En su quinto álbum, la cantante decidió repasar tanto clásicos como “María” y “Sur”, como temas inéditos o muy poco difundidos. Y lo hizo bajo la batuta de Franco Polimeni y con dos invitados que tocaron con Pichuco: Raúl Garello y José Colángelo.
Por Cristian Vitale
Jacqueline Sigaut se “entroiló” dos años. Le siguió la huella al gran Pichuco, rastreando en varias rutas: historiadores, grabadoras, archivos audiovisuales y partituras originales, entre ellas. Quería transitar sobre lo no transitado. Anclar, pero no dormir en clásicos (“Barrio de tango”, “Sur”, “Che bandoneón”, “María”, “Garúa”), sino en tangos que a más de uno, incluso melómanos, tal vez se les escapen. Y dio con varios: “Fujiyama”, el más notable, lo manoteó de la voz de Virginia Luque en una vieja edición de Grandes valores del tango. Nunca se había grabado. “Alejandra”, con letra de Ernesto Sabato; “La Cantina”, abrillantado por la pluma de Cátulo Castillo; y “Milonga de Manuel Flores”, con textos de Jorge Luis Borges, obedecen a una misma lógica de rastreo. “La verdad es que me daba miedo anotarme en Troilo y caer en lo trillado... Siento que al menos no derrapé”, se ríe ella. Dados los hallazgos, el devenir fue lógico: llamó a dos sobrevivientes del planeta Troilo (Raúl Garello, solo de bandoneón en “Sur”, y José Colángelo, solo de piano en “María”) y, bajo los arreglos y la dirección de Franco Polimeni, arropó lados B y clásicos bajo un mismo disco, Desde el recuerdo te vuelvo a ver, que mostrará el miércoles 4 de julio en el Tasso (Defensa 1575).
“La decisión estética fue casi matemática: arreglar menos los menos conocidos y más los más conocidos”, explica.
–Con el plus que implica tener a dos músicos de Troilo en el equipo...
–Es que Troilo tiene una mugre que es difícil de explicar... Siempre me pareció un tipo glamoroso, pero ordenado, equilibrado; y tanto Garello como Colángelo son como una réplica de lo que él proponía: mucho vuelo y a la vez mucha estructura, una síntesis de la diferencia. Garello es más tranquilo y delicado, y Colángelo más visceral, pero lo que más buscan ambos es que se luzca el tema, sin virtuosismo al divino pedo. Además me trajeron a Troilo a la mesa (risas)... Me llenaron de historias.
Sigaut es una experimentada cantante que llegó a uno de los padres del género tras un dilatado trayecto condensado en cuatro discos previos (Tango, Nada es casual, Aquí y ahora tangos, Porque quiero), intervenciones en la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto dirigida por Atilio Stampone, el disco homenaje a los 70 años de Carlos Gardel, el tributo a Astor Piazzolla como voz de la agrupación Undertango y dando clases de canto a Soledad Villamil, José Angel Trelles y Dolores Solá, entre otros. “Todos mis discos anteriores estuvieron centrados en temas nuevos de autores contemporáneos o en tangos de autores clásicos poco frecuentados, pero es la primera vez que le dedico un trabajo a uno en especial”, cuenta, y centra la inquietud en una razón: “Siempre me pareció que Troilo no estaba tan homenajeado como compositor, sí tal vez como director de orquesta, bandoneonista o portador de una estética musical que dio vuelta la historia, pero me parece que tiene unas melodías bellísimas como compositor, y eso estaba medio tapado”.
–¿Le costó acomodar el registro a los patrones “masculinos” de la obra de Troilo? Usted, además de serlo, canta como una mujer.
–(Se ríe.) Fue una crisis, sí. Vocalmente fue el disco que más me costó por eso mismo, la masculinidad, y porque al hacer un homenaje tenés como una cosa de responsabilidad sobre lo que querés plantear como cantante. Pero la viví como una crisis interesante, porque yo era más correcta cantando, más perfectita, y esta vez le puse un poco de barro.
–Embarró el estudio...
–Ahí va. Es que soy una cantante en vivo. Me gusta mucho más el escenario que el estudio. El estudio me aburre, porque la música es energía y estar sola atrás de una pecera me da un embole tremendo, para colmo con un repertorio que plantea una cosa de mucha presencia. Troilo tiene un equilibrio tan lindo entre la mugre, la nota justa y los silencios, que da una crisis abordarlo.
–¿Ejemplo tangible?
–El llanto en pleno estudio, porque tenía que ponerme en un lugar donde lo importante más que la voz era lo que estaba diciendo. Fue un disco exigente en eso, me puso al borde en el sentido de cantar más de pecho, más sucia, incluso llorando. Cuando llegó el momento de grabar “Una canción”, de Troilo y Cátulo Castillo, el director me dijo: “Pensá en la historia de dos tipos separándose”. Empecé a llorar en la toma, y así quedó. Yo no quería, pero así quedó, y al final me encantó. El caso de “Fujiyama” también lo disfruté, porque la única referencia que tenía era la de Virginia Luque cantándolo hace mucho tiempo en televisión, ya que no hubo una grabación del tema ni antes ni después, y eso te permite cierta autonomía. Te habilita a apropiártelo y sentir que, a través de esa apropiación, estás expresando a su creador bajo una arista desconocida.