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jueves, 9 de junio de 2011

NACHO VEGAS: NUEVO DISCO.


Admirador de Dylan y figura de culto del rock en español, el músico está presentando “La zona sucia”, un disco de tratamiento acústico, canciones cortas e inesperado optimismo, que además editó en formato vinilo. Dice que las discográficas inflan Los precios y que por eso venden menos.

POR LUCAS GAROFALO


El 6 de abril de 2007, el español Nacho Vegas tocó en Buenos Aires y se fue contento: por alguna razón para él inexplicable había entre el público gente que conocía las canciones. No eran tantos, pero poco puede ser suficiente para un cantautor que de la soledad hizo un culto. El concierto proponía intimidad desde el formato (sólo él y su amigo Xel Pereda, una guitarra cada uno) pero venía planteado como actividad especial del Bafici de aquel año, es decir, casi una excusa para que los acreditados al evento se juntaran a debatir sobre qué habían visto en el cine ese día y qué pensaban ver al día siguiente. Era Nacho Vegas tirado a la arena de las relaciones públicas, bien lejos de su hábitat natural, y de alguna manera se las arregló para que no se transformara en una oportunidad perdida. Algunos le dicen “presencia”. ¿Pero qué hacía este músico español prácticamente desconocido ocupando una plaza de invitado del Bafici? Acompañaba el estreno de El fulgor, documental de Ramón Lluís Blande que lo tenía como protagonista y lo exponía durante el proceso de composición y grabación del tema que da nombre a la película. Una parte importante del público la odió. Se supone que los documentales musicales están hechos para confirmarnos lo que ya sabemos, que nuestras bandas favoritas son buenísimas y que más gente debería escucharlas. Blande hace exactamente lo contrario: muestra un Nacho Vegas inseguro, obsesivo y un poco neurótico que termina asfixiando al espectador. Por más que él reniegue del mote, cuesta pensar en una situación que refleje mejor la idea de “artista maldito” que su aparición en El fulgor . De eso se trató en el comienzo, hace ya diez años, cuando separó a su banda Manta Ray y se decidió a tomar las riendas de una carrera solista luego de escuchar Blonde on Blonde de Bob Dylan. Entre 2001 y 2005 editó Actos inexplicables, el doble Cajas de música difícil de parar y Desparezca aquí, además de un EP que servía como complemento de cada uno de esos álbumes algunos meses después de su lanzamiento. La comparación con Andrés Calamaro durante esa época es ineludible –ambos cantautores prolíficos, endemoniados, fans de Dylan, con el corazón roto y triunfando en España–, pero mientras el Salmón apuesta por la síntesis y la metáfora en canciones más bien simples, Vegas profundiza en la sonoridad y la instrumentación, llegando a hacer temas de siete y ocho minutos, con letras kilométricas que gracias a su lucidez funcionan como manifiestos. Una propuesta tan densa no suele ser fácil de asimilar por el gran público, pero luego del reconocimiento ganado por esa triología notable, el gijonés tiene sus quince minutos de fama y coquetea con el mainstream de su país por partida doble. Primero viene El tiempo de las cerezas (2006) un disco a dúo con Enrique Bunbury, y luego Verano fatal (2007), otra colaboración, esta vez junto a Christina Rosenvinge, con quien en ese entonces formaban una de las parejas más comentadas por la “prensa rosa” española. Inesperado destino para Nacho Vegas el de terminar retratado en esas páginas. Lo cierto es que ambos discos, irregulares, desparejos, están por debajo de sus trabajos en solitario, al igual que El manifiesto desastre su álbum de 2008, que parece repetir viejos trucos sin lograr los resultados del pasado. Pero, afortunadamente, ese no es el final de la historia. Hoy, con apenas unos meses de retraso, se edita en nuestro país La zona sucia, su mejor disco en un lustro, de tratamiento acústico, canciones cortas y un optimismo inesperado pero muy saludable. “Yo sigo hablando de lo mismo que hablo siempre, que es ese sentimiento que uno tiene cuando algo muy sólido se viene abajo. Pero esta vez me quise concentrar en el momento de la reconstrucción”, dice Nacho Vegas, que por primera vez en mucho tiempo deja pasar una luz de esperanza. Ya era hora.

-¿Es este su mejor disco desde “Desaparezca aquí”?
-Puede ser, aunque es difícil para mí valorarlos de esa manera, en comparación unos con otros. Yo obviamente siento que cada disco es el que tenía que hacer y el que podía hacer en ese momento. El manifiesto...fue algo caótico, y en algunos momentos sí lo siento un poco torpe, aunque tiene cosas que me gustan mucho y sigo tocando. Y los discos en colaboración, por su propia naturaleza, son siempre más raros, cuesta verlos como una obra donde todas las canciones se interconectan. Para La zona sucia estaba pensando mucho en eso, en que fluyeran las canciones cuando uno las escuchara juntas. Y estoy más a gusto que con los anteriores, sí, es cierto.

-Es un álbum más corto y más despojado. ¿Había una intención consciente de que así fuera?
-Sí, estaba tratando de podar un poco las canciones para llegar a su esencia. No quería ni me salía hacer temas demasiado retorcidos. De todos modos, durante la grabación registramos dieciséis y dejamos diez únicamente por una cuestión de formato: en España pudimos editar en vinilo al mismo tiempo que en cd y, si uno no quiere que en el vinilo se resienta el sonido, hay que tratar de no meter más de veintidós minutos por lado. Por eso tiene una duración más estándar. Pero canciones hay, así que probablemente el EP que venga después de este disco sea un poco más largo de lo habitual.

-Es casi anacrónico eso de adaptarse a un formato en la época virtual…
-Bueno, hace años que hay teorías apocalípticas sobre el soporte, pero con la crisis del cd al menos se reforzó un poco el mercado del vinilo. En los 90 ya nadie los fabricaba, apenas algunos sellos especializados, pero ahora los compradores que quedan son gente que busca algo muy concreto, así que volvimos a esa época. Igual obviamente también lo editamos en cd, que es un formato para mí muy cómodo, que te permite escuchar música en el auto. Además es muy barato de fabricar, el problema es que las compañías inflaron mucho el precio y terminaron perjudicando sus ventas.

-¿Por qué cree que ya no le salían temas retorcidos?
-Intuyo que porque en El manifiesto...hubo canciones que me costó mucho terminar y sentí la necesidad de no ser críptico con las letras. De todos modos, no funcionó: algunos temas de este disco son de los que más me costaron terminar en toda mi vida. Como siempre, cuando entré a grabar, la situación era un tanto caótica. Suelo llegar con las canciones terminadas, pero desordenadas en mi cabeza, y trato de usar el estudio para poner todo en perspectiva y entender qué es lo que tienen en común y porque deberían pertenecer a un mismo disco y un mismo tiempo.

-A pesar de ser más despojado, es un disco con mucha presencia de su banda…
-Sí, y en realidad son los mismos músicos que grabaron en el anterior, pero en aquel momento recién nos estábamos juntando, y ahora ya llevamos bastante tiempo tocando juntos. Particularmente se nota en el trabajo de Abraham Boba, que se involucró mucho. Están muy presentes sus teclados, acordeón, piano, órganos...

-Siempre manifestó que no le gusta su voz. Sin embargo está más al frente que nunca. ¿Logró superar ese complejo?
-Con cada disco que pasa me va disgustando un poco menos, pero es una batalla diaria. Todos tenemos una voz única, que es solamente nuestra, e incluso los que tenemos un registro muy limitado podemos bucear hasta encontrar mil maneras diferente de interpretar, tanto en los discos como en los conciertos.

-¿Cómo fue el proceso de composición?
-Por lo general, una vez que termino la canción, lo que viene después es un trabajo de colaboración. Se la muestro a la banda, la tocamos juntos y cada uno hace su aporte. Eventualmente, en mi cabeza suenan algunos arreglos y puedo intentar darles algunas directrices sobre por dónde tendrían que ir, pero son músicos que respeto y admiro mucho, entonces confío en lo que hacen. Siempre tratamos de que la canción sea la que conduzca, que esté por encima de todo.

-¿Y la grabación?
-A mí me gusta dejar espacio para que en el estudio sucedan cosas. Obviamente ensayamos antes, pero prefiero no ir con todo cerrado y estudiado al detalle. De esa manera creo que el resultado siempre es más orgánico, tiene más vida. No sé si tiene mucho sentido llegar y ejecutar algo que uno sabe de memoria. En este caso grabamos todos en vivo, al mismo tiempo, y luego fuimos agregando algunos arreglos.

-En este disco debe haber sido importante también saber cuándo quitar un arreglo…
-¡Ese es el trabajo más difícil! Yo soy de la idea de que siempre sobran cosas en los discos y de que saber quitar es más difícil que saber agregar. Porque uno puede grabarle encima todo lo que quiera, pero que quizás destroza la canción. Durante la gestación de mi primer disco, teníamos el tema “Camino”, al que le grabamos dos baterías, cuerdas, bajo, contrabajo, y a la hora de mezclar no se me hacía para nada claro cómo iba a quedar. Hicimos varias mezclas, y no me gustaba nada. Hasta que empezamos a quitar cosas, y terminó siendo únicamente un tema de guitarra y voz. El productor me decía “no sirvió para nada todo lo que grabamos” y en realidad sí que sirvió. Sirvió para darnos cuenta de que teníamos que quitarlo.

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