No
fue algo hecho adrede, pero Elton John parece haber completado un
círculo en su vida y en su arte. Alguna vez le puso música a una letra
de Tim Rice, “Círculo de la vida”, uno de los tantos engendros que
sonorizaron al film El Rey León, pero nada tiene que ver con esto. Es
como si alguien hubiese escrito una partitura prolija y redonda que
Elton ejecuta sin saberlo como por designio.
Primero, los datos fríos. Al tiempo que llega a Buenos Aires para
tocar el 2 de marzo en Vélez, en el marco de una enésima gira de
“Grandes éxitos” (que los tiene y a montones), Elton John dejó
finalmente en proceso de fabricación un álbum nuevo que ya cambió de
nombre dos veces. Al comienzo iba a llamarse The Diving Board y ahora
será editado en el mes de mayo bajo el título Voyeur. En el medio, Elton
John hizo algo a lo que no está acostumbrado: tomarse su tiempo para
evaluar las cosas. Una vez que Elton hace un disco, ya está; no hay
tiempo para reflexionar porque hay otra gira de por medio, otra
celebridad a la que socorrer, otra causa benéfica que requiere su
atención o algún mall que lo atrae como un imán al hierro (dejó todos
sus malos hábitos, salvo el de comprar compulsivamente).
Entre The Diving Board y Voyeur transcurrieron casi dos años; mucho
tiempo para alguien tan ansioso como Elton, que además aseguró que este
disco era de lo mejor que había hecho en mucho tiempo. La gestación de
este nuevo álbum comenzó en el 2010, cuando Elton trabajó con el
productor T-Bone Burnett en un disco en conjunto con Leon Russell
titulado The Union. Más allá de la satisfacción de haber podido ayudar
con altura a uno de sus ídolos (de acuerdo con Russell, estaba “tocando
en baños”), Elton se encontró con algo más: un coequiper en la figura de
T-Bone Burnett. “No voy a grabar con ningún otro productor”, le dijo.
“No hay ningún problema, así será”, contestó entre risas Burnett. Elton
ya le había puesto el ojo para su próximo disco y de esa manera
comenzaron las primeras tomas de grabación en el 2011.
Como siempre, Elton iba y venía; renovaba y perdía la fe en el
proyecto, no quería avanzar hasta ver las letras de Bernie Taupin que,
como siempre ha sido, alcanzaron la altura de sus expectativas. T-Bone
Burnett le propuso volver a las raíces, pero ese plan estaba trillado:
Elton John retomó el contacto y la calidad de sus primeros proyectos con
sus últimos tres álbumes de estudio, una saga que inició con Songs From
The West Coast (2001), continuó con Peachtree Road (2004) y concluyó
con The Captain & The Kid en 2006, un disco que le dio continuidad
al último de sus grandes discos de los ’70: Captain Fantastic & the
Brown Dirt Cowboy. Luego vino el proyecto con Leon Russell, que
constituyó a la vez que una bisagra, una continuidad muy bienvenida en
una carrera que supo de espasmos y convulsiones.
Pero en esta ocasión, T-Bone le propuso a Elton ir más allá de esas
primarias raíces examinadas en aquellos discos. Hay unas quinientas
personas que tienen en claro el momento en que Elton John se convirtió
en una superestrella, porque aconteció delante de sus propios ojos en
The Troubadour, un renombrado club de Los Angeles cuyo titular, Doug
Weston, elegía con ojo clínico a los artistas que harían una residencia;
no existía para él la idea de un show único sino el concepto de crear
un ambiente durante una serie de shows que podía ir de tres a cinco
fechas. La serie de Elton comenzó el 25 de agosto de 1970. ¿Quién estaba
allí? T-Bone Burnett que, como los demás, presenció algo nunca visto en
aquel tiempo: un baladista muy especial que toca el piano acompañado
por un bajista y un baterista, pero que además puede rockear como Little
Richard. En tiempos en que Joni Mitchell y James Taylor marcaban el
standard de lo que debía ser la música, Elton John parecía encajar a la
perfección, y a la vez ampliar el menú.
Para este nuevo disco, la idea de T-Bone fue que Elton volviese a
ese formato de trío: un bajo y una batería. Lo demás lo tenía que hacer
él. Burnett arrojó una carta al lienzo: “Tengo un baterista que te hace
todo y no necesitás nada más: melodía, tono y groove. Es Jay Ballerose”.
Elton lo conocía porque lo habían utilizado en The Union y lo aprobó de
inmediato. “Entonces, yo voy a elegir al bajista”, contraofertó el
británico. Era un trato justo. El elegido fue Raphael Saadiq, un músico
con una carrera propia a quien Elton admira. Tanto entusiasmo fue
reducido en apenas dos días de grabación. “Fue como una catarata. Sin
dudas el disco que hice más rápido, y también el más excitante.” El
álbum estuvo listo antes que Elton pudiera disfrutarlo, pero no se podía
editar tan inmediatamente después de The Union. Había que esperar un
poco. Algo que a Elton nunca le gustó.
Pero ese tiempo le hizo bien porque tuvo tiempo de escuchar su nueva
obra y reflexionar sobre ella, al tiempo que se preparaba para ser
padre por segunda vez. Y encontró en un grupo de canciones una suerte de
hilo argumental, y le pidió a Bernie Taupin que escribiese más letras
con esa idea en la mente, lo que derivó en más canciones. Como la agenda
de Elton siempre es muy complicada, las nuevas grabaciones no pudieron
realizarse hasta comienzos de 2013, y es por eso que Voyeur recién verá
la luz en mayo. De acuerdo con T-Bone Burnett, “el disco era demasiado
feliz, necesitaba algún toque que lo equilibrara, y eso lo logramos con
las nuevas canciones”.
AMOR UNIVERSAL
Hoy Elton John vive en varias realidades paralelas que son las que
conforman un todo que lo exime de explicación alguna. Sin embargo, hay
muchos que han olvidado o que nunca supieron que fue la gran
superestrella de rock de la primera mitad de los ’70. Se habla mucho de
David Bowie, de Marc Bolan, de Lou Reed y hasta de Iggy Pop, pero el
reconocimiento popular más masivo lo tuvo Elton John, desde aquel
artículo que el periodista Robert Hilburn publicara en Los Angeles
Times, en el que anunciaba el nacimiento de una supernova rockera: “Su
nombre es Elton John, se trata de un británico de 23 años y su show en
el Troubadour fue, en todos los sentidos, sensacional”. Fue esa review
la que lo consagró en Estados Unidos antes que Inglaterra terminara de
despabilarse con respecto a la identidad de ese Dwight Reginald, que
había sido el pianista de Bluesology, grupo de acompañamiento del genial
Long John Baldry.
Es otro inglés el que le da a Elton la bienvenida al cielo de las
estrellas de rock un poco más adelante: John Lennon. El beatle tenía
olfato y también le gustaba brindar su apoyo a músicos que él estimaba
sin ninguna razón más que una simpatía a primera oída, tan sólo por
escucharlos en la radio. Con Elton John tuvo algo más que un gesto:
desarrolló una amistad. Por un lado, lo veía como su reemplazante
natural y lo trataba como a un ahijado, aconsejándolo sobre cómo sortear
las trampas del show business. Cosa curiosa: Elton John se convertiría
en el padrino de su hijo Sean y sería el único que podría atravesar las
puertas del Dakota, tras el silencio que Lennon se autoimpuso desde 1975
hasta 1980. A lo largo de esa década, Elton John triunfó una y otra vez
con hits como “Rocket man”, “Daniel” y “Your song” (que Lennon confesó
querer grabar algún día), y también dejó sentada su innegable calidad en
discos como Honky Château, Don’t shoot me, I’m only the piano player y
Goodbye Yellow Brick Road.
La cocaína, los malos disfraces, cierta impertinencia imperial y el
alcohol lo hicieron trastabillar durante 15 años en los que siempre tuvo
un hit a mano para renovar su tanque. Fue meloso, bisexual, divo
despiadado, gay no asumido, hombre de la casa, marido infiel, gay
declarado, reina sin corona y zombie de sí mismo durante un tiempo que
tardó demasiado en terminar. “Realmente malgasté esos años –reconoce
Elton–; mucha gente moría a mi alrededor mientras yo no podía derrotar
mi adicción. Así de mala es la enfermedad. Podría haber usado esos años
en luchar contra el sida”. Después de la rehabilitación de rigor para
toda estrella excesiva, llegó el desierto creativo que atravesó con el
oficio que lo mantuvo a flote en los años desquiciados. Ya en los 2000,
recuperó el prestigio artístico con obras que restauraron su buen
nombre. Y ahora va por más.
Pero... ¿qué más puede querer un hombre que tiene el tema más
vendido de todos los tiempos? “Candle in the wind”, compuesto en memoria
de Marilyn Monroe en 1973, fue reconfeccionado prêt-à-porter para la
muerte de su amiga Lady Di en 1997 y superó todos los records de ventas.
Es el “Thriller” de los simples. Pero a Elton no le alcanza.
Lo dijo claramente en el 2001 en un tema de Songs from the West
Coast: “Quiero amor”. Hay artistas a los que les basta con el cariño del
público, los mimos de la prensa, la intensidad del entorno y el respeto
de sus pares. Bueno, a Elton, no: él quiere amor. Por un lado, el
matrimonio civil con su pareja David Furnish fue un gran paso en la
dirección de ese amor, que se incrementó cuando planearon tener un hijo.
Para ellos, no se trataba simplemente de una adopción sino de algo más
complejo, que requería de un vientre de mujer y un óvulo a ser fecundado
con espermatozoides de ambos mezclados. Y que el azar decidiera cuál
sería el afortunado.
Obviamente eso condujo a que una vez nacido el niño y en tenencia de
la feliz pareja, hubiese un escrutinio de la criatura para ver a quién
se parecía más. ¿Pero en qué familia no ha pasado eso? La conclusión fue
que Zachary Furnish-John se parece más a Elton. Ahora están esperando
que crezca el segundo: Elijah Joseph Daniel Furnish-John, nacido de la
misma madre que el anterior, a quienes David Furnish y Elton John
quieren como una hermana más allá de que ha habido una recompensa
material de por medio. “Queremos que los chicos sepan quién es su madre
biológica”, aseguraron. “Queríamos un hermano para Zachary –reconoció
Elton–, porque para él la vida va a ser difícil, ya que en el colegio le
van a preguntar por qué tiene dos papás y no una mamá, y además el peso
extra de tener un padre famoso. No queríamos agregarle la carga de ser
hijo único.”
Y para que termine de quedar clara la determinación de su búsqueda
amorosa, la hizo universal en el libro que escribió el año pasado.
Quizás no sea el que todo el mundo podría llegar a querer leer, pero sí
uno que ayudará a una causa para la cual creó la Elton John Foundation:
la lucha contra el sida. “Cuando mezclás una droga y un trago, te sentís
invencible. Yo tuve la suerte de salir HIV negativo de todo eso.” El
libro se titula Love is the Cure: On Life, Loss, and the End of AIDS (El
amor es la cura: en la vida, la pérdida, y el final del sida). Se editó
a mediados de 2012 y en él Elton se apoya en testimonios de amistades
como Elizabeth Taylor, en la conmovedora historia de Ryan White, un
chico que murió de sida en 1990, y a quien Elton ayudó junto con Michael
Jackson, Lady Di y Freddie Mercury. Las recomendaciones de Bill Clinton
y Joan Rivers están a la altura y refuerzan el mensaje de amor
medicinal que el pianista británico intenta brindar.
“Tenemos que liberarnos de este estigma –escribió Elton–; es la
barrera más grande que hay hacia el progreso. Necesitamos detener el
odio y la ignorancia. Es muy idealista decir que el amor es la cura...,
pero en verdad lo es.”
DISTINTO TIEMPO
Pese a lo múltiple de sus ocupaciones, que también incluyen una
compañía de representaciones que tiene entre sus artistas a Lily Allen y
James Blunt entre otros, Elton John dice que jamás ha disfrutado tanto
de su carrera. “Es que ahora tengo una vida –confirma–; ya no me acuesto
tan tarde por ir a una fiesta, porque me quiero poder levantar para
hacerle el desayuno a mi hijo o ver a mi pareja. Si tuviera que salir a
tocar para poder pagar el alquiler o las cuentas, seguramente sería algo
que haría con resentimiento. Pero en mi caso es un lujo que me doy,
porque cuando me subo al escenario soy un hombre feliz. Ya no tengo la
obligación de la estrella de quedarme tomando drogas hasta la madrugada.
Mis obligaciones hoy son otras.”
Es ese nuevo tiempo, lejos del apuro, cerca del placer, y no
obstante, urgido por la obligación que implica tener dos hijos (aunque
puede reclutar un batallón de niñeras), lo que parece darle a este nuevo
trabajo de Elton John la posibilidad de no ser hijo de la necesidad,
sino del amor que siente por la música, y también de no ser hijo de la
velocidad. “Lo que define este disco es que Elton ha tenido tiempo para
escuchar lo que ha hecho y trabajar para mejorarlo”, resume su productor
T-Bone Burnett.
Y es así como cierra el círculo: amor, hijos, tiempo, ganas, algún
capricho satisfecho y ganas de ayudar a los que lo necesitan, se trate
de estrellas de rock olvidadas (como lo fue Leon Russell) o de causas
humanitarias como un orfanato en Lesotho (“nos regalaron como nueve
cochecitos y los vamos a donar”), o bien de guerras no resueltas como la
batalla final contra el sida. Aunque en verdad, Elton no cierra el
círculo: lo retroalimenta. Y de ese modo lo mantiene en constante
movimiento, el que, sabemos, se demuestra andando.