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miércoles, 15 de febrero de 2012

COMO SE RECUERDA A LUIS ALBERTO SPINETTA.

  

Sus sueños son luces en torno a ti

 

El miércoles pasado, finalmente se confirmó lo que nadie quería escuchar: Luis Alberto Spinetta había muerto. A partir de 1968, cuando editó el primer simple de Almendra, se fue convirtiendo en una de las figuras más respetadas, admiradas e influyentes del rock nacional. Amado por los músicos, venerado por los especialistas y dueño de un lenguaje único, a los 62 años Spinetta deja más que una huella: un camino entero que todavía tiene mucho por descubrir. En estas páginas, periodistas, amigos y músicos lo despiden.


 Por Diego Fischerman

Escuchábamos “Para saber cómo es la soledad” con Miguel. Estábamos en el patio de una casa que su familia alquilaba en La Perla. La canción se llamaba así; aún no era, para nosotros, el “Tema de Pototo”, y la cantaba Leonardo Favio. Allí, los sueños del amigo ausente eran “luces en torno a vos” y no “a ti”, como más tarde descubriríamos en la versión original. En el patio hablábamos de esa canción que, en realidad, escuchaba Carmen, su madre, pero que nos gustaba muchísimo. Teníamos 11 años él y yo 13 recién cumplidos. Era el comienzo del ’69. Era, también, el comienzo de otras cosas.
Escuchábamos a Los Beatles, claro. Pero nada sabíamos de lo que, muy pocos meses después, se convertiría en un credo. Las noticias llegaban así, a saltos. Y cuando lo hacían, transformaban la vida. El simple con “Tema de Pototo”, en su segunda edición, con “Final” del otro lado. “No pibe”, de Manal. La revista Cronopios, llevada a casa por mi padre. Las Pinap leídas en la casa de Juan Rodolfo. Y, en noviembre, en el festival organizado por esa revista en el anfiteatro que estaba al lado de la Facultad de Derecho, Almendra, ese grupo decían que había que escuchar (pero que, en realidad, apenas había actuado por primera vez en marzo). Después, en enero de 1970, el LP con la tapa que tenía a “el hombre de la tapa”. Una fundación. Y un universo, sin embargo, que, más allá de las mitologías, se resistiría a ser fundado por afuera de los límites que los propios integrantes de Almendra señalaban. El rock nacional, claro, existió a partir de allí. Pero cierta clase de rock nacional, ligado al desafío estético, a la exploración de las posibilidades poéticas, al espíritu antropofágico, en palabras de Caetano Veloso –un rock imaginándose capaz de abarcar, como el primer LP de Almendra, todas las músicas–, moriría muy poco después. O sobreviviría, apenas, en las obras de sus propios fundadores y los epígonos más o menos inmediatos: Charly García, el primer Vox Dei, Arco Iris, Fito Páez.



Recuerdo aquel patio de verano en Mar del Plata no para hablar de mí, en todo caso, sino de la naturalidad con que Leonardo Favio podía apropiarse de esa canción. La misma naturalidad con la que, simétricamente, Luis Alberto Spinetta había podido apoderarse de la balada, como género, para incorporarla en el mundo “beat”. Pueden adivinarse, en esas canciones de Almendra, las huellas de sus orígenes. Es posible imaginar a Spinetta reviviendo canciones de uno o dos años antes. O, incluso, anteriores en unos pocos meses; al fin y al cabo, las noticias llegaban a los saltos también para ellos y no era lo mismo hacer una canción después de haber escuchado a Cream, o a Tommy de The Who, que antes de haberlo hecho. Es factible figurarse a “Laura va” como una especie de tango, a “Plegaria para un niño dormido”, grabada en abril de 1969, como comentario a la “Canción para un niño en la calle” publicada por Mercedes Sosa a fines de 1967. O a “Ana no duerme”, mucho antes que como extraño y original modelo de rock argentino, como canción de cuna casera, acompañada tan sólo por una guitarra. En “A estos hombres tristes” puede detectarse la impresión causada por María de Buenos Aires, de Piazzolla y Ferrer –esos tarareos à la Swingle Singers, o a lo Bacharach en su música para Butch Cassidy–, y por el cuarteto de Dave Brubeck. Cualquiera de estas canciones podría volver con facilidad a su forma original, tal como “Tema de Pototo” podía ser interpretado por Favio. Pero lo notable era lo que con ellas hacía Almendra. Porque allí ya estaba inscripta una de las características que haría única, y permanentemente renovada y renovadora, a la música de Spinetta.

 
 
Para él, el rock no sería un protocolo cerrado, un marco estilístico rígido al que constreñirse, sino, más bien, un océano en el que navegar con sus propios barcos. De hecho sus canciones más asimilables a un rock estricto (“Rutas argentinas”, “Blues de Cris”, “Me gusta ese tajo”), más allá de algunos rasgos tan personales como inevitables, de pequeños momentos donde, a pesar de todo, esas canciones sólo se parecen a canciones de Spinetta, suenan casi como ejercicios de estilo. El Spinetta clásico está, en cambio, en esos temas donde puede detectarse una zamba, o la lectura de un vals leído por Bill Evans, o un fraseo piazzolleano, y donde, sin embargo, nada es, nunca, exactamente igual a sus fuentes. ¿Dónde poner “Ella también”, “Los libros de la buena memoria”, “Seguir viviendo sin tu amor” o “Durazno sangrando”? ¿Cómo ubicar a “Credulidad”, “La cereza del zar”, “Starosta el idiota”, “Dulce tres nocturno”, “Serpiente (viaja por la sal)” o “Cantata de puentes amarillos”? Caben en el llamado rock nacional sólo porque Spinetta decidió circular por allí y porque, curiosamente, aunque el género tomó muy pocas de sus enseñanzas, lo consideró siempre su maestro. Nada une, en primera instancia, a esas pequeñas obras maestras, llenas de curiosidad y siempre prontas a estallar y proliferar en infinitas direcciones distintas, con el rock de gueto, cerrado en sí mismo y cada vez más reacio al reconocimiento de que hay una vida allí afuera.
Hay en Spinetta un uso único de la armonía, un estilo inconfundible en sus solos con la guitarra eléctrica, un melodismo siempre sorprendente. Hay un afán de extrañamiento, en el sentido que le daban a esta palabra los formalistas rusos, tanto en esos acordes impensables en ese momento y en ese lugar, como en esas escapatorias de la melodía, o en la manera en que las maneras del habla se mezclan en sus letras. Palabras “altas” y “bajas” se cruzan para producir ese efecto de extrañamiento, para que algo sea visto como por primera vez. A veces alcanza el desplazamiento de un acento; en ocasiones la operación pasa por la inclusión de una palabra que jamás se hubiera imaginado en ese contexto (“lúcuma”, “amortajando”), a veces, como en su propia vida, la mera proximidad del cosmos y la foto de Carlitos. Pensar a Spinetta como un gran artista del rock argentino es injusto por partida doble. Por un lado, porque es mucho más que eso. Sus canciones, como muchas de las de Falú, algunas de las de Dames, Demare o Troilo, de Charly García, de Fito Páez o de María Elena Walsh, están, simplemente, entre las más importantes del último siglo de música. No son grandes canciones de rock: son grandes canciones. Por otro, ubicar a Spinetta como alguien del “rock nacional” sería inmerecido también para ese género supuesto. Un género, en todo caso, que sólo excepcionalmente llegó a estar a la altura, o al menos a transitar por los caminos, de su luminosa fundación.


 

¿No ves que ya no somos chiquitos?


 Por Mariano Del Mazo

Así como las muertes de Luca Prodan, Miguel Abuelo y Federico Moura representaron el trágico portazo de la década del ’80, posiblemente la muerte de Spinetta también represente el fin de una etapa. Porque no sólo murió el autor de casi 300 canciones, muchas de ellas de las más bellas y originales que se hayan escrito en la Argentina. Murió una manera de mirar, una ética, una matriz. El portavoz de una serie de conceptos esgrimidos a través de una intuitiva claridad, que lo llevó a territorios inesperados.
Detengámonos sobre dos datos de sus primeros pasos. El hijo de un cantor de tangos de la clase media barrial de Belgrano le da indicaciones, a los 18 años, al prestigioso jazzista Rodolfo Alchourrón para el arreglo de cuerdas de “Laura va”, esa canción perfecta inspirada en “She’s Leaving Home” de Los Beatles. Algunos años después, en 1973, ese mismo músico que ya había pasado del beat porteño al heavy surreal de Pescado Rabioso publica un Manifiesto que plantea: “(...) El Rock no ha muerto. En todo caso, cierta estereotipación en los gustos de los músicos debería liberarse y alcanzar otra luz. El instinto muere en la muerte (...). Denuncio a los representantes y productores en general, y los merodeadores de éstos sin excepción, por indefinición ideológica y especulación comercial. Ya que éstos no se diferencian de los patrones de empresa que resultan explotadores de sus obreros”. Tenía 23 años.
En esos dos gestos está casi todo: el artista que buscó hacer un rock original, serio, argentino y a su vez permeable a la contracultura que aún respiraba en los Estados Unidos y Gran Bretaña (Spinetta adoraba a su padre y de hecho ponía en el arreglo de la canción el tango que mamó de niño, pero a su vez escribía, como Los Beatles, la historia de una chica que se va del hogar en busca de su propio camino, un clásico del hippismo), estaba formulando una postura filosófica de una vigencia desarmante. Por ese mismo año escribe el ya célebre “aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor. Mañana es mejor”.

 

Cumplió. Jamás especuló con la nostalgia. Dinamitó cada uno de los puentes al pasado y, a la manera –otra vez– beatle, no condescendió al éxito: al contrario, se complejizó y obligó a su público a seguirlo. No lo alcanzaron: en el segundo disco de Almendra le pedían “Muchacha”, en el primero de Pescado le pedían “Rutas argentinas”, en el primero de Invisible, “Blues de Cris”. Y así.
Esa conducta política, ideológica y estética fue la que cimentó un público de una lealtad lindante con el fundamentalismo, y que se mantuvo imperturbable desde que el rock era ghetto hasta ahora que se pasea por la Casa Rosada. Las redes sociales funcionan hoy como propaladora demencial de lo que ocurría en las revistas subte de los parques: Spinetta fue el gurú a salvo de las miserias del “sistema”. El siempre se corrió de ese intento paralizante; el humor lo salvó (“No soy el padre Lombardero del rock”).
Musicalmente era bestial, armónica y melódicamente, con el valor agregado de que dentro de esa grey más o menos marginal (no olvidar que nunca fue masivo, que no fue un gran vendedor de discos, que curtía un rock de paladar negro) cada uno tenía el Spinetta que buscaba. Su música condensó como un aleph múltiples y a veces antagónicas tendencias musicales. A trazos gruesos: el beat de Almendra, el rock y blues de Pescado, el jazz & pop de Invisible y Jade, el nervio acústico de Kamikaze, el tecno de Privé, el power trío de Los Socios del Desierto. La lírica también: de “Me gusta ese tajo” a “Sexo”, de “Muchacha” a “Cheques”, Spinetta rastrilló temáticas como un animal fantástico de mil cabezas que, no obstante, nunca perdía organicidad. Todo, siempre, sonó a Spinetta; todo suena honesto.

 
 
La noche del 4 de diciembre de 2009 –cuando decidió reunir a sus bandas en Vélez en un maratón memorable– funcionó como el canto del cisne de esta ética & estética. Luis Alberto podría haber reunido sólo a Almendra, hacer una gira por todo el país y ganar mucho dinero. Pero prefirió el gesto grandioso, megalómano, inolvidable. A pesar de que el público quedó prendado en su propia nostalgia, para Luis fue otra cosa. Ahora lo podemos ver: fue su delicada despedida.
Decíamos: el 8 de febrero de 2012 terminó una época. Murió el creador de Artaud, un disco genial. Murió alguien que nos exigía, nos toreaba, nos hacía ir de chicos corriendo a los libros a ver quién fue, precisamente, Artaud o Van Gogh. Y que a su vez miraba hacia el futuro, aunque el futuro fuera el de “Yo quiero ver un tren”. Si hoy saliera Artaud, probablemente pasaría inadvertido: ¿quién se tomaría el trabajo de escucharlo de mínima diez veces, única manera de incorporar tanta belleza? Imposible: hay que twittear, revisar mails, escuchar el hit de Poncho.
La época que termina es la de un ideario musical setentista, de investigación y búsqueda. Una forma de mirar, una matriz que usaron todos: de Gustavo Cerati a Lisandro Aristimuño, de Fito Páez a Pez. Y es curioso: el dolor colectivo que se manifiesta de un modo genuino en la calle y en las redes sociales refiere a una tristeza difícil de explicar. Es que da la impresión de que este hombre tan hermoso y severo nos ha dejado solos. Una orfandad anunciada, que nunca “oímos en tiempo”. Como si nos hubiese susurrado a cada uno de nosotros, seres vulgares más o menos felices, más o menos mediocres, su verso “¿No ves que ya no somos chiquitos?”.
Al fin, su partida nos enfrenta con nuestra propia muerte.
 

   
 El artista y el hambre


 Por Juan Pablo Bertazza

En la furia con la que reaccionó Dante Spinetta cuando, a fines del año pasado, se desató el escándalo por la foto en la portada de la revista, había algo revelador, simple, medular, irreprochable: “Mi padre ha elevado el nivel cultural argentino”.
No hace falta leer Deleuze ni Artaud para hacer rock, ni tampoco para convertirse en icono cultural, y mucho menos para merecer respeto. Pero también es cierto que Spinetta, además de ser pionero de nuestro hoy casi huérfano rock nacional, un tipo íntegro y emblemático que sabía amar y que sabía vivir, fue también uno de los máximos responsables de elevar y liberar la letrística de nuestra música.
Como sucede con todos los grandes, en la trayectoria de Spinetta hay cantidades de obras que podrían resumir o condensar toda su obra, y tal vez el disco que más habla y mejor explica por qué Spinetta elevó el nivel cultural argentino es, por diversos motivos, Artaud.
Editado en 1973 con una presentación en el teatro Astral, este disco de nueve temas excepcionales llega al punto más cercano y fértil y visceral que puede haber entre música y poesía, o mejor: entre música y literatura.
Un disco, entre muchas otras cosas, literario; sin lugar a dudas, el más literario del rock nacional, más allá de las diferencias, junto a La Biblia de Vox Dei. Literario por el diseño verde-amarillo de su incómodo aspecto exterior que rompía el molde conocido hasta el momento, con cuatro puntas que no entraban en ninguna batea, por ese insignificante pero literario equívoco del “pescado rabioso” que se le endilga cuando se trata, en realidad, de un disco solista. También literario por ser uno de los más grandiosos y originales discos del rock nacional y, al mismo tiempo, llevar el nombre y la inspiración del escritor francés oblicuo, acaso el surrealista más auténtico y el que más puso en crisis a André Breton.
De no haber tenido música, este disco se podría haber convertido en una obra importante de la poesía argentina, pero lo notable es que la música se adapta y se acopla a la perfección con la letra; desde la contundencia exquisita de “Por”, con esa enumeración de palabras hermosas (“rey”, “riel”, “estalactita”, “mirador”, “extremidad”, “insolación”, etc.) hasta ese poema de largo aliento que es “Cantata de puentes amarillos”.
El hermoso y maldito Artaud, que inspiró semejante disco, de haberlo conocido seguro lo respetaría. Y en uno de sus libros dice algo que podría aplicarse muy bien para pensar ese plus de cultura en la obra de Spinetta: “No me parece que lo más urgente sea defender una cultura, cuya existencia nunca ha liberado a un hombre de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre, sino extraer de aquello que se llama cultura ideas cuya fuerza viviente es idéntica a la del hambre”.
Hay algo muy paradójico en la muerte de Spinetta: tener que escuchar que mañana es mejor cuando el que lo decía ya no está más con nosotros; escuchar noticias del cementerio club y saber que las habladurías del mundo no pueden atraparlo.

 
  
Silencio, catedral
 
 Por Marcelo Figueras

La vida es un texto lleno de entrelíneas secretas. Algunas se revelan con el paso del tiempo o ante la irrupción de una luz insólita.
Llevo dos años lejos de la Argentina. El último concierto al que asistí en mi país fue aquel que Este Hombre ofreció como summa de su obra, definiendo a las suyas como Bandas Eternas. (Ante los hechos la pregunta emerge, inevitable: ¿sabía entonces que ya no le quedaba mucho tiempo o funcionó, como tantas otras veces, a pura conexión con lo sagrado?) Cuando llegó la hora de subir al avión, no me sentía triste, ni desnudo. Iba al abrigo de aquella catedral que me había albergado durante cuatro horas que duraban todavía, como los conejitos de la publicidad. Se trataba de música que tenía su tiempo, pero seguía funcionando (algo que logran tan sólo algunos, excelsos artistas) como la banda sonora de mi futuro. Eso iba repitiéndome en el aire, a miles de metros por encima de Villa Urquiza, de Bajo Belgrano, de la Haedo que nunca dejará de ser la patria chica del Capitán Beto. La frase que Este Hombre había pronunciado por primera vez hacía ya mucho, pero que continuaba vigente en mi versión personal de las Bienaventuranzas. Mañana es mejor. Me lo decía entonces y lo digo ahora, más que nunca. Mañana es mejor.
Días atrás me alcanzó la mala noticia y afloró el recuerdo, esa muleta que manoteamos con tal de seguir andando. Pensé en las entrevistas que le había hecho, en aquella foto donde Víctor Pintos, Carlos Polimeni y yo rodeábamos a Este Hombre con gesto reverente y que durante tanto tiempo había adornado mi casa. (En serio, che: ¿dónde estará, dónde habrá quedado aquello?) Reviví el rodaje de Balada para un Kaiser Carabela, que Este Hombre había protagonizado a la manera de un Bruno Ganz consumido por la lombriz solitaria. Era una peli corta que había escrito Eduardo Milewicz (desde entonces mi amigo) y dirigido Fernando Spiner en una Villa Gesell invernal y vacía, coronada por un cohete de neón que no conducía a ninguna parte.
Se me cruzó meterme en YouTube para revisitar las canciones, pero no me animé. La herida sangraba todavía y la nostalgia es un pésimo cicatrizante.
Entonces (quiero decir: en aquel silencio) entendí que Este Hombre que acababa de irse me había aportado mucho más que su música y su poesía. Esa fue la entrelínea que afloró al fin, bajo la luz del rayo más brutal. Con la delicadeza que sólo poseen los mejores maestros, Este Hombre había esbozado una pedagogía que terminó operando en mi vida como antídoto contra todos los males de este mundo.

 

Puede que todo haya arrancado no con una canción, como hubiese sido obvio, sino más bien en el instante en que Este Hombre dijo algo que me parió: “Para crear una obra bella hay que vivir una vida bella”. (Cito de memoria a la distancia, sepan disculpar.) Después tuve la fortuna de conocerlo, y allí ocurrió lo que pocas veces pasa (y yo he tenido la fortuna de entrevistar a algunos jetones, créanme: de McCartney a Mick Jagger, de Arthur Miller a Richard Price, de Woody Allen a Martin Scorsese): en vez de desilusionarme, su figura se acrisoló. Me conmovió su curiosidad infinita, entendida casi como forma de vida. Me marcó a fuego la conexión umbilical que había entre sus vísceras y su praxis. (Cualquiera que, a los quince años, escriba: “Si no canto lo que siento / me voy a morir por dentro” está condenado a la lucidez.) Me partió al medio su sentido del humor. (Todo el mundo menta sus versos más elevados, pero Este Hombre también escribió cosas desopilantes: “Cuando triste estoy / dame la cola”.) Y si algo faltaba para arrebatarme por completo, llegó cuando asumí que concebía a la familia como su magnum opus. Todavía envidio el abandono con que siempre compuso y escribió tan sólo lo que quiso, aun cuando el mundo eligiese otros derroteros y pareciese darle la espalda.
Ahora descubro que Este Hombre significaba para mí más de lo que había imaginado, que no era poco. Puede que parezca tarde, porque ya se ha ido; pero en realidad no lo es: porque su obra no es perecedera y porque no se fue de cualquier modo. Más bien cerró el mandala con una última, perfecta puntada. Digno y elegante hasta el final, convirtiendo su vida en la más perfecta expresión de su arte. O sea: tal como siempre había vivido.
Esta mañana acompañé a mi hermana a Notre Dame. La catedral suele ser gélida, pero esta vez el hielo estaba afuera. Tuvimos suerte y caímos justo cuando un coro empezaba a cantar. Yo alcé la vista, mirando el templo concebido desde el más claro anhelo de trascendencia, y no pude sino recordar el concierto del año 2009; aquella otra catedral que tantas veces me concedió santuario, y que sigue siendo la música que me traje resonando desde la Argentina. Me vinieron a la mente las palabras de Horacio a la muerte del príncipe que, de un modo no muy distinto al de Este Hombre, había encarnado las mayores virtudes a que aspira nuestra especie. Y me parecieron más que apropiadas para la ocasión. “El resto es silencio”, dice Horacio ante el cuerpo de Hamlet. El silencio es más que la ausencia de sonido. Es la condición imprescindible para su justa valoración.
Mañana es mejor. Aunque Este Hombre ya no esté entre nosotros.


 

Los hijos de la lágrima


 Por Martín Pérez

Aquella extraña carta de presentación de más de cuarenta años atrás también funcionó esta semana como despedida. Cuando la discográfica les dijo a los integrantes de Almendra, después de hacerlos esperar casi un año con su álbum debut prácticamente listo, que no sabían dónde estaba el dibujo que supuestamente iba a ir en la portada, el joven Luis Alberto Spinetta no lo dudó. Fue a su casa y dibujó de nuevo aquel arlequín, payaso triste o simplemente el hombre de la tapa –como se lo denomina en la lámina que acompañaba al vinilo– con su extraña gorra de baño a rayas, la lágrima cayéndole por la mejilla y esa pequeña sopapa clavada en la cabeza. No se puede culpar a los responsables de RCA por haber intentado hasta último momento evitar semejante portada, considerada para los cánones de la época como evidentemente anticomercial. Pero al mismo tiempo también admirar la idea fija de Spinetta, que no quería –según le contó a Pipo Lernoud en un reportaje publicado en la revista Cantarock– “dejar las cosas en manos de tipos mediocres de la empresa, que hacen tapas de discos como chorizos”. Pero el círculo recién se cierra con la certeza de que, cuando se enfrentaron ante la noticia de su muerte, no fueron pocos los que inmediatamente pensaron en ese payaso triste que siempre, ahora lo sabemos, parece haber sabido cuál sería su lugar en esta historia. Y también en esa lágrima, la lágrima –siempre según se lee en esa lámina– de mil de años que llora el hombre de la tapa, cuyo brillo aloja temas como “Muchacha”, “Figuración”, “Plegaria” y “Que el viento borró tus manos”. Ahí brilla el Flaco, ahí descansa Luis, confieso que pensé esa tarde de miércoles. Todos los demás estamos en la sopapa, como “Fermín”, “Ana no duerme” y “Laura va”. Somos los que le cantamos a esa lágrima del hombre de la tapa, atados a nuestros destinos.
A partir del miércoles pasado, vivimos en un mundo sin Spinetta. Sin el Flaco del rock nacional argentino, uno de los que ayudaron a construir el sólido hogar de una cultura tan propia que, aún sin auténticos herederos, sigue en pie, gracias a sus sólidos cimientos. Y sólo por eso es que un mundo sin él no es, necesariamente, un mundo peor. Por eso y por sus canciones, que nos rodean, nos habitan y viven solas, con sus propias reglas. En las páginas de Martropía, su libro de conversaciones con Juan Carlos Diez, Luis desliza que con el tiempo ha ido llegando a ciertas conclusiones poéticas. Cuenta que en “Muchacha” dice: “Te robaré un color”. Pero más adelante, en “Para ir”, dice: “Quiero que sepas hoy qué color es el que robé cuando dormías”. Y después, en “Lago de forma mía”, pregunta: “¿Dónde va un color? Quisiera saber”. Entonces razona: “En definitiva llegué a la conclusión de que es menos rígido pensar ‘¿dónde va un color?’. Mejor que decir que yo lo tengo y me lo robé. También es una consecuencia del paso del tiempo”. Sin embargo, es nada menos que aquella supuesta rigidez la que ha tallado su lugar en la historia. Diamantes antes que conclusiones son los que mejor brillan en su obra, a pesar del “Mañana es mejor” que siempre colgó como una espada de Damocles –la espada del Flaco, digamos– sobre toda su carrera. Son aquellos temas los que nos parten al medio, una y otra vez, y sin embargo, qué duda cabe, mañana siempre es mejor. Ese siempre será –brindemos otra vez por eso– su lo-que-ves-es-lo-que-hay, su Say no More.
Cuando hay un amigo que no está es inevitable que decanten los lugares comunes, y no sólo frases de compromiso sino también mantras que ayudan sin pensar demasiado a alejar la tristeza. Y con Spinetta la frase que más se ha usado es la del “Adiós al Poeta del Rock”, en todas sus variantes. Pero resulta injusto reducirlo a eso. Por un lado porque, en el barrio de Luis y también en el nuestro, llamar a alguien “poeta” suele ser también una burla, una forma de rebajarlo. Lo sufrió Spinetta en esa tendencia autóctona a resumir todo en un Boca-River, cuando a comienzos de los ’80 se insistía en enfrentar su cartel de poeta ante las letras –supuestamente– más directas de Charly García. Aunque en esa falsa dicotomía aparentemente lo vistieran con las mejores ropas, en realidad lo estaban condenando a lo peor que se puede decir de un artista: que no era popular. Algo que no le molestaba a Spinetta, porque –aseguraba– eso lo alejaba del “bobero”. Pero terminaría demostrando, además, que esa carencia de popularidad no era tal, y si bien ciertas crónicas insisten con el hermetismo de Jade, sus multitudinarios recitales gratuitos en Barrancas de Belgrano con el grupo son la mejor postal de aquella primavera democrática. Y no hay nada que aquellos temas tengan que envidiar a los de Charly, desde “Contra todos los males de este mundo” hasta “Maribel se durmió”.

 

Ni santo ni poeta entonces, por favor. Porque Spinetta fue un artista popular, un músico que, aunque haya quienes insistan una y otra vez en circunscribirlo al margen –con todos los honores, eso sí–, ha terminado estando en todos lados. El mismo decía que cuando salía al mundo y le preguntaban de qué estilo era su música, si jazz o rock, no sabía qué contestar. “Estilo Magoya”, dice Diez en su libro que se calificaba, pero sólo si se le insistía a hacerlo. Entre Frank Zappa y Caetano Veloso, sólo ahí es posible ubicarlo al Flaco y a su obra en el concierto internacional, por rocker a conciencia y al mismo tiempo por saltar por sobre los decorados del rock, y por terminar siendo popular sin resignar nada. O no dejar de intentar serlo. Con su muerte se hace evidente el final de una época –qué duda cabe, esa época de oro para la canción local que Fito Páez supo empezar a señalar, con un pie en el rock internacional y el otro en el Río de la Plata, pidiendo pista después del Tropicalismo– de la cual es uno de los grandes protagonistas, junto a Litto Nebbia y Charly García.
Humano como era, hablar de Spinetta es también recordar ciertos pequeños egoísmos en el trato con una prensa especializada que siempre estuvo rendida a sus pies, como cuando destrozó al periodista Pablo Schanton por una elogiosa crítica del disco Los ojos, sólo porque buscaba en los temas pistas de su romance con Carolina Peleritti. O cuando se ocupó de denostar un número especial de la revista La Mano apasionadamente dedicado a su carrera. Pero, nobleza obliga, también hay que decir que su instinto finalmente tenía razón. Después de todo, fue finalmente el periodismo –no especializado sino amarillo, pero periodismo al fin– el que no lo dejó irse sin una última traición que lo obligó a hacer público el cáncer contra el que estaba batallando en privado. Por suerte alcanzó a despedirse con un show extraordinario y épico en Vélez, que para los afortunados espectadores que estuvieron ahí fue como presenciar otra vez el Cruce de los Andes o la Revolución de Mayo. Pura historia, y de primera mano, ante un estadio lleno, presenciando algo que Spinetta se había preocupado una y otra vez de asegurar que jamás sucedería. Un auténtico milagro. No hay caso, mañana siempre fue mejor.
Como sucede con los auténticos artistas populares, hablar de Spinetta es caminar entre recuerdos, privados y públicos. Cada tema convoca una imagen, nos transporta a un lugar, a otra época, nos lleva y trae por la vida. Escucho el verso “Sube al taxi, nena”, por ejemplo, y me recuerdo cantando la “Cantata” completa, con riffs, tarareos y todo, trasnochando por las calles de un Buenos Aires que lentamente dejaba de ser de plomo, acompañado por mis amigos de la adolescencia. Y “No te alejes tanto de mí” evoca el empeño con el que, junto a mi amigo Javier, nos juramentamos hacerlo sonar en cada jukebox –sí, las había por todos lados– que encontrábamos durante nuestro mochileo por la costa bonaerense en aquel dulce verano del ’83. Pero el recuerdo que guardo para el final es el de Spinetta entrevistado por Rafael Hernández y Claudio Kleiman en el programa de radio Piso 93, recordando la única vez que regresó por decisión propia a un calabozo luego de haber sido liberado. Encerrado junto a los músicos de la Banda Spinetta por la clásica averiguación de antecedentes, y liberado por un comisario canchero que aseguraba que sus hijos tenían sus discos, pidió volver al calabozo para escribir algo en la pared. Había descubierto allí un verso de uno de sus temas, que –aseguró– por primera vez le volvió hecho realidad: “Qué solo y triste voy a estar / en este cementerio”, de “Cementerio Club”, un tema de esa biblia llamada Artaud. “No podía dejar las cosas así”, aseguró Spinetta, que regresó para escribir debajo otro verso del mismo tema: “Qué calor hará sin vos / en verano”.
Que solos y tristes, y qué calor sin vos, Luis. Volvé cuando quieras, lápiz en mano.


 

Nunca oíste la hojarasca crepitar?


 Por Sergio Marchi

Luis Alberto Spinetta no era flaco. Todos le decimos el Flaco por su contextura física, pero ahora, que ya no pertenece a este plano, digamos la verdad: su peso como persona era exactamente equivalente al peso de su obra artística, y para mensurarlo deberíamos inaugurar un nuevo término de pesaje. El legado musical de Spinetta es imposible de levantar: no hay fuerza humana o mecánica que pueda tomarlo y elevarlo un centímetro. Luis fue el prisma que descompone un haz de luz blanca en un arco iris de infinitos colores. Esos primeros trazos que un adolescente Litto Nebbia dibujó, esos palotes que Moris y Miguel Abuelo trazaron, fueron transformados por Luis Alberto en una fina caligrafía que nos enseñó a escribir a todos. Hemos presenciado un fenómeno de magnitud artística tal que difícilmente podamos volver a experimentarlo en un futuro, sobre todo porque la Argentina que dio a luz a gente como él ya no existe, como los amos de aquel viejo perro blanco que, como nosotros, busca descanso con su molinete.
Llevo en mí un hermoso cargamento de recuerdos de Luis, que atraviesan toda mi carrera, desde 1983 hasta la fecha. Por la sencilla razón de su bondad, siempre fui inmerecido portador de gentilezas de su parte, que se tradujeron en artículos periodísticos, entrevistas radiales y televisivas, y hasta en el epílogo de uno de mis libros, El rock perdido, que Radar publicó en su momento. Luis Alberto fue el único músico que alzó la voz para condenar ese estado de cosas que llevaron a Cromañón, sin olvidarse de la responsabilidad individual que a cada uno de los protagonistas de esa masacre le incumbía, lo que nadie mencionaba: que el público también era responsable. Dijo cosas muy, pero muy fuertes, a las que algunas almas mezquinas (de esas que hoy se dicen sus admiradores) condenaron. Pero Luis era así: su palabra tenía peso y sabía usarla con un rigor que me sorprendió. No porque pensara que no podía escribir (sólo hay que leer un par de letras para darse cuenta de la riqueza de su vocabulario) sino porque encontré en él una atención implacable y un conocimiento de la lengua que sólo he visto en algunos correctores muy puntillosos.
Quizá porque siempre busqué una excusa para entrevistarlo o poder conversar con él, un mediodía lo llamé preguntándole si podía ayudarme a ubicarme en el clima de esa época de los días de Almendra. “¿Es para un libro tuyo? ¿No es para ningún medio? Entonces, sí.” La conversación se dio junto a la consola de su estudio de grabación y duró dos horas. Lo vi genuinamente indignado por lo que había pasado en Cromañón; pero no era la suya una indignación de índole política sino de naturaleza humana: lo que más le dolía era que hubiera habido bebés en una guardería improvisada en un baño. “Yo dejé de hacer ese rock visceral que hice en San Cristóforo cuando vi que había pibes que comenzaban a pegarse en mis recitales. No, por el amor de Dios, vení, tranquilizate; vení que te toco ‘Muchacha ojos de papel’, por favor no te golpees. Como papá y como abuelo no podía permitir que eso sucediera. Por eso dejé de tocar esa música, que era la que yo más ganas tenía de hacer.”

 


Un artista que cambia de dirección artística, lo único que ningún artista en serio negocia, simplemente porque puede ser un pretexto para la violencia (que en verdad no lo era, porque su música tenía fuerza, pero nunca furia o resentimiento), ya se ubica en otro plano superior al del arte. Luis era ante todo un Humanista, con mayúsculas. Privilegiaba la integridad física de su público por sobre sus deseos de rockear. No sé si logro explicarme bien, pero es un acto de bondad tan grande, que descubrirlo mientras escribo me deja sin aliento, como me quedé sin habla minutos antes de salir al aire en mi programa de radio, cuando me enteré de su muerte.
Después de la desgrabación pertinente de aquella charla, y un acomodamiento de algunas oraciones, llamé a Luis y le pregunté si quería ver cómo había quedado su texto. En una entrevista para un medio, esto no hubiera sido correcto, pero sí para un libro en el que Luis quiso participar. Me dijo que sí, fui a su casa a la hora señalada, y no estaba. Toqué timbre, dejé mensajes, pero al no haber movimiento me fui. Media hora más tarde me estaba llamando al celular, deshaciéndose en disculpas y combinamos para el día siguiente. Leyó el texto con sumo cuidado, lapicera en mano, y sólo me discutía cosas altamente especializadas. “¿No te parece que esto debería ser punto y coma y no punto y aparte?” Gramática pura. Cuando de repente se cortó la luz. Luis no se inmutó, se levantó, fue hacia un cajón, buscó un par de velas, y seguimos trabajando durante media hora más, iluminados como si estuviéramos en la Edad Media. Y sin perder el rigor, al menos por su lado. Luis Alberto Spinetta corrigiendo ese texto para mi libro a la luz de las velas es un recuerdo que jamás olvidaré; la llama reflejándose en sus ojos, su sombra proyectada en la pared, ese perfil de contornos tan irregulares y armoniosos a la vez, la calidez de su mirada, la fuerza de sus abrazos.
Todo eso me nubla la vista ahora: no es que yo haya compartido tantas veces la felicidad de estar a su lado sino que Luis hacía trascendente cada momento. Supongamos que nos hayamos visto veinte veces en casi 30 años, desde que le hice la primera nota. Bueno: seguro que en cada ocasión hubo cuatro o cinco de esos momentos donde el ser humano –ya no el genio musical, el cantante de voz de diamante, el guitarrista de notas en suspensión– se revelaba en un chiste, una anécdota o una reflexión tan inteligente, tan bien articulada, y a la vez tan poco pretenciosa, que te encandilaba. Luis Alberto Spinetta como ser humano era tan increíble como su obra. Su peso específico era el mismo. Es eso lo que hoy me deja el alma partida en dos: el saber que ya no voy a poder encontrarlo en este plano y compartir más momentos de aquéllos, donde uno verdaderamente siente que la existencia de personas de este calibre es lo que hace que este mundo sea medianamente soportable.
Las emociones se me mezclaron de un modo tremendo al saber que Luis había partido. Lo tenía a mi lado, al aire, en mi programa, a Juan Alberto Badía, que conoció la misma enfermedad, y se está recuperando sin prisa, pero también sin pausa. Badía y Spinetta forjaron una relación desde los años ’70 (el concierto de Jade en Badía & Co. es una maravilla), y los dos estuvieron a mi lado y me pusieron una mano en el hombro cuando yo perdí a mi padre. Juan me protegió desde el trabajo, Luis me invitó a cenar a su casa (me dio vergüenza y nunca lo llamé para combinar). No me extrañó cuando ese atardecer en el que él murió, el mar se puso como loco y las nubes circularon a gran velocidad. Pero no pude evitar asombrarme cuando, escuchando su música, entre las nubes apareció una gran luna amarilla, unos segundos, y se volvió a esconder. “¿Qué luz extraña te ocultó de mi guiño?”, cantaba Luis desde los parlantes de la playa en Pinamar. Interpreté ese fenómeno celestial como un saludo. Y tratándose de Spinetta, no sé de qué me sorprendo. ¿Qué? ¿Nunca oíste la hojarasca crepitar? Sigo haciendo el programa como un ciego frente al mar.




 La luz, el aire, los sentidos


Por Angel Berlanga

El viento, el agua, el sol. De eso dice Spinetta. Tan elemental, ¿no? El amor, la soledad. Nacer, morir, renacer. Los árboles. Este mundo, el universo y el Río de la Plata. Cierro los ojos: su voz podía romperse desde esa garganta tan alta y no, no, anda por una quinta dimensión, del susurro a la luna y al estallido de brillos y colores. Y al dolor, también.
Es la noche en Santa Teresita: acá me crié, entre el ’74 y el ’83. Marcelo Frattini, un compañero del colegio, era el que tenía los casetes de “rock progresivo nacional”. El único entre las personas que conocía por entonces. Y desde fines de los ’70 nos hacía escuchar Pappo’s Blues, Manal, Pastoral, La Máquina de Hacer Pájaros. Y Kamikaze. Pero a ese Spinetta no le pude entrar enseguida: era rarísimo, no entendía qué quería decir este tipo, a la música no le encontraba puerta ni ventana. La dictadura hacía bien sus tareas. Pero ahí nomás Spinetta empezó a filtrárseme. Entre otras cosas, porque en el primer verano de la democracia se guitarreaban sus canciones ante el fuego, en la arena, junto al mar. Anticuerpos para la colimba que llegaría al toque, veo ahora. Porque cuánta belleza y libertad destilan su poesía y su música.
Podría ser otra cosa: lo suyo invita a eso, a otra banda de sonido existencial, alternativa a la maquinaria trituradora. Abro los ojos: generaciones aplastadas. En la mía –tengo 45–, quien más, quien menos, ya tiene sus marcas. Hemos llorado unos cuantos, estos días. “Desde que se murió mi abuelo que no lloraba tanto”, me dice un amigo escritor. Se me aparece una tarde de fines del ’88, el encuentro en plaza Italia con una chica de la que estaba enamorado, el viaje en colectivo hasta aquellos jardines de ATC, y Spinetta eléctrico y un punto melancólico también, energía pura y pura dulzura, los gestos amorosos con sus hijos y con los amigos de sus hijos –hicieron “El mono tremendo”, el núcleo de ese recital fue Tester de violencia–. Se hizo de noche mientras tocaba. La música le decía los movimientos a su cuerpo: un catalizador de rayos. No sé si vi a alguien más elegante en un escenario.
“Para la canción escribo porque la canción exige una letra y la música siempre está antes –le dijo Spinetta a Rodolfo Braceli tres años atrás–. La música esconde algo y uno debe encontrarlo. Es una felicidad tener una tonada nueva, una canción que todavía no dice nada. La tonada está, ¿qué dirá? Uno tiene que descubrir el texto que está escondido en esa línea melódica, tiene que poder arrimar. Son esas palabras y no otras.” El aire, la luz, los sentidos, descubiertos y reconfigurados por Spinetta en su música. Y las palabras, también. Cierro los ojos: en estas noches lo escucho y lo escucho.

La frase emblemática de Luis Alberto Spinetta, de su puño y letra, incluida en el libro Antología del Rock Argentino, la historia detrás de cada canción, de Maitena Aboitiz (Ediciones B)
   
Bosque de guitarras


Por Eduardo Marti

No se fue, es una cortina de humo que él mismo nos tendió. Está oculto tras un bosque de guitarras, hacia donde partió para volverse Invisible una vez más. Busquen bien, alguna Strato roja o Tele pree CBS pueden ser su escondite, alguna Roland o Les Paul nos darían la pista. No lograrás engañarme, mi querido amigo, sé muy bien dónde buscarte.
 

 

Las llaves y el tesoro



 Por Abel Gilbert

Spinettalandia y sus amigos ¿Sólo el nombre de un disco de tránsito (hacia Pescado)? Allí empieza a establecerse una topografía imaginaria que hicimos nuestra: quisimos ser de allí, del lugar (y la lengua) que había fundado. Casi secreta membresía en los primeros ’70 (el 5 por ciento de un aula de finales de escuela secundaria, pongamos). Eramos de la “tierra del Flaco”, pero Luis, el Flaco consecuente, siempre corría la frontera de sus propios dominios. Se lo acompañaba o quedaba como la parte de la discografía de una educación sentimental. Leo la crítica de Noticias, el diario de los montos, del 11 de diciembre de 1973. Es una reseña de la “presentación del espectáculo de rock Invisible” en el teatro Astral. “Recital de música beat”, se titula. Y es un ejemplo de lo que persistió como mirada de extrañamiento: “La música del conjunto presenta los mismos altibajos que las letras, siempre bordeando el límite de la incoherencia y alternando los momentos de inspiración con los disparates más asombrosos”. Veo en YouTube una versión sublime de “Los libros de la buena memoria”, con Pedro Aznar, el Mono Fontana y Lito Epumer. Pertenece a un programa de Juan Alberto Badía (nuestro módico John Peel), de mediados de los ’80. Junto al presentador, en primera fila, se sienta Pepe Eliaschev, corbatita ajustada, traje también ceñido y la mirada adusta, quizás incómoda ante lo que escucha. Como si quisiera decirnos que no termina de cazarle la onda. Observa con simpatía, pero de lejos a Spinettalandia. A los turistas incidentales solía pasarles lo mismo.

Spinetta, la hondura

 

Una vez que completábamos la iniciación, las canciones nos hacían hablar de otro modo. Hablar, escuchar y leer, claro. Con Artaud, la Carta a los poderes. Con Jade, el prólogo de Octavio Paz a Las enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda. O aquella edición de siglo XXI de Vigilar y castigar, comprada bajo los efectos de Téster de violencia. Spinetta: un elogio al autodidactismo. De los libros a los discos. “Yo no me privaba de nada, todo era conocer y abarcar.” Así le hablaba a Miguel Grinberg en Cómo vino la mano. Esa máquina beatle absorbe, junta, mezcla, escupe, metaboliza formas de lo alto y lo bajo. En ese batido y bricollage está la clave de una de las poéticas más originales de los últimos 50 años. En tiempos de pensamiento blando, Spinetta nunca dejó de batir el parche del progreso y la exploración personal. “Vos te tirás a la pileta, y nadás y creás. Y a veces te saldrá más lindo y otras más feo, pero que sean todas cosas que uno quiera hacer, diversas, y no quedarse en un solo estilo.”

Spinetta y el estilo

 

“Mi música se empezó a fortalecer en un extraño idioma que ni yo mismo sabía qué era”, le comenta a Grinberg en 1977, en referencia a lo que fue la vida después de Almendra. Pero, ¿qué es un estilo? Un estilo es la replicación de un modelo resultante de una serie de elecciones tomadas adentro de un marco restringido. Las limitaciones que se autoimponen son precisamente las que permiten la variedad. El modelo no necesita ser igual en todos los aspectos que lo definen. Y por eso Spinettalandia es tan vasta, inalcanzable y semejante. De “Credulidad” a “Fina ropa blanca”, pasando por “Jugo de lúcuma” o el mundo Jade. ¿Cómo se mide esa extensión?

Guitarra negra

 

No era un virtuoso, si tenemos algunas de sus referencias instrumentales (Jimmy Page, Steve Howe, John McLaughlin), pero su fraseo, su sonido, eran inconfundibles. Nadie sonó tan pesado como en “Post-Crucifixion” o “Perdonado”. Nadie fue más sutil a la hora de acompañarse (habría que exceptuar a Aznar). Hay, en Spinetta, una escritura física, determinada por el alcance de sus dedos. Esa manera de armonizar. Siempre había algo inesperado y desafiante en los enlaces y las posiciones. Andá a sacar de primera “La bengala perdida”, por citar una canción. Su disección fascina y sorprende. Los recorridos de la mano de Spinetta sobre el traste no tienen acá antecedentes ni herederos. No son del rock ni del jazz, tampoco del tango, el folklore o, podría pensarse, la música brasileña. Pero, a la vez, dialogan con todos esos mundos. La oreja-esponja de Spinetta fue, en ese sentido, algo sin parangón en la música popular (su fotografía con el Cuchi Leguizamón es reveladora de cuánto lo unía la distancia). Desde la guitarra “escribía” canciones de una riqueza melódica y una complejidad formal que confirmaban aquel dictum de Caetano Veloso: “Si tenés una idea increíble, es mejor hacer una canción; está probado que filosofar sólo es posible en alemán”. Sí, canciones geniales.

 

 

Brasil

 

Los compositores brasileños que habían ido de peregrinaje a Darmstadt, la ciudadela de la música contemporánea, o formaron parte de la agrupación Nova Música, no consideraban esotéricas otras expresiones de carácter popular. Rogério Duprat no abdicó de un linaje que lo ligaba a Hans-Joachim Koellreutter y, más tarde, a John Cage, por trabajar de manera entusiasta con Gilberto Gil y Os Mutantes. Julio Medaglia tampoco se había rebajado en su condición de arreglador de “Tropicalia”, de Caetano. Un compositor argentino de la generación de Duprat, al recordar el breve paso Almendra por el Di Tella, dijo: “Ah, sí, los chicos del pelo largo”. Se habría sorprendido de lo que pensaba entonces Spinetta: “Antes de disolver Almendra, les propuse grabar un disco con una obra totalmente aleatoria. No grabar ninguna canción, ir al estudio y encender la máquina y tocar sonidos hasta cumplir los 32 minutos de banda útil total... tocar una música inspirada en los acoples, que pasara por percusión, por ritmo, por todo. Pero que no fuera en sí ninguna pre-estructura”. ¿Qué hubiera hecho Spinetta con músicos provenientes de otra escuela (me resisto a llamarla clásica o contemporánea)? ¿Qué hubieran hecho ellos? Aquel fallido disco “experimental” se iba a llamar La música la toca cualquiera. Pero no, Luis. Cualquiera no. Vos. Sólo vos. Algo de ese camino trunco está en “Starosta el idiota”, y en la concepción de “Por”, ¿no?
“Poeta del Rock” lo han definido los diarios en sus obituarios. La relación texto y música es desde siempre problemática. Nietzsche solía sostener que la música no puede estar al servicio del texto: se sobrepone al mismo. El escritor norteamericano Greil Marcus le da otra vuelta a la cuestión: la escucha de cualquier canción exitosa no muestra el poder de un cantante de decir lo que ellos intentan decir sino el hecho de que las palabras a veces son inadecuadas para esa tarea y el sentimiento de realización nunca es tan fuerte como de frustración. El cantante, añade Marcus, trata de ir lo más lejos que puede, aun sabiendo el dilema que encuentra. El fracaso del lenguaje es en cierta medida su éxito como canción (Kagel decía que cantar es hablar deformado). El Flaco era a veces “inentendible”, en especial para los latinoamericanos, que prefieren la claridad de Cerati. Ese “déficit”, sin embargo, suele tener una enorme compensación expresiva. Una canción de Spinetta puede contener muchas posibilidades: potencialidad fonética-musical, imágenes de una belleza irrepetible, y una dicción que sometía a las reglas gramaticales. Los relámpagos de inteligibilidad convierten a muchos de sus temas en la llave del tesoro.

 

Chatura

 

En tiempos de Invisible, que son los de mi iniciación, las tumbadoras las utilizaba el grupo Katunga. El instrumento, más propio de la música cubana, era asociado con lo mersa y lo “bailable”. La tumbadora entró al rock en los ’90 como parte de una nueva textura que profundizó la debilidad manifiesta de un género convertido en banda de la sociedad del espectáculo. Spinetta detectó esa mutación. Habló en una entrevista con Rolling Stone de “retroceso” a los tiempos de los cantantes españoles e italianos que venían en los ’60 o, en el mejor de los casos, El Club del Clan. A los 60 años seguía estando más cerca de aquel manifiesto que escribió en 1973, en la mejor “tradición” de las vanguardias: “Denuncio a otros grupos musicales por repetitivos y parasitarios, por atentar contra la música amplia y desprejuiciada, estableciendo mitos con imágenes calcadas de otras músicas que son tan importantes como las que ellos no se atreven a crear ni sentir”. Siempre hacia adelante. Lo “seguí” hasta los ’90 (Pelusón of Milk): eso es una parva de discos y etapas. A mí me bastaban. Nunca dejaron de asombrarme.
A la hora de elegir un momento intensamente spinettiano me quedo con aquel sábado que tocó Bowie en River. Comienzos del menemismo. Esa misma noche lo hizo él en un pequeño local que funcionaba arriba de la disquería Zival’s (¿Jazz y Pop?). Cantó acompañado de su guitarra y, creo, con Claudio Cardone en teclados. Fuimos con el hoy compositor y director Marcelo Delgado. Los dos recordamos ese momento en estos días infames. “Comprendí que crear, y crear cosas hermosas, depende de una vida hermosa”, le dijo también a Grinberg. Nosotros advertimos tempranamente esa relación entre obra y biografía. Y por eso escribió parte de las nuestras. Su música, hermosa, viva, sigue siendo la llave y el tesoro al mismo tiempo. Como enseña una adorable novela que, seguramente, le habría gustado.
 

Las otras tapas



En 1998, Eduardo “Dylan” Martí, amigo y fotógrafo de toda la vida de Spinetta, llamó a Alejandro Ros para hacer la tapa de Estrelicia, el unplugged de MTV. Desde entonces, Ros trabajó con LAS en las tapas y el interior de sus discos, incluida la caja de Las Bandas Eternas. En estas páginas, el también diseñador de Radar muestra por primera vez algunos de los bocetos que sobrevivieron a su manía de tirar todo y cuenta lo que se acuerda sobre ellas.
Para los árboles se iba a llamar Canción de noche. Yo le pedía que me hiciera dibujos (dibujaba muy bien) y él me mandaba unos mandalas psicodélicos hechos en Photoshop. Entonces los usaba para pensar otros dibujos, como los de Camalotus. Pero a veces conseguía hacerlo dibujar con lápiz. Tengo muchos dibujos de árboles muy lindos, aunque nunca quiso usarlos.
El último disco en estudio, Un mañana, se iba a llamar Capullito de albañil. Cuando me escribió para avisarme que tenía un disco nuevo, yo estaba de viaje. Quedamos en vernos a la vuelta y le mandé una foto mía con unos ciervos que me había sacado ese día en Nara. Me escribió enseguida: quería que esa foto fuera la tapa. Se empacó semanas. Me costó, no la pude sacar pero quedó adentro.
Boceto del disco en vivo en Obras: una foto de Nora Lezano que irreverentemente remixé.

 
Desde hace casi una década, en la sección Fan de Radar los artistas eligen su obra preferida. Entre los músicos, a la hora de elegir una canción, las de Spinetta son, lejos, las más elegidas. Por eso, a manera de despedida, reproducimos fragmentos de esos textos que durante estos últimos años lo homenajearon en vida.

Algo mejor

 

Por Palo Pandolfo

”Laura va”, del primer disco de Almendra, es una de las obras maestras del rock nacional, una de esas canciones que te muestran un mundo diferente. Almendra me enloqueció desde tan temprano, desde antes incluso de tener el disco, al que escuché completo recién cuando me lo prestó un amigo, a los 15. A “Laura va” se la puede encarar por millones de lugares, pero creo que lo más importante es la forma de cantar de Spinetta, la intimidad que genera con el oyente. El arreglo de Alchourron para arpa y bandoneón es totalmente anticipatorio, y de alguna manera abre el juego para la creación desde la música eléctrica, que es lo que había en los ’60 y ’70, haciendo una fusión tremenda de lo global con lo argentino. El bandoneón lo grabó Rodolfo Mederos, que había sido llamado por Alchourron. Y el resultado es increíble: si una banda sacara hoy un tema como “Laura va”, sería totalmente de vanguardia, por moderna y progresista, y eso que es un tema que ya tiene cuarenta años. Hay una parte de la letra que me impacta mucho, que es cuando dice: “La cubre de besos / y el sol también”. Spinetta tiene ese lado femenino muy a flor de piel, esa dulzura y esa feminidad al cantar, pero al mismo tiempo es tremendamente varonil. Es un tema yin yang: él es el sol que cubre de besos a esa criatura, a Laura, cuando decide irse.
Yo me crié escuchando a Los Beatles, y Almendra es la banda beatlesca argentina. Es fundacional: si le afanás a Almendra, vas a hacer algo buenísimo. Por otro lado, es muy interesante el año en que sale el disco: ’69, ’70. Todavía latía el sueño de un país mejor, más sano, con una historia en la cultura de la música argentina en la letra; todavía estaba presente la vida de un país posible más justo. No habían pasado la Triple A, ni la dictadura militar, ni toda la masacre, y creo que todo lo que se producía en la época era revolucionario en el mejor de los sentidos, porque generaba un cambio hacia adelante, hacia el bien, hacia la elevación del espíritu humano. Me parece muy profunda la época, la manera en que se vivía la sociedad; todo el mundo veía que el de al lado era un hermano. Y “Laura va” habla de una fe en nosotros, en un público que quiere escuchar algo elevado, profundo, original, que no se escuchó antes.

El alma del artista

 

Por Mex Urtizberea

“Barro tal vez” me volvía loco. La primera vez que la escuché fue en el auditorio de la Universidad de Belgrano, en la calle Federico Lacroze. Debe haber sido en el ’79, ’80, por ahí. Había shows. Y él fue a tocar un par de veces, solo con la guitarra. Fui a verlo las dos veces y “Barro tal vez” me partió la cabeza las dos veces. Como no se había editado todavía, seguía manteniéndola en mi cabeza, tocándola o sacando los acordes. La canción parece simple, pero es muy profunda. Todo lo que le va pasando con la música y con lo que tiene para decir un adolescente que, indudablemente, estaba medio desesperado. A veces la toco para mí.
Es una canción muy genuina de su obra: esas melodías divinas y esas letras de un vuelo poético que te tienen que gustar. No saber a qué acorde va a pasar. Cuando escucho a otros músicos ya sé a qué acorde van a pasar, porque son más simples o más obvios. No es obvio Spinetta. Es EL músico de rock argentino. Tiene una conducta increíble, una ética de estar siempre jugando y haciendo su música desde su corazón, sin negociar nada de su arte. Es un ejemplo de músico. Y es el único de su especie.

Quedándote o yéndote

 

Por Guillermo Vadala

Hay un tema del Flaco Spinetta que me dejó sin aliento desde que lo escuché por primera vez, cuando era chico y practicaba con mi guitarra encima de los discos que me gustaban. “Quedándote o yéndote” tiene una letra genial, inspirada, que habla sobre la vida y la naturaleza. Un tema que es piano y voz nada más, lo que logra un efecto muy intimista.
Recuerdo que lo escuché un verano, que estaba de vacaciones, y que intenté sacarlo con la viola –yo ya tocaba un poco–, y que era un tema bastante intrincado del Flaco: se abría un poco de su ramo de composiciones con guitarra, riffs y líneas melódicas. Esto era otra cosa, una perla con una textura sonora notable.
Creo que lo que más me gustaba era que habla de la vida, de lo que ocurre más allá de tu participación, de lo que va a ser siempre así, de lo que no podés modificar ni torcerle ni un poco el rumbo. La canción termina diciendo “y esto será siempre así / quedándote o yéndote”, y también me gusta mucho ese momento en que dice: “y deberás amar amar, amar hasta morir”. Creo que el significado de estar vivo es eso: el pulso de la vida es el amor. Amor romántico, amor por tu familia, por tus amigos, amor por la música que hacés, amor por la naturaleza –incluso preocuparse por no ensuciar la calle–; el amor en el sentido más amplio imaginable. Amor.

 

 

Alma y púa

 

Por Fabiana Cantilo

Yo no me acuerdo qué venía escuchando de Luis, sé que era fan, pero no recuerdo la cronología. Pero el momento en que lo conocí se quedó conmigo: recuerdo que cuando Ramiro llegó a casa ya había anochecido, que eran las como las ocho, me acuerdo de mi camita de hierro y de la púa de diamante sobre el vinilo, y del teclado de Del Barrio. Todavía no lo conocía a Luis. Pero esta canción me voló la cabeza, por lo que dice, porque esa expresión, “alma de diamante”, es uno de los mejores halagos que te pueden decir. No sé a quién se lo habrá escrito Luis, pero es un tema santo.

Un mundo de sensaciones

 

Por Bernardo Baraj

“Muchacha (Ojos de papel)” fue un tema revelador de una posibilidad expresiva diferente. Es una canción que pone de manifiesto la perfecta conjunción entre letra y música, belleza y profundidad; una mirada muy primera, quizás adolescente, de un amor apasionado y potente.
La escuché por primera vez en la radio, una noche, en la cama. Por eso llegó como una sorpresa, y por eso digo que fue una revelación y una inspiración. Sé que en parte fue descubrir que esa poesía tan reveladora de una sensibilidad humana podía hacerse en castellano. No es exactamente una canción roquera; el rock y todo lo que se le acercaba en ese momento era cantado en inglés y la aparición de esta canción del Flaco fue para mí poder pensar en esa posibilidad nueva, que después canalicé en Alma y Vida; fue a partir de “Muchacha...” que pude pensar en armar un grupo con canciones en castellano, con una expresión con la que me sintiera identificado, con temas y sentimientos inherentes a mi entorno.
Creo que nunca se lo dije a Spinetta, aunque toqué con su banda, en el año ’78.

¿Y esto de dónde salió?

 

Por Roy Quiroga

Mi preferida es “No te busques ya en el umbral”. Para mí, es simplemente “Umbral”. Tiene un ritmo lento que te va atrapando, junto con una melodía y un letra que te va martillando el cerebro. Cada vez que la escuchaba le encontraba un nuevo sentido. Y ahora mismo me pasa eso. Y un día la ves de una manera y al siguiente de otra. A veces mejor, otras no tanto. A “Umbral” la veo siempre mejor. Y eso que tardé como cuatro o cinco años en entrarle realmente. A mí me pasa de estar sentado en cualquier lugar y, de la nada, me viene a la cabeza una melodía. “¿Y esto de dónde salió?” Bueno, así fue con “Umbral”. Me puse a cantar la letra entera sin haberla leído nunca. La canción llegó y se adueñó de mí.
El Flaco es un creador nato, y directamente extraterrestre. Si escuchás su obra, te das cuenta que el 90 por ciento o más es alucinante, desde sus comienzos hasta ahora. Para mí, como artista, no tiene nada que envidiarle a ningún músico de ningún lugar del planeta. Al contrario, muchos tendrían que aprender de él.

La llave del mandala

 

Por Ariel Prat

Mis gustos musicales están muy arraigados en general al tango y a la milonga desde pibe. Pero cuando escuché al Flaco por primera vez en el ’74, fue Pescado 2, su voz me orientó a otro margen del arrabal, acompañado por esa poesía única de reo en franca explosión atronadora y misteriosa.
Una noche en Zaragoza, en una cena después de un concierto (el único allí), me junté con él y su gente. Recuerdo que fue en el 2002, justo había terminado el Mundial, y el Flaco iba por primera vez de gira por Toulouse, Barcelona y Zaragoza. Tuve la oportunidad, luego de hablar de nuestra gran pasión, que es River, de contarle algo que quería que supiera; por cariño a su obra y a su don de personaje turro pero en frac y por mi rendida admiración: “Flaco, en todas las pruebas de sonido, hace años que como talismán hago una versión de ‘Los libros...’. Es infaltable, y a veces los músicos se enganchan en la versión. Qué sé yo, quiero que lo sepas, ese tema es parte de mi entraña porteña y musical y lo amo profundamente...”. Quedó esto como parte de la conversa, se asombró un poco y al rato, a los postres, me dijo: “Negro, por favor, acercate...” Yo pensaba: “¡Zas!, ¡el Flaco me va a contar aquel secreto, el flujo de la poética spinettiana y el sacudir jadeante de sus sueños...!”. Puse la oreja a su voz en medio de la mesa aragonesa, preparado para recibir el mandato, ¿la llave del mandala quizá?...
“Decime, ¿acá es cierto que el salchichón es lo mismo que el salame?”
Licor no vuelvas ya, ¡¡¡deja de reír!!!!
Alto el Flaco, todo un libro él...

 

 

Camino al cielo

 

Por Tito Losavio

“Para ir”, del disco doble de Almendra, es una de esas canciones místicas del joven Luis Alberto.
Es una canción que habla de las alturas, que es un tema que aparece mucho en Spinetta. En ésta hay una parte en la que dice “No lleves ni papeles/ Hay tanta gloria allá/ Que al final nadie tiene un sueño sin laureles”.
Creo que hay una cuerda adentro de uno –esa cuerda que hace que uno siga en la búsqueda del camino de la evolución espiritual– y en un momento en tu vida aparece algo que hace que esa cuerda empiece a vibrar. Es algo que viene con uno y cuando te volvés consciente de que lo tenés, lo empezás a desarrollar. Creo que he transitado por ese camino bastante tiempo, y hoy día vuelvo a escuchar esta canción y es increíble, pero a pesar de todo el tiempo y de todo el camino recorrido, la sensación vuelve a ser la misma. Me sigue provocando algo parecido a lo que me provocaba cuando era chico. Me sigue emocionando físicamente. Vuelvo a quedar rendido ante esa letra que me habla de las alturas con una melodía que me lleva al mismo lugar. Es la altura en un sentido místico, puede decirse, como algo que está identificado con la sabiduría, con la armonía de la creación, con la búsqueda espiritual. Es una búsqueda en la que uno se va elevando, y la metáfora es ésa: la elevación espiritual. Cada tanto, la vuelvo a tocar. Y con ella vuelve todo: el estremecimiento físico y el viaje a las alturas.

Quiero verte bailar

 

Por Marcelo Scornik

Hoy, mientras viajaba en taxi, me puse a pensar qué canción elegiría. Y enseguida supe que hoy sería “Que ves el cielo”, de Spinetta, que está en el disco El jardín de los presentes de Invisible. No lo tocó en Vélez y con esa canción hubiera alcanzado para que fuera una noche perfecta. Me acuerdo cuando la escuché por primera vez. Fue durante un verano, en febrero del ’76. Todavía no había salido el disco y lo pasaron en un lugar súper chiquito que había en Villa Gesell. No me acuerdo si era un bar o una carpita.
Siempre me pareció brutal la imagen de una pollera girando al viento. Me imagino mucho todo lo que pasa en esa canción, como si fuera un espectador o, mejor, como si anduviera por ahí con una cámara. Y me imagino que es una chica, hay mucha gente alrededor, y ella está como iluminada. Me pasa lo mismo cada vez que lo escucho. Ya no sé cuántos años de fidelidad llevo, pero la chica jamás tuvo una cara.
La música es tan linda, son esos acordes que siempre nos van a gustar escuchar. Hace años, recuerdo haber oído a mi amigo Andrés Calamaro decir que, al final, lo que emociona de una canción es el acorde. Bueno, yo fui fan de grupos que cantaban en inglés sin entender absolutamente nada del idioma. Me acuerdo de cuando la calle Corrientes estaba llena de disquerías, desde Callao hasta el Obelisco. Montones de veces me terminé comprando un disco por lo que alcanzaba a oír mientras caminaba cuatro pasos por el frente de la disquería. Me gustaba, entraba, preguntaba qué era y lo compraba. Después tenía que llegar a mi casa, poner el vinilo y empezar a pasarlo al derecho y al revés hasta encontrar la parte que había escuchado. Con “Que ves el cielo”, me encantaron de movida los acordes que, por cierto, no sabría decir cuáles son.

Sus manos giran y él también

 

Por Ruben “Mono” Izarrualde

Cuando salió “Fermín” fue muy fuerte; era muy fuerte la textura que pintaba del país en ese momento. Y es que “Fermín” tiene mucho que ver con su época, que era por un lado una época linda, maravillosa; la de mi juventud, esos años de mucha estudiantina, mucha música, mucha cosa nueva, mucho hippie, mucha movida de teatro y de danza. Y luego esa otra parte que se fue resquebrajando. Mientras que muchos se iban, y otros desaparecían, muchos otros quedaban pero en los loqueros, empastillados, vaya a saber con qué historias a cuestas.
Escuché “Fermín” por primera vez cuando yo tenía unos 14 o 15 años; yo tenía amigos más grandes en el conservatorio de música y algunos de ellos pasaron por estas experiencias terribles como las que siento que evocaba “Fermín”. Algunos de estos amigos míos fueron chupados, y luego quedaban en un estado difícil de sobrellevar. Un poco como lo que uno vio siempre en esas películas sobre Vietnam, con los tipos que vuelven de la guerra y quedan en un lugar que no es; bueno, lo que les pasó a muchos de estos chicos fue algo así pero acá, sin haberse ido a ningún lado. Algunos terminaron pasados de rosca porque estaban viviendo una situación que no podían ni ver ni soportar; a veces por ahí tenían un hermano desaparecido. Esa es la gente de la que yo digo que quedó como “en otro lugar”, gente que uno podría decir o creer que están locos, pero que simplemente están en otro lado, y miran las cosas desde ahí. De esos amigos mayores del conservatorio recuerdo especialmente a uno que era violoncellista, que tendría 23, 24 años, y que quedó así, en ese estado de cuelgue. Y a otro, un estudiante de música que venía de La Pampa, que tenía un futuro increíble, y que hoy está en la calle; a los que lo conocimos de aquella época nos saluda cuando nos ve, pero la verdad es que nunca sabemos si nos reconoce o no.
No siempre estuvo tan claro para mí de qué hablaba “Fermín”; ni si Spinetta hablaba de esto: esta interpretación es algo que fue apareciendo con el tiempo. Pero hoy todavía lo tarareamos, lo tocamos entre los amigos de aquella época; los que quedan, que son pocos. Pero nunca dejamos de tararearlo o de silbarlo, una y otra vez vuelve a aparecer, como una lucecita que quedó prendida en ese lugar.

 

LA BUSQUEDA DE LA ESTRELLA

  Por Sandra Russo

Recién el otro día, cuando murió Luis Alberto Spinetta, me di cuenta de que buena parte de mi generación, los que éramos pendejos en la dictadura, encontró en la dimensión spinettiana de la vida un refugio, un islote, un escondite. Porque hay un universo spinettiano adentro nuestro y algunas cosas existen sólo porque Spinetta las ha nombrado, y nos hemos comido esos nombres de flores, de piedras, de animales, de ánimas y luces interiores. Los hemos digerido y metabolizado, y para muchos nunca habrá una mejor manera de entender la compasión que la que él nombra en la “Plegaria para un Niño Dormido”.

Recién cuando volví a escuchar en ese continuado de aperturas y cierres de programas televisivos y radiales la música de Luis, me di cuenta de que cada una de ellas me mandaba a un momento preciso de mi propia biografía, como les pasó a miles. Pero además, mi propia biografía, como las de tantos, hubiera sido mucho más pobre de lírica si no hubiese sido por esos trances, por esos pliegues de esa otra dimensión de la existencia y de la realidad de la que él habló siempre. Su obra fue su aventura y su responsabilidad, su modo de estar entre los suyos y en este mundo.

En una de las pocas entrevistas que pasaron en la televisión –porque Spinetta nunca fue un videoartista, sino un artista a secas–, él, muy joven, decía que Sui Generis hacía una música con la que muchos pibes se identificaban, y que él no, que él buscaba un lenguaje. Y yo pensaba que muchos nos identificábamos, ya entonces, precisamente con eso, con la búsqueda de los lenguajes necesarios, los lenguajes que nos faltaban, los lenguajes de los que éramos sordos, mudos y analfabetos, porque lo mejor de nuestras humanidades juveniles permanecía adormecido y atenazado.

La obra de Spinetta es toda ella un camino indirecto, un camino sinuoso como lo que transmite, nada spinettiano es recto, nada es literal ni obsceno: sutilísimo, él nos habló de erotismo, de inocencia, de azabaches y jades, de diamantes, de duraznos que sangraban, de niñas que bailaban, de puentes amarillos. Nosotros en el secundario escuchábamos a Sui Generis. Y un día descubrí a Spinetta. El otro día me vino a la mente una imagen muy clara de antes de los veinte, mi amigo Richi y yo en un auto, el auto estacionado, yo poniendo un cassette de Invisible, haciéndoselo escuchar. “No lo entiendo”, me decía. “No importa”, le decía yo. “¿Pero qué son los tigres en la lluvia?”, preguntaba él. “Lo que veas”, le decía yo.

Un poco después lo conocí. El dueño de El Expreso Imaginario, a donde yo había llegado a través de una carta de lectores, era el manager de Luis Alberto en esa época, plena dictadura, 1979. La redacción quedaba en Cabildo y Teodoro García, y ahí se juntaba gente interesante. Para mí, pendeja y recién llegada de Quilmes, fue uno de esos momentos en la vida en los que a uno se le abren las compuertas de la mente y el corazón. Esos momentos era muy esquivos para los que éramos jóvenes entonces. Nos había tocado crecer en silencio, agazapados y acechados por tigres en la lluvia. El otro día, el día de su muerte, me di cuenta de que Luis Alberto y ese lenguaje que buscó locamente fueron una de las razones por las que muchos nos mantuvimos en uso de nuestras capacidades y no nos malogramos. Aquel primer fogonazo de rock nacional, que no por casualidad se gestó contemporáneamente al Cordobazo, fue lo que permaneció incomprendido por el poder y por eso mismo intocado mientras todo lo demás iba cayendo. Se prohibían libros, se prohibían discos, se prohibían letras. Pero la belleza era algo complicado de prohibir, porque hubo gente como Spinetta que podía hablarnos de lo bello sin que las bestias lo advirtieran. El fue el maestro de lo oblicuo. Por eso digo que Luis forma parte sustancial de un sentimiento colectivo, porque hubo una época en la que la belleza ética y estética, cuya conjunción siempre es política, fue el único sostén de resistencia. Y hablo de resistencias íntimas, de pactos con uno mismo. No hay segundo buen paso si ése no es el primero.

En 1980 se reunió Almendra después de diez años de separación, y tuve la suerte de ser la jefa de prensa de esa reunión, que incluyó varios Obras y una gira nacional. Otro tatuaje. La opresión se respiraba en el aire entrecortado de los estadios repletos de todo el país. Había tanta sed. En cada ciudad había que entregar las letras de las canciones del set, para que un censor local las revisara. En una de ellas, la palabra orgasmo era reemplazada por la palabra ocaso, para que no hubiera inconvenientes. Antes de la gira, hubo en Buenos Aires afiches callejeros para esa convocatoria. Merecen ser recordados. Decían: “Nos reunimos para cantar por una generación que falta”. Repito la fecha para poner en caja: 1980. Y en los estadios, después, fue inolvidable ver que había algo que nadie podía matar, algo que permanecía retobado, que eso que se quería exterminar se regeneraba, y que la falta de información no impedía buscar, buscar, buscar, porque había que vivir en la permanente actitud de buscar una luz o una salida.

Hay muchos temas de Spinetta que jamás me abandonaron ni abandoné. No son los clásicos temas que uno recuerda porque ese día se enamoró de alguien. Más bien, son canciones que evocan algo profundo de uno, algo constante y mutante al mismo tiempo: eso es la búsqueda, siempre. Un gran libro, una gran canción, una obra de arte puede desencajarnos, desestabilizarnos, movernos las ideas fijas, revelarnos, en fin, algo completamente nuevo. Me pasó de muy chica, escuchando “La búsqueda de la estrella”, la parte que dice “después de todo tú eres la única muralla. Si no te saltas, nunca darás un solo paso”. Lo escuché decenas de noches de diferentes épocas de mi vida, no es que esto pertenezca al pasado, no es que se trate de algo que se fue con la adolescencia, porque todavía hoy, cuando algún tigre me asalta en la lluvia, me doy fuerza cantando a Spinetta.

 

 La última entrevista de Luis Alberto Spinetta a La Voz del Interior

"Sólo nos salva la verdad", decía Spinetta en 2005 en la previa de su show en La Vieja Usina y tras la muerte de Pappo. La entrevista completa.
 
  08/02/2012 21:05
Entrevista publicada el miércoles 24 de agosto de 2005

 
Luis Alberto Spinetta participa a su modo de la inmensa oferta del rock de hoy. Toca en vivo con asiduidad y hasta le pone el cuerpo a la experiencia “festivales”, en la que enfrenta públicos juveniles con el oído atento a otra cosa. De todos modos, a él nadie le pierde el respeto.
Vaya a saber si es por consejo paterno o qué, pero los púberes se relajan y escuchan con gesto devocional a un Spinetta que no ofrece entrevistas vía telefónica (sólo las concede vía correo electrónico) y que hace un tiempito cambió de banda y reflotó clásicos que no venía tocando. Pero la cita de mañana, prevista a las 22 y en La Vieja Usina, está reservada para sus incondicionales, para los que ya se han acostumbrado a descifrar sus enigmas líricos y sus desplazamientos estilísticos. Claro que puede ir el que quiera.
Luis Alberto Spinetta presentará Camalotus, un lanzamiento bajo el formato EP/DVD, en el que contempló tres canciones que no entraron en Para los árboles, el disco precedente, y parte de su filmografía. “Estos temas están dirigidos a ciudades y sujetos y los del disco anterior no estaban dirigidos a nada en particular”, le explicó “el Flaco” a Mario Pergolini.
En Camalotus, no obstante, sobrevive la canción Agua de la miseria, uno de los puntos más altos de Para los árboles, pero en versión remix. En esa pieza, Spinetta alude a una necesaria “gestión” del corazón de cada uno para generar algo positivo.
–¿Sos de lo que piensan que cambiando uno se cambia el todo? ¿Creés en ese tipo de revolución gradual? Esa toma de posición espiritual, ¿te convierte en alguien ascético políticamente?
–Creo que Agua de la miseria alude a la fe. Y pone de manifiesto la urgencia de un cambio desde adentro. Justamente se trata de la necesidad de confiar en el otro y darle el lugar que merece su atención. La solidaridad no se crea disfrazándote de revolucionario, sino haciendo de abajo una obra imaginativa, una verdadera creación, no un bodrio pancartista. Cuando a la gente se le da algo bueno, responde con amor... Por otro lado, ¿por qué pensás que lo gradual es el cambio cuando en realidad lo gradual es su efecto en uno? Yo creo que el cambio es instantáneo, y acostumbrarse a su posibilidad es lo que realmente tarda. ¿Decimos ascético o decimos escéptico? Te lo pregunto porque la política es fuerza; sólo es política cuando obtiene la fuerza de vencer al oponente. Por suerte, en la música en sí no existe la conspiración. Eso queda reservado para los productores.
–Si tuvieras que fundamentar los zigzagueos estilísticos de tu carrera ¿qué dirías?
–Honestamente... En la lírica, es decir, en las letras de los diferentes cambios “estilísticos”, como vos decís, está la respuesta. Allí están los puntos de unión que son mi marca, y de esa manera podés planchar el zigzag y ver una línea más fluida... Por otro lado, esos cambios son muy necesarios para no acostumbrarme a un sólo tipo de música y así poder ver más.
–Desde que tenés tu nueva banda tocás canciones que en tu etapa inmediatamente anterior resultaban impensables. Por caso, “Durazno sangrando”, “La herida de París”, “Ludmila”, “Resumen porteño”, “Era de uranio”. ¿A qué responde?
–A Ludmila, por ejemplo, la toqué en el Colón, en formato electroacústico, y no hace mucho, así que lo impensable no habita en mi elección particular de repertorios. Apunto a que haya cambios, que aunque parezcan demasiado sorprendentes, son partes de mi música. Por lo tanto, me parecen naturales y absolutamente convincentes. Es decir, responde a que toco el material que realmente deseo tocar.
–¿Con qué sensación te encontrás en los festivales masivos? ¿No te molesta que sean sponsorizados?
–¿Vos decís que me molesta, como le puede molestar a Bono, compartir una conferencia con Blair? ¿O como le puede molestar a un cantautor hacer una propaganda de calditos? Porque en lo que respecta a la gente, me encanta que haya mucha. Por eso es lindo, a veces, tocar en festivales.
–¿Cómo te llevás con la presión de representar algo tan importante para tanta gente?
–La “responsabilidad” de continuar haciendo buena música y buenas letras no te ata a ninguna presión sino que es el elemento más importante de tu libertad. Además, eso te da mucha confianza y fe porque genera el amor del público.
Tiemblan estatuas
–Hace unos meses tocaste en Casa Rosada y conociste al presidente. ¿Qué podés decir del encuentro? ¿Te resultó confiable Kirchner?

 

 –Fui invitado por la presidencia y acepté. Me gustó tocar allí, aunque no es el ámbito ideal por razones acústicas. Me encantó hacer vibrar a la estatua anorgásmica de la república que estaba a mis espaldas. El presidente me hizo sentir de igual a igual. Aunque yo no soy justicialista ni nada, él me expresó su dedicación férrea a no apartarse del camino que trazó para su mandato. Suena bárbaro, así que hay que tener confianza en que transitará un sendero recto.
–Camalotus viene con la edición complementaria de un DVD. ¿Qué entidad le das al clip en el contexto de tu trayectoria? ¿Qué ves cuando te ves en ellos?
–Los videoclips son una parte importante en la presentación del producto discográfico porque aportan una difusión que puede ser muy creativa, si se tienen las ideas y la guita como para realizarlos... Casi siempre laburé con Dylan Martí, quien es mi mejor amigo y un tremendo fotógrafo, así que siempre es una experiencia positiva...
–Tsunami, Cromañón, Londres... ¿Cuál creés, finalmente, que es el antídoto contra todos los males de este mundo?
–Justamente tengo un fragmento de una letra nueva que dice: “¿cómo es que no puedes ver a los hombres en su lucha cruel, y además contener la ira del mar?” Se lo pregunto a los hombres que se sienten Dios sobre la tierra, se creen los dueños de todas las vidas. En cuanto a Cromañón, es muy triste que la gente haya creado su propia tumba al llevar pirotecnia a un lugar cerrado y, por otro lado, el que bloqueó las puertas de emergencia tiene la misma cabeza que aquél que quiere llevarse a los otros por delante. La verdad nos defiende de la mayoría de los males que creamos, aunque los males que ocasiona la naturaleza por sí misma, no pueden ser controlados por nosotros.
–¿Cómo te pegó la muerte de Pappo?
–Es una gran pérdida para la guitarra eléctrica, para el rock y el blues. Es irreparable, siempre lo tengo presente y me pongo melancólico. Me acuerdo de muchas anécdotas muy vívidas. Todos los violeros estamos sufriendo... Lo lamento en el alma... Sí.

 Pomo: Sin Luis, se fue la música 

El baterista de Invisible y de Spinetta Jade, recordó conmovido al Flaco Spinetta.

 
Por Agencia Télam 08/02/2012 20:02

Héctor "Pomo" Lorenzo, baterista que compartió diversos proyectos musicales con Luis Alberto Spinetta, comentó que con la muerte del autor, guitarrista y cantante fallecido hoy a los 62 años "se fue la música, sin él no queda nada".
"Lo que soy se lo debo a él y ahora estoy roto porque se fue un pedazo mío", confió Pomo, integrante de Invisible y de Spinetta Jade.
El músico apuntó que "con Luis viví 17 años de música y lo que me viene a la cabeza es Spinettalandia (álbum solista de 1971) que fue lo primero que hicimos, fueron nuestros primeros palitos".
En el mismo sentido, Pomo subrayó que el hacedor de Almendra y Pescado Rabioso, "ha alimentado la vocación de muchos músicos porque se encargó de montar una fábrica de talentos".
Pero enseguida y quebrado por el llanto, el baterista recordó que "compartí más que música. Viajamos a Europa juntos y salimos a pedir por los campos Elíseos para comer una baguette con camembert".
Por último, Pomo reveló que sabía de la gravedad del estado del Flaco "igual que lo sabíamos todos porque la familia de Luis se encargó de cuidarlo para que su figura no estuviera bastardeada por los medios".



 Luis Alberto Spinetta: su luz brillará por siempre

Luis Alberto Spinetta murió este miércoles 8 de febrero a los 62 años. Un repaso por su música, sus bandas y su paso por Córdoba.

Por Germán Arrascaeta 09/02/2012 10:38
 
Con la muerte de Luis Alberto Spinetta se extingue un microcosmos único de música y poesía, cuya luz, sin embargo, seguirá brillando por siempre. Quedan los discos, claro, pero también una actitud intransigente frente al negocio, la pauperización del arte y la banalización cultural. Porque Spinetta siempre peleó, con discreción pero con firmeza, contra las convenciones a las que un músico debía someterse.
Esas convicciones también tiñeron su partida: ahí donde cualquier celebridad hubiera puesto un agente de prensa para informar sobre su estado de salud, Luis eligió batallar contra su mal lejos de todo bullicio. En silencio, al margen de todo. Del mismo modo en el que pergeñaba sus discos.
Si bien empezó como cancionista psicodélico al frente de Almendra  a fines de la década de 1960, la carrera de Spinetta siempre desafío sus propios estándares y esgrimió un lirismo generado a partir de la expansión de la percepción. Por caso, su primer gran éxito, Muchacha ojos de papel, recicló el surrealismo de André Breton en el afán de buscarle una vuelta al imperio de la música beat. Desde entonces, toda expresión “spinetteana” se ajustó a ese desajuste sensorial. Y entonces, en su obra las serpientes viajan por la sal, los duraznos sangran, los atolones se sublevan, los paquidermos se galvanizan, la canción llega hasta al fin, el sorgo alcanza dimensión bursátil, un tren se convierte en la “fucking Gioconda”.
En suma, Luis Alberto Spinetta sostuvo en el tiempo, y ante cualquier circunstancia, el mandamiento “la imaginación al poder”. Otro detalle del lirismo de Spinetta está en la omnipresencia de las musas. En muchas de sus canciones hay un “ella” al que se le debe cierta  redención o simplemente se convierte en objeto de un amor inextinguible. Es así desde El blues de Cris, de Pescado Rabioso, hasta el más reciente Perdido en ti.
Ese tácito femenino se enfocó en los últimos tiempos en la madre tierra. Lean lo que le dijo Spinetta al periodista Santiago Ramos en 2009: “En general son productos de mi imaginación, pero como siempre es lindo cantarle a la mujer, hay que encontrarle otro nombre. Por ejemplo, en mi nuevo disco, que no sé si se va a llamar Espuma mística (finalmente se editó como Pan y ese quedó como el nombre de un tema), hay un tema titulado Proserpina, que es nombre de mujer también. Pero no se trata de una novia imaginaria. Proserpina es la diosa de la fertilidad en la tierra, la que nos provee las cosas tan impresionantes que podemos producir en nuestro suelo”.
Y así como en pleno ejercicio surrealista unió el término “prosperidad” con Argentina para obtener Proserpina, casi al cierre de la década pasada, en los primeros ‘80, aludió a la desaparición de Maribel como un sueño en el que, al partir, se encuentra una brisa enorme de libertad.

Toda la vida tiene música

Spinetta había nacido un 23 de enero de 1950, en una familia de clase media del barrio porteño de Belgrano. Su padre era un cantor de tangos aficionado y acaso haya sido su influencia el disparador de su amor por la música.
Almendra fue el grupo que armó con compañeros de secundaria (Emilio del Guercio) y amigos del barrio (Edelmiro Molinari y Rodolfo García). Pescado Rabioso, un intento por alinearse al rock furibundo de Hendrix para el que usó la base de un Pappo’s Blues (Black Amaya y David Lebón) que ya había allanado el asunto de los vúmetros a mil. Invisible fue un trío fascinante, que llevó el ideal de fusión a un nivel cósmico. Para entonces, también usó una base de Pappo (Pomo y Machi Rufino).
Luego vino Spinetta Jade, un experimento jazz rock con varios discos editados con el que trabajó con varios pianistas-tecladistas (Juan Del Barrio, Leo Sujatovich, el fallecido Diego Rapoport) y bajistas con groove (Beto Satragni, Frank Ojstersek, el cordobés César Franov, Paul Dourge).
Más cercana en el tiempo está su última experiencia grupal: Los Socios del Desierto, un power trío con el que logró reinstalarse en la década de 1990. Entre todas esas experiencias, claro, hubo lugar para una carrera solista sinuosa y alucinada, que tiene cimas compositivos como Artaud (1973), concebido por las suyas pero editado como de Pescado Rabioso y que fuera proclamado en todas las encuestas como el mejor disco del rock argentino de todos los tiempos, y como Kamikaze (1982), una delicia acústica en la que se permitió incluir una zamba, Barro tal vez, compuesta a sus tiernos 15. La letra de esa canción resume los propósitos estéticos de Luis Alberto Spinetta: “Si no canto lo que siento, me voy a morir por dentro”.

Córdoba, con shows memorables

A todos sus proyectos los mostró en Córdoba mediante shows memorables, que legaron un anecdotario frondoso: un show tardío en Atenas, allá por 1986, con equipos prestados por Carlos la “Mona” Jiménez porque los de Luis se habían quemado junto a un camión que los transportaba, a la altura de Marcos Juárez. O la reunión de Almendra en La Falda en febrero de 1981, que tuvo a Luis y al resto deambulando por la ciudad serrana como auténticas estrellas. Sus asociaciones con Fito Páez en el Chateau Rock de 1987, con la idea de desgranar el doble La la la. Jade en La Tablada. Los Socios en el Cosquín Rock. Invisible en Juniors. Cada cordobés tendrá su sagrado momento spinetteano.
Spinetta fue un músico popular pero no masivo. El acceso a su obra exigía de parte del público un compromiso interpretativo enorme, que dejaba afuera a todo aquel que buscara algo más asequible. Ahora bien, el que accedía, por la razón que fuera (encantamiento espontáneo, subyugación poética o ambas cosas después de aceptar la sugerencia de un amigo), se convertía en incondicional. El carácter insular de su expresión hacía sentir especial a todo aquel que conseguía atraparla, como parte de una logia cuyo fin último era flashear, abstraerse de todos los males de este mundo.
Spinetta era el antídoto contra esos males. Pero su poder sigue intacto. Porque hay cosas que la muerte no puede vencer. Y además, un guerrero no detiene jamás su marcha.+

Hombre de luz

Por Pablo Leites

"Nunca hubo en mí semejante intención moralizadora, yo no predico; yo vivo y lo hago con un convencimiento". Alguna vez, sin querer y a propósito de una pregunta sobre Todas las hojas son del viento, Luis Alberto Spinetta definió buena parte de su sintética filosofía de vida: sería extraño encontrar a alguien ética y estéticamente más coherente en la música de este país (Piazzolla tal vez, Saluzzi, Leguizamón y pocos más).
Como siempre, como nunca, uno de esos convencimientos se revelaba -también- sobre el escenario en los últimos años, cada vez que aparecía con una remera en la que se leía: "Todos somos, todos fuimos, todos podemos ser". La tragedia del Colegio Ecos en 2006, ese grupo de alumnos fallecido trágicamente cuando viajaba de Chaco a Santa Fe por culpa de un conductor de camión alcoholizado se había convertido en su desvelo. 8 de octubre, compuesta junto a León Gieco, fue su homenaje, su himno personal y la constancia musical de su última gran lucha: conseguir que la educación vial sea ley y que conducir a conciencia deje de ser un eslógan.
La otra, la antigua, giró siempre en torno al ambientalismo bien entendido, diciendo lo justo y haciendo mucho. Como en 2007, cuando subió al mismo escenario que Jaime Torres y el Chango Spasiuk en un festival en Catamarca. "Me cago en el rock. Pero no en nuestra patria, y en poder verla antes de morirme como debería ser. No a las ventas ilegítimas de tierras, no a la contaminación de las minas", fue su arenga esa vez. "Tenemos que conservar hasta el fin la tierra de aquéllos que nacieron, vivieron y construyeron acá. Ojalá pueda ver algún cambio antes de irme de este mundo", seguía en su encendida defensa de los pobladores de parajes a punto de ser rematados en beneficio de una empresa Texana.
Pero volvamos a Todas las hojas... "Cuando digo 'Cuidalo de drogas', estoy diciendo: 'cuídalo de tu propia droga´, explicó. Detrás de sus dos preocupaciones, lúcido, El Flaco había entendido que había que cuidar al hombre del hombre. Su legado, inconmensurable y eterno, es ante todo el de un humanista.

 


 Esta es la carta que escribio Juan Pablo Rufino Picoroso.
(hijo del gran Machi Rufino Bis) una carta emotiva y desde el back stage,lo que no se dice por decir. lo que sale del conocer a la persona mas alla del personaje.
vale la pena leerlo,esto no sale en pasquines de pseudoperiodistas ni de la revista GARCAS.(CARAS)


Si no escribo lo que siento, me voy a morir por dentro... (Cronología y catarsis de un amor)
de Juan Pablo Rufino Picoroso, el Martes, 14 de febrero de 2012 a la(s) 20:05 ·
Si no escribo lo que siento, me voy a morir por dentro...
(Cronología y catarsis de un amor) por Juan Pablo Rufino Picoroso.



Que puedo escribir acerca de Luis sin que no se me rompa el corazón?
Nada...        
Tampoco puedo explicar con palabras lo que siento ante la magnitud de su obra, si me animo a decir, que es una de las personas mas increíble que conocí en mi vida, por un sinfín de cualidades que muchos por suerte conocen y otros perciben...
Inmediatamente me invadió una tremenda melancolía y no paro de recordar cosas y cosas. Digamos q voy a tratar de bajar a papel, la parte más terrenal de nuestro Barrilete Cósmico, básicamente, algunos momentos imborrables en mi vida  que están ligados a el...
Quiero aclarar que a Luis lo veía cada tanto, por ahí un par de veces por año,  Por ahí mas, por ahí menos, en los últimos 15 años, si trate de ver todos sus shows en Capital, pero insisto, todas las veces que pude estar en contacto con el fue algo inolvidable...
Luis Alberto estuvo presente en tramos muy importantes de mi familia, desde el día que lo fue a buscar a mi viejo para formar parte de Invisible, todo fue ruido de mágica para los Rufino, el orgullo que siento, sabiendo que mi viejo fue parte de una de las bandas más revolucionarias que tuvo la música popular en el mundo, es  indescriptible ( ni hablar de su participación en los discos: A 18 Minutos del  Sol. Mondo di cromo, La La La, Tester De Violencia, fuego gris y Spinetta y las Bandas Eternas)
No es un detalle menor que Luis y Pomo fueron testigos del casamiento de mis viejos, Luis y mi viejo, del casamiento de Pomo, y Pomo y mi viejo del casamiento de Luis   :)
Y que a mi hermana, que nació en el 76, le pusieran Laura, por la canción  ''Laura va'' es bastante significativo también...
Además, mi madre fue recontra amiga de Patricia, la mujer de Luis, eso fue también algo muy lindo...
Tengo algunos recuerdos increíbles de mi niñez yendo a la quinta o casa de Luis, o jugando en mi patio de dos por dos con Dante, Valentino, Cata ( Vera todavía no había nacido) mi hermana, mas los hijos de mi padrino (Eduardo  marti) y Mercedes: Emmanuel, Lucas y Guadalupe (muy chiquita)
En esa época le daba poca bola a lo que pasaba arriba del escenario con Luis, siempre iba a los shows, pero me entretenía con otras cosas :)
Me acuerdo de un par de hechos puntuales, año 86, Luis viene a casa con Fito a mostrarle y pasarle los temas de La La La a mi papa, en ese entonces teníamos un piano vertical, y Luis estaba con su  Viola, prácticamente tocaron todo el disco, y yo?  jugando en mi cuarto! no vi  ni un tema! nada, cero bola, por suerte papa Machi grabo todo, y hoy escucho esa grabación y la disfruto como loco :)
Año 87, en el Velódromo ( epoca en la que yo me estaba recopando con el  Futbol)  había una pelota! y mientras los muchachos taban tocando, poco me importo, me jugué un  partido uno contra uno con Dante, todavía me acuerdo el baile q me pego...
También me acuerdo cuando acompañe a mi viejo al canal 7 (no sé porque mi vieja y mi hermana no habían ido) año 88. ya presentando ''Tester de Violencia '' se suponía que era un show con gente, pero, hubo amenazada de bomba y lo tuvieron que hacer a puertas cerradas, o sea, estaba yo solo en la tribuna!! pero leyendo  revistas Condoritos que había metido en el estuche del Fender de mi viejo!! Puedo decir con total vergüenza que no saque la vista de esas revistas ni un segundo.El especial salió al aire con un injerto de gente aplaudiendo de otro show, muy deforme!
Tampoco me puedo olvidar que la primera vez que fui a ver al club de mis amores, el glorioso River Plate (año 1988) fue justamente de la mano de Luis, que consiguió  Palcos. Fue cosa de muchachos, tabamos mi viejo, Luis, Dante, Valentino y yo, le ganamos  3 a 1 a Banfield!


Lo que nos acordamos siempre con mi viejo de ese día es, que entrando al Monumental con el Peugeot 404 (de mi padre) se nos puso adelante con su Mercedes, un ex Presidente Riojano que estaba bastante impaciente! TELEFONO!
Por cosas de la vida, mi viejo dejo la banda en la época de Tester, Y ahí el contacto familiar se perdió un poco...
Mi viejo hizo ''Fuego Gris'' a la par, como técnico de grabación y músico ( año 93 )por ende el contacto estaba más latente.
Ese año tuvo dos cosas interesantes ligadas a él, una noche vino junto a Pomo a cenar, pero básicamente se pusieron a hablar de una posible vuelta de Invisible, a mi me toco documentar la noche sacando unas fotos (mi Viejo tiene subida una foto en su facebook)
La otra nota de color del 93, fue que Luis me regalo mi primer computadora! la Amiga 1000 de Commodore!
La cual le pertenecía el, y había hecho grandes dibujos con ella ( la tengo guardada en el placard ) ta claro que también ese fue el comienzo del amor de mi viejo hacia las computadoras ( los Que conocen a Machi, saben de lo que hablo )
El año 95 fue para mí el despertar musical, básicamente por dos hechos, el ir a  La grabación del disco de los kuryaki        '' Chaco '' (recuerdo agarrar el bajo de mi viejo por primera vez, para tratar de sacar Abarájame)
pero el click  definitivo, fue la noche que agarre un cassette de Invisible, porque básicamente nunca los había escuchado! y me parecía hora, tenia que saber de que se trataba. No sé porque lo hice a escondidas, me daba vergüenza, no quería que mi viejo se entere, agarre ''Durazno Sangrando'' que en realidad era el q estaba más a mano.Tengo recuerdos inolvidables de esa noche, ya que fue la primera vez que una música me hizo estremecer, no puedo explicar la hermosa sensación, de ahí en mas, noche tras noche, le afanaba un nuevo cassette a mi viejo, todo invisible, Los 3 discos, mas los shows en vivo ( data cagadora) los escuchaba una y otra vez, y obviamente eso abrió también mi apetito ante toda la obra de Luis...
El año 95 fue inolvidable, pero por el dolor, ya que el 9 de diciembre, mi  Hermana, a los 19 años, ya no estaba más con nosotros...
Sin tratar de dar un golpe bajo y para q entiendan de que están hechos los  Spinettas, del día del entierro, tengo pocos recuerdos, pero tengo un par muy emocionantes, uno es con Santiago, el padre de Luis, agarrando y cargando el cajón con un impulso inolvidable, el otro fue, que esa misma noche en un show de los kuryaki, Dante y Emmanuel, hicieron un tema dedicado a mi hermana  '' Nubosidad variable''
Pero como no podía ser de otra manera Luis Alberto dio su corazón y su música para alimentar mi espíritu y el de mis viejos, luego de un tremendo sacudón inexplicable. No solo le dedico un disco (el primero de  Los Socios del Desierto) si no que hizo las cosas más hermosas para tratar de sacar del bajón a mis viejos, llamados constantes, visitas casi diarias, pero la perla fue cuando se apareció con un Renault 12 de regalo! como sabia que mi viejo era re tuerca, quería ver si con eso mi viejo lograba salir un poco a la calle, la escena de ese día fue digna de Fellini !
Lamentablemente mi viejo colgó el bajo por 10 años...
En ese momento sentí que la mejor manera que tenia para homenajear a mi hermana, y honrar a mis viejos. era hacer música y tocar el bajo, pero era una idea, que se yo, quería ser futbolista...
Tengo en mi mente la secuencia exacta, del momento que me cambio la vida, primeros días de enero, mientras estaba leyendo un libro con una entrevista a  Luis ( Crónica e Iluminaciones) suena el teléfono, y era el!
le digo: estoy leyendo una bio tuya! me contesta: es una entrevista, me cuenta un poco la historia, etc, y ahí nomas me dice: me entere que queres tocar el bajo, y yo te quiero regalar ese bajo, mañana tenes que ir a Daiam a buscarlo...
Lo único que pude hacer es pasarle el teléfono a mi viejo, no dormí hasta que tuve ese bajo en mis manos ( bajo que aun conservo)
Mas allá de lo material, el lo que hizo fue abrirme una  gran puerta, me invito a que conozca a la música por dentro, a que me haga amiga de ella, y la música a partir de ahí, me dio cosas hermosas, una tras otra.
Al poco tiempo, en el 96 empiezo a estudiar con Javier malosetti y entre tarea y tarea, un día me suena el teléfono (año 98) era el Mono fontana! invitándome a participar en un tributo a Jaco Pastorius (intuyo q Javier tuvo mucho que ver) donde además de Javier, tocaban Marcelo torres, Guille Vadala, Nico Cota, entre otros grandes músicos  (o sea, mis ídolos, los aliados Spinetteanos) increíblemente, ese día en el publico, además de mi viejo, estaban Pomo y Luis, Invisible! también estaban mis otros referentes, Dante y Emmanuel  (Soy muy fan de los illya kuryaki and the valderramas) era la primera vez que yo tocaba en vivo!!!
Luis me agarro afuera y con el tono más encantador me dice: Más vale que toques bien o te cago a palos!
Por suerte no me agarro a la salida  :)
Fueron pasando los años y Luis celebraba cada paso que daba, con las palabras de aliento mas lindas de las que se puedan imaginar...
Ni hablar de sus gestos, un día, mi viejo me trae un candelabro que tenía una chapita que decía Pastorius, junto a un bajo, se lo habían regalado a Luis en un boliche, y Luis sabiendo de mi fanatismo hacia Jaco, se lo da a mi viejo y le dice: para Pablo!
O la vez que desde Florida, Estados Unidos, nos hace un llamado (siempre atendía el Contestador en mi casa paterna) y arranco su mensaje con: hola habla Luis, y estoy en la tierra de Jaco Pastorius! yo me morí  !!! además, en ese viaje me consigue un disco muy raro del bajista, que yo acá no conseguía...
Tengo mails y sobre todas las cosas, tengo alguno de los mensajes que nos dejaba en el contestador, tan increíbles como sus poemas. Uno de ellos es cuando vio el Dvd que grabe como bajista del Lito Vitale Quinteto, que me va a acompañar por siempre, quiero que entiendan lo difícil que es aceptar que tu referente máximo te respete como músico, es felicidad, no es agrande ni nada por el estilo, no se cómo explicarlo...
Me era muy difícil además lidiar con la situación, que Luis era mi ídolo! y yo hacia lo imposible para no quedar como un monitorazo!
Encima con el tiempo me había convertido en un coleccionista de el, además de  Tener sus 40 discos ( todos originales) tengo cientos de shows en vivo, de todas sus épocas, pero el colmo fue cuando un día me dice mi viejo: Luis te va a llamar porque anda buscando un tema viejo que no lo tiene del todo presente, conclusión, Luis siempre sabia todo, siempre...
En el año 2006 ocurrió el milagro, y mi viejo volvió a la música! adivinen quien estuvo en el medio? si, Luis...
La cuestión fue, que mi maestro y amigo Lito Vitale estaba grabando el disco '' Escúchame Entre el Ruido 1 y 2 ''
disco de versiones de grandes temas del Rock Argentino, la idea principal era que los artistas interpreten temas de otros. Tuve el placer de grabar 6 temas en ese disco, pero por sobre todas las cosas, fue la vez que compartí créditos con mi viejo y con Luis Alberto, ya que a Lito se le había ocurrido versionar el himno de Fito Paez '' 3 Agujas ''  con la voz de Luis, el bajo de Machi, la bata de Jota morelli, el piano de Lito obviamente y la guitarra de Baltasar Comoto! obra maestra! Insisto, la alegría fue total, ya que eso impulso a mi viejo a volver a la actividad musical en forma definitiva, después de 10 años de parate...
Recuerdo dos cosas puntuales en el 2007...
Resulta que mi viejo escribía para la revista '' Guitarristas y Bajistas '' y no se como surgió la idea, pero mi viejo le termino haciendo una entrevista a Luis! lo curioso, es que a mí me toco la tarea de fotografiar con mi modesta cámara la charla, la cual fue increíble! encima después hicieron fotos inolvidables con mi padrino. La tapa de la edición con la nota, habla por si sola. Lo mío fue de ladri total, ya que una de mis fotos salió publicada :)
Pero jamás me voy a olvidar el 14 de noviembre del 2007. Recital de Luis en la  Trastienda y en el medio del show, Luis empezó a decir: esta Pablo? esta  Pablito Rufino?, y conto que me había visto en la tele con Lebon, las cosas que dijo a continuación, delante del mic, me las reservo, pero, en cuanto llegue a mi casa me puse a llorar, lo que paso ese día me supero...
Pero Luis siempre redoblo la apuesta...
Un día, fui junto a Martin González y Juan Belvis a la Diosa Salvaje (su estudio) le mostramos el segundo disco de nuestra banda ''LA SED'' fue una tarde inolvidable para los tres a todo nivel, nos fuimos extasiados de la Diosa. Pero la música y la vida tiene esas cosas, y el grupo dejo de existir ese año, y con el disco terminado sin editar. Al año siguiente recibo un llamado enloquecido, me avisaban que Luis en una nota  que le había dado a la revista Rolling Stones de septiembre, dijo esto de nuestro grupo:

 
Pescado Rabioso

Bueno, hoy por hoy evidentemente el mundo no es igual al rock de los 60 ni al de los 70. El rock hoy pasa más por la visión que nos da Capusotto, que nos hace reír con todos los personajes que son del rock. Porque si es por la cultura del rock, todo está un poquito chatito,Barrial...me encanta la gente junta y creando calor, no es que odio las masas. Pero no me gusta la violencia. El rock, en tanto y en cuanto sea una arenga hacia la violencia, se convierte en la violencia de las canchas de futbol, y la gente no se conecta con la música. se conecta con el evento, pero no con la música. Para mí el rock dejo de ser un lisiado que no piensa y que no puede más que obedecer a ese tipo de impulso, entonces ¿Que queremos hacer con eso, otra vez? ¿ Que música nos han brindado algunos artistas como para poder erigir ahora una música espantosa que se yuxtapone? Pero supongo que siempre florecen cosas nuevas y de una alta calidad. Lamento que se haya separado una banda fabulosa que se llamaba '' La Sed '' que hizo un disco que te arrancala cabeza. Esas bandas buenas, de raíz, de rock nacional.

Plop ! no se que decir al respecto...
En el 2009, Luis sorprendió a todos, recital en Velez, con sus bandas eternas ! La alegría fue indescriptible, iba a poder ver a invisible en vivo !!!!! Ni hablar de Pescado y Almendra, pero por obvias razones la banda donde tocaba mi padre, era mi debilidad...
Arrancaron los ensayos, y por una cuestión de respeto y para mantener la sorpresa, había decidido no ir a los ensayos, pero claro está, llego un punto que no me pude resistir y fui! como explicar que estaba el trió ensayando y yo  estaba solo, sentadito delante de ellos! o sea ! sin dudas de las cosas mas  fuertes que me toco vivir, al final del ensayo estaba tomando un café con mi viejo, se acerca Luis, taba con la viola, y yo, haciéndome el pelotudo, le empecé a preguntar... y de Almendra que vas a tocar? acto seguido, Luis cantando cosas de Almendra, y de Pescado Luis ? lo mismo, se puso a cantar cosas de Pescado ( yo ya estaba aprovechándome de la situación, lo admito ) le pregunto...Y de Jade? claro está que Luis se puso a cantar y tocar cosas de Jade...Le agradezco al cielo semejante regalo.
Otra perla, después de un ensayo mi viejo me regala el mini vinilo CD, del primer disco de Invisible, autografiado por los 3!!!!!!! pero para mi sorpresa y emoción, Luis había escrito:
Pablo querido...vos formas parte de esto...con amor (y su firma) Inevitable no quebrarse con semejante regalo...
Vino la presentación para la prensa, y no me la podía perder! la nota de color fue arriba, que era una especie de zona/camarín y en un momento, Luis que estaba sentado un poco mas adelante junto a Charly Garcia, me dice: veni que te presento...me presenta, le dice que soy el hijo de Machi, que era un bajista Del carajo...y yo delante de ellos, delante de mis gurús, lo único que atine a decir es: me retiro, no sé qué decir!
Y llego velez!  llego ese 4 de diciembre de 2009, llego el show mas increíble que vi hasta la fecha, Luis brindo un recital histórico de mas de 5 horas!  Donde me toco presenciar una de los actos de amor más grandes que vi en mi vida, ese amor se lo brindaron todos los músicos geniales que participaron, los familiares de los músicos, la familia de Luis, amigos, todos! y ni hablar de la gente que fue  a ver el show, fue todo tan mágico, fue muy emocionante ver toda esa entrega hacia Luis, y Luis devolvió todo ese amor en forma de música.
EL set de Almendra lo vi desde arriba del escenario, sin palabras...

 

El 5 de octubre del 2010, se vino otro golpon de los mas feos, dejo de estar entre nosotros mi amada Madre...
La historia se repitió otra vez, al poco tiempo salió a la venta el set box del show de Velez, el cual en otro gesto de amor, Luis, en las líneas finales  del libro, escribe:

Dedico este libro a la polenta de Gus Cerati, a la memoria de mi padre Luis  Santiago, a la de Beto Satragni y a la de Nora de Rufino, hasta pronto

Esta de mas decir que eso también se lo voy a agradecer de por vida, ya que mi vieja lo amaba, y lo de Velez fue de los momentos más hermosos que viví junto a ella.
A mediados del 2011, me llama Leo Sujatovich, para participar del disco nuevo de Fito Paez, fue tocar el cielo con las manos sin dudas, y también fue la vez que estuve a punto de grabar con Luis, resulta que Fito quería hacer una versión de Across The Universe (de los Beatles) a dúo con Luis, el tema lo grabe un día, tuve que ir otro día a meterle un bajo distinto, y la versión ya había tomado una forma que te cagabas! pero al tiempo me conto Leo que no les habían dado el permiso, ya que la letra que se iba a usar estaba en castellano, y se  habían puesto duros con el tema derechos, me cago en la burocracia!
Pero le doy gracias a la vida y a mis viejos, el haber podido ser contemporáneo de uno de los artistas más grandes que dio la humanidad, doy gracias por sentirme querido por él, doy gracias por los momentos compartidos con el...
lo voy a llevar en mi corazón por siempre, y en lo que a mi respecta, tratare de aquí en mas, homenajearlo cada vez que agarre un instrumento, y cada vez que  haga música, es lo mínimo que puedo hacer...
Te quiero Luis
 



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