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viernes, 20 de mayo de 2011

EDDIE SHAW TOCO CON MUDDY WATERS Y HOWLIN’ WOLF.






El legado de una leyenda blusera






Por Cristian Vitale

“¡Llega a la Argentina otra gran leyenda del blues!” Al ilustrar el ambiente en que se hizo Eddie Shaw, se lo puede aproximar a la pomposa estrategia de prensa con que se anuncia su presentación de esta noche en La Trastienda (Balcarce 460). De 1937 en adelante, Greenville, ciudad densamente poblada del estado de Mississippi, incluía entre sus aspirantes a seguir las estelas de Robert Johnson a Little Milton, Left Hand Frank y Johnny “Big Moose” Walter. Entre ellos –tocando por comida y bebida en clubes locales– estaba el joven Shaw, un ignoto saxofonista nacido en el pueblo de Stringtown que pronto trocaría las recorridas de pago chico por otras de más talante. La varita lo tocó cuando Muddy Waters, olfateador de talentos, lo llamó para un show en Itta Bena y lo invitó a quedarse en su banda. Duró apenas tres meses –una pelea con el pianista Otis Spann lo obligó a dejar el grupo–, pero el mismo día estaba Howlin’ Wolf esperando tras el portazo. “En esa época había una determinación de que a las 12 de la noche tenías que estar en casa si tenías menos de 21 o ibas a la cárcel... recuerdo que para tocar en uno de esos shows tuve que esconderme bajo una manta en la parte de atrás de la camioneta para poder entrar al lugar donde había que tocar”, evoca él, entre risas.

A los 20 años, entonces, este negro gigantón que arriba al país por primera vez se había mudado a Chicago, para “fumarse” en un año a dos de las más grandes leyendas del blues. Ambos hitos de origen más un devenir que lo ligó a Otis Rush, Magic Sam, Willie Dixon, Magic Sam, Eric Clapton, Ringo Starr y Los Rolling Stones, entre otros, sí legitiman tal estrategia de prensa: llega al país otra gran leyenda del blues. “Nunca decidí ser músico”, dice, desde algún rincón de Chicago. “Cuando tenía 12 o 13 años mi casa estaba al lado de mi escuela, y había una banda que entrenaba afuera. Era banda de la escuela, y me uní a ellos..., lo primero que pedí fue un saxo, pero como ya estaba ocupado me dieron un trombón. Toqué el trombón muchos años, hasta que me gané un saxo en una donación y cambié el instrumento..., era lo mío.”

–¿La banda era sólo de blues?

–No. Tocábamos música clásica y rock and roll en los bailes del colegio, hasta que el líder de la banda armó un sexteto para ir a tocar a los clubes de la ciudad y me eligió. Ganábamos 20 dólares la noche y tocábamos lo que hubiera que tocar. Casi siempre era blues y yo, el único tipo que tocaba vientos, tenía que hacer de todo: acompañar, solear, en fin, así aprendí.

–Fue la base que le posibilitó llegar a tocar con la mayoría de los grandes del género en el período clásico, se supone.

–Claro..., pasé mucho tiempo con Waters, Bo Diddley, Jimmy Reed y Howlin’. Esos tipos eran grandes músicos y ahora significan mucho más en mi vida que nunca, porque todos se fueron y yo sigo aquí para tratar de mantener su legado.

Shaw que, además de haber “tocado con todos” y de fundar el The New 1815 Club –un espacio abierto para que las jam sessions entre el mismo Wolf, Otis Rush, James Cotton y Jimmy Reed pudieran existir–, fue manager y director del grupo de Howlin’ Wolf y, al momento de su muerte (enero de 1976), se quedó con su legado y su banda, rebautizada como Eddie Shaw & The Wolf Gang (Eddie Shaw y la Pandilla del Lobo), cuyos músicos lo acompañaron durante buena parte de su –paralelo– derrotero solista, que ya lleva diez discos, y uno en especial que, pese a los 74 años de rodar por la vida, orienta sobre sus fines últimos: Have Blues, Will Travel (Tengo blues, estoy dispuesto a viajar). “Lo voy a hacer hasta que no pueda más”, redondea.

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