DIEZ AñOS DE INDEPENDENCIA
Sello propio
A una década de haber sido creados, los dos sellos indies que apostaron a la experimentación y la búsqueda estética por la excelencia reflexionan sobre la influencia de su trabajo en la escena actual, pero van más allá: se preguntan si, verdaderamente, hay escena independiente.
Por Yumber Vera Rojas
Indice Virgen, la influencia silenciosa
Aunque no se hace llamar a sí mismo “El Jefe”, Sebastián Carreras guarda otros rasgos en común con Alan McGee. Así como el afamado mecenas del indie inglés, quien reflejó históricamente su carácter extravagante con la fundación del legendario sello Creation Records para albergar a su banda Biff Bang Pow!, el argentino usó la etiqueta que ideó, Indice Virgen, para cobijar a su agrupación: Entre Ríos. No obstante, esa excentricidad nunca les impidió apreciar el talento de otros y adherir a sus respectivas disqueras una plétora de artistas cuyas propuestas habrían sido rechazadas por el establishment. Pese a la analogía, el primer referente de compañía independiente de Carreras no fue el de McGee, que contuvo a grupos británicos de la talla de My Bloody Valentine, Primal Scream o The Jesus & Mary Chain, sino uno latinoamericano. “Se llamaba Elenco, funcionaba en los ‘60 en Río de Janeiro y se dedicaba a la bossa nova. Uno de los problemas del género, por el que se le consideró elitista, fue que no tenía distribución”, revela Sebastián. “Daniel Melero fue otra influencia. En los ’80 sacó la disquera Catálogo Incierto. Es una persona que mide el valor musical a través del arte, y yo intento sostener esa línea de pensamiento.”
Fue la realización en 1998 del compilado Grabaciones íntimas, canciones pop, lo que permitió que Indice Virgen celebre este año sus dos primeros lustros. “Estaba en auge el rock barrial, pero había mucha gente haciendo música independiente”, recuerda Carreras. “En esa época tocaba con Tus Hermosos, y empecé a hablar con varios músicos de la movida sónica para hacer una compilación. La idea era recrear una especie de neorrealismo, me había impactado mucho el movimiento Dogma 95 de directores daneses como Lars von Trier. Pensaba que se podía encontrar un recurso estético y político en la carencia. Y rápidamente aparecieron los grupos que usaron el sonido digital para concebir lo que luego se llamó indietrónica. Me interesaba testimoniar la falta de espacio y herramientas de esa vanguardia pop, así que la propuesta llamó la atención.” Sin embargo, la intencionalidad de ese disco no trascendió más allá del culto. “Me parecía que en algún momento la música alternativa podría tener mayor presencia en la Argentina, mas no pasó. Acá quedó todo en el barrio, en una música vulgar. Los grupos que formaron parte del compilado fueron marginados de la industria y se desarmaron.”
Si bien la creación de Indice Virgen significó para el pop independiente local un seguro de vida durante los últimos 10 años, para el co-líder de Entre Ríos la renovación y el crecimiento de la escena fueron escasos. “Ya decía en 1998 que se iba a fagocitar, y fue lo que ocurrió. Me hablás de los 10 años de una escena, ¿de cuál? Hay poca convicción política y artística, todo el mundo está desesperado por el billete. Para que exista un movimiento tiene que haber una gran cantidad de artistas, con diferentes discursos, que provoquen un cambio cultural. Creo que esto tiene que ver con que la Argentina, en cualquier ámbito, adolece de la falta de consenso.”
Carreras evidencia este cansancio incluso en su propio laboratorio sonoro, que en este mes ubicará en las bateas, esta vez como cuarteto, su más reciente larga duración. “Con Entre Ríos llegó a sucederme. Al mismo tiempo que salía Onda, el álbum anterior, una canción nuestra se convertía en la banda de sonido de un comercial de Quilmes. Ese día estaba haciendo tiradas de mil discos y el grupo cumplía seis años de formado. Allí se sentía el cansancio, y era mi propia agrupación... ¿Cómo puedo sostener a mi banda y a un buen disco haciendo tiradas de ese tamaño?”
Esta avanzada renovadora del indie argentino, creada a fines de los ‘90 y redentora de la labor pionera de artistas como Suárez, Adrián Paoletti, La Nueva Flor o Estupendo, recibió un fuerte golpe con el estallido social de 2001. “Había un mercado de ventas que me convenía, pero cuando se compusieron las cosas el formato de edición, que era el CD, se desplomó”, dice Carreras. En esa época la escena se apropió del under como espacio y reemplazó su denominación por la de indie. “Pero el pecado del indie ha sido la falta de compromiso.”
Al tiempo que esto pasaba en la Argentina, el arrebato indie se posicionaba en todo el mundo. “Hoy el indie está de moda. Cualquier publicidad lleva su estética.”
Pese al buen momento que atraviesa internacionalmente, la escena local está en desventaja frente a la opulencia de un sistema que ha desestimado el riesgo artístico. “Hay gente que está en el rock por dinero, y creí que no era así. Mirá qué grandote pelotudo... No es bronca, es entender que vivimos en un lugar donde no se privilegia la osadía. Estuve hace poco en las oficinas de FatCat Records, en Brighton, que es el sello que edita a Múm, uno de los grupos que más me gusta, y eran cinco personas en un departamentito trabajando y editando la música que quieren. Pero estamos hablando de Inglaterra, otra realidad.”
Entonces, ¿qué sentido tiene sostener un sello independiente en la Argentina? “Tiene sentido por lo artístico. En el momento que Indice Virgen dio ganancias las usé para apoyar a los músicos, y cuando dio pérdidas puse dinero para que no se cayeran. Es necesario sostener algo así porque creo en el poder político del arte. Por eso sigo en esto, hay que bancar a los artistas nuevos. Las cosas que se pueden vincular al sello, como la realización de la fiesta Compass, sirven para crear espacios. Y eso me parece que merece respeto.”
Puede que Indice Virgen —que en noviembre celebrará este aniversario en Niceto— no haya llegado al oyente medio, pero su aporte ha sido influenciar al potencial músico. “Lester Bangs, respondiendo a un comentario de Brian Eno sobre un disco de Velvet Underground, decía que, a pesar de que ese trabajo lo habían comprado cien personas, cada una de ellas tuvo una banda. El rock se ha convertido en música vieja y fea, y la idea es que no sea así. Cuando empecé a escuchar a Bowie entendí la idea del cambio permanente”, señala Carreras. “Los de menos de 20 años cantan Reírme más de Leo García o temas de Entre Ríos o Miranda! lo hacen porque estos artistas pasaron por sus vidas, aunque no se den cuenta. Por eso es importante un sello como Indice, porque sostiene este tipo de propuestas. Nunca busqué dinero, más allá de que actualmente me es más redituable ser productor o músico que editor o curador de discos. Lo esencial es darle un lugar a la obra.”
Ediciones vírgenes
Varios (Grabaciones íntimas, canciones pop, 1998)
Puntapié inicial del sello. Sebastián Carreras estableció un testimonio de los cantautores y grupos pop independientes que recorrieron ese año el circuito porteño. Allí estuvieron como solistas Francisco Bochatón y Leo García.
Leo García: (Vital, 1999)
Tras su separación de Avant Press, debutó en solitario con este trabajo impregnado de canciones sensibles. Para muchos, el mejor de su obra.
Francisco Bochatón: (Cazuela, 1999)
Apenas terminó su relación con Peligrosos Gorriones, Bochatón saltó al ruedo para ofrecer un álbum que exhalaba una catarsis conmovedora y transpiraba “cierto aroma terapéutico”.
Victoria Mil: (Armas, 2001)
Justo antes de entrar a grabar, Victoria Abril recibió una carta documento de la actriz española en el que lo obligaba a cambiar de nombre. Una vez rebautizada Victoria Mil, la banda dio forma a un disco de culto.
Entre Ríos: (Sal, 2002)
Después de la aparición de dos EPs, el entonces trío indietrónico encabezado por Sebastián Carreras y Gabriel Lucena se animó finalmente a lanzar su primer CD. Legó un hit en el imaginario colectivo: Hoy no.
Ultrapop, por la creación de un mercado
Si el pop independiente es la alternativa al pop de consumo, para Everett Trae, editor de la desaparecida revista británica Careless Talk Cost Lives, el adjetivo independiente pasó a convertirse en indie cuando Johnny Marr agarró por primera vez una guitarra y el sello Rouge Trade editó el primer single de The Smiths. A Gustavo no sólo lo llaman por su nombre de pila sino por sus apodos: el “Ruso” o el “Hippie”. Pero que este último mote no engañe, pues durante los últimos diez años ha sido un referente del indie criollo al frente de la etiqueta Ultrapop. “El ser independiente tiene que ver con la manera que elegís para trabajar, pero el adjetivo ha sido tomado por una mayoría que quiere sonar en radio y ganar dinero. Como Ultrapop te puedo decir que el músico que dice que eligió ser independiente por una cuestión meramente artística, miente”, sostiene Gustavo. “Hemos editado a varias bandas argentinas afines al sonido indie, como El Mató A Un Policía Motorizado, Doris u otras pioneras, pero que no han sido tan famosas, de la categoría de Suárez. Cuando hice Cerca de la revolución, el recopilatorio tributo a Charly García, comprendí que podía hacer un disco indie con un sello independiente. Fue una idea de marketing muy clara. Por eso, pese a que trabajamos con la escena independiente, no nos consideramos un sello indie.”
Aunque Ultrapop como tal alcanzará sus primeros dos lustros en 2009, el antecedente del sello se remonta a la creación de la etiqueta El Club, entre 1997 y 1998. No obstante, el embrión del proyecto brotó a mediados de los ’90. “Comencé en 1996 haciendo un fanzine llamado El Atajo, que tenía como objetivo conseguir entradas gratis para los recitales y que me regalaran libros y discos. Y lo logré. Organicé un show para promocionar la publicación e invité a Pez. Fue mi primer concierto en calidad de productor, y a partir de eso me empezaron a llamar algunas bandas para que trabajara con ellas. Luego, Porco me propuso ser su manager, probamos y así fue como debuté en el mundo de la música”, evoca el Ruso.
“Después me di cuenta de que organizar shows no servía para nada, así que armé ciclos. De esta manera surgió mi idea megalómana de crear un sello y una productora que tuvieran visibilidad y me pudieran brindar una mejor plataforma que la simple realización de conciertos.” A pesar de su denominación, Gustavo hace la salvedad de que la disquera siempre apuntó más hacia el rock. “Me gusta el rock básicamente por una cuestión de placer estético. Por lo general hemos trabajado con agrupaciones de una impronta más rockera, como Porco, Pez o la Pequeña Orquesta Reincidentes.”
Apenas floreció, el sello logró hacerse de uno de los catálogos más frescos y eclécticos de la movida. “Los discos que editaba los elegía por mi gusto personal. Está la etapa embrionaria con Jaime Sin Tierra y Simio: dos de las bandas que formaron parte del incipiente pop independiente local. Luego edité lo primero de Fantasías Animadas, Klauss, el álbum Piano de Daniel Melero, que los saqué de la fábrica sin dinero, y publiqué los trabajos más interesantes de Antonio Birabent. Editamos el mejor disco de muchos artistas. Me di cuenta de que las bandas vienen de otra carrera, pasan por Ultrapop y luego siguen”, asegura Gustavo.
“Al mismo tiempo que pensaba que cualquier grupo nacional al que le pusiera pilas podría ser famoso, empezamos a traer a figuras foráneas que tenían un coloquio conceptual afín al de los artistas que editábamos acá. Como existía esa suerte de diálogo, suponía que germinaría un mercado. Sin embargo, yo no era David Geffen y esto no era Estados Unidos, así que cambiaron los paradigmas de supervivencia y de cómo apuntalar una trayectoria. Los actores de la escena se cansaron y terminaron dejándola. De las bandas de los ‘90 no quedó casi nadie. Pero algunos siguieron activos porque buscaron trabajos paralelos, entendieron que en la Argentina la música no paga. Y eso nos pasó también como productores.”
El desgaste incitó al Ruso a reorientar los objetivos de su emprendimiento. “Cuando el artista no alcanza sus aspiraciones, deposita su frustración en el productor. Y eso te agota. Nos dimos cuenta de que por más que le expliquemos cómo es el mercado latinoamericano, el músico no te cree. Por eso ahora no tomamos a los grupos que nos interesan, según el acuerdo tradicional de los sellos, sino que cambiamos nuestro status al de distribuidores. Operamos con otras disqueras independientes como Estamos Felices, que tiene un catálogo bastante interesante, o Scatter Records. Aunque también podemos fabricar el disco y cubrir la logística y la prensa. En este momento estamos trabajando con Yira, Marcelo Fabián, Hamacas al Río, Interama y coprodujimos las nuevas producciones de Mostruo!, Valle de Muñecas y Rosario Bléfari.”
Luego de estos diez años, Ultrapop finalmente pudo colarse en las radios. Pero el Ruso aclara: “Eso no significa que vamos a vender más discos. Sin embargo, nos vuelve un poquito más conocidos. Siempre tuvimos más recepción en los medios gráficos que en las radios. Los Redondos nunca fueron del todo independientes porque pagaron publicidad en emisoras importantes. Yo recién pude cerrar artística en Rock & Pop. No es una cuestión exclusivamente de dinero sino de que te dejen”.
La tendencia del pop independiente en la Argentina pareciera inclinarse cada vez más hacia el elitismo debido a la dificultad que consiguen sus actores para proyectarse. “Todos los colegas que conocí durante este tiempo pudieron evolucionar: los de México ganan dinero, los de España son burgueses, los de Estados Unidos son millonarios y los de Inglaterra son aristócratas. Y nosotros acá somos unos lumpen trabajando de lo mismo. Si en 1998 o 1999 hubiera comprendido un montón de cosas como las entiendo ahora, las habría hecho diferentes”, reflexiona Kisnovsky Rudy. “Uno no deja de ser nihilista con respecto a la realidad de que ciertas músicas son incomprendidas por la gente. Dentro de un contexto global, somos parte de la escena de pop independiente, pero al integrar un mercado tan pequeño nos cuesta hacerla visible.”
Pese al fantasma de 2001 todavía dando vueltas, Ultrapop se atrevió a organizar uno de los primeros shows internacionales post-corralito: Stephen Malkmus & The Jicks en Unione e Benevolenza. También estableció en el mismo recinto la fiesta Pop City, que se transformó en un hito contracultural del jolgorio taciturno porteño. “Es increíble creer que esas fiestas fueron las que nos dieron la subvención que no te da el Estado, el mercado o los medios para sobrevivir y seguir sacando discos.”
A pesar del desmoronamiento del CD, Ultrapop se tornó en uno de los sellos independientes que más discos vende. “En 2000 no había forma de que te compraran un disco, estaba todo muy mal. Como trabajamos para un nicho clase media o media alta, tras la recesión comencé a vender. Un artista independiente argentino vende 2 o 3 mil copias. El auge que disfrutamos fue posible porque estamos sacando mejores títulos y nos conocen más. La verdad es que cuando uno hace un álbum, todos deberían ganar dinero. Pasa que los actores de la escena no entienden sus roles. Acá tenemos muchas dificultades por cómo está legislada y organizada la industria.”
Por eso, para el Ruso la independencia aún no es una alternativa. “No hay nada nuevo que se pueda hacer. Se monopolizaron los lugares y no hubo recambio artístico.” Además de haber inaugurado recientemente un local propio, Ultra Bar —donde se efectúan recitales y las fiestas Bellepop—, patentó el Buenos Aires Calling como vitrina de la escena independiente. “Es un festival donde tocás una sola vez en tu vida, y luego o te hacés famoso o te quedás en la escena independiente. Y ninguno de los que tocó allí se hizo famoso. Ultrapop sobrevivió a un montón de cosas, pero lo que no ha podido lograr es que esto se transforme en un mercado.”
Ediciones ultras
Varios (Cerca de la revolución - Tributo a Charly, 1999).
Un disco en el que sustanciales figuras del indie argentino de fines de los ’90 despojaron de su epidermis a algunos de los clásicos de Charly García para teñirlos en yeites alucinados.
Daniel Melero (Piano, 1999).
El patrono argentino del avant-garde eligió algunos de los temas más preciosos y característicos de su cancionero para reinventarlos al son de un piano interpretado por Diego Vainer, transitando así por coladeros sonoros verdaderamente sublimes.
Klauss (Metales perfectos, 2000).
Luego de la aparición del sorpresivo debut Cielos móviles en 1997, el iconoclasta dúo de Ernesto Romeo y Alejandro Vásquez redobló la apuesta de su laboratorio con este disco doble que saluda a la escuela post-rock de Chicago y se da una vuelta por el techno teutón.
Simio (Akakor, 2000).
Este álbum arrastró tanto al rock como a la electrónica hacia un sedicioso affaire que sirvió de base para la elucubración de un sonido promiscuo. La separación de Simio derivó en la creación del grupo Yira y en el inicio de la carrera solista de Marcelo Fabián.
Pequeña Orquesta Reincidentes (Pequeña Orquesta Reincidentes, 2000).
Si bien es cierto que desde el vamos la Pequeña Orquesta Reincidentes exhibió el talante cosmopolita rioplatense que distinguió su musicalidad, con este larga duración alcanzó un rango de elegancia y consistencia.
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