El cuarteto en 1989, el año de The miracle. Freddie moriría dos años después, tras Innuendo.
–¿Qué les produjo la muestra Stormtroopers in Stilettos que se montó este año en Londres?
Brian May: –El motivo de la exhibición fue dejar que la gente vea cómo fueron los primeros tiempos. Y el título mismo (que viene de la canción de Sheer Heart Attack) es un buen símbolo, porque hay una paradoja, un sinsentido en eso de “soldados en tacos altos” que tiene que ver con lo que éramos: algo muy poderoso y ruidoso, pero sobre ideas muy delicadas.
Roger Taylor: –Teníamos una mezcla de emociones. No esperábamos echar semejante vistazo atrás, una exposición tan detallada de lo que éramos hace 40 años, cuando nos veíamos muy jóvenes y muy pobres. Y de pronto recordás cómo fue todo y es en algún punto doloroso por el nivel de detalle, pero también produce mucha alegría y orgullo por lo que conseguimos en esos primeros años.
B. M.: –Fue un shock emocional, porque estoy acostumbrado a ver fotos de Freddie, y Freddie ya no está pero al mismo tiempo está con nosotros, es parte de nuestras vidas. Pero tener una imagen tan clara... ver otras personas que ya no están con nosotros, amigos muy cercanos que quedaron eternamente jóvenes, es fuerte.
R. T.: –En algún punto fue sorprendente, porque mucho de ese material viene de mis archivos, yo coleccioné muchísimo material, pero también hay cosas que nunca había visto, y que las vi con el entusiasmo de un chico, como algo familiar y a la vez como si fueran otras personas. Fue nuestro período formativo y nos trajo un montón de recuerdos, de cómo ahorrábamos plata para instrumentos y comida. La próxima comida, y de dónde iba a salir, era prioridad número uno...
–¿Cómo fue el comienzo para esos “chicos pobres”?
B. M.: –Lo que hacíamos era algo en el fondo muy pesado, pero muy melódico y armónico en la superficie... no había un modelo. Por supuesto que teníamos héroes, Jimi Hendrix, Led Zeppelin, que eran contemporáneos pero también nuestros héroes. Hicieron algo de lo que nosotros queríamos hacer, pero no tenían ese otro lado. Nos gustaba mucho Yes, que tenía un elemento armónico muy complejo, pero teníamos influencias muy extrañas y eclécticas que llevaron a lo que fuimos. Eramos como una esponja, seguíamos toda esa música maravillosa que nos rodeaba en ese momento particular. No sé si podría suceder hoy, no sé si podríamos crecer con todos esos sonidos en la cabeza y saber lo que queremos. El golpe de suerte fue que Freddie, Roger y yo teníamos una visión muy similar, y cuando nos juntamos fue fácil saber qué decisiones tomar. Cuando llegó John sentimos que la banda estaba completa.
–La reedición de Queen (1973) rescata el mítico primer demo de la banda, de 1971.
R. T.: –Hicimos demos con los que fuimos a todas las compañías que había, rogando por un contrato.
B. M.: –Teníamos nuestro sueño pero nadie lo compartía... Tuvimos suerte de cruzarnos con una persona que quería hacer un poco de ruido con su nuevo estudio, el De Lane Lea, y nos permitió grabar cinco canciones. Eramos precoces, ya sabíamos lo que queríamos, y lo produjimos nosotros. Y quedó como queríamos en sólo dos o tres días, que fueron suficientes para entrenar los músculos, darles forma a los sonidos que teníamos en la cabeza.
R. T.: –Brian hizo un gran trabajo con la nueva tecnología, se las arregló para sacar todos los ruidos del original, y suena fantástico. Diría que mejor que el primer disco.
–¿Cómo fue la grabación del debut?
R. T.: –Grabamos en su mayor parte de noche, cuando David Bowie no estaba en el estudio, porque ambos grabábamos en el estudio de nuestros managers. Era un estudio muy de moda en el momento.
B. M.: –Los dueños del estudio no querían gastar dinero, y si había alguien en el estudio, como Bowie, y terminaba a las dos de la mañana, nosotros recibíamos un llamado para que aprovecháramos ese tiempo.
R. T.: –Y allí íbamos, a trabajar de 2 a 6...
B. M.: –Así se hizo ese disco. Aunque había muy buena tecnología alrededor nuestro, no teníamos mucha libertad para usarla. Teníamos pequeñas fracciones de tiempo y éramos los nuevos que no sabían nada, y nadie quería escuchar cómo queríamos hacer las cosas. El disco sufre un poco eso, pero de todos modos hay buen material ahí.
–¿Cómo era el primer Freddie?
B. M.: –Freddie fue siempre una gran estrella, eso es lo curioso. Porque era un pibe muy, muy tímido, incluso inseguro. Venía de una escuela muy estricta y en cierto sentido muy represora, con lo cual su reacción fue ir en el sentido opuesto: ser completamente escandaloso, construir un personaje que podía habitar. Eso llegó al clímax cuando dejó de ser Bulsara y se convirtió en Fre-ddie Mercury. Mi recuerdo es el de un tipo que se construyó a sí mismo. Tenía su visión, su sueño, y construyó todo en su vida para hacerlo realidad. Y nosotros fuimos parte de esta especie de viaje.
–¿Fue un perfeccionista desde el primer momento?
B. M.: –Se volvió increíblemente disciplinado, todo lo contrario a lo que era cuando lo conocimos como performer, que podía correr y gritar como un loco, y podía resultar shockeante. Era interesante verlo sentado en el estudio, se escuchaba cantar y era muy crítico consigo mismo, no le gustaba cómo sonaba: trabajó noche y día para ajustar y pulir su voz, para controlarla y convertirla en lo que quisiera que fuera.
–Esa filosofía se aplicó también al show de Queen, ¿no?
R. T.: –Queríamos ser diferentes y queríamos tener el componente teatral, porque a menudo se olvida que en esos tiempos las bandas no hacían nada. Ni se movían, como mucho sacudían la cabeza. Nosotros quisimos armar un show sin sentir vergüenza de lo teatral. Y Freddie era muy bueno en eso. Lo hacía como nadie más, quizá con la excepción de Bowie; era un excelente performer, pero se lo subestimaba. Sabíamos muy bien lo que queríamos conseguir, pero mucha gente no terminaba de agarrarlo, no sabía si éramos glam o qué. Había un montón de bandas glam y de art rock, y nosotros estábamos en un lugar entre el hard rock y toda otra mezcla de cosas. Eramos una bestia extraña.
–¿Había algún otro “héroe” o influencia?
B. M.: –The Beatles. Ellos eran nuestra Biblia, en el modo en que usaban el estudio y su maravilloso uso de las armonías. The Beatles y Jimi Hendrix y The Who: amábamos a The Who, porque conocían los principios de la armonía, pero también eran rudos, como hooligans, y nos gustaba ese elemento de peligro. Creo que nosotros nos tomamos las amronías más en serio. Cuando conocimos a Pete Townshend me preguntó: “Brian, de dónde viene todo ese asunto con la armonía, dónde estudiaste?”, y no sabía qué contestarle. “No sé si lo estudié”, le dije. “Sólo escuchamos a varias personas, incluyéndote, y algo sucedió en nuestra cabeza.”
R. T. : –En el momento en que conseguimos el sonido que buscábamos fuimos mucho más felices con el estudio, y ya no tuvimos gente alrededor tratando de decirnos qué hacer. En el segundo disco hubo una mixtura de extravagancia y un sonido más accesible, más comercial.
–¿Es A night at the Opera una suerte de “el Sgt. Pepper de Queen”, el momento de mayor complejidad en el estudio?
R. T.: –No creo... y tampoco estoy seguro de que Sgt. Pepper sea el mejor disco de The Beatles. Para mí Revolver, Abbey Road, el White Album son mejores. Del mismo modo, diría que A night at the Opera es un gran trabajo, muy ecléctico, y claro, tiene “Bohemian Rhapsody”, pero hicimos un montón de otras cosas tan buenas como eso. Es quizá “nuestro Sgt. Pepper”, pero no es nuestro mejor disco.
–¿Cómo fue el proceso de remasterización?
R. T.: –Fuimos a ocho estudios de mastering diferentes, todos buenísimos, pero nos encantaba el trabajo de Bob Ludwig. Y es fantástico, suena hermoso, fresco, sorprendente, vivo. En primer lugar, está grabado de modo analógico, que suena mejor que lo digital; hay una gordura de sonido que es más placentera para el oído.
B. M.: –Es fascinante. Los remasters son bellísimos, más claros y más perfectos que nunca. Eso me hace muy feliz, y hay momentos en que no entiendo cómo lo hicimos: es tan increíblemente complejo, tan pulido... Me maravilla, porque éramos unos chicos y nos la arreglamos para salir con esas cosas increíbles sólo con el poder de voluntad. Todavía me asombra, y estoy muy orgulloso de lo que conseguimos como banda.
–¿Por qué John Deacon dio un paso al costado?
R. T.: –John vive retirado y muy tranquilo, una decisión que tomó años atrás. Es una persona nerviosa y frágil, y no quiere lidiar con cierta clase de gente nunca más. El stress de este negocio, especialmente después de que Freddie murió, fue demasiado para él. Prefirió una vida tranquila, pero sigue siendo nuestro socio y recibe su paga. No lo vemos mucho, es un tipo muy tranquilo y le gusta que las cosas sigan así.
–¿Cómo fueron los momentos inmediatamente posteriores a la muerte de Freddie?
B. M.: –Nuestro primer pensamiento fue “bueno, esto se terminó”.
R. T.: –No sabíamos qué hacer, y pensamos en terminar con todo.
B. M.: –Hay todo un proceso de duelo que tenés que atravesar. En mi caso fue peor que eso: no quería hablar de Queen, no quería ser parte de Queen. Hice mis giras, y si la gente me preguntaba por Queen me resistía a hablar, porque pensaba que todo había terminado y quería mi vida de vuelta. Queen era una sombra de la que no podía escapar. Por supuesto, todo eso es parte del duelo, una reacción desmedida. Pasado el tiempo me di cuenta de que Queen no es algo exterior, es parte de nosotros, una extensión nuestra. Nunca podremos decir “se terminó”... porque es tu creación.
R. T.: –Parecía tener su propia vida, porque cuatro o cinco años después completamos el disco Made in heaven, que en principio no íbamos a hacer, pero finalmente hicimos y quedamos muy conformes. Y después vino el musical We will rock you, y la radio nos seguía pasando... todo eso contribuyó a que para el público siguiéramos presentes.
B. M.: –Queen tiene un poder por sí mismo, una fuerza espiritual muy potente, y Roger y yo a veces peleamos contra eso, a veces lo sentimos como una gran sombra sobre nosotros que nos impide ser otra cosa. Pero también está la apreciación de que nosotros creamos esto, y lo amamos, y estamos orgullosos de eso y tratamos de continuarlo de alguna manera, de seguir siendo parte de esto que creamos.
–¿Hay algún plan de salir a tocar en vivo por el 40º aniversario?
R. T.: –Es bárbaro trabajar con nueva gente, y Island se portó de manera fantástica. Estuvimos hablando de hacer algo que se vería por Internet, con un montón de maravillosos cantantes invitados, una suerte de show íntimo con mezcla de videos... lo estamos pensando. Brian y yo somos de tomar decisiones rápidas, así sucedió con la gira con Paul Rodgers, que dijimos “bueno, hagámoslo”. No sé, me gustaría pensar que vamos a hacer algo en vivo.
B. M.: –La gente quiere escuchar canciones de Queen y quiere algún tipo de representación en escena, mantener esto vivo, lo que nos hace pensar “bueno, ¿qué hacemos?”. Pero tengo cierta resistencia, sale eso de “son cuarenta años, ¿por qué no hacen una gira? ¿Por qué no consiguen alguien que cante?”. Yo no sé si quiero salir de gira y tener a alguien siendo Freddie. Lo hicimos con Paul Rodgers, pero fue un éxito porque él no intentó ser Freddie, vino con su material, su propia leyenda. En cierto sentido fue una sociedad de iguales. Pero no sé si quiero hacerlo otra vez. Todavía me despierto a veces preguntándome cómo lo hicimos, cómo nos convertimos en un fenómeno mundial. Es genial, es asombroso, algo por lo que estoy agradecido y que todavía me cuesta poner en su justo lugar.
* Entrevista realizada por el sello Island/Universal. Traducción y adaptación de E. F.
COMO ES LA SERIE DE REMASTERIZACIONES DE LA BANDA INGLESA.
EL LEGADO DE UNA BANDA ESPECTACULAR.
Por Eduardo Fabregat
La seguidilla deja los auriculares al rojo vivo. Porque está claro que la experiencia exige auriculares: al fin, Queen tiene el audio que le hace justicia, que hace que esas canciones escuchadas una y mil veces vuelvan a convertirse en territorio a descubrir. La serie que cerrará el 5 de septiembre (en coincidencia con lo que debería ser el cumpleaños de Freddie Mercury, se editarán los últimos cuatro discos del historial y un DVD con los shows de julio de 1986 en Wembley) es la contundente prueba de cuánto significa el cuarteto inglés en la historia de la música rock. Y viene, además, con una serie de “bonus EP” que condensan lados B, tomas en vivo, gemas perdidas como “Mad the swine” o “Feelings feelings”, versiones alternativas, ensayos y rarezas como “Bycicle race” sin voces, un “Don’t stop me now” con más guitarras, las voces solas del segmento operístico de “Bohemian Rhapsody” o el mítico demo 1971 en los estudios De Lane Lea. Además, los Greatest Hits (dos de los compilados más vendidos de la historia) se refuerzan ahora con los dos volúmenes de Deep cuts, que reúnen las canciones menos obvias a la hora de recopilar.
Así, recorrer la historia de Queen, en una versión sonora que impacta por su limpidez, calidad y potencia, se vuelve un ejercicio de puro placer. Porque detrás de las consideraciones técnicas y el rastreo de archivos escondidos, llega esa convicción en la que reposa la razón por la cual Queen fue una banda que supo dominar el mundo. El repaso de su obra hasta el primer paso en falso no deja de confirmarlo: basta decir que, en sólo siete años, entre 1973 y 1980, Freddie Mercury, Brian May, Roger Taylor y John Deacon grabaron nada menos que ocho discos a los que nadie puede negarle el status de clásicos. Queen, Queen II, Sheer heart attack, A night at the opera, A day at the races, News of the world, Jazz, The Game: antes de desencantar con la banda de sonido de Flash Gordon (sólo tres canciones en una marea de música incidental) y la patinada al pasto de Hot Space, Queen sentó las bases de algo irrepetible. En una seguidilla envidiable, compuso y grabó álbumes que hicieron historia, con canciones que forman parte de la herencia de la música contemporánea.
¿Excesivo? La atenta escucha de este festín de remasterizaciones despeja cualquier duda. Incluso, Queen supo recuperar la dignidad entrados los ’80, aunque está claro que nada podía ser como esa primera década de oro, cuando el grupo pudo ser tan delicado como poderoso, tan sencillo como intrincado, apoyándose en cuatro tipos que componían y se complementaban a la perfección. Y que, como si esa tarea de estudio no fuera suficiente, además pusieron a punto una maquinaria en vivo que encendía a las multitudes, y tenía en Mercury un frontman de los que no se repiten así nomás.
La industria musical vive una era de remasterizaciones y rescates que incluye más de un lanzamiento discutible, por utilizar un término elegante. Pero la discografía remasterizada de Queen es mucho más que un recurso para ingresar dinero fresco: es, sencillamente, un atronador acto de justicia.