Ocurrió
que Peteco y Demi caminaban por las calles de Shanghai. Era un día de
calor, casi como Santiago del Estero en febrero, y el hermano menor
(Demi) escuchó un sonido familiar. “Escuchá, ¡coyuyos!”, le dijo al
mayor. El sonido, que podría ser el de una chicharra, un grillo, un
coyuyo o cualquier pájaro chino de similar especie, los voló directo al
monte. Un traslado sin escalas. Peteco, siempre inquieto, entró en una
casa de instrumentos, compró una flauta china de bambú e intentó tocarla
en el cuarto del hotel. “Es un moño, no entendí nada”, admite él. Igual
le alcanzó para sentar las bases melódicas de “El coyuyo de Shan-ghai”,
una de las veinte piezas que pueblan El viajero, su flamante disco. El
chiste termina en que los hermanos bandeños, vueltos a Buenos Aires,
tuvieron que buscar un músico chino para hacer sonar esa cosa
complicada, “china”, de dos cuerdas y mil sonidos, para terminar de
darle forma a la chacarera. Y así quedó en el disco: original, distinta,
como acostumbra el vate Carabajal. Y así opera, también, como una llave
posible para abrir las puertas de un disco que hace honor a su nombre.
“Es una mezcla de cosas, no sé, por un lado el viaje específico, el
viaje que uno hace a través de distintas geografías. Por otro, el viaje
interior, el viaje humano. La vida es un viaje, el planeta anda
viajando. Y hay distintos lugares desde donde ver un viaje y verse a
uno, que es el protagonista de ese viaje. Igual, a veces una idea es y
no es...”
–¿Cómo es eso?
–No necesariamente uno tiene que dar concreciones sobre determinada
cosa que plantea. Yo digo El viajero. ¿Qué quiere decir el viajero?
Bueno, podrá ser muchas cosas y a la vez no saber si hay algo que decir.
La ambivalencia de Peteco no anula factores empíricos. El disco, que
presentará mañana en La Trastienda Club (Balcarce 460), muestra al
compositor y multiinstrumentista en viaje permanente. No sólo por las
lejanías de Shanghai, sino por otras geografías más o menos ajenas al
Puente Carretero, y su río dulce. Por el sur pampero, hondo y llano, a
través de “Quimey Neuquén”, el contundente loncomeo de Marcelo Berbel y
Milton Aguilar que inmortalizó José Larralde. Por la urbe y su pop
encarnado en Gustavo Cerati (“Corazón delator”), la Cuba universal de
Silvio Rodríguez expresada en “Vamos a andar”; el aura nostalporteña de
Gardel (“Volver”) o la rústica triple frontera interior que conforman
Santiago, Chaco y Salta mediante la chacarera díscola –también
distinta–- que hicieron Francisco Sánchez y Abel Saravia: “La mataca
ollera”. Partes de un todo viajero y viajado que Carabajal grabó en vivo
durante un concierto en el Teatro El Círculo de Rosario, sustentado por
su banda–clan: el mismo Demi en batería, Ricardo Carabajal en
percusión, su hijo Homero y Daniel Patanchón en guitarras, y Juancho
Farías Gómez en bajo. “Cuando estaba terminando de mezclar el disco,
invité a Pajarín y a Koki Saavedra para que lo escucharan, y justo
llegaron cuando hacíamos ‘Quimey Neuquén’. Estaban en silencio y en un
momento, Pajarín, al que conozco de chico, me dijo: ‘Vuelves a lograr la
sorpresa’... me serené, yo ya estaba con miedo”, relata.
–¿Miedo a qué? ¿Al estancamiento, a la rutina, a la repetición?
–Fue en tono de humor, pero sí, antes yo era medio inconsciente y no
pensaba tanto en la recepción de lo que hacía, pero me han dicho tantas
veces que siempre se espera algo nuevo de mí que al final me hizo
pensar. Me hizo tener miedo de defraudar.
Descartado. En El viajero, Peteco revalida sus laudos de creador
nato e intérprete “a más”. Los nuevos y propios (el homónimo y “Amanecer
revolución”, un maravilloso huayno lisérgico) lo ubican otra vez con un
pie en el monte y otro en el cosmos. Lo encarrilan en el saco de
hechicero musical. Los viejos y propios (“Juan del Monte” o “Como
arbolito de otoño”) no descuidan su pasado y los atemporales y ajenos
(“La guitarra”, de la yunta Yupanqui-Valles y “Cuando tenga la tierra”,
de Toro y Petrocelli, más allá de los nombrados), muestran –paradójicos–
un capricho más o menos reciente: “En este momento siento que estoy
retomando la bandera de Mercedes Sosa. Ella ya no está, entonces me
gusta mucho esto de tener a los grandes autores en el repertorio. Ya no
me interesa tanto la cosa de que sea mía la canción, sino ser un
intérprete y largar algo mío cada tanto. Nutrirme de los grandes autores
y volver sobre ‘Cuando tenga la tierra’ o ‘Quimey Neuquén’, por
ejemplo. Volver a un repertorio que ya ha hecho la Negra, pero tiene que
seguir renovándose”, subraya.
–El caso de “Cuando tenga la tierra” es clave. La Presidenta
insiste, por ejemplo, con limitar la compra de tierras a los
extranjeros...
–Por eso está en el repertorio. Los argumentos que ha puesto alguna
gente de la oposición al Gobierno me parecen ridículos y los considero
antipatria, porque el patrimonio se cuida concretamente con medidas así,
hay que empezar a ver que los nativos puedan tener su lugar, su tierra.
Hay una antigua deuda que nunca se ha saldado, ni siquiera se ha
intentado saldar, que es esa distribución que ha habido de las tierras
en Argentina. Y esto hace a una discusión que siempre tiene que estar
vigente, por eso no puedo entender cómo (Jorge) Lanata dice que está
podrido de que le hablen de la dictadura, cuando yo quisiera que se
vuelva a retomar hasta Julio Argentino Roca en la discusión.
–¿Cómo se las arregla para “arreglar” versiones ajenas, en esta
etapa de su vida en la que pone el énfasis en las creaciones de otros?
–Ya no está esa cosa de arreglar. Tenía razón Atahualpa: “¿Por qué
me lo vas a arreglar si no estaba roto?” (risas). Me parece una pérdida
de tiempo arreglar algo y dar solo la visión de uno.
–¿Cómo lo resuelve?
–Cantando un tema y compartiéndolo con mis músicos. “Yo lo hago así,
¿a ustedes qué les parece?”, ¿no?, y entonces pasa que se arma algo que
yo no tengo, algo que no está preestablecido y que me sorprende.
–¿Ese negarse a los arreglos operó también en las versiones que hizo de “Corazón delator” y “Quimey Neuquén”?
–En el caso de “Quimey...”, no tiene una versión de la que se pueda
decir “ésta es la original”. Es cierto que la de Larralde es la más
fuerte, pero también es la más imposible de igualar porque es sólo su
voz y su guitarra... después hubo una muy linda de Los Trovadores como
grupo vocal, pero no hay una referencia, no está “la” versión. En
nuestro caso, creo que logramos lo mejor. El grupo suena verdadero en
esta versión. En el caso de “Corazón delator”, hemos tratado de hacerla
lo más parecida a la versión de Soda, pero acá hay que tener en cuenta
hasta la calidad de los instrumentos.
–¿Le cuesta el pop?
–Sí. No tengo tanto manejo en esas aguas. En este tema, lo mío ha
sido meterle el violín nada más. Después, la cantada es al unísono y
sacamos un sonido que sería el color de la voz, porque no me daba para
cantarla solo, y tampoco para hacer voces. No se trató de eso, además,
sino de un homenaje a Gustavo en este momento, una forma de conectarnos
espiritualmente con su creación.
–¿Le gusta Soda?
–Sí.
–¿Le gustó siempre?
–Una vez que los empecé a escuchar con atención sí, pero no es que
los conocí de entrada. El que es fanático desde siempre es mi hermano
Demi. Sí he escuchado y disfrutado mucho de los trabajos de Gustavo como
solista, por eso este reconocimiento hacia su gran aporte a la música
popular.
–Retomando su esencia, otra de las chacareras nuevas es “Aleluya”.
La pregunta se relaciona con el factor sorpresa que mencionaba antes:
¿cómo lograrlo, después de haber compuesto e interpretado tantas
chacareras durante treinta años? ¿En qué se inspira para escribir algo
que no haya dicho?
–Bueno, acá hay que quedarse quieto y esperar.
–¿Esperar qué?
–Que pase algo y que lo puedas ver con otros ojos, o con otros ánimos. No cabe otra, ya no es el hecho de salir a componer.
–De sentarse a orillas del río Dulce y pensarle una vuelta nueva a “Desde el puente carretero”...
–(Risas.) O esperar que pase un bagre igual, pero que vos lo veas
distinto. La chacarera es eso, porque yo ya no compongo. Ya no hago. Me
quedo quieto a esperar y en algún momento viene lo mismo, desde una
visión distinta. No sé cómo será, es difícil hablar de esto, pero largo
algo que considero que vale la pena largar...
–“Vamos a andar”, otra vez un tema de Silvio Rodríguez: ya había grabado “Oh, Melancolía” en Aldeas, el disco anterior.
–Lo considero un maestro de los maestros, un hombre como Spine-tta, o
como Atahualpa Yupanqui, que son verdaderos vanguardistas. Ellos son la
verdadera vanguardia de belleza, de poesía, de profundidad, de lo que
es la vida y el camino de un artista verdadero.
–Otro posible nexo al viajero.
–Tiene que ver, porque en el momento en que lo estábamos ensayando,
había otra canción que me gusta mucho de Silvio, que yo canto en la
intimidad, pero Pata, el guitarrista, me dijo “hagamos ‘Vamos a andar’,
que es más para arriba y es un tema conocido”. Porque también se trata
de eso, no se trata de hacer la canción que más te guste, sino que
simbolice cosas, como también podría ser el caso de “La maza”, que no es
la que más me gusta, pero que es bien representativa.
–Tanto como “Volver” en el caso de Gardel-Le Pera. La recreó a viola pelada y se nota que le cuesta cantarla...
–Sí, porque yo tengo una voz y una forma de cantar que están
identificadas con la tierra. Una voz medio aguda que anda siempre por
los medios, y encima una forma de cantar que es bien del estilo
folklórico, de zambas y chacareras, entonces hay un color que tiene la
música ciudadana que siempre ha estado identificado con la voz grave, lo
mismo que en la milonga. Por eso me cuesta... tengo una voz demasiado
norteña. La piloteé porque me encanta cantar tango y lo puedo hacer a
una buena velocidad.
–¿Escuchó la de Canario Luna? Es maravillosa.
–No.
Peteco frena. Pide una lágrima y el chiste sobreviene fácil: “Para
ponernos melancólicos”. El primer sorbo lo lleva a otro de los temas
–casi– ajenos del disco: “Agoniza bandoneón”, de su hijo Homero. Es un
tango tremendo. Sufrido pero suave. Lo cantan a dúo y al padre se le cae
la baba. “Es de una madurez linda. Pareciera hecha por un hombre andado
y sufrido, y tiene 20 años (risas). Homero no está en el grupo porque
sea mi hijo, sino porque encuentro condiciones y belleza en sus
composiciones. Cuando lo escuché, me ha hecho acordar a algunos temas de
Lo que me costó el amor de Laura, la obra conceptual de Dolina... es un
poco ese estilo, podría estar en esa obra.”
–A la vez refrenda y profundiza la diversidad: el tema no tiene nada que ver con “Amanecer revolución”, por tomar un caso,
–Pero son todas sensaciones que alimentan una creación. Para mí es
válido ese mundo de sensaciones, ese provocarme a mí y tratar de
provocar a los demás. Ojalá sea válido para los demás.
–“La mata collera”, la chacarera chaqueña, entraría en ese plan.
¿Cuál es su particularidad? ¿Qué la desprende del gen santiagueño?
–Es la primera vez que incluyo una chacarera de esa zona y no sé si
algún artista santiagueño ha hecho este tipo de chacareras, porque son
completamente distintas del corte, el ritmo y la esencia de las
santiagueñas. Las melodías y el tumbado que tienen son de otro estilo.
Hay, sí, una parte de Santiago que tiene que ver con la zona de
Pellegrini, Nueva Esperanza o 7 de Abril, que está en el límite con
Salta y con Chaco, donde hay chacareras de este estilo, con mucho
violín. Quizá la más famosa sea “La chicharra cantora”, que han grabado
Las Voces de Orán en su tiempo, y ése es un claro ejemplo de cómo son
las chacareras de esa zona: la mayoría en tono mayor, y más livianas.
Las del centro de la provincia, las de Salavina, La Banda o Santiago
tienen el dramatismo del tono menor, y son más secas, más ásperas.
–¿Por qué la incluyó, entonces?
–Tal vez como una forma de acercamiento desde Santiago hacia esa
zona, y a dos autores salteños como Francisco Sánchez y Abel Mónico
Saravia, porque los artistas santiagueños siempre hemos grabado
chacareras santiagueñas, nunca hemos hecho una obra de un salteño, por
ejemplo.
–¿Por orgullo, identidad, pertenencia?
–No. Tal vez por una cuestión de no sentir la necesidad. Yo me
podría nutrir de las chacareras santiagueñas sin fin, pero me ha
parecido bueno poder hacer e interpretar una chacarera completamente
ajena al estilo y creo que ha sido un acierto. Se produjo algo fuerte, y
eso es, llanamente, lo que busco.