CLAUDIO O’CONNOR SE PROPONE EVITAR LA NATURALEZA MUERTA
“Estoy lejos de la fórmula gremialista del heavy argentino”
El ex cantante de Hermética y Malón lanza el séptimo disco de un proyecto con el que promueve la revolución del amor como remedio al Apocalipsis.
Por Juan Ignacio Provéndola
“Se acerca el fin y estalla la revolución”, anticipa en una canción del reciente Naturaleza Muerta. Pero la procesión, se sabe, va por dentro, y Claudio O’Connor está más decidido que nunca a despegar su nombre de la iglesia ortodoxia metalera (pese a que, musicalmente, siga más cerca de Black Sabbath que de AC/DC). Su proclama no tiene la contundencia del que explota su potencial imprevistamente sino la paciencia del que racionaliza su esfuerzo a largo plazo. Ya desde el segundo disco, Yerba mala nunca muere (2002) plantó su bandera invitando a Adrián Dargelos de Babasónicos y bancándolo ante un Cemento lleno de metaleros poco amigables. De allí en más, el distanciamiento de la sacrosanta escena heavy local fue cuestión de tiempo. Y de discos: marcó el camino a razón de casi uno por año con constantes cambios de bateristas y guitarristas pero con la permanencia de Hernán García, bajista pero también socio compositivo de O’Connor.
–¿A qué responde este exilio del metal?
–No sé a qué llaman “alejamiento”. Los temas siguen sonando poderosos. Eso sí, nos alejamos de la fórmula gremialista del heavy argentino. En las bandas anteriores en que estuve, la cosa funcionaba más tipo secta: no podía entrar ni salir nadie y la música tenía que ser de una determinada forma. Eso, en un momento, dejó de interesarme y preferí ejercer mi libertad como artista. No estoy en contra de la gente que cultiva ese tipo de estilo, pero el mío es otro. Uno evoluciona y cambia, si no se aburre de lo mismo. Ahora manejamos un abanico de climas y de ritmos, aunque le suene raro a la gente que me veía antes. Igualmente, en mis shows, siempre hago temas de Hermética y ahora también de Malón.
–¿Qué queda de la época de Hermética?
–Todos sus ex integrantes estamos muy lejos de lo que fue Hermética, y no hablo sólo de popularidad, sino también de genialidad. Sufrí muchísimo cuando nos separamos, como si se hubiese muerto un ser querido, porque creo que podíamos habernos convertido en algo realmente grande. Pero la vida continúa y tuve que preocuparme de otras cosas.
–Naturaleza muerta suena muy apocalíptico en el título de un disco...
–A todos los discos anteriores les pusimos los nombres una vez terminados. Acá fue al revés: primero surgió el título y trabajamos las canciones en virtud de él, así que es el más conceptual de toda mi carrera. Habla de que está todo mal, acá y en el mundo, pero que de, todos modos, hay que continuar. Escribí letras sobre el deterioro de la vida y del mundo mismo, y cerramos el disco con un tema a nuestros hijos como para decir que, al final, hay esperanza en el futuro, que no todo está perdido. Estoy en un momento de mi vida muy positivo y feliz.
–En Tecnósfera criticás duramente la tecnología. ¿Cómo te llevás con ella?
–Tengo mail y compro en sitios de subastas, pero no me vuelvo loco si un día me cortan Internet. La tecnología está buena hasta que te enferma volviéndote esclavo y adicto a ella. Puede servir para evitar el calentamiento global aplicándola en lugar de hidrocarburos y cosas que contaminan, pero estamos listos si vamos a usar la tecnología sólo para estar todo el día jugando a la PlayStation.
–¿Cuál es la revolución que anunciás en No tenemos opción?
–¡La del amor (risas)! La de aplicar el refrán que dice: “Si hizo daño, pida perdón”.
–¡Eso suena muy hippie!
–En realidad suena a iglesia evangelista. Lo leí por la calle y me pareció bárbaro. No tenemos que alejarnos por nuestros estilos, sino acercarnos por nuestros sentimientos. La juventud se tiene que unir y las bandas de rock demostramos, en festivales, que podemos contribuir a eso. Puede ser nuestro aporte para que el mundo sea un poco mejor.
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