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martes, 10 de mayo de 2011

ALAN PARSONS CONVOCO A UNA MULTITUD EN EL TEATRO GRAN REX










El arte y la ciencia de un viejo sonido














Por Cristian Vitale

No es la primera vez que Alan Parsons “toca” en Argentina, pero sí que su presencia, tal vez instigada por la compulsión a la masividad de la Era, atrae tanta gente. Tanta que, dado el lleno anticipado del primer Gran Rex –sábado–, hubo que agregar una fecha no prevista, ayer. Conclusión I: exitazo en términos de venta de tickets. Conclusión II: muchos presentes, al menos la mitad, ni siquiera esbozaron el entusiasmo vital que sí demostró la otra mitad al final de ciertos temas: el imponente “I Robot”, el hit “Prime time”, “Damned if i do” o el Lado B completo de la obra conceptual que el británico editó en 1980: The turn of a friendly card, por nombrar instancias que hicieron de este show un rato inolvidable para algunos, y palpablemente tibio para otros. El verbo “tocar”, entonces, es nodal para ir al fino del contraste, y de-sentrañarlo: el hombre grandote, barbudo y con el cuello rodeado por un pañuelo con brillos que se sube a una tarima en el centro del escenario y lanza sus llamas musicales desde allí, no está cumpliendo el rol que hizo de su nombre casi un mito del rock universal. No está pergeñando, fino, tozudo y meticuloso, esa maravilla sonora de estudio que fue The Dark Side of The Moon; tampoco abrillantando los trabajos que les pulió, con tacto de ingeniero y productor, a los legendarios Hollies, o a John Miles o a Al Stewart. Parsons está tocando.

Y cuando alguien habituado a cooperar, en el mejor de los casos, con la música de otros trueca el rol, ocurre lo que ocurrió. Sí, también cierto, Parsons tiene una extensa carrera como músico que lo legitima como tal en las grandes ligas. Primero con su Alan Parsons Project y, al menos, dos discos clave del segundo lustro de los setenta y el primero de los ochenta (Pyramid, Eye in the Sky); y después, entrados los noventa, con otras agrupaciones que, bajo distintos nombres (Try Anything Once, On Air o The Time Machine), no fueron más que clones del Project inicial. Pero jamás dejó de ser, en esencia, un ingeniero de sonido, un animal de estudio. Y así es como ve y trabaja la música. Y así es, tal vez, como lo vio esa mitad que fue a encontrar en Parsons al “quinto Floyd” de El Lado Oscuro de la Luna, y se encontró con un gélido mosaico de estéticas que poco, a veces nada, tiene que ver con ese mojón extraordinario del pasado. Las músicas del Parsons músico, entonces, pueden ser vistas de distintas maneras, pero siempre ubicando el foco en un eje central: él traduce para sí lo que capta de otros; desde allí concibe y compone. Es –axioma de productor– una esponja que absorbe, contempla, pasa por su tamiz y relee sobre una alteridad inevitable. Temas que pueden contener, mezclar y procesar en sí mismos momentos de alto vuelo sinfónico con pasajes desabridos más cercanos al perfil Aspen FM que al Génesis de Peter Gabriel (el mismo “The turn of a friendly card”); piezas con introducciones meta groove poderoso (el mismo “I Robot”) que devienen, no necesariamente enseguida, en “temitas” insulsos (“Don’t answer me”); altos momentos funk/rock, sobre todo cuando la guitarra eléctrica de Alastair Green asume un papel central (“Wouldn’t wanna be like you”); o rarezas electrónicas como el reciente “All Our Yesterdays”, que Parsons grabó con el objeto de diseminar por el mundo su último trabajo en el rol que lo destacó en esencia: The Art And Science Of Sound Recording (El Arte y la ciencia de la Grabación de Sonido).

Un recital de Parsons y su gente suena a una música de a ratos elaborada, bien ejecutada, prolija, pero sin una personalidad definida o, visto desde otra perspectiva, sin “sangre en las venas”. Con eso se encontró una de las mitades que asistió el Rex el fin de semana. De ahí el contraste en la receptividad.

1 comentarios:

Eduardo dijo...

Estimado crítico: creo que es claro que Alan nunca fue ni pudo ser considerado un ejecutante ó músico virtuoso; no debemos olvidar además que tal vez más del 50 % de la creatividad del Project se debió al desaparecido Eric Woolfson,al cual curiosamente no escuché referencias en las críticas ni menciones en el escenario (aclaro que asistí a los dos conciertos en Buenos Aires). Creo que a pesar de ser un ícono del rock sinfónico de estudio de los años 70 y 80, con 62 años en sus espaldas, gracias a su oído y buen gusto musicales ha sabido rodearse de músicos jóvenes que si bien no gozaron esa música en su adolescencia como nosotros(tengo 48 años), le han dado gran fuego a su recreación (caso del baterista ó P.J.Olsson), mostrando gran respeto por su esencia original. Me parece que si no puede considerarse el sonido del Project como una entidad única, reconocible desde todos sus flancos, con altísimos standards de calidad,identificable desde su conjunción entre la música seria y la popular, altamente emotiva (claro, seguramente para mi generación ó para mi hijo de quince que creció escuchándola), entonces qué nos queda para la música que oímos (no "escuchamos") diariamente. Es claro que no es lo mismo escuchar un disco, un C.D., en fin una producción grabada en muchísimos canales, con filtros, edición y posproducción, que un grupo en vivo, tan luego con música tan elaborada como la del Project. No obstante, la enorme solvencia de los músicos convocados le dió a los shows un contenido emotivo incomparable.
Si Alan y los músicos que él eligió (se los veía bien felices de participar en tal empresa...) tocaran 10 veces más, me empeñaría para poder verlos. Creo que esto te puede aclarar en cuál de las dos mitades estábamos mi hijo y yo...