Con algunos temas conocidos y un puñado de canciones inéditas, se editó en las últimas semanas Salmonalipsis Now , el disco que celebra el décimo aniversario de El salmón (2000), álbum que singularizó definitivamente a Andrés Calamaro en el poblado paisaje de los cantautores nacionales. Su carrera solista comenzó, sin embargo, mucho tiempo atrás, en la década del 80, pero no fue hasta la disolución de Los Rodríguez que su producción en solitario lo consolidó como una figura indiscutible y autónoma en el rock argentino. La serie de trabajos de esta etapa comienza con el disco Alta suciedad (1997) y llega hasta On the rocks (2010); en el medio, como una bisagra, está El salmón , acaso el disco más ambicioso, crítico, ácido y argentino desde que los Redondos volvieron a octubre desde octubre.
El salmón : un disco quíntuple de canciones abordadas desde el límite de la decencia sonora (un disco lo-fi acabado en un estudio profesional), pero planteadas desde el corazón de cierta indecencia política. Es, en palabras del propio Calamaro, un disco “con mucho texto”. Desde “Output input” y sus máximas neovizcachas de fin de siglo ( “Mejor hijo de puta conocido/que boludo por conocer” ) hasta “Este es el final de mi carrera”, desfila una larga procesión de personajes y situaciones que dibujan la anatomía de la Argentina derrotada por las exuberancias autóctonas del neoliberalismo: la represión policial, la libre circulación de la cocaína y de los íconos culturales del imperialismo, la incógnita por el futuro del peronismo y un largo etcétera. En El salmón , el estado de los cuerpos equivale al Estado argentino, porque lo que se cifra en los excesos individuales no es sino la proyección de políticas excesivas.
Pero, ¿cuáles son las formas que elige Calamaro para representar un diagnóstico de la cultura argentina, cómo hace para pintar el retrato de la época? La paleta de procedimientos va desde las más violentas y caóticas letras confeccionadas en clara clave burroughsiana ( cut-up y elogio de la sustancia como claves anti represivas), pasando por collages sónicos signados por el ruido y el azar, hasta llegar a un selecto repertorio de versiones de canciones de otros artistas. En este segmento de la obra se cuentan covers de los Beatles, Pappo, canciones que ya resultan tradicionales en el imaginario argentino y porteño (“Alfonsina y el mar”, “Cafetín de Buenos Aires”, “Durazno sangrando”), e incluso reversiones de viejas y nuevas canciones del propio Calamaro.
Su obsesión urgente por la canción ya se había manifestado en su disco anterior, Honestidad brutal , y llegó a cristalizarse en sus sucesivos homenajes al género, El cantante (2004) y Tinta roja (2006). También está la selección y colección de covers incluidos en su opus recopilatorio, Obras incompletas , más las versiones inéditas disponibles en Internet. Pareciera que para Calamaro, la canción es el dispositivo a través del cual la lengua popular habla y se hace escuchar. No es ya ninguna apelación a un pretendido ser nacional, sino un intento por capturar en tres minutos y medio lo que Miguel Abuelo llamó “la psiquis y el latido” del pueblo.
De Abuelo, Calamaro tomó algo más que cierta sensibilidad por la melodía, el pop español y el desenfado lírico. Así, en Obras incompletas , incluye una pieza llamada “¿Qué clase de rico será?” en la cual loopea la voz de Miguel repitiendo la pregunta una y otra vez. En la pregunta que Calamaro (se) hace a través de Abuelo, la palabra clave es “clase”.
Porque lo que importa aquí es otra clase de riqueza, y una riqueza de otra clase, que está presente en la canción, con todas sus facilidades para transportar, como encapsulada, la psiquis popular. Y las canciones que él rescata para sumar a su repertorio son las que ya laten en el pueblo, son el corpus de sonidos de la lengua popular. Andrés es un artista popular porque sabe escuchar las canciones que el pueblo canta y, a la vez, porque éste último sabe de memoria y canta las del primero.
En ese contexto, a nadie le puede sorprender ya la verborragia, la poesía llana y despojada de sus hits radiales, sus invocaciones constantes a Yupanqui, su musicalidad agresiva y canchera y su apelación permanente al cancionero, al imaginario popular. Es imposible saber hoy si, como pretende Calamaro, El salmón se escuchará dentro de 50 años. En todo caso, ya ha pasado una más de una década desde que el cantante hiciera su apuesta por ese centenar de canciones que transportarán, a través del tiempo, los rasgos de una época y un país que se hundía en aguas peligrosas.
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