En su cuarto CD, la banda británica demuestra que está dispuesta a perder en intensidad para ganar en extensión, porque sigue sintiéndose joven y fuerte. Las canciones no sorprenden, pero producen un encantamiento paulatino y sostenido.
Por Luis Paz
Dentro de lo que es posible ponerse de acuerdo en llamar una “canción memorable”, existen dos grupos. Están aquellas que al conjugar una fuerte consigna en su estribillo con una melodía agradable y precisa y provocar cierta excitación se vuelven instantáneamente memorables; y las que por más oscuras o menos obvias, sólo entran en la memoria luego de escuchas repetidas. Bien, Suck It And See, el cuarto disco larga duración del grupo británico Arctic Monkeys, está por completo en esa segunda categoría. Al enfrentarse a él, difícilmente aparece una canción que conmueva o excite rápidamente. “Brick by Brick” tal vez pueda lograrlo. Pero tampoco se trata de un disco chato ni nada por el estilo: como canta Alex Turner en “Black Treacle”, se trata más bien de que “ahora todo está oscurecido y el cielo luce pegajoso, más como caramelo quemado que como alquitrán”; donde lo que suena intrincado (como siempre) y oscuro (como nunca) es la banda.
Que quede claro: oscuro no significa necesariamente dark, claustrofóbico o monótono. La oscuridad de Suck It And See (bautizado por una expresión común en Inglaterra, similar al “probalo y me contás qué tal”) tiene que ver fundamentalmente con esa sintonía aletargada que tienen sus canciones, que es lo que en definitiva las mantiene cautivas en el disco hasta que algún disparador las acomoda en el sistema nervioso. Algo así pasa con “The Hellcat Spangled Shalalala”: no genera una sorpresa, pero a la larga empieza a encantar. Lo mismo con “All My Own Stunts” o “Library Pictures”.
El caso contrario es “Brick by Brick”, un tema que a priori se destaca (por algo es uno de los singles) pero en su repetición deja entrever huecos más allá de los límites del estribillo. Sobreponiéndose a esto, Suck It And See es, no obstante y aunque no alcance gran altura, un disco parejo y consistente. Siempre, claro, dentro de lo que puede ser parejo para un grupo que desde su irrupción, a mediados de la década pasada, rompió con la simetría en la composición de rock para guitarras de la era post-Strokes.
Y en buena medida (si no en toda), este álbum se vuelve consistente más por la dirección que ejerce Alex Turner que por un sonido potente (que, de hecho, no lo tiene en exceso) o un sonido efectivamente novedoso o por lo menos renovado. Suck It And See suena, en su ingeniería de sonido, más o menos igual a Humbug y allí ha quedado un rasgo de su anterior trabajo con Josh Homme como productor, incluso cuando ahora retornaron a John Ford, el colaborador de sus primeros discos. Quien adelanta un par de pasos es el cantante, que lleva más allá lo logrado en el disco anterior, Humbug: dejar de hablar desde el lugar del adolescente al que una chica no lo quiere, al que el guardia no deja pasar a un bar, al que miran raro.
Ahora, Turner, a sus 25 años, empieza a asomarse a una adultez certera y habla de eso en su habitual sistema de monólogos en espiral. “¿Todavía te sentís más joven de lo que pensaste que te sentirías a esta altura?”, se pregunta en “Love is a Laserquest”. Y no hay mejor respuesta que este disco, que a las claras propone que la banda está dispuesta a perder en intensidad para ganar en extensión, porque sigue sintiéndose joven y fuerte. Incluso cuando el acné artístico carcome la piel de su música y los devuelve grotescos, enrarecidos. Porque aun así, siguen creciendo.
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