LIBROS EN EL ROCK
Por Javier Aguirre
Estaba dicho en la canción de la que toma su nombre; El león está escondido en el callejón y sabe bien lo que le va a pasar. El libro sobre la carrera de Los Fabulosos Cadillacs escrito por Esteban Cavanna (manager de la banda entre 1997 y 2002) tiene las virtudes esperables, pero no necesariamente los defectos esperables de ese delicado género que es la “biografía autorizada”. Esto es, cuenta con testimonios de primera mano, fotos de todas las épocas, flyers y curiosidades, pero no peca de anestesiado ni de demasiado diplomático en los párrafos dedicados a momentos “polémicos” de la historia del grupo, como lo fueron los cambios de integrantes y los alejamientos. “Ninguno de los músicos me presionó en función de qué iba a salir publicado, ni me pidió ver originales antes de entrar a imprenta, siempre me sentí muy libre sobre qué poner y qué no”, asegura Cavanna, también autor de El nacimiento del punk y la historia de Los Violadores. “Aunque el proyecto no nació como biografía autorizada, terminó necesariamente siéndolo, ya que entrevisté más de quince veces a algunos de los miembros de la banda, y a partir de que todos participaron cordialmente aportando testimonios, recuerdos y fotos sobre los casi 1300 shows que la banda dio en 20 países”, agrega. “Todo ese proceso fue una vorágine zarpada”, califica el autor.
Estructurado en parte como revista y en parte casi como carpeta de recuerdos de presidente del club de fans, El león tiene su fuerte en los escasos reparos que a la hora de hablar pusieron Cadillacs y ex Cadillacs. Esa bien dispuesta locuacidad deriva en un dossier irresistible: un recorrido canción por canción de los 113 tracks grabados por la banda hasta La marcha del golazo solitario, en el que cada autor explica, ilustra o cuenta detalles sobre la composición de cada tema. De venta en librerías (cuesta 55 pesos) y en oportuna coincidencia con la gira-retorno del grupo, El león es una historia contada desde el living de la banda, como admite el autor: “Me he partido de la risa miles de veces con ellos; a los Cadillacs les han ocurrido muchísimas cosas, la mayoría, graciosísimas. Son sobrevivientes de una época dorada en la historia de la música local”.
Cuadrículas dentro de cuadrículas“La historia del ska argentino no estaba escrita, así que el proceso de este libro significó pensar qué había para contar”, reflexiona Daniel Flores, tecladista de Satélite Kingston y autor de La manera correcta de gritar, el libro que reconstruye la evolución del veloz género jamaiquino en la Argentina a través de relatos de músicos, ex músicos, fans y ex fans. La decisión autoral de contar la historia a través de diversos testimonios obedece al origen del proyecto, el blog www.satelitekingston.blogspirit.com, en el cual diversos memoriosos empezaron a aportar e hilvanar anécdotas sobre ese pliegue en la historia del rock argentino de los ‘80 en el que, con Los Fabulosos Cadillacs a la cabeza de la popularidad, el ska vivió una fugaz primavera cuadriculada, con bandas como Los Intocables, Chiflados o Romana Patrulla. “El libro es una celebración del hecho de que el ska siempre haya sido una microescena, lo que la hace más interesante”, dice Flores, quien a pesar de integrar una banda de ska desde hace una década decidió dejar que el relato fuera construido a través de múltiples narradores de su libro –desde el cantante de Skabú Simbel al fabuloso cadillac disidente Naco Goldfinger–, porque “contar una historia de estructura coral refuerza la idea de escena”.
El resultado de este libro tiene el mismo sabor energético y arengador que el arranque del hit de Madness One Step Beyond, porque a la pasión que los protagonistas meten a las anécdotas se suma un conocimiento real del objeto de estudio. Esto se luce en el apartado sobre la discografía completa del ska argentino, que el autor detalla en 85 álbumes. Y porque, como toda historia fundacional, La manera correcta de gritar (título tomado de una canción del disco debut de los Cadillacs) tiene su propio y heroico eslabón perdido: se trata del hallazgo reivindicatorio de Ronnie Montalbán, un rude-boy de Mataderos –¡sí, el ska argentino nació en Mataderos!– que en 1970 grabó el disco Señor Caníbal, que incluía la pionerísima Jamaica Ska, y que aún aparece en formato vinilo en alguna disquería de rarezas. “Está bueno lo que hizo Ronnie, aunque es primitivo y te puede hacer acordar más a Palito Ortega que a los Skatalites”, reseña Flores, que durante su investigación logró dar con el hijo y con la viuda del padre del ska argentino, fallecido en 1983. El libro, que se consigue en disquerías independientes, fue editado a través de Libros de Una Isla, una editorial creada por la propia banda Satélite Kingston, que destila orgullo de género: “El ska es la forma más elegante de ser rocker”, dispara Flores, mientras se ajusta el saco y acomoda el ala del sombrero.
La madre de todas las "Tapologias"
El rock, a diferencia de otros placeres, no entra por los ojos. Sin embargo, el aspecto visual de los discos tiene un peso evidente, como se desprende de A todo volumen, el lujoso trabajo conjunto realizado por el periodista Sebastián Ramos y el diseñador Marcelo Morán (con el aval del gobierno de la Ciudad), que consigna los relatos que se ocultan detrás de unas 80 célebres tapas de discos de rock argentino. Este repaso estético y narrativo sobre portadas discográficas incluye desde Charly García, Pappo o Litto Nebbia hasta Pez, Los Auténticos Decadentes o Los Natas, y tiene como recurso destacado la multiplicidad de criterios analíticos: el propio diseñador de la tapa puede recordar el proceso creativo, el músico que editó el disco puede aparecer criticando algún aspecto de la tapa, o pueden dispararse diversos links, referencias o guiños. Como la inspiración de la tapa de ¡Bang! ¡Bang!... estás liquidado, de Los Redondos, en el pintor español Francisco de Goya. Como la deliciosa polémica autoral entre Andrés Calamaro y un estudio de diseño gráfico en torno de las viñetitas que aparecen dibujadas en la tapa de Buena suerte, de Los Rodríguez. Como la similitud de las “muñecas de tapa” que ilustran Belleza, de Juana La Loca; Only Love Can Sustain, de Spinetta o Bicicletas, de Bicicletas. Como los cameos de diseñadores famosos (Roberto Pettinato en After chabón, de Sumo; Federico Klemm en Manzana de metal, de Altocamet; o Luis Alberto Spinetta en Almendra, de Almendra). O como la áspera historia del también áspero arte de tapa Las manos santas van a misa, de Las Manos de Filippi, cuyo librito interno muestra a Daniel Grinbank, empresario fundador de la FM Rock & Pop, con unos genitales pequeñísimos y crucificado como Jesús. Acaso una cristalización enciclopédica de la sección Tapologías de este suplemento, A todo volumen (130 pesos) es un justo, efectivo y reconfortante homenaje a las tapas de discos, esos cuadrados que llevan la pesada carga de traducir a colores y formas todas las emociones contenidas en diez o doce canciones.
Corazón delatorEn términos futbolísticos, el regreso de Soda Stereo en 2007 tuvo más que ver con el riguroso hiperprofesionalismo del Milan o el Real Madrid que con el espíritu de tozudez casi amateur propia de Atlas, la otra pasión. En sintonía con ese tono imperante en el retorno del trío, el libro Diario de gira –colaboración entre el periodista Marcelo Fernández Bitar y el fotógrafo oficial de la banda, Damián Benetucci– es un cuidado, curado y estetizado testigo del verdadero fenómeno que la gira Me Verás Volver significó en términos de producción y espectáculo (aspectos acaso más enfatizados que la emoción rocker o la nostalgia). Con una edición lujosa, la selección de fotos y retratos parece evitar la espontaneidad o el clima a veces rastrero del backstage: a diferencia de otros registros de “banda en gira”, aquí no hay, por ejemplo, fotos de plomos dormidos, ni de vomitadas en mingitorios, ni de músicos ojerosos y en jogging masticando papas fritas con la boca abierta. El álbum fotográfico del regreso de Soda Stereo prefiere centrarse en la magnificencia de las escenografías, los sombreros extravagantes, los retratos bien elegidos, los abrazos en blanco y negro, la diversidad del merchandising o hasta los bocetos de los diseñadores (como el imperdible photoshopeo capilar que mezcla los peinados y presenta a Cerati con el desmechado canoso de Charly Alberti, a Zeta con los rulos de Cerati y a Charly Alberti con la pelada de Zeta).
Los textos, a pesar de ser muy sobrios, incluyen buenos documentos; como la inclusión de los e-mails con los que el trío y su manager acordaron reunirse para discutir pormayores y pormenores del regreso (“Te quería comentar algo que estoy empezando a sentir con lo de Soda”, le escribió Charly Alberti desde su cuenta al manager Daniel Kon) o como la copia de la página final del contrato del operativo-retorno (sin cifras, claro) con los flamantes ganchos puestos por Gustavo Adrián Cerati, Héctor Pedro Juan Bosio y Carlos Alberto Ficchichia. Eso también es rock.
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