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jueves, 11 de agosto de 2011

DURATIERRA Y SU NUEVO DISCO: FLORALIA.
















El quinteto grabó piezas del folklore latinoamericano con una mirada actual, pero sin perder la esencia.

Duratierra es un ejemplo de que la música folklórica más rural y serena puede cautivar a jóvenes crecidos entre el ajetreo de la ciudad, los grandes edificios y la velocidad de las comunicaciones. Antes de coincidir en un camino conjunto en 2004, cada uno de sus integrantes experimentó estilos musicales foráneos, como el jazz, el pop o el rock. ¿El resultado? Un primer disco que rescata canciones y autores del repertorio popular latinoamericano, cruzadas con texturas de esos géneros más cercanos a la ciudad. “Nuestro sonido más que moderno es urbano. Está influido por músicas que nos acompañaron desde siempre y está contextualizado en el lugar donde vivimos”, dice Micaela Vita.

Si bien se trata de un disco en el que conviven piezas tradicionales como la canción mexicana anónima “La llorona” o la andina “Ña Lucía” (de Colacho Brizuela e Inés Bayala), los músicos proponen una mirada actual –por eso la fusión de estilos– pero sin olvidar la esencia de esas composiciones. “Lo que intentamos hacer es profundizar, desde el punto de vista estético y conceptual, cada uno de los géneros que abordamos”, entiende el guitarrista Juan Pablo Saraco, quien también integra un grupo de tango. “No nos interesa tomar los elementos más visibles del folklore, sino que intentamos diferenciarnos de eso buscando más en los detalles de cada género”, detalla Saraco. “A veces la conexión no es tan sencilla: la búsqueda tiene que ver con intentar ser lo más original posible. Y creo que la única forma de serlo hoy en el folklore es hablando del mundo actual, de lo que significa el folklore hoy, rescatando la tradición y la historia. Pero esa tradición no puede estar quieta, tiene que estar en movimiento.”

Lo que resulta curioso por estos lares es que veinteañeros –que completan Tomás Pagano, Nicolás Arroyo y Guillermo Cudmani– armen un grupo de folklore. Pero Vita se apresura a diferenciar: “Acá en Buenos Aires es raro, pero si te vas al interior de país los pibes tocan el bombo legüero desde que usan pañales”. Ella cuenta que en su casa casi no se escuchaba ese género. Los únicos que se colaban por la radio eran Mercedes Sosa y María Elena Walsh. “Yo sola sentí las ganas de acercarme”, dice. Pero ella y sus compañeros de grupo no fueron los únicos que descubrieron las raíces musicales de América latina: en la última década afloraron los grupos que comenzaron a explorar en la diversidad musical del continente, que va desde el reggae y la cumbia hasta el candombe y el carnavalito. “Creo que hay una mirada un poco más para adentro, hacia las raíces. Me parece que hay un montón de gente joven que está acercándose a la música de esta tierra”, sostiene la vocalista.

Y Saraco aporta lo suyo: “Latinoamérica en general está en un proceso de recuperación de su identidad, en todos los aspectos: en lo político, cultural y económico. A su vez, es interesante y llamativo ver que gente como no- sotros, que somos hijos de inmigrantes italianos que vinieron acá a principios del siglo XX, estemos rescatando una tradición afroperuana del siglo XVIII. Hay unos puentes ahí que tienen que ver con la identidad que son difíciles de explicar. Es difícil porque no es que somos hijos de tobas que teníamos un velo que de repente se corrió y nos dimos cuenta de que ése era nuestro origen. En realidad, si uno le busca el origen más antropológico, no existe, no está claro. Tiene que ver con tomar conciencia del continente en el que vivimos y la historia previa. De alguna manera, aparece una generación que intenta rescatar todo eso porque lo siente más propio”.

–Las nuevas tecnologías también se cruzan con el folklore en la actualidad. ¿Cómo creen que repercute en el género?

Vita: –El único peligro es que la música empiece a lavarse, a alivianarse. Creo que hay que reconocer dónde está lo fuerte del ritmo que estás eligiendo tocar y no quedarte sólo en la superficie de lo estético, sino seguir trabajando con la profundidad que significa estar tocando una chacarera o un ritmo particular, más allá de que le ponga un delay a la voz.

Saraco: –En algún punto estamos en un proceso que no podemos explicar. Siento que los géneros se empiezan a degenerar. A veces hay como un grado de conexión un tanto superficial con las músicas tradicionales y tiene que ver también con que no te enseñan en la escuela quién fue Atahualpa Yupanqui. Lo que desearía es que la nueva música que se haga en la Argentina hable de lo que pasa en la actualidad. Y que esa mirada, como tantas otras, refleje una realidad comprometida. Pero a veces se pierde el contacto con los otros. Está bueno hablar del mundo personal, pero no tiene que ser lo único.

Informe: Sergio Sánchez.

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