TANGOS Y FADOS SEGUN KARINA BEORLEGUI
La Portuaria
En el 2000, Karina Beorlegui fue revelación gracias a su papel en la opereta criolla de Alejandro Dolina Lo que me costó el amor de Laura. Desde entonces fue marcando su estilo en vivo y en dos discos, Caprichosa y el nuevo Mañana zarpa un barco. Estilo que incluye una voz que recuerda a Azucena Maizani y el intento de crear un puente entre el tango y el fado, entre Lisboa y Buenos Aires, entre dos puertos y dos melancolías.
Por Juan Pablo Bertazza
Vengo de pelearme con el taxista: el tipo no podía creer que, con este calor, le pidiera apagar el aire acondicionado.” Podría parecer un detalle, pero esas primeras palabras que suelta Karina Beorlegui con mirada fija, voz nómada y una risa tan contagiosa como las melodías arrabaleras que su abuelo le silbaba en la infancia, sugieren uno de los secretos de esta actriz y cantante: el contundente poder de decisión que la llevó a trabajar un año con Los Macocos (“cada vez que entramos a un concierto, rindo homenaje a Javier Rama repitiendo una frase suya: olvidémonos de la técnica, vamos a disfrutar”), ser revelación en Lo que me costó el amor de Laura (2000) –la opereta criolla de Alejandro Dolina–, y participar de numerosos festivales internacionales de Tango (“son magníficos porque rompen las barreras típicas entre músicos y bailarines: en Lisboa, por ejemplo, combinamos junto a una fadista música de tango con un poema de Pessoa”). Esa misma convicción sin conveniencias ni especulaciones la sigue acompañando ahora que sacó su segundo disco, Mañana zarpa un barco, en el cual profundiza junto a los Primos Gabino –Nacho Cabello, Juan Pablo Lew y Esteban Ruiz– las relaciones íntimas entre tango y fado, una música no muy visitada en nuestro país y en la que se metió de lleno sin contar con linaje ni sangre portuguesa.
“Hace ocho años yo decía la palabra fado y todos me preguntaban con qué se come eso. Me siento un poco pionera porque siempre recomendaba escuchar a Mísia o a Amália Rodrigues, que es como Gardel. Ahora hay un redescubrimiento del fado a partir de una nueva camada de jóvenes, algo similar a lo que sucede acá con el tango”.
¿Cómo y cuándo decidiste viajar a Portugal?
–Conocer la música de las fadistas me generó un deseo irrefrenable de meterme en ese género y de conocer los lugares que narraban. En 2004 fui a Lisboa por primera vez, abriéndome camino con mi primer disco de producción independiente, Caprichosa. Ahí conocí a Miguel, una especie de mecenas de los tangueros en Portugal, que es el dueño de El último tango, un restaurante argentino en pleno corazón de Lisboa lleno de posters y música de tango, como tal vez no haya ni en Buenos Aires: hacen asados, importan carne argentina y malbec; un refugio donde escuchás al Polaco Goyeneche mientras comés un asado para que se te vaya un poco la saudade argentina. Desde entonces fui a Lisboa tres veces más, y siento que en el último viaje cerré un círculo porque, además de presentar este disco en una gira por Castilla-La Mancha (la ruta del Quijote), pudimos dar un concierto en ese mismo restaurante y también en Braço de Prata, una fábrica de armamentos recuperada que funciona como centro cultural, impresionante, muy bien cuidado. Y eso que yo siempre digo que, en Portugal, son un poco los sudacas de Europa, en el sentido de que tienen que hacer cola para tomarse un tren.
¿Qué diferencias notás entre Caprichosa y este nuevo disco en cuanto a las relaciones entre tango y fado?
–Caprichosa era más ecléctico y más tanguero en cuanto a sonido; en este disco, el predominio de las guitarras creo yo que disimula un poco el puente, como si el aire de esas guitarras no fuera una mera fusión sino algo común a las guitarras gardelianas y a un típico trío de fado. Por otro lado, el acordeón reemplazó al bandoneón, lo cual trajo agua –símbolo por excelencia del ida y vuelta–, marineros, barcos y un puerto que puede ser cualquier puerto del mundo.
MUCHACHA PUNK
“Algunas cosas las venimos a modificar desde un lugar de transición porque el tango todavía está cambiando, no encontró su forma definitiva y eso está bueno”, dice Karina Beorlegui, quien se siente parte de un movimiento de renovación, en el cual destaca a Walter “Chino” Laborde y a Hernán Lucero.
¿Te costó acceder al ambiente por el hecho de ser mujer?
–Sí, es difícil ingresar a un género tan marcado por hombres, aunque también lo es el rock, a veces me dan ganas de preguntarle a Fabi Cantilo si no pasó por las que pasé yo. También me dan ganas de preguntarle, vía médium, a Libertad Lamarque o Tita Merello si las cosas cambiaron tanto: yo creo que la mujer ocupa más lugares, pero todavía muchas cabezas funcionan como entonces, y me incluyo: a veces tengo frases machistas y, por otro lado, me gusta ese tipo de seducción.
Karina Beorlegui es algo así como una rockera que canta de todo menos rock. Comparte con muchos de sus colegas renovadores un look tan vital como moderno y la capacidad para no encasillarse, aunque a la vez la caracteriza una voz prístina que recuerda un poco a Azucena Maizani y repertorios que evidencian conocimiento y respeto por los monstruos antecesores.
“A los 14 sí tenía bandas de rock, un poco por el auge post Malvinas: los primeros mangos que me gané con la música fueron con un grupo cantando en fiestas. Pero fue parte de un proceso de la adolescencia, de identificación. Me gustaba Sumo, Los Violadores, era medio punkie. Algo de eso me quedó: cuando canto ‘Tabernero’, no puedo dejar de agarrar el pie del micrófono y levantarlo. Es más, varias veces me pasó ligar algunos escenarios masivos con Dolina, como el Parque Nacional a la Bandera en Rosario donde hubo 8500 personas mirando y te juro que se me estremeció la piel, o el Estadio Centenario de Uruguay, con diez lucas de gente que esperaban por los Babasónicos y me observaban cantar un tanguito al piano. Pensaba que me iban a tirar con todo, pero lo tomaron muy bien. Ahí cumplí mi sueño de chiquita.
¿De dónde viene esa predilección por tangos de la década del ‘40 como “Nuestra cita”?
–Mucho tiene que ver el Negro Dolina, a quien siempre recurro para que me muestre todos los tangos con temática de puerto, entonces él te hace una lista interminable y ahí los voy escuchando. Al ser actriz me gustan las historias, como si fueran los libretos de una escena. Y el primero que me sugirió cantar “Nuestra cita” y “Manoblanca” fue Gabriel Rolón. Otras canciones las busqué yo. No sé qué explicación darle pero, increíblemente, si me gusta un tango casi siempre me termino enterando de que es de la década del ‘40. Es una fascinación similar a la que tengo por las canciones sobre puertos. Yo qué sé, si creyera en otras vidas... ¡a lo mejor fui pescao!
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