se puede poner en pausa. Esta es una generación que está descreída de la revolución, por eso creo que tenemos que darnos cuenta de que la revolución siempre te sorprende, que nunca va a ser como la última que fue, siempre te va a partir la cabeza, va a dar vuelta todo y va a patear el tablero, y entonces cada generación tiene que inventar una original, distinta, porque el mundo está en un estado de abulia absoluta.

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