En su segundo álbum, la banda le rehúye al título de “graciosa” y ofrece un documental sonoro y poético que recorre el fango urbano, ubicándose a la vez en una especie de mangrullo panóptico que habilita mirar hacia afuera y hacia adentro al mismo tiempo. Afuera es un caos y están todos desquiciados por cosas sin sentido. Por eso, cuenta Lucio de Caro, los Nikita Nipone se metieron a estudios para registrar El extranjero, su segundo larga duración, en el que hacen turismo isométrico por sobre las bravas, caóticas e injustificadas situaciones que la ciudad regala. “En realidad –interfiere su voz–, la ciudad no te pide que vivas así, uno se la puede tomar más tranquilo.” Pero, bueno, admite que el denominador común “es que están todos en el horno, preocupados por idioteces enormes que no le interesaban al ser humano antiguo, cuya única preocupación era sobrevivir”. Como habitante sin carta de ciudadanía aún, Nikita Nipone ha venido sobreviviendo a la década más difícil para el rock argentino (quitando aquellos años de la fundación, entre censura y exilio), desde que en 2001 apareció en la televisión como ganadora de un concurso de la señal MuchMusic, pasando por la edición de dos EPs y dos álbumes, y acabando en su presentación de hoy en Samsung Studio (Pasaje 5 de Julio 444, a las 21). “Antes le dábamos un tratamiento más grotesco al humor, decíamos el chiste; y luego no quisimos más estar encasillados como una banda graciosa. Con El extranjero comencé a contener el chiste y a sacarle ese jugo agridulce, y dar ese jugo. El nervio central de la lírica de estas canciones está en sintonía con un momento de la gente urbana, en el que todo está limado, todo es un sinsentido.” El extranjero es, entonces y a su manera, un documental sonoro y poético que recorre el fango urbano, del desamor (“Analía”) a la inercia (“Apagar el motor”), desde el berretín chismoso (“No me importa el qué dirán”) hasta el chusmerío berreta del jet set (“Opciones”), ubicándose a la vez en una especie de mangrullo panóptico que habilita mirar hacia afuera (“El extranjero”) y hacia adentro (“Dime lo que hiciste”) al mismo tiempo. “Dime lo que hiciste cuando eras niño y te diré qué tipo de persona vas a ser”, reelabora el refrán en haiku en esa última canción, y tiene por qué: “En el momento en que tomás decisiones para tu vida adulta, entra en la balanza el tipo de persona que querés ser. ¿Te vas a destacar por ser un buen tipo o por ser un hijo de puta gracioso o exitoso? En esa canción intenté exponer el momento de inflexión desde que sos niño y todo es una aventura, hasta que se te va cerrando el camino. ¿Qué te levanta y qué te tira para atrás? Es un ejercicio de autoexploración, preguntarnos si habremos decidido bien”, la pone en contexto. De Caro es ingeniero y, a través de sus trabajos tempranos en ese campo, conoció “las reglas del sistema”, como él llama a ese entramado de pautas no dichas para el comportamiento en una urbe del siglo XXI. “El sistema se arraiga en valores que no tienen nada que ver con los ancestrales: matarse por llegar, y nadie sabe a dónde o a qué; matarnos por el mango, matarnos por celos”, va definiendo, pero enseguida aclara que también ha visto “lo otro”, ese pantallazo “del rock y de la juventud que va a los recitales, que crea cosas”. De cualquier modo, abreva en que “en ese ámbito también los valores antiguos están perdidos”, y más allá de ser un buen tema para un documental del History Channel, lo cierto es que De Caro hace esa lectura meramente a título personal y como elemento para su arte, y que se intuye en ella una decisión de ocuparse por el ascenso individual, como persona, más que por crecer como empleado, contribuyente o líder de opinión. “No quise pasarme la vida trabajando para acumular guita con la que luego no pudiera irme de viaje porque debía seguir acumulando. Trabajo, claro, pero hago usufructo de las facilidades y oportunidades que me da el sistema, en pago por todo lo que el sistema me pide: pagar la luz, pagar el gas. Pero no lo tomo como una lucha contra la sociedad, ni contra mis ‘competidores’ en algún campo. Intento sobrevivir, enamorarme, reír, tener amigos y no dejar que me empuje una mano invisible.” Dice De Caro que lo único que los empuja es su “apuro artístico”, esa pulsión creativa implacable que ha alimentado lo más rico del cancionero de este lado del mundo. Y en eso, los Nikita han colaborado recientemente con dos nombres más que presentes: el productor Mariano “Manza” Esaín, a cargo del cincelado final de este disco, y Andrés Calamaro. Con el Salmón, la movida vino por otro lado: se conocieron en la entrega de los Premios Gardel 2008 (para los que la banda estuvo nominada en la categoría Mejor Album de un Nuevo Artista de Rock) y el respeto mutuo derivó en el proyecto Convoy Larrosa, en el que los Nikita Nipone les ponen música y Calamaro voces a los escritos de Jorge Larrosa, fotógrafo y poeta de La Zurda. “Fue una experiencia increíble conocer a un gran tipo como Andrés y verlo manejarse en el estudio. Tenerlo en la flor de su trabajo, produciendo y grabando, fue una experiencia riquísima. A Jorge lo conocimos poco, pero su escritura es muy particular”, destaca De Caro. Ubicados sónicamente en una congregación de rock argentino con tradición cancionera, foxtrot, un decir milonguero y melodías en progresión constante (lo que empieza a quedar bien claro en el tema de apertura del disco, “Va queriendo”, en el que invitan a tener cuidado y no hacer todo por amor), los Nikita Nipone consiguen, en esta cuarta entrega, su mejor obra a la fecha, dotada de una madurez fuera de conflictos con la frescura y un análisis que conjuga provechosamente la severidad con la compasión. “Estamos cumpliendo diez años como banda y se nota. Para poder entender algunas cosas se te tiene que empezar a caer el pelo. Pero algo que siempre hubo fue autenticidad de sentimientos: nunca corrimos detrás de una moda porque entendimos que era la única manera de obrar”, asegura el cantante y guitarrista. “Es nuestro apuro como artistas lo que queremos transmitir, la necesidad de bajar lo que nos pasa en canciones para descargar el rígido.”
SERGIO PALACIOS, UN GRAN CIENTÍFICO DE LOS FIERROS DE CARRERA
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