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viernes, 16 de septiembre de 2011

Pianistas virtuosos llenan las salas de concierto.



A principios del siglo XX, la imaginación artística y la riqueza musical eran más apreciadas que la perfección técnica. Hoy, en cambio, los virtuosos lo son cada vez más.

POR ANTHONY TOMMASINI - The New York Times


Pianistas como Yundi Li, de China, despliegan una habilidad técnica formidable. En los últimos diez años, el crecimiento de la idoneidad técnica de los pianistas ha sido notable. La última joven pianista china que cosecha elogios es Yuja Wang. Sí, Wang, que tiene 24 años, puede tocar cualquier cosa.

Deutsche Grammophon lanzó su primera grabación con orquesta: interpretaciones de la Rapsodia sobre un tema de Paganini y el Concierto para piano Nº2, ambos de Rachmaninoff y con la Orquesta de Cámara Mahler. El director es nada menos que Claudio Abbado, que es muy selectivo con sus colaboradores.

Rusia nos ha dado a Kirill Gerstein, que nació en 1979 y es el último ganador del prestigioso Gilmore Artist Award. Su extraordinaria grabación de la sonata de Liszt, "Humoresque" de Schumann y una pieza de Oliver Knussen fue una de las mejores de 2010. Este verano en el Instituto y Festival Internacional de Teclado de Nueva York, Daniil Trifonov, de 20 años, que acababa de ganar el Concurso Internacional Tchaikovsky en Moscú, dio muestras de una habilidad asombrosa.

La música clásica enfrenta una serie de desafíos, entre ellos una menor apreciación de la forma artística. Por otra parte, no todos los segmentos del público advierten el avance en lo relativo a la técnica. Muchos de quienes asisten habitualmente a conciertos han llegado a esperar que todo solista sea un gran técnico.

Hace unos meses, el pianista Gilbert Kalish, que da clase en la Universidad Stony Brook de Long Island, dijo que cuando los estudios de Gyorgy Ligeti, que exploran nuevos planos de textura, sonido y técnica, concitaron atención en los años 90, se los consideraba prácticamente imposibles. Sólo especialistas como el pianista francés Pierre-Laurent Aimard podían tocarlos. Pero ahora, dijo Kalish, "mis alumnos de Stony Brook los tocan con gran soltura".

En un reciente e-mail, Kalish escribió que los compositores siempre corren los límites: "Alguien crea un trabajo de una dificultad extraordinaria, que parece imposible de interpretar, y luego, tan sólo porque existe (y es excelente), la gente empieza a estar a la altura de la ocasión".

A principios del siglo XX, la imaginación artística y la riqueza musical eran más apreciadas que la perfección técnica.

Pianistas como Alfred Cortot, el joven Vladimir Horowitz y el propio Rachmaninoff tenían una técnica exquisita. Pero tanto el público como los críticos toleraban la interpretación imperfecta. Cortot gozaba de un inmenso respeto, pero su grabación de principios de la década de 1930 de 24 estudios de Chopin está plagada de errores.

En la actualidad, interpretar los estudios es prácticamente una exigencia para los principiantes. El brillante pianista ruso Nikolai Lugansky grabó los estudios completos en su segundo disco, que salió a la venta en 2000. Es fascinante comparar su interpretación del primer estudio de Chopin con la versión de Cortot. (Ambas están en YouTube.) La búsqueda de la perfección tiene sus peligros. Luego de que Van Cliburn ganara el Concurso Tchaikovsky en 1958, una nueva generación consideró el virtuosismo técnico como el camino a la fama, pero los críticos descubrieron que muchos casi no tenían otra cosa que ofrecer.

La excelencia técnica, sin embargo, es ahora tan habitual que los pianistas jóvenes pueden cultivar el estilo, como lo hacen artistas como el ucraniano Alexander Romanovsky, cuya grabación de 2009 de "ÉtudesTableaux", de Rachmaninoff, es de una belleza asombrosa, o el imaginativo polaco-húngaro Piotr Anderszewski, que es un excepcional intérprete de Bach.

Hay pianistas que tienen técnica para tocar cualquier cosa, y hay otros que tienen la técnica que necesitan para interpretar la música que tiene para ellos una carga de sentido.

En el primer grupo ubico a Richard Goode, Mitsuko Uchida y Andras Schiff. Entre los pianistas más jóvenes, el club comprende a Jonathan Biss, un intérprete sensible y cuidadoso, y al israelí David Greilsammer, cuya elegancia me resulta más gratificante que el virtuosismo hiperexpresivo de Lang Lang.

El hecho de que todos sigan en actividad indica que se ha alcanzado un nuevo nivel de dominio del piano.

Los pianistas son cada vez mejores, y son tantos los que son muy buenos que, paradójicamente, me siento menos impresionado por su virtuosismo.

La temporada pasada, Evgeny Kissin, uno de los pianistas más perfectos, tocó en el Carnegie Hall. Luego de su sonata de Liszt, un entusiasta del piano me preguntó: "¿Alguna vez escuchó interpretar esa pieza de forma tan magnífica?" La verdad sí. Y fue durante un espléndido concierto de Stephen Hough unos meses antes. Hough es otro pianista que puede tocar cualquier cosa. Bienvenido al club.

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