“Cambiaron mucho los tiempos”
El músico, que estuvo con Charly, Fito, Skay, Calamaro, Lebon y Spinetta, armó su segunda banda propia en más de 30 años, porque –sostiene– ya no tiene tanto trabajo como antes. “Se puso bravo el negocio de la música... diría que patético”, se queja el batero.
Por Cristian Vitale
Generación + Pubis Angelical + Corpiños en la madrugada + Desnuque + El amor después del amor + Talismán + un largo etcétera de discos clave del rock argentino de los últimos treinta años configuran el nutrido y diversificado background de Daniel Colombres. En no más de 30 años se fumó caprichos, mimos y urgencias de –dicho está– Charly García, Fito Páez, Skay, Andrés Calamaro, David Lebon e incluso de Luis Spinetta (reemplazó a Jota Morelli durante las presentaciones de Pelusón of Milk) y de todas las experiencias sacó tajada. “Pero ya fue”, retruca él, con cierto dejo de pesadumbre. “Han cambiado los tiempos y ahora los músicos llaman a tipos más pendejos porque cobran menos y entonces, los que tenemos una trayectoria importante tenemos que salir a remarla otra vez. Se puso bravo el negocio de la música... diría que patético”, se queja. La escasez de fuentes de trabajo, entonces, explica una de las razones de Almazen, el grupo que el experimentado baterista de 52 años armó junto a Federico Boaglio en bajo, Cato Fandrich en teclados y Fernando Pareta en guitarras, con el fin de empezar a remarla otra vez. Tiene 13 temas (11 propios), se llama igual que el grupo y lo presenta el sábado próximo en Caras y Caretas (Venezuela 330). “La banda suena de puta madre, pero vamos a ver si viene gente... nunca se sabe”, extiende.
–Es la segunda banda propia que arma en más de 30 años. ¿Fue la necesidad de trabajar para otros lo que le impidió de-sarrollar una trayectoria más prolífica en cuando a proyectos personales?
–Inconscientemente sí, porque terminaba de tocar con un artista y me llamaba el otro, y así... no tenía tiempo ni de pensar, y como fui padre a los 26 años, empecé a cargar con la responsabilidad de tener que tomarme la música como un trabajo. Tener que educar y alimentar un hijo hizo que se me fueran las ganas de formar una banda propia y, ya ves, excepto La Groovísima, siempre aparezco en los créditos de otros artistas.
–¿Qué pasó con La Groovísima? Había alcanzado un nivel de exposición mediática intenso como banda de sonido de Duro de Acostar, el programa de Pettinato, a mediados de los ’90.
–Esa fue la causa del error. Mientras duró fue bien, pero después fracasó. El error de haber aceptado tocar en un programa de TV fue mío
–¿Por qué?
–Fue como sepultar a la banda, porque meter a un grupo que funciona como tal en un programa de TV implicó que, al terminar el programa, la gente pensara que la banda también había terminado. Además, se empezaron a ir los músicos porque no había más platita y se habían engolosinado... La Groovísima me explotó en las manos.
Diez años tardó el versátil Colombres en juntar ánimo para rearmar otra banda con su sello. En el medio, grabó dos discos seminales con Skay (A través del mar de los Sargazos y Talismán), se acopló a múltiples proyectos de Litto Nebbia (el retorno de Los Gatos, a dos baterías con Rodolfo García; La luz y El palacio de las flores, con Calamaro) y fundó Almazen. “Es un jueguito de palabras –se ríe–. Por un lado, porque yo sigo diciendo ‘voy al almacén’, que hoy es un término en extinción, ¿no? Y por otro, porque hace dos años tuve un tumor de colon y me leí un arsenal de libros zen para fortalecerme y poder contrarrestar los efectos de la quimio, que son devastadores”, cuenta.
–Una diferencia central con La Groovísima es que esta banda, excepto “Mañana”, de Los Gatos, y “I don’t need no doctor”, de Humble Pie, tiene todos temas propios, mientras aquella banda tocaba covers...
–Sí, y elegí esos dos temas por razones puramente emotivas. “Mañana” porque fue la que más disfrutaba tocar durante el retorno de Los Gatos, y la de Humble Pie es una canción que yo escuchaba mucho cuando era pequeño, y que no volví a oír jamás hasta el año pasado, cuando la conseguí en la Bond Street. Fue algo absolutamente del alma, sin mente.
–Pregunta histórica: el revisionismo del rock menciona poco a Pastoral, pese a la gran cantidad de seguidores que tenía el grupo y a la belleza poética de muchas de sus canciones. ¿Por qué, dado que usted tocó con ellos, cree que no se la pondera?
–Para mí fue una experiencia enriquecedora. El bajista y yo arreglábamos casi todos los temas porque ellos (Alejandro de Michelle y Miguel Angel Erausquín) no tenían la menor idea de cómo se arreglaba. Gustavo Donés y yo armábamos todas las bases, y se trabajaba mucho, pero había una mala relación humana con ellos, debe ser por eso.
–¿A qué nivel?
–A nivel dinero. No había acuerdo y yo terminé yéndome.
–Poco antes del accidente en el que De Michelle perdió la vida, en 1983...
–Sí, él se había enojado mucho conmigo. La gente que amaba a Pastoral los recuerda, pero puertas adentro del mundo musical no fueron muy queridos. Eran medio delirantes, se la creían demasiado. A ver... si componés bien, componés bien, la gente te lo reconoce, pero si lo estás refregando todo el tiempo, es un exceso.
–¿Le pasó algo similar en el resto de los grupos que integró desde esos primeros ’80 hasta hoy?
–No así. Sí, hubo algún que otro problema, pero yo más crecido y con más experiencia trataba de lucharla de otra manera. La de Pastoral fue la que más me marcó en esto de pelear un sueldo, pedir aumento, negociarlo y discutirlo. El disco que grabé yo (Generación) se negoció por sindicato y cuando fuimos a cobrar vinieron los dos y nos pidieron la mitad de la guita... un absurdo.
–Un tema tabú, casi. En general, hay resistencia de los músicos a “ventilar” los problemas que ocurren con la paga en el trabajo musical, con todo lo que implica en términos de productividad. Un problema económico incide directamente en las ganas del músico. ¿Con quién se sintió más cómodo en este sentido?
–Con Spinetta, cuando me llamó para reemplazar a Jota Morelli durante los siete meses de shows que duró la presentación de Pelusón of Milk. En 10 días saqué un material muy difícil de tocar, y económicamente no vaciló en pagar bien... él es muy respetuoso con los músicos, igual que Páez, Lebon o Nebbia. A los demás no los nombro.
–¿Y Skay?
–Todo bien, lo que pasa es que me fui porque me impresionó mucho Cromañón. Habíamos tocado ahí tres meses antes de la tragedia y era medio que ellos comulgaban con toda esa política de las bengalas y entonces no tuve ganas de seguir estando en ese núcleo, nunca había curtido ese ambiente ricotero, me sentí inmerso y no quería... Cuando pasó Cromañón, yo había tenido una nenita hacía nueve días, y me terminé yendo de la banda.
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