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viernes, 29 de marzo de 2013

A 25 años de la muerte de Miguel Abuelo, líder de una de las bandas pioneras del rock argentino




El poeta, bufón, cantautor y actor, quien lideró una de las bandas pioneras del rock argentino, Los Abuelos de la Nada, de cuya muerte se cumplen 25 años, se caracterizó por una personalidad inquieta que lo llevó a una vida compleja.

Miguel Ángel Peralta, (Munro, Provincia de Buenos Aires, 21 de marzo de 1946 - id. 26 de marzo de 1988)

"Algún día tendré que llamarlo a usted Padre de los Piojos y Abuelo de la Nada", escribió Leopoldo Marechal en su libro "El banquete de Severo Arcángelo", sin imaginar que un joven desgarbado y de rulos algún día adoptaría uno de esos nombres para bautizar a uno de los grupos más importantes del rock local.

Este martes se cumplen 25 años del la muerte de ese juglar y músico nacido como Miguel Peralta, cuyas cenizas fueron esparcidas en las playas marplatenses cerca del monumento a Alfonsina Storni.

Hijo de Virginia Peralta, nunca supo la identidad de su padre, pasó su infancia en un orfanato y luego bajo la protección de una pareja mayor que lo apadrinó.

Los Abuelos de la Nada surgió de una mentira piadosa de Miguel, quien a fines de los 60, en compañía del periodista Pipo Lernoud se presentó al productor artístico Ben Molar en las oficinas de la discográfica Fermata, cuando el rock cantado en castellano empezaba a ser negocio para algunos empresarios.

"Pibe, ¿vos tenés un grupo?", preguntó Molar al joven que todavía no había cambiado su nombre original por el de Miguel Abuelo. "Sí, se llama Los Abuelos de la Nada", contestó el muchacho. Acto seguido, el productor les comunicó que la banda -aún no integrada-, tendría "hora de grabación en tres meses".

"¿Te das cuenta en la que nos metimos?", le comentó Miguel a Lernoud. "No te preocupes -afirmó Pipo-, vamos a la Plaza Francia y encontramos a todos los músicos del grupo".

En ese clima improvisado, Claudio Gabis, Kubero Díaz, Pappo, Miguel Cantilo y Jorge Pinchevsky, entre otros, fueron pasando por la banda durante los primeros tiempos, aunque las grabaciones registradas en un sello independiente no tuvieron mayor difusión.

Luego de un extenso período en el que transitó por Bélgica, Inglaterra, España y Holanda, "el Abuelo" conoció a Cachorro López, un bajista argentino que tocaba en un grupo jamaiquino de reggae: Jah Warriors. Junto a Cachorro Miguel reflotó la idea de reclutar a Los Abuelos de la Nada.

A principios de los 80, el grupo se completó con el guitarrista Gustavo Bazterrica (ex La Máquina de Hacer Pájaros), el baterista Polo Corbella (ex Bubu), el saxofonista Daniel Melingo -actualmente cantante y compositor tanguero- y el tecladista Andrés Calamaro (ex Raíces), hoy devenido en uno de los artistas más prolíficos del rock.

Luego llegó la etapa más conocida de la agrupación, con la salida del primer álbum homónimo (1982) y la difusión radial de temas como "No te enamores nunca de un marinero bengalí", "Sin gamulán" o "Tristeza de la ciudad".

A ellos le siguieron "Vasos y besos" (1983), "Himno de mi corazón" (1984), "Los Abuelos en el Ópera" (1985), "Cosas mías" (1986), producciones que también marcaron la idílica relación entre la banda y el público que continuó hasta la última presentación en vivo en septiembre de 1987, en el teatro Opera.

"Yo soy el rock", señaló Miguel en una oportunidad, y la frase lejos de ser pretenciosa, se convirtió en un símbolo que determinó la vida de un hombre que terminó de alimentar su leyenda, en la tarde del sábado 26 de marzo de 1988, cuando el Síndorme de Inmuno Deficiencia Adquirida (Sida) lo debilitó tras una operación de vesícula.

En el 2011 llegó a la pantalla grande un homenaje a su vida con "Buen día, día", documental realizado por Sergio "Cucho" Constantino, resultado de un trabajo artesanal que el director fue tejiendo durante cinco años con el aporte en la dirección de Pintos.

"La idea era mostrar esos temas que nadie conocía y homenajear a uno de los grandes poetas del rock que no sólo influyó a Spinetta -quien expresó su admiración por su poesía en la película- sino a muchos artistas del rock. A Miguel se lo recuerda como al cantante loco que bailaba en Los Abuelos de la Nada y hay una generación que tiene 20 y pico que no lo conoce", sostuvo.

La película bucea en la verdadera identidad y el espíritu del artista, a través de los pasos de su hijo, Gato Azul Peralta, quien montado en su motocicleta reconstruye los pasos de su padre en diferentes barrios porteños y con la voz original del mismo Miguel de fondo. Para ello, Costantino supo explotar al máximo entrevistas que a lo largo de su vida le habían hecho Juan Alberto Badía, Alfredo Rosso y Víctor Pintos.

"El tipo -insistió- fue un buscador, el olvido lo hizo buscar, lo abandonaron, y un poco a Gato le pasó lo mismo. Su padre lo dejó cuando era un adolescente y la película lo ayudó a reconciliarse con la figura de Miguel, que es un rockero con todo un `back` de locura encima y nada de dinero".

viernes, 22 de marzo de 2013

Muere el pianista cubano Bebo Valdés a los 94 años en Suecia

  

Fallece el músico cubano Bebo Valdés
 Bebo Valdes foto año 2006.

 Figura del jazz, ganó entre otros premios, un Grammy por 'Lágrimas negras' 

Uno de sus últimos trabajos fue para la banda sonora de 'Chico y Rita' en 2010





Los pianistas cubanos Bebo y Chucho Valdés
 Los pianistas cubanos Bebo y Chucho Valdés


El pianista cubano Bebo Valdés, uno de los más destacados representantes del jazz latino, ha muerto a los 94 años de edad en Suecia, según han confirmado fuentes cercanas al artista a las que cita Efe.

Bebo Valdés, padre de Chucho, otra figura internacional de la música cubana, se había establecido en Málaga, pero hace dos semanas regresó a Suecia, donde viven algunos de sus hijos, debido a un empeoramiento del estado de salud del artista que sufría alzheimer, según han precisado estas mismas fuentes.

Este pianista, compositor, arreglista y director pasará a los anales de la historia por su contribución a la fusión del flamenco y del jazz con el premiado álbum "Lágrimas negras" (2002) que grabó junto a Diego El Cigala, un trabajo que le valío un premio Grammy.

Uno de sus últimos trabajos fue para la banda sonora de la película de Fernando Trueba "Chico y Rita". El director llegó a decir que "nunca había visto llorar a Bebo" hasta que vio la película y ya entonces avanzó que sería el último del artista cubano, ya que entonces tenía 92 años de edad.

Trayectoria musical


Ramón Valdés Amaro, verdadero nombre de Bebo Valdés, nació en Quivicán en 1918 e inició sus estudios de piano con siete años. Debutó como pianista profesional acompañando a Ernesto Lecuona y Rita Montaner en la década de los 40. Tuvo un papel destacado en el desarrollo de los ritmos del mambo y el filin antes de crear el suyo propio, la batanga.

En 1952 grabó junto a Norman Granz la primera descarga cubana. Por tres décadas permaneció en Suecia casi olvidado hasta que con 76 años Paquito D’Rivera le invita a grabar el disco "Bebo rides again" (1994) y Fernando Trueba a participar en el documental Calle 54 (2000) donde se reencuentra con Cachao y con su propio hijo, Chucho Valdés.

Bebo empezó una de las etapas más fértiles de su carrera con El arte del sabor (2000) con Cachao y Patato, después publicó Lágrimas negras (2003) con Diego el Cigala por el que ganó un premio Grammy y Juntos para siempre (2008), su primer disco a dúo con Chucho, además de la reciente banda sonora de "Chico & Rita" (2010).

Además, Bebo y su hijo Chucho Valdés fueron nombrados doctores 'honoris causa' por la Berklee College of Music en 2011.

Diego El Cigala:"Bebo se ha ido con la calidad de genio"


El cantante Diego "El Cigala" con quien colaboró en el disco "Lágrimas negras" ha asegurado tras conocer la muerte del artista que "se ha ido con un público absoluto que le quiere y que le ama y, sobre todo, se ha ido con la calidad de genio que le caracterizaba", según cita Efe.

Para "El Cigala" la muerte de Bebo Valdés supone una "pérdida irreparable" aunque, tal y como ha confesado el cantante, Valdés le pidió personalmente que "no quería lloraderas" cuando falleciera, sino que "quería que se le recordara bailando". "Este deseo es muy duro de tragar, pero es lo que le gustaba al maestro", ha expresado el cantante.

Un amigo íntimo y habitual colaborador del músico, el afamado productor Javier Limón, se ha referido al artista cubano ante la noticia de su muerte como "un referente mundial", "el músico más importante" con el que ha trabajado y "el ser humano más honesto y auténtico" que jamás haya conocido.

"En este momento de música tan veloz y atroz, me quedo con su ejemplo humano", según cita Efe, el que fuera productor de uno de los éxitos más reconocibles de Valdés, el disco de fusión "Lágrimas negras", junto a Diego El Cigala.

"Predijo que serían un millón de discos"


Sobre las jornadas de grabación de aquel disco, Javier Limón ha destacado el talento visionario del cubano, que supo ver antes que nadie su relevancia internacional. "Él sí sabía lo que estábamos haciendo. Nosotros pensábamos que venderíamos 30.000 copias y él, desde el primer día, predijo que serían un millón de discos", ha recordado.

"Muy triste" por el fallecimiento de su amigo, Limón ha destacado que Valdés fue, junto con Paco de Lucía y Enrique Morente, uno de los tres músicos que más le han influido en su carrera y ha recordado una anécdota familiar.

"Cuando mi hijo, con dos años, entraba a un local y veía un piano, lo llamaba un bebo, hasta ese punto ha sido parte de mi vida", recordaba. Limón ha destacado que el momento más emocionante que vivió como profesional junto al autor de "Bebo Rides Again" fue la versión que juntos grabaron de "El caminito" con Enrique Morente.

martes, 19 de marzo de 2013

ESPERANZA SPALDING: ENTREVISTA

 

 

Desde el comienzo de su vida hasta su actual éxito como música creativa, Esperanza Spalding ha trazado su propio camino. La joven contrabajista/cantante/compositora fue una de las más grandes artistas revelación de 2011, y no sólo en el ámbito del jazz, sino en todos los géneros musicales. Su primer GRAMMY® al Mejor Nuevo Artista en 2011 carecía de precedentes puesto que era la primera vez que un músico de jazz ganaba el premio, pero Spalding sigue convirtiendo en norma aquello que carece de precedentes.

Nacida en Portland (Oregón), Spalding creció en un hogar monoparental y aprendió las primeras lecciones sobre el significado de la perseverancia y el carácter moral del modelo de quien sigue teniendo hasta hoy en la más alta estima: su madre.

Pero incluso con un modelo sólido como una roca, el colegio no se le dio bien a Spalding, aunque no por ninguna falta de sagacidad intelectual. Tuvo la fortuna y la maldición a un tiempo de contar con un sistema de aprendizaje enormemente intuitivo que la enfrentó con el sistema educativo tradicional. Por si eso fuera poco, estuvo recluida de niña por una larga enfermedad y, de resultas de ello, recibió una educación en casa durante una buena parte de sus años escolares de primaria.

Sin embargo, la única búsqueda que tuvo sentido para Spalding desde muy temprana edad fue la música. A los cuatro años, después de ver al violonchelista clásico Yo Yo Ma tocar en un episodio de una serie de televisión (Mister Rogers' Neighborhood), el mapa estuvo de repente muy claro para ella: “Ahí fue cuando me di cuenta de que quería hacer algo musical”, dice. “Fue decididamente la cosa que me conectó con la idea de la música como una búsqueda creativa”.

En tan solo un año, había aprendido básicamente ella sola a tocar el violín como para ser admitida en The Chamber Music Society of Oregon, una orquesta vecinal que admitía tanto a niños como a músicos adultos. Permaneció con el grupo durante diez años y a los quince ya había alcanzado el puesto de concertino.

Pero para entonces ya había descubierto también el contrabajo, así como todas las avenidas no clásicas que el instrumento podría abrir para ella. De repente, tocar música clásica en una orquesta vecinal había dejado ya de ser suficiente para esta joven adolescente. Antes de que pasara mucho tiempo estaba ya tocando blues, funk, hip-hop y varios estilos más en el circuito de los clubes locales. Su primera banda, Noise for Pretend, amplió los horizontes musicales de Spalding y le brindaron sus primeras oportunidades de cantar y escribir música.

También cayó bajo la influencia de varios veteranos de la comunidad musical de Portland, como Greg McKelvey, Ronnie Harrison, Geoff Lee, Warren Rand, Stan Bock, Ronnie Steen, Janice Scroggins, Dr. Thara Memory y muchos otros profesores en la Cultural Recreation Band y en el Jazz Camp de Mel Brown.




A los quince años, Spalding dejó el instituto para siempre. Armada con su diploma de educación general y ayudada por una generosa beca, se matriculó en el programa de música de la Portland State University. “Yo era, sin ninguna duda, la contrabajista más joven del programa”, dice. “Tenía dieciséis años y llevaba tocando el contrabajo desde hacía un año y medio, aproximadamente. Muchas de las personas del programa llevaban ya a sus espaldas al menos ocho años de formación y yo estaba intentando tocar en estas orquestas y hacer estas suites para violonchelo. No es que fuera una maravilla tocando las cosas que me daban pero, ya que no otra cosa, mis profesores decían: ‘Está claro que tiene talento’”.

El Berklee College of Music era el lugar donde se juntaron todas las piezas y las puertas empezaron a abrirse. Después de trasladarse a la otra costa y de tres años de estudio acelerado, no se sacó un título de licenciada, sino que firmó un contrato como profesora en 2005 a la edad de veinte años: un nombramiento que la ha convertido en uno de los miembros más jóvenes del claustro en toda la historia del centro. En 2005 recibió la beca de la prestigiosa Boston Jazz Society por su extraordinaria musicalidad.

Además de estudiar y dar clases en Berklee, Spalding también tuvo la oportunidad de tocar con muchos iconos del jazz, entre ellos el pianista Michel Camilo, la cantante Patti Austin, el guitarrista Adam Rogers y los saxofonistas Donald Harrison y Joe Lovano. “Trabajar con Joe fue terrorífico”, recuerda, "pero es una persona realmente generosa. No sé si yo estaba lista para el concierto o no, pero él tenía mucha fe en mí. Estos años tocando con él han sido una experiencia asombrosa de aprendizaje”.

Spalding ha atravesado varias fases, que han quedado bien documentadas durante su breve carrera discográfica. Su viaje como artista en solitario comenzó con la publicación en 2006 de Junjo, en el sello español Ayva Music, en el que participaban el pianista Aruán Ortiz y el percusionista Francisco Mela. Presentó las numerosas facetas diferentes de su manera de componer en Esperanza, la grabación que supuso su debut internacional para Heads Up, una división del Concord Music Group, que rápidamente se situó en lo más alto de la Lista de Jazz Contemporáneo de Billboard y que se convirtió en el disco más vendido del año en todo el mundo protagonizado por un nuevo artista de jazz. Siguieron numerosos premios y conciertos, incluida una invitación del Presidente Barack Obama para tocar tanto en la Casa Blanca como en la Ceremonia del Premio Nobel de la Paz, así como una aparición en el programa de televisión de David Letterman que hizo que Letterman y el director de banda Paul Shaffer proclamaran que la joven música había sido el invitado más “enrollado” en las tres décadas de historia del programa.



“El objetivo de Esperanza era mostrar las numerosas facetas de mi personalidad musical”, explica Spalding; “pero también supuse que mis siguientes discos estarían construidos en torno a un proyecto-concepto más concreto”. Lo que siguió, Chamber Music Society, de 2010, y su recién publicado Radio Music Society, dejaron claro que sus triunfos iniciales no habían sido más que el principio.


“Originalmente concebí los dos discos como un disco doble, con exploraciones íntimas y sutiles de obras de cámara en uno y músicos de jazz explorando melodías, grooves y canciones asociadas con lo que solemos calificar de ‘canciones pop’. Esas son las dos maneras de mirar la música que realmente me interesan”.

Volviendo a su libro de esbozos musicales en constante crecimiento, “tomar mis notas y organizarlas en algo coherente”, Spalding empezó con Chamber Music Society, el lanzamiento de 2010 en el que colaboraban con la contrabajista colegas de hace muchos años como Leo Genovese (teclados) y Terri Lyne Carrington (batería), además del percusionista Quintino Cinalli, cantantes (incluido el legendario Milton Nascimento) y un trío de cuerda (con arreglos de Gil Goldstein y Spalding). El disco fue otro superventas instantáneo y ganó numerosos premios, ninguno más impresionante que el GRAMMY® al Mejor Nuevo Artista.

El último lanzamiento de Spalding, Radio Music Society, amplía el reparto para incluir, entre muchos otros, a las leyendas del jazz Joe Lovano, Jack DeJohnette Billy Hart; el gigante del hip Q-Tip, Algebra Blessett, Lalah Hathaway, Gretchen Parlato y Lionel Loueke, entre un despliegue de notables cantantes; y los mentores de Portland Scroggins y Memory, así como la sección de metal del grupo de Memory, el American Music Program. “He tenido el honor y la fortuna de trabajar con tantos músicos de jazz extraordinarios a lo largo de los años”, explica Spalding. “Según he ido logrando conocerlos a ellos y a su música, he acabado también por quererlos como familia y colegas. Deseaba tener una oportunidad para que todos nosotros interpretáramos canciones juntos, de modo que puedan ser oídos y acogidos por un público más amplio. Todos mis héroes personales que son venerados en el mundo del jazz –como Joe Lovano y Terri Lyne Carrington– deberían ser oídos por un público normal, porque lo que ellos manifiestan en su música es tan hermoso, sincero y revitalizante. Creo que, literalmente, llevan el bien a las vidas de las personas que los oyen”.

Radio Music Society es otro capítulo sin precedentes en la historia de Esperanza Spalding, construida a partir de sus anteriores triunfos y alcanzando nuevas alturas que sin duda superará en el futuro. “La principal manera en que el Grammy ha cambiado mi vida es que siguen preguntándome cómo ha cambiado mi vida el Grammy”, dice.
Spalding sigue difundiendo su mensaje alrededor del globo. Además de más de 110 conciertos de Chamber Music Society, aún encontró tiempo para realizar una gira con US 5 de Joe Lovano, actuar en Rock in Rio con Milton Nascimento, tocar en la gira “Welcome 2 America” de Prince y unirse a Wayne Shorter en la celebración del 70º cumpleaños de Herbie Hancock en el Holywood Bowl de Los Ángeles. Como escribió en una ocasión Jeff Baker en The Oregonian a propósito de su talento electrificante, “Aquí se trataba de arte, interpretado al más alto nivel por alguien con la visión, el talento y la determinación de hacerlo realidad”. 
 Inti Music Group

 

jueves, 14 de marzo de 2013

JETHRO TULL´S IAN ANDERSON. CONCIERTO 14 DE JULIO DE 2012 EN CORDOBA.

    





 
El Festival de La guitarra de Córdoba cerró con la actuación de la mítica banda escocesa Jethro Tull

THICK AS A BRICK
Intérprete: Jethro Tull
Lugar: Teatro de la Axerquía
Día : Sábado, 14 de Julio de 2012

El Festival de La guitarra de Córdoba, cerraba su 32, con la actuación de la mítica banda escocesa Jethro Tull con su líder Ian Anderson a la cabeza.
A las 23.30 en punto, y con el Teatro de la Axerquía repleto, sobre el escenario con una luz en penumbra, aparecían seis personajes ataviados con gabardina y gorra, que previstos de cepillos y plumeros hacían labores de limpieza sobre el piso y el back line, (instrumentos). Esta actividad se prolongó varios minutos, tras los cuales se despojaron del atuendo, tomando posesión de los instrumentos e iniciaron el concierto. A los primeros compases de Tick as a Brick , del que este año se cumplen 40 años, razón por la que emprenden esta gira, apareció Ian Anderson en escena, a lo que el público respondió con una gran ovación.

El concierto contaba de dos partes bien diferenciadas, en la primera ofrecieron íntegramente Tick as a Brick , publicado en 1972, y una segunda con el reciente Thick as a brick 2 , también de forma continuada, publicado este mismo año. Todo en forma de suite, mezclando distintas músicas, con un toque principalmente folk.


Aunque los viejos rockeros nunca mueren, los años no pasan en balde, y el verdadero inconveniente es que Anderson está perdiendo la voz. Para solventar este problema, cuenta con la actuación del segundo cantante, Ryan ODonell, que además ejercía de showman, y presentador, cambiando de traje según se sucedían los pasajes del concierto, mas cercano al estilo de cantante de un musical, aunque con bastante presencia de voz y a un gran nivel interpretativo.


La banda, que contaba con la presencia de dos de los músicos originales, David Goodier al bajo y John O´Hara a los teclados, se completaba con Florian Opahle a la guitarra, un joven y virtuosos guitarrista y Scout Hammond a la batería, el sonido aunque compacto, sonaba un tanto blando , faltaba pegada, pero no achacable a los músicos, sino a la producción que Anderson ha aplicado. En lo que Ian Anderson sigue estando a un gran nivel es en su forma de tocar la flauta, sacando sonidos magistrales con su manera tan peculiar, que no es otra que la de flutter-tongue , una técnica característica de los instrumentos de viento que consiste en utilizar la lengua para producir un característico FrrrrFrrrr mientras se soplan las notas de manera convencional, consiguiendo así un efecto trémolo o de vibrato
La música se iba intercalando con audiovisuales que describían lo que se narraba, e incluso sirvió para la presentación de los músicos.



En la segunda parte correspondiente a Thick as a Brick 2 , pudimos tener la sensación de estar escuchando una composición antigua, incluso mas barroca, que lo que cabía esperar de un trabajo hecho recientemente, cosa un tanto sorprendente.




Con la presentación de los miembros del grupo a través de la pantalla multimedia, el concierto llegaba a su fin, pero nuevamente sorprendieron con un bis, que se prolongó durante bastantes minutos, acabando con Locomotive Breath , tema incluido en su disco Aqualung , y que fue muy celebrado por el público que llenaba la Axerquí
 Texto: Jose Maria Aljama
Fotos: Angela Maria Velardo 





 Ian Anderson: Ya no me avergüenza mostrar mis letras
 
Ian Anderson, líder de Jethro Tull, habla de su forma de componer, de su rechazo a los hippies y de la importancia de "Thick as a brick", el clásico que recreará este viernes en Córdoba.
 
Por José Heinz 06/03/2013

Hora de la siesta. Suena un interno de la redacción. "Hola. Soy Ian Anderson y me comunico a raíz de una entrevista", se escucha del otro lado en un inglés perfecto, con una dicción tan correcta que la primera sospecha es que se trata de una grabación. Nada de eso: una vez superada la sorpresa y luego de algunos minutos de charla, la curiosidad le gana a los objetivos de trabajo, así que se suma una pregunta imprevista al cuestionario, para saber si el señor Anderson siempre es quien llama a los periodistas, cuando en general la comunicación se produce al revés.
"Prefiero hacerlo de esta manera. Cuando son ellos quienes deben llamarme, a veces se retrasan de la hora pautada y eso modifica mi agenda", asegura el líder de Jethro Tull, quien desde hace ya varios años es su propio mánager para tener mayor control de sus decisiones. "Además, esta modalidad también es buena para el periodista: la factura telefónica me va a llegar a mí y no a vos", bromea desde algún punto de Europa que durante la conversación nunca se va a develar.

Anderson llega a Córdoba este viernes, para presentar un espectáculo especial que conmemora las cuatro décadas de Thick as a Brick, álbum editado originalmente en 1972 junto a su banda, considerado uno de los pilares fundamentales del rock progresivo. Dividido en varias partes, el recital recrea el álbum completo y, luego de un interludio, el grupo interpreta una secuela, Thick as a Brick 2. Y también habrá lugar para otros clásicos de Jethro Tull.

No es la primera vez que Anderson actúa en esta ciudad. Algunos años atrás se presentó con otro show, y aunque tiene en claro que ya estuvo por acá, reconoce que de Córdoba recuerda poco y nada. "En las giras tengo muy poco tiempo para ser turista. Pero en esta visita voy a tener una noche libre, así que me encargaré de explorar tu hermosa ciudad", dice.




–¿Cuál dirías que es la importancia de "Thick as a brick" en la historia del rock?

–Creo que tanto en lo musical como en lo lírico fue un paso más allá de lo que era popular en aquel momento. Es un disco de rock progresivo, pero tiene parodia y algunos elementos humorísticos, lo que generó una mezcla surreal entre lo serio y lo cómico. Fue un paso grande para Jethro Tull, fundamentalmente desde el punto de vista técnico: llevamos al límite las posibilidades musicales del momento, es un disco muy difícil de tocar en vivo.

–Hay grupos actuales cuya propuesta es muy cercana al sonido de la época de Jethro Tull. ¿Considerás que tu música sigue siendo influyente?

–Aunque ya se hablaba de "rock progresivo" a fines de la década de 1960, es un estilo propio de la década siguiente, y a partir de allí su influencia continuó. En los años de 1980 surgieron bandas como Marillion; en 1990, Dream Theater, Porcupine Tree, Opeth... Siempre surgen bandas que llevan la bandera de una música compleja e inventiva. Es difícil hablar de esas bandas sin pensar en grupos como Yes, Genesis o Emerson, Lake & Palmer. Quizá algo de mi música haya servido de influencia también.




 

–¿Tenés pensado editar un nuevo disco de estudio?

–Sí. De hecho, acabo de terminar de escribir las letras. En marzo tengo que grabar los demos y armar los arreglos. Las sesiones de grabación están pautadas para noviembre y diciembre de este año, así que no habrá novedades hasta dentro de varios meses. Seguramente lo terminaremos de grabar antes de la Navidad. Calculo que verá la luz en abril del año próximo.

–¿Cómo es tu método de escritura?

–Me resulta más fácil hoy que antes. De joven, solía ponerme muy nervioso cuando escribía las letras de mis canciones. No tenía la confianza para mostrarles las letras al resto de la banda, así que ellos nunca sabían de qué iba el tema hasta que escuchaban la canción ya mezclada en el estudio. Ahora es diferente, incluso me gusta mostrarles los bocetos a mis compañeros de banda, para que se den una idea de hacia dónde quiero ir. Cuando nos juntamos en el estudio a ensayar, ya saben de qué se trata. Así hice mi último álbum, por ejemplo. Ya no me avergüenza mostrar mis letras.

–¿Qué cosas te inspiran para escribir?

–Soy muy observador. Me inspiran algunas lecturas, pero también me gusta ver a las personas. También uso experiencias personales, pero en las canciones "personalizo" apenas un 20 por ciento. El 80 restante está basado en otras personas, otros lugares y otras cosas. Pienso en imágenes. No soy de cantar letras acerca de mí y mis emociones.





Ni hippies ni festivales

–Hay versiones diferentes acerca de la ausencia de Jethro Tull en Woodstock. Una asegura que fue porque a Ian Anderson no le gustaban los hippies. ¿Es cierto?

–Es absolutamente cierto. Recuerdo estar desayunando en un hotel de Manhattan, cuando nuestro manáger de entonces se acercó y me habló de un gran festival de música en Nueva York, con muchas bandas. Yo le respondí que ver a gente desnuda y drogada no era mi idea de diversión, así que preferí declinar. Por otra parte, aquella era nuestra segunda gira por los Estados Unidos y no me hubiera sentido cómodo, sentía que no estábamos lo suficientemente preparados, que teníamos que buscar otras formas de expresión para el público norteamericano, que es muy diferente al europeo. Así que decliné esa oferta, creo que fue una decisión correcta. Además, Jethro Tull no es una banda de festival. Me incomoda tocar en festivales, no me gusta estar entre medio de muchos músicos ruidosos y sus equipos de trabajo, para mí es un infierno. No disfruto nada de esa intensidad de backstage. Quiero que mi camarín sea como una iglesia vacía: silenciosa, calma, reflexiva. Eso obviamente no sucede en un festival, que suele estar lleno de músicos con pelo largo y pantalones ajustados.

–Tus conciertos son largos. Supongo que es difícil tocar la flauta durante tanto tiempo sin sufrir las consecuencias. ¿Cuál es el secreto?

–Cuando estoy de gira es más fácil, ese es el mejor entrenamiento. Es complicado regresar después de un tiempo sin actuar, porque hay que administrar la histamina con muchos ejercicios de respiración. Tengo que ensayar antes. No hago shows completos desde mediados de diciembre, así que la clave es la preparación. Si únicamente cantás, hay momentos en que podés respirar, pero mi caso es diferente porque cuando no estoy cantando, tengo que tocar la flauta (risas), no tengo tiempo para relajarme. Es un trabajo duro. Pero, bueno, es lo que se supone que debo hacer.

–No es fácil ser Ian Anderson...

–Bueno, si uno lo vuelve más estresante de lo que en realidad es, va a dañar tu salud seriamente. Pero si intentás reducir los problemas y hacer las cosas más fáciles, cambia el panorama. Por esa razón no tengo mánagers. En los últimos 35 años, he sido mi propio mánager. Planeo las giras, los viajes, los hoteles... Estoy muy involucrado en eso, y así me aseguro de que el trabajo se haga bien. Trato de mantener las cosas simples, por eso las hago yo mismo.

martes, 12 de marzo de 2013

MURIÓ PETER BANKS, MIEMBRO FUNDADOR DE LA BANDA YES. FUE SU PRIMER GUITARRISTA.

 


  
Por Eduardo Slusarczuk


El guitarrista Peter Banks, integrante de la formación inicial del grupo inglés Yes, murió el jueves a los 65 años, a raíz de un problema cardíaco, según la información aparecida ayer en el website del músico.




Banks contribuyó a la creación de Yes, en 1968, después de haber sido integrante del grupo Syn, junto con el bajista Chris Squire; y luego de grabar en sus dos primeros discos, Yes (1969) y A Time and A Word (1970), dejó la banda en desacuerdo con el rumbo musical que había tomado.








Luego, el músico formó el grupo Flash, con el que editó tres álbumes –Flash, In The Can y Out Of Our Hands-, antes de formar Empire, grupo con el que también dejó como legado tres trabajos discográficos: Mark I, Mark II y Mark III). De su carrera solista, Two Sides of Peter Banks (1973) constituye, sin duda, su trabajo más logrado.

Recientemente, Banks había publicado su autobiografía, Beyond & Before, y le estaba dando los últimos retoques a Flash – In Public, disco en vivo de Flash.

 


  Entre las repercusiones que tuvo la muerte del guitarrista, sus antiguos compañeros de ruta de Yes publicaron un comunicado oficial en el que expresaron la tristeza que les provocó la noticia. “El fue una pieza esencial en la fábrica que hizo que Yes sea lo que es. Nuestros pensamientos, nuestras sinceras condolencias y oraciones están con él y con su familia. Peter, extrañaremos tu grandeza.”

Su colega Steve Hackett, ex guitarrista de Genesis, tuiteó: “Lamento enterarme de la muerte de Peter…un gran compañero y guitarrista. Dulces recuerdos de haber visto a Yes en el Marquee, por primera vez.”



En tanto, Billy Sherwood, productor y músico, escribió: “Me encantó trabajar con Peter en varios de los discos que produje a lo largo de los años. Siempre aportó un material sorprendente, creativo, inspirado, siempre con ese sabor tan especial a Yes que destilaba su manera de tocar. Va a ser muy extrañado por mí y por muchos, muchos fans de su música y su ejecución”.

 


lunes, 4 de marzo de 2013

RECITAL DE ELTON JOHN EN LA CANCHA DE VELEZ (Bs. As.)





Señor de las cuatro décadas

 

El pianista británico festejó los 40 años de su canción “Rocket Man” con un show que revivió todos sus grandes éxitos. Sin gran despliegue escénico, Elton les cedió el protagonismo a las canciones, que lo definen como algo más que un simple baladista.

Por Joaquín Vismara

En tiempos en que la industria musical vive más que nunca de su propio pasado sobre la base de reediciones de álbumes clásicos, shows conmemorativos del aniversario de un lanzamiento clave y giras de reunión de grupos ya separados hace rato, emprender un tour que celebra los cuarenta años del lanzamiento de una canción roza la polémica. Al menos, claro, que quien lleve a cabo esta empresa sea Elton John, y entonces uno pueda entender la ironía y la provocación sutil detrás del gesto.

El pianista británico nacido como Reginald Kenneth Dwight pasó por tercera vez por Buenos Aires en el marco de una serie de shows que comenzó en noviembre en Australia para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la aparición del simple “Rocket Man (I Think It’s Going to Be a Long, Long Time)”. El motivo del festejo es válido: tanto la canción como el disco al que pertenece, Honky Château, fueron su primer gran éxito en ambas márgenes del Atlántico en 1972.
Pero no sólo de efemérides vive el hombre. La premisa de esta gira es clara: “Grandes éxitos en vivo”, y de eso Sir Elton sabe bastante. En cuarenta y cuatro años de carrera, el músico inglés se despachó con treinta discos de estudio y más de un centenar de singles. Lo que ofreció en Vélez fue ni más ni menos que lo más destacado y celebrable de su repertorio, veinticuatro luminarias tan personales como irreprochables.

A diferencia de otros tours de calibre mundial, aquí no hay grandes despliegues escénicos, juegos de luces complejos ni demás artificios. Un escenario despojado y dos pantallas laterales son más que suficientes cuando lo que importa son las canciones, sobre todo cuando están bien ejecutadas. Con 65 años a cuestas, John ya no está para treparse a su piano Yamaha como en otros tiempos (lo hizo al comienzo y con un poco de esfuerzo en “The Bitch Is Back”), pero eso pasa a ser un detalle menor si su voz y su digitación permanecen intactos.

El eje del show está puesto en su período más prolífico en términos de calidad artística, desde Madman Across the Water (1971) a Caribou (1974). Dispuesto a despojarse de la etiqueta de baladista blando que le fue injustamente calzada en los ‘80, John muestra sus credenciales desde el vamos, con el ritmo sanguíneo de “Bennie And The Jets” y el balance de fuerzas entre rock y disco de “Grey Seal”, ambas del laureado Goodbye Yellow Brick Road, que con el pasar de las canciones se volverá el álbum más visitado de la noche.

 

El pianista se limita a lo suyo porque tiene detrás una ajustada banda, sostenida por Nigel Olsson y Davey Johnstone, ambos colaboradores suyos desde hace más de cuarenta años. Ni ellos ni ningún otro de los músicos osa robarle el protagonismo a la figura central. Aunque John no se mueva de su taburete más que para hacer una reverencia al final de la canción y tomar un sorbo de agua, se percibe el acuerdo tácito de que la noche es suya y de nadie más.

La selección de temas se reparte entre la complacencia todo terreno y los guiños al público que siguió más férreamente su obra con los años. De un lado, “Tiny Dancer”, “Candle in The Wind” y “Don’t Let the Sun Go down on Me”. Del otro, “Levon”, “Honky Cat”, “Believe” y el retrato de la bohemia neoyorquina de “Mona Lisas And Mad Hatters”. En el medio, la corrección política: John no puede evitar su diplomacia y el lugar común de que Buenos Aires es uno de sus lugares favoritos en el mundo y una breve rendición instrumental del “Don’t Cry for Me, Argentina”, de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice.
Pasan los minutos y John muestra todas sus facetas. Su traje negro con mostacillas y un monograma con sus iniciales en lentejuelas doradas que ocupa toda su espalda calza a la perfección tanto para baladas sufridas como “Sorry Seems to Be the Hardest Word” como para los ribetes de glam rock de “Sad Songs (Say So Much)”. También hay lugar para el coqueteo con el blues crudo de “Hey Ahab” (de The Union, el disco que grabó junto a Leon Russell en 2010) y para los tintes sinfónicos de “Funeral for A Friend/Love Lies Bleeding”. Que un tipo que ha amenazado con echar a sus sonidistas en pleno show haya hecho oídos sordos de los problemas de sonido durante este último tema es llamativo, aunque quizás el paso de los años convirtió a Sir Elton en alguien más paciente.

A pesar de que el músico inglés ya tiene álbum nuevo terminado (The Diving Board, que se editará en septiembre), aquí no hay lugar para estrenos ni anticipos. Quizás esas canciones sean futuros éxitos, pero no lo son ahora. Sí lo son en cambio “Daniel”, “Crocodile Rock” y “Saturday Night’s Alright for Fighting”, y ni el artista ni el público están dispuestos a que se quebrante ese hilo conductor.

Antes de dar por finalizada la noche, John vuelve solo al escenario para irse lo más lejos posible en el tiempo. Echa mano a su disco homónimo de 1970, le sacude el polvo a “Your Song”, y a medida que la canción avanza, la banda se acopla para convertir al Amalfitani en un gran karaoke masivo. Una vez que la última nota se disuelve en el aire, Elton se despide con un ademán escueto y abandona el tablado sin más. La retirada es abrupta pero redefine la dinámica general: el papel protagónico pertenece a las canciones y no a quien las interprete.

ELTON JOHN

Músicos: Sir Elton John (voz y piano), Davey Johnstone (guitarra, coros y dirección musical), Matt Bissonette (bajo y coros), Kim Bullard (teclados), John Mahon (percusión y coros), Nigel Olsson (batería y coros), Tata Vega, Rose Stone, Jean Witherspoon y Lisa Stone (coros).
Lugar: Estadio José Amalfitani, sábado 2 de marzo.
Duración: 140 minutos.

sábado, 2 de marzo de 2013

ELTON JOHN LLEGA A BUENOS AIRES.



 


ELTON Y EL SON

 

Elton John fue muchos –revelación y prodigio, apadrinado por John Lennon, creador de hits serial, diva, cocainómano, déspota, baladista meloso, celebridad, infiel notorio, padre abnegado, esposo feliz– y ahora llega a Buenos Aires convertido en lo que parece ser la suma de sus mejores partes: en plena búsqueda de su segundo hijo junto a su pareja, David Furnish, y con un disco junto al gran T-Bone Burnett que promete ser lo mejor en mucho tiempo, el hombre del single más vendido de la historia viene a tocar sus innumerables grandes éxitos y, con suerte, presente algo nuevo.

 Por Sergio Marchi

No fue algo hecho adrede, pero Elton John parece haber completado un círculo en su vida y en su arte. Alguna vez le puso música a una letra de Tim Rice, “Círculo de la vida”, uno de los tantos engendros que sonorizaron al film El Rey León, pero nada tiene que ver con esto. Es como si alguien hubiese escrito una partitura prolija y redonda que Elton ejecuta sin saberlo como por designio.
Primero, los datos fríos. Al tiempo que llega a Buenos Aires para tocar el 2 de marzo en Vélez, en el marco de una enésima gira de “Grandes éxitos” (que los tiene y a montones), Elton John dejó finalmente en proceso de fabricación un álbum nuevo que ya cambió de nombre dos veces. Al comienzo iba a llamarse The Diving Board y ahora será editado en el mes de mayo bajo el título Voyeur. En el medio, Elton John hizo algo a lo que no está acostumbrado: tomarse su tiempo para evaluar las cosas. Una vez que Elton hace un disco, ya está; no hay tiempo para reflexionar porque hay otra gira de por medio, otra celebridad a la que socorrer, otra causa benéfica que requiere su atención o algún mall que lo atrae como un imán al hierro (dejó todos sus malos hábitos, salvo el de comprar compulsivamente).

Entre The Diving Board y Voyeur transcurrieron casi dos años; mucho tiempo para alguien tan ansioso como Elton, que además aseguró que este disco era de lo mejor que había hecho en mucho tiempo. La gestación de este nuevo álbum comenzó en el 2010, cuando Elton trabajó con el productor T-Bone Burnett en un disco en conjunto con Leon Russell titulado The Union. Más allá de la satisfacción de haber podido ayudar con altura a uno de sus ídolos (de acuerdo con Russell, estaba “tocando en baños”), Elton se encontró con algo más: un coequiper en la figura de T-Bone Burnett. “No voy a grabar con ningún otro productor”, le dijo. “No hay ningún problema, así será”, contestó entre risas Burnett. Elton ya le había puesto el ojo para su próximo disco y de esa manera comenzaron las primeras tomas de grabación en el 2011.
Como siempre, Elton iba y venía; renovaba y perdía la fe en el proyecto, no quería avanzar hasta ver las letras de Bernie Taupin que, como siempre ha sido, alcanzaron la altura de sus expectativas. T-Bone Burnett le propuso volver a las raíces, pero ese plan estaba trillado: Elton John retomó el contacto y la calidad de sus primeros proyectos con sus últimos tres álbumes de estudio, una saga que inició con Songs From The West Coast (2001), continuó con Peachtree Road (2004) y concluyó con The Captain & The Kid en 2006, un disco que le dio continuidad al último de sus grandes discos de los ’70: Captain Fantastic & the Brown Dirt Cowboy. Luego vino el proyecto con Leon Russell, que constituyó a la vez que una bisagra, una continuidad muy bienvenida en una carrera que supo de espasmos y convulsiones.

Pero en esta ocasión, T-Bone le propuso a Elton ir más allá de esas primarias raíces examinadas en aquellos discos. Hay unas quinientas personas que tienen en claro el momento en que Elton John se convirtió en una superestrella, porque aconteció delante de sus propios ojos en The Troubadour, un renombrado club de Los Angeles cuyo titular, Doug Weston, elegía con ojo clínico a los artistas que harían una residencia; no existía para él la idea de un show único sino el concepto de crear un ambiente durante una serie de shows que podía ir de tres a cinco fechas. La serie de Elton comenzó el 25 de agosto de 1970. ¿Quién estaba allí? T-Bone Burnett que, como los demás, presenció algo nunca visto en aquel tiempo: un baladista muy especial que toca el piano acompañado por un bajista y un baterista, pero que además puede rockear como Little Richard. En tiempos en que Joni Mitchell y James Taylor marcaban el standard de lo que debía ser la música, Elton John parecía encajar a la perfección, y a la vez ampliar el menú.

Para este nuevo disco, la idea de T-Bone fue que Elton volviese a ese formato de trío: un bajo y una batería. Lo demás lo tenía que hacer él. Burnett arrojó una carta al lienzo: “Tengo un baterista que te hace todo y no necesitás nada más: melodía, tono y groove. Es Jay Ballerose”. Elton lo conocía porque lo habían utilizado en The Union y lo aprobó de inmediato. “Entonces, yo voy a elegir al bajista”, contraofertó el británico. Era un trato justo. El elegido fue Raphael Saadiq, un músico con una carrera propia a quien Elton admira. Tanto entusiasmo fue reducido en apenas dos días de grabación. “Fue como una catarata. Sin dudas el disco que hice más rápido, y también el más excitante.” El álbum estuvo listo antes que Elton pudiera disfrutarlo, pero no se podía editar tan inmediatamente después de The Union. Había que esperar un poco. Algo que a Elton nunca le gustó.

Pero ese tiempo le hizo bien porque tuvo tiempo de escuchar su nueva obra y reflexionar sobre ella, al tiempo que se preparaba para ser padre por segunda vez. Y encontró en un grupo de canciones una suerte de hilo argumental, y le pidió a Bernie Taupin que escribiese más letras con esa idea en la mente, lo que derivó en más canciones. Como la agenda de Elton siempre es muy complicada, las nuevas grabaciones no pudieron realizarse hasta comienzos de 2013, y es por eso que Voyeur recién verá la luz en mayo. De acuerdo con T-Bone Burnett, “el disco era demasiado feliz, necesitaba algún toque que lo equilibrara, y eso lo logramos con las nuevas canciones”.

 

 

AMOR UNIVERSAL

 

Hoy Elton John vive en varias realidades paralelas que son las que conforman un todo que lo exime de explicación alguna. Sin embargo, hay muchos que han olvidado o que nunca supieron que fue la gran superestrella de rock de la primera mitad de los ’70. Se habla mucho de David Bowie, de Marc Bolan, de Lou Reed y hasta de Iggy Pop, pero el reconocimiento popular más masivo lo tuvo Elton John, desde aquel artículo que el periodista Robert Hilburn publicara en Los Angeles Times, en el que anunciaba el nacimiento de una supernova rockera: “Su nombre es Elton John, se trata de un británico de 23 años y su show en el Troubadour fue, en todos los sentidos, sensacional”. Fue esa review la que lo consagró en Estados Unidos antes que Inglaterra terminara de despabilarse con respecto a la identidad de ese Dwight Reginald, que había sido el pianista de Bluesology, grupo de acompañamiento del genial Long John Baldry.

Es otro inglés el que le da a Elton la bienvenida al cielo de las estrellas de rock un poco más adelante: John Lennon. El beatle tenía olfato y también le gustaba brindar su apoyo a músicos que él estimaba sin ninguna razón más que una simpatía a primera oída, tan sólo por escucharlos en la radio. Con Elton John tuvo algo más que un gesto: desarrolló una amistad. Por un lado, lo veía como su reemplazante natural y lo trataba como a un ahijado, aconsejándolo sobre cómo sortear las trampas del show business. Cosa curiosa: Elton John se convertiría en el padrino de su hijo Sean y sería el único que podría atravesar las puertas del Dakota, tras el silencio que Lennon se autoimpuso desde 1975 hasta 1980. A lo largo de esa década, Elton John triunfó una y otra vez con hits como “Rocket man”, “Daniel” y “Your song” (que Lennon confesó querer grabar algún día), y también dejó sentada su innegable calidad en discos como Honky Château, Don’t shoot me, I’m only the piano player y Goodbye Yellow Brick Road.

 

La cocaína, los malos disfraces, cierta impertinencia imperial y el alcohol lo hicieron trastabillar durante 15 años en los que siempre tuvo un hit a mano para renovar su tanque. Fue meloso, bisexual, divo despiadado, gay no asumido, hombre de la casa, marido infiel, gay declarado, reina sin corona y zombie de sí mismo durante un tiempo que tardó demasiado en terminar. “Realmente malgasté esos años –reconoce Elton–; mucha gente moría a mi alrededor mientras yo no podía derrotar mi adicción. Así de mala es la enfermedad. Podría haber usado esos años en luchar contra el sida”. Después de la rehabilitación de rigor para toda estrella excesiva, llegó el desierto creativo que atravesó con el oficio que lo mantuvo a flote en los años desquiciados. Ya en los 2000, recuperó el prestigio artístico con obras que restauraron su buen nombre. Y ahora va por más.

Pero... ¿qué más puede querer un hombre que tiene el tema más vendido de todos los tiempos? “Candle in the wind”, compuesto en memoria de Marilyn Monroe en 1973, fue reconfeccionado prêt-à-porter para la muerte de su amiga Lady Di en 1997 y superó todos los records de ventas. Es el “Thriller” de los simples. Pero a Elton no le alcanza.
Lo dijo claramente en el 2001 en un tema de Songs from the West Coast: “Quiero amor”. Hay artistas a los que les basta con el cariño del público, los mimos de la prensa, la intensidad del entorno y el respeto de sus pares. Bueno, a Elton, no: él quiere amor. Por un lado, el matrimonio civil con su pareja David Furnish fue un gran paso en la dirección de ese amor, que se incrementó cuando planearon tener un hijo. Para ellos, no se trataba simplemente de una adopción sino de algo más complejo, que requería de un vientre de mujer y un óvulo a ser fecundado con espermatozoides de ambos mezclados. Y que el azar decidiera cuál sería el afortunado.

Obviamente eso condujo a que una vez nacido el niño y en tenencia de la feliz pareja, hubiese un escrutinio de la criatura para ver a quién se parecía más. ¿Pero en qué familia no ha pasado eso? La conclusión fue que Zachary Furnish-John se parece más a Elton. Ahora están esperando que crezca el segundo: Elijah Joseph Daniel Furnish-John, nacido de la misma madre que el anterior, a quienes David Furnish y Elton John quieren como una hermana más allá de que ha habido una recompensa material de por medio. “Queremos que los chicos sepan quién es su madre biológica”, aseguraron. “Queríamos un hermano para Zachary –reconoció Elton–, porque para él la vida va a ser difícil, ya que en el colegio le van a preguntar por qué tiene dos papás y no una mamá, y además el peso extra de tener un padre famoso. No queríamos agregarle la carga de ser hijo único.”

Y para que termine de quedar clara la determinación de su búsqueda amorosa, la hizo universal en el libro que escribió el año pasado. Quizás no sea el que todo el mundo podría llegar a querer leer, pero sí uno que ayudará a una causa para la cual creó la Elton John Foundation: la lucha contra el sida. “Cuando mezclás una droga y un trago, te sentís invencible. Yo tuve la suerte de salir HIV negativo de todo eso.” El libro se titula Love is the Cure: On Life, Loss, and the End of AIDS (El amor es la cura: en la vida, la pérdida, y el final del sida). Se editó a mediados de 2012 y en él Elton se apoya en testimonios de amistades como Elizabeth Taylor, en la conmovedora historia de Ryan White, un chico que murió de sida en 1990, y a quien Elton ayudó junto con Michael Jackson, Lady Di y Freddie Mercury. Las recomendaciones de Bill Clinton y Joan Rivers están a la altura y refuerzan el mensaje de amor medicinal que el pianista británico intenta brindar.
“Tenemos que liberarnos de este estigma –escribió Elton–; es la barrera más grande que hay hacia el progreso. Necesitamos detener el odio y la ignorancia. Es muy idealista decir que el amor es la cura..., pero en verdad lo es.”

 

 

DISTINTO TIEMPO

 

Pese a lo múltiple de sus ocupaciones, que también incluyen una compañía de representaciones que tiene entre sus artistas a Lily Allen y James Blunt entre otros, Elton John dice que jamás ha disfrutado tanto de su carrera. “Es que ahora tengo una vida –confirma–; ya no me acuesto tan tarde por ir a una fiesta, porque me quiero poder levantar para hacerle el desayuno a mi hijo o ver a mi pareja. Si tuviera que salir a tocar para poder pagar el alquiler o las cuentas, seguramente sería algo que haría con resentimiento. Pero en mi caso es un lujo que me doy, porque cuando me subo al escenario soy un hombre feliz. Ya no tengo la obligación de la estrella de quedarme tomando drogas hasta la madrugada. Mis obligaciones hoy son otras.”
Es ese nuevo tiempo, lejos del apuro, cerca del placer, y no obstante, urgido por la obligación que implica tener dos hijos (aunque puede reclutar un batallón de niñeras), lo que parece darle a este nuevo trabajo de Elton John la posibilidad de no ser hijo de la necesidad, sino del amor que siente por la música, y también de no ser hijo de la velocidad. “Lo que define este disco es que Elton ha tenido tiempo para escuchar lo que ha hecho y trabajar para mejorarlo”, resume su productor T-Bone Burnett.
Y es así como cierra el círculo: amor, hijos, tiempo, ganas, algún capricho satisfecho y ganas de ayudar a los que lo necesitan, se trate de estrellas de rock olvidadas (como lo fue Leon Russell) o de causas humanitarias como un orfanato en Lesotho (“nos regalaron como nueve cochecitos y los vamos a donar”), o bien de guerras no resueltas como la batalla final contra el sida. Aunque en verdad, Elton no cierra el círculo: lo retroalimenta. Y de ese modo lo mantiene en constante movimiento, el que, sabemos, se demuestra andando.

 
 

THOM YORKE: Lo que sé.




 Lo que sé

 

 Por Thom Yorke

Si vas a ser vegetariano, realmente te tienen que gustar las lentejas. Si no, estás jodido.

Todas las paredes son fantásticas mientras el techo no se caiga.

Mi padre siempre me enseñó a esperar que alguien viniera en la curva por el carril incorrecto de la ruta, directo hacia mí. Siempre tenía que asumir que ésa iba a ser la situación. Trataba de enseñarme a ser muy desconfiado de la gente –a no confiar–. Creo que lo llevó demasiado lejos cuando era chico. Eso es algo que tuve que desaprender.

Es mucho más fácil confiar en la gente hasta que te prueban que estás equivocado.

Empecé a cantar porque no pude encontrar a ningún otro. Todos a los que se lo pedí eran unos malditos idiotas.

Cuando empezamos a ser soporte de R.E.M eran shows en los que a veces la gente pedía sólo pollo para la cena y eso medio me jodió la cabeza.

Estuve mucho en el hospital cuando era chico porque nací con el ojo izquierdo cerrado y tuvieron que sacarme músculo del culo para armar un párpado que se abriera. Así que pasé cuatro o cinco operaciones, desde muy joven. Creo que empecé a protestar cuando cumplí 5 años. “Mirá, tenés que hacerlo –dijeron mis padres–. Si vas, te compramos lo que quieras, ¿sí? ¿Qué querés de regalo?.” Y les pedí un enterito rojo. Y me compraron un enterito rojo y me fui contento al hospital inclusive sabiendo que iba a estar bajo anestesia general, despertarme y vomitar por todos lados. Amaba ese enterito rojo. Lo usé hasta que me quedó demasiado chico y resultaba ridículo.

El respeto es, cuando uno está teniendo una discusión política con alguien, justo antes de decirle fascista, dar un paso atrás y preguntarse cómo puede ser que haya llegado a ese punto de completa ignorancia y estupidez.

Cuando era estudiante, el banco solía cortarme la tarjeta de crédito todo el tiempo. Mis cheques se la pasaban rebotando. Siempre estaba llamando por teléfono al banco. Fue muy satisfactorio, después de firmar un contrato discográfico, ir al banco y pagar toda mi deuda. El banquero vino del otro lado del mostrador a darme la mano y lo mandé a la mierda. ¿Cómo reaccionó? Creo que estaba acostumbrado.

Cada vez que voy al cajero automático y me pregunta cuánto dinero quiero, pienso, “todo el que me pueda dar”.

 

Me voy a la librería del pueblo, compro tres o cuatro libros de poesía, me siento en un café y leo un rato. Es como estirar los músculos antes de entrenar.

Mi abuelo venía a nuestra casa en el campo, agarraba una de las bicicletas y desaparecía. Venía cuando oscurecía y no teníamos idea de adónde había ido. Si se encontraba con alguien, le preguntaba dónde quedaba el mejor nightclub. Hizo eso hasta que cumplió noventa años.

Ya no me siento decepcionado. Pero siento la presión del tiempo que pasa.

Los chicos te enseñan a alegrarte, lo que me vino muy bien porque yo no era muy alegre en ese tiempo. Para mi humor fueron una bendición.

Creo que lo que enferma a la gente muchas veces es la creencia de que los pensamientos son concretos y de que uno es responsable por ellos. Cuando la verdad, por lo menos lo veo así, los pensamientos son lo que el viento sopla dentro de la mente.

Al público le cuesta mucho relajarse las noches de lunes.

Hay que construir vacíos en la vida. Pausas. Pausas reales.

Conseguir todo lo que uno quiere no tiene nada que ver con nada.

Si saliera a tocar solamente los hits, me sentiría muy distinto respecto de muchas cosas. Pero estamos tocando cosas buenas, y algunas son muy difíciles de tocar, la verdad. La idea de que veinte mil personas vienen a escucharnos tocar música que es bastante demencial y que ciertamente no pasan por la radio... Eso es algo bueno. Tocamos en Phoenix y Ed y yo salimos del escenario y nos quedamos mirándonos, asombrados. No lo podíamos creer.

No puedo imaginarme en veinte años porque estoy muy en el aquí y ahora.

Estas son las respuestas que Thom Yorke, el líder Radiohead, dio a la revista norteamericana Esquire para su extraordinaria sección “Lo que sé”.