UN MUSICO ELIGE SU CANCION FAVORITA
Qué lástima, pero adiós
Por Javier Blaya
Cuando salió Abbey Road en Argentina, era 1970, yo tenía 12 años y era fanático de Los Beatles desde que había visto Anochecer de un día agitado con mi hermano Carlos cinco o seis años antes.
Las noticias no eran buenas. Grababan cada uno por su lado, se peleaban todo el tiempo, tomaban drogas y aquellos últimos discos eran demasiado locos. Para colmo una japonesa fea se había puesto en el medio y era ella, sin duda, la causa de todos estos males. Si Los Beatles se separaban el mundo empezaría a ser cada día más horrible. Venían acompañando mi vida desde hacía años. ¿Qué los podría reemplazar? Por otro lado, no había razón para entrar en esa locura, eran jóvenes, hermosos, tenían todo lo que podían desear. Todas, absolutamente todas las canciones que salían eran de buenísimas para arriba. Podían elegir entre todas las mujeres del mundo, ir a donde quisieran, cuando quisieran. ¿Qué estaba pasando?
Recuerdo que era un sábado. Estábamos en la quinta y no había nadie a la vista. Cosa extraña porque éramos seis hermanos y contando parientes y amigos, la casa contaba con una población promedio de 20 personas por fin de semana. Carlos tenía el disco, se lo había comprado ese viernes. Yo me filtré en su cuarto y me lo llevé al living para escucharlo en un tocadisco rarísimo con forma de flecha, que por esa época fabricaba mi viejo o, mejor dicho, fabricaba Noblex que era la empresa donde trabajaba mi viejo.
Empezaba con “Come Together”, una canción rarísima, monótona y sufrida. Lennon gritaba de otra forma, no eran aquellos gritos de alegría y euforia. Era un canto desgarrador y profético. Las canciones que seguían eran otra cosa. Se parecían a un disco “normal” de Los Beatles, “Something”, “Oh Darling” dos canciones perfectas y fáciles de asimilar. “Maxwell” y “Octopus’ Garden” dos canciones bonitas y graciosas. Podían reírse otra vez. Buena señal. Estaban disfrutando de lo que hacían.
Pero sólo era un espejismo, el último manotón del ahogado. Ahí, esperando agazapada, estaba esa canción que cerraba el lado A del disco, lo que yo llamaría la canción definitiva: “I want you (She’s so heavy)”. “Te amo, ella es tan cargosa”, así se tradujo acá. Podía verse, sobre el negro vinilo y a simple vista, lo larga que era. Casi el doble de las canciones anteriores. “I want you (She’s so heavy)” era un título desolador, no podía referirse a otra cosa que al nuevo romance de Lennon con la japonesa. No había más nada que escuchar, ese tema era el Apocalipsis mismo y terminaba abruptamente, dando un portazo directo en mi cara, y después, el silencio. ¿Era un chiste? ¿Una burla a todos aquellos que veníamos siguiéndolos? ¿Era un insulto de Lennon a McCartney? ¿Era el último pedido de McCartney a Lennon? Sin duda John estaba pateando el tablero. Volví a escucharla. Pocas notas, reiteración hasta el infinito, sonidos raros, confusión. Había un mar que se escuchaba en el fondo. Casi sin letra:
I want you
So bad
It’s driving me mad
She’s so heavy.
Un “shock estético”, eso significó esa canción para mí. Lo había experimentado por primera vez al ver Yeh, Yeh, Yeh y volví a experimentarlo en ese momento. La canción más rara y más asombrosa que escuché en toda mi vida. Dejaba a una mujer y se encontraba con otra, pero era todo un mundo el que Lennon dejaba atrás y era todo un gran mundo el que había por delante. Después vendría todo lo demás. El fin de Los Beatles, la lucha contra la guerra de Vietnam, las drogas pesadas, ella que decide dejarlo ir, la vuelta, el nacimiento de Sean, el retiro por cinco años, y ese maravilloso e inmortal disco que fue Double Fantasy. Un disco tan bueno como cualquier disco de Los Beatles, y Lennon fue el único de los cuatro que lo consiguió.
Nada tuvo mayor influencia en la separación de Los Beatles que la aparición de Yoko. Nada podía apresurar más las cosas. Esa mujer de espeso pelo negro y ojos rasgados, era un monstruo que venía a decirles y a decirnos: Basta con este circo. Ya no somos niños. En el mundo están pasando muchas más cosas malas de las que podemos imaginar. Están borrando del mapa a Vietnam y a las mujeres, los niños se mueren de hambre, terminemos con esto, ¡hagamos ya la revolución!
Eso fue esa canción para mí cuando tenía 12 años y toda la vida por delante. Abbey Road, y sobre todo, “She’s so heavy” me enseñó a componer, me ayudó a ver un mundo nuevo en el arte y en la vida, corrigió para siempre mi punto de vista.
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