La música calma a las fieras
Empezó como un proyecto para un festival austríaco de arte y tecnología y durante un año Gabriela Golder recopiló, grabó y subió a Internet todas las canciones de cuna que encontró. Pero cuando la página de Internet sumó la posibilidad de que cualquiera desde cualquier lugar del mundo hiciera lo mismo con un video, arrorrolullabies.com.ar se convirtió en algo increíble: un reservorio de mitos, historias, idiomas, músicas y sonidos que podían perderse u olvidarse para siempre.
Por Diego Braude
Cuando los hermanos Jakob y Wilhem Grimm comenzaron a recopilar cuentos tradicionales, lo hicieron trasladando las narraciones orales que les habían sido confiadas a formato literario. ¿Qué hubiera ocurrido si estos investigadores hubieran contado por aquellos días con Internet? ¿Acaso habrían filmado o grabado en audio a sus fuentes, posteándolos directamente a la web? Ellos, que estaban preocupados por estudiar el lenguaje, habrían hallado cómo las diferentes formas de oralidad respondían a criterios regionales tanto como de clase, y cómo en procesos migratorios se conservaba la lengua original como manera de mantener las raíces culturales.
Proyecto Arrorró (http://www.arrorrolullabies.com.ar/) fue originalmente concebido en 2009 para 80+1 (http://www.80plus1.org/), un ambicioso emprendimiento del festival austríaco de arte y tecnología Ars Electrónica. Gabriela Golder, la madre de la criatura, recopiló y subió a la web del proyecto durante más de un año canciones de cuna, primero de Argentina (de donde todavía son la mayoría de los registros) y luego del resto de Latinoamérica y el mundo. Durante toda esa etapa de trabajo, viajó por Buenos Aires y a otras múltiples locaciones para filmar a personas de distintas colectividades, profesiones y sectores sociales cantar sus nanas. Al agregar una opción en el sitio web de Arrorró para que cualquier usuario pudiera subir sus propias grabaciones caseras, el archivo adquirió vida propia. Los Grimm se hubieran muerto de envidia. No obstante, si bien en la actualidad es posible almacenar una cantidad de información como nunca había sido posible antes en la historia de la humanidad, la cuestión es la manera en que ese magma de datos se hace accesible a los demás.
Desde uno de los clips, Juan Carlos, porteño descendiente de caboverdianos, cuenta haber heredado de sus ancestros Cavalín de perna quebrada, la fábula de un jinete que lleva a su jamelgo rengo hacia tierras lejanas, donde habita un monstruo que se come a los niños. Detrás de Juan Carlos, una mujer baila al son de su canto y lo mismo ocurre en otro video cuando es el turno de Agustina, con Sodade, y se arma un coro improvisado con percusión incluida que va completando la letra cuando alguno la olvida; no recuerdan solos, sino de manera colectiva. “Ahí tiene que ver con la cultura de ellos, no con la emoción, sino con contarse cómo era allá”, dice Golder, que registró esos testimonios durante un almuerzo con miembros de la comunidad caboverdiana.
En la web de Arrorró, los videos son breves y de acceso simple, teniendo la opción de ordenarlos por ubicación geográfica o idioma, permitiendo al usuario armar un recorrido personal. Los entrevistados miran a cámara, dando un testimonio del origen y el significado de la canción, y cantan. La artista y su equipo se movieron de manera asistemática, con una pista usualmente llevando a la siguiente a medida que se esparcía la noticia de la llegada del proyecto a cada lugar. Así también fue como llegaron a la comunidad eslovena en Mendoza, la Qom en Chaco y otras tantas. “Grabar cada una de estas canciones, o varias de éstas”, explica la autora recordando el proceso de entrevista, “era ir a tomar el té con una señora que nos abría todos los álbumes de fotos, y nos cantaba una, y miraba las fotos y se acordaba de otra... Es la canción que es la vida y también es la resistencia, por eso lo saco de ser una canción coyuntural para el niño chiquito”.
En otro de las testimonios, Lourdes recuerda cómo su madre le cantaba en una idioma que no entendía. Era aymara, su lengua, la cual de adulta comenzó a atesorar y recuperar, como lo había hecho antes su madre. Y en otro, Dora, paraguaya residente en Buenos Aires desde pequeña, canta en guaraní “Grillos, grillos, grillos, vengan, vengan, vengan, canten para que mi hijito duerma”. “Esto aprendí escuchando en Paraguay, y lo cantaban todas las que son madres y las que no son madres también”, recuerda y después agrega contenta, “gracias a Dios que no me olvidé nunca...”. El viaje hacia la infancia, para el migrante o su descendiente, es también el viaje hacia la lengua heredada, la que en muchos casos está en peligro de extinción. Entonces, el que canta se esfuerza por retener aquello que se está disolviendo, como si una parte de quien es pudiera irse con aquella palabra que deja de existir.
El material registrado en Arrorró cuenta historias, que se encuentran tanto en los entrevistados mismos como en las letras cantadas, heredadas, inventadas, usadas por padres o abuelos para dormir a sus niños pequeños. En ellas, aparecen invocando el sueño imágenes poéticas o fábulas crueles, así como también la referencia al trabajo, la migración y la pobreza entreverados con una melodía dulce. Y lo hacen, sobre todo, en la relación con la lengua y la música como construcción y lazo social y cultural, que no es otra cosa que hablar de nuestros orígenes, de dónde venimos, quiénes somos, así como de lo que legamos a quienes nos continúan. Por eso, Golder insiste: “Esto no es un trabajo de archivista de canciones de cuna, es recoger historias de trabajo, de no trabajo, de inmigración; es un deseo de abrir las palabras a los otros”.
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