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jueves, 9 de junio de 2011

MARTIRIO LLEGA A BUENOS AIRES DESPUES DE 12 AÑOS.




Conocida por renovar la copla española en maridajes con el jazz y el pop, la cantante regresa al país luego de 12 años y habla del misterio que oculta detrás de sus características gafas.

POR DIEGO MANSO






Parece mentira, no tanto por los 12 años que Martirio pasó sin pisar Buenos Aires, sino por la forma en que el tiempo consigue, vértigo y lagunas mediante, cierta síntesis aterradora: si fue ayer mismo que junto al pianista Chano Domínguez desmenuzó en el escenario de La trastienda ese discazo que es Coplas de madrugá y consiguió que esa audiencia siempre infiel que se trastorna por la novedad supiera –en el caso de los más jóvenes– o se acordara –en el caso de los que asumieron como propias formas bastardas de la música popular– de la existencia de algunas de las canciones más bellas de la historia de la humanidad. De la copla española hablamos en este caso, que nos compete tantísimo pero que los ardores de la cultura del capitalismo tardío sepultaron en tierra de nadie junto a tantas otras expresiones germinadas durante la primera mitad del siglo XX. “Desde que me fui que estoy loca por volver”, dice Martirio ahora y no existe en esa frase, sepa el lector, la menor puntada demagógica. Trae, por fin, su concierto 25 años en directo, que estrenó en España hacia 2008, cuando cumplió un cuarto de siglo desde la primera vez que se calzó gafas y peineta y dejó de ser Maribel, la muchacha de Huelva de ojos hermosísimos, para transformarse, ya definitivamente, en Martirio. ¿Cómo una superheroína? Bueno, algo así. Deja en España un disco nuevo, que acaba de lanzar y que aquí llegará en algún momento no muy lejano, El aire que te rodea, que grabó junto al pianista cubano José María Vitier, donde musicaliza poemas de amor de autores como Rubén Darío, Calderón de la Barca, Ernesto Cardenal, Lorca y Juan de la Cruz, entre otros.

-¿Me contás del primer día que Maribel se convirtió en Martirio?

-Yo estaba cantando entonces en un grupo de música popular que se llamaba Jarcha, que aquí lo conoceréis por una canción muy famosa que fue “Libertad sin ira”, y me hago muy amiga de Kiko Veneno, que me dice “vamos a hacer una actuación para el día de la mujer en la plaza San Andrés en Sevilla y vente a hacerme las voces”. La música que yo estaba haciendo en ese momento era mucho más folk, tocaba la pandereta y tal, y la propuesta de Kiko se trataba de entrar en el mundo mucho más underground del nuevo flamenco, pero también de pop y de rock, que a mí me apetecen mucho, porque tengo gustos eclécticos. Me gusta la tradición, pero también la vanguardia y yo creí que ponerme un elemento tradicional como la peineta, que se presta a quinientos mil diseños, y las gafas oscuras, que todos los roqueros llevaban a finales de los años ochenta, pues era unir las dos cosas… Y así salí a cantar por primera vez.

-¿Te hiciste llamar Martirio ese día?

-Martirio de Pasión, pero no estaba muy perfilado el nombre, había un poco de confusión todavía. Salí ese día y canté algunas voces con Kiko, de canciones suyas, pero sobre todo canté, en la nueva onda, dos coplas muy clásicas y otra que habíamos hecho nosotros con el cariz que iba a tomar mi música después, una mezcla mucho más urbana, aunque con un sentido tradicional de copla en cuanto a la exposición de la historia e incluso a la forma de cantar... Y me pasó una cosa increíble ese día: mi hijo Raúl, que entonces tenía diez años y estaba debajo mirando, se erizó. Se erizó él, me ericé yo y se erizó todo el mundo. Había un farol en la calle, que estaba cerca de mí, recuerdo mirarlo a través de las gafas y recuerdo una sensación casi telúrica, como una transformación, como si de pronto de mí saliese otra personalidad.

-¿Qué copla estabas cantando en ese momento?

-Canté “Yo soy esa”, pero en ritmo de rock. Allí pasó una cosa colectiva fuerte. De pronto me convertí en un personaje que mucha gente tenía en la cabeza, la posibilidad de la unión de dos mundos que aparentaban lejanos. Sentí que aparecía una parte nueva de mí…

-¿Entonces podemos decir que Martirio es un parte tuya que se te reveló de improviso antes que un personaje compuesto?

-¡Personaje en absoluto! Acá no ha habido ni márketing ni nadie que me dijera “ponte esto o canta esto”. Llevo la gran bandera de la independencia y de la libertad, que seguramente me ha costado trabajo y la posibilidad de ganar más dinero. Nunca me he dejado manejar: tengo que cantar lo que siento, vestirme como lo siento…

-Luego de aquella noche en la plaza, ¿cómo siguieron las cosas?

-Empezamos a escribir con Kiko las canciones para mi disco en solitario mientras hacía las voces para el grupo que él tenía con los hermanos Pata Negra (Raimundo y Rafael Amador). Yo cantaba como quería, Kiko me dejaba absoluta libertad para que pusiera las voces, aquello salía fluido, con un divertimento y una cosa lúdica maravillosos. Luego fuimos por primera vez a Madrid, que era la capital de la modernidad y la gente flipó mucho… Todo el mundo quería hacerme peinetas y me di cuenta de que era una especie de personaje colectivo. Es que no existía antes ese lenguaje urbano de mujer del Sur, con un poco de humor, de ironía y compromiso con el género. Es decir, después de la sonrisa te llevabas el pensamiento a tu casa, que siempre reivindicaba a la mujer libre, independiente…

-¿Cuándo te diste cuenta de que estabas siguiendo un camino, una trayectoria?

-En seguida, porque después de una cosa venía la otra. Grabé mi primer disco, que fue un suceso, y a partir de allí todo fue surgiendo a partir de la magia, de la intuición, de tener muchas cosas que decir y del enamoramiento absoluto que siento por la música.

-¿Cuando eras niña qué cantabas?

-De todo. Mi madre cantaba muy bien ópera y zarzuela y a mi padre le gustaba mucho el teatro… Se daba ese amor al arte en casa. Me recuerdo siempre cantando de chica, pero lo que más me gustó y me decidió a cantar fue el flamenco.

-¿No la copla?

-Decidirme a cantar fue el flamenco. Recuerdo un día que vi a un cantaor de Huelva, la máxima autoridad en el fandango, Paco Toronja, y recuerdo lo que sucedió entre la gente cuando aquel hombre cantó tan de verdad, partiéndose… Entonces yo dije: “me gustaría hacer eso”.

-¿Y qué notaste que le pasaba a la gente frente a aquel hombre?

-Les cambiaba la cara, lloraban. Hacían una catarsis.

-¿Qué edad tenías ahí?

-Dieciséis años… A mí la copla me había gustado siempre, desde pequeña, pero le tomé mucha más afición después, cuando fui capaz de descubrir ese grandísimo tesoro, independientemente de cierto uso que se le había dado en la España del franquismo…

-Un sambenito injusto, porque la copla nació durante la República.

-Es que las dictaduras siempre cogen las músicas populares, ¿sabes? Cuando yo tenía más de veinte años recién pude darme cuenta de la riqueza literaria, lírica y musical que tenía el género. Y cuando me propuse retomarla, lo hice con otra visión.

-En ese momento habrás tenido que voltear en los demás todos los mitos y prejuicios que vos ya habías vencido.

-Cuando empecé había gente que no tenía muy claro por qué cantaba la copla, pero yo reivindicaba ese género con una perspectiva mucho más progre, si se quiere. Por otro lado, ya estaba ese hombre maravilloso que fue Carlos Cano, que apartó la copla de cualquier tipo de etiqueta… Y cuando en el año 96 hice Coplas de madrugá con Chano Domínguez, que representó una gran inflexión en mi carrera, donde mezclábamos la copla con el jazz, fue donde más gente dijo: “¿Cómo?, ¿esto puede ser así también?”. Todo mundo se ponía las manos en la cabeza hasta que se dieron cuenta de que el jazz y la copla eran géneros contemporáneos entre sí y que las armonías se combinaban perfectamente, que las historias que se contaban las podría haber cantado una Billie Holiday.

-Es que hay coplas muy revulsivas. Si pensamos en el momento en que Concha Piquer cantaba “Tatuaje”, en los 40, aquello sería un no veas…

-Claro que sí. En la copla hay muchas mujeres libres y, por ello, malditas. Piensa en La Lirio, en La Parrala… Mujeres que bebían, marginales, que hacían uso de una libertad que en aquel tiempo era indebida. Y la gente vivía a la copla como exaltación de un espacio que les resultaba impensable por la moral del momento.

-¿Quiénes han sido las copleras que más te han gustado?

-Los que más, Concha Piquer y Miguel de Molina… También Juana Reina y Marifé de Triana. Pero siempre me ha flipado la figura de Miguel de Molina… Incluso cuando escogíamos las canciones para meterlas en jazz, las versiones que él hacía eran las que más fácil entraban. Y por otro lado, toda la parafernalia de sus trajes, sus zapatos, sus decorados…

-¿Y hoy en día cómo te parece que se los escucha a don Miguel y a la Piquer?

-Siguen siendo tótems absolutos. Hace poco fui parte de una serie de documentales que se dan por televisión donde se hizo uno maravilloso de Concha Piquer…

-¿Se la pone a ella en contexto o se pasa de largo su historia política?

-Hay opiniones para todos los gustos, de pronto ella era más afín al régimen que Miguel de Molina, eso está claro. Pero tampoco es tanto, piensa que estaba trabajando en ese momento y en esa época. A mí me cuentan que le pidieron favores y que ella decía que no. “¿Me puede usted cantar ‘Ojos verdes’?”, dicen que le dijo Franco una vez. Y ella: “Ya la he cantando hace un rato en mi concierto, ahora estoy comiendo”…

-¿Ya has grabado todas tus coplas favoritas?

-Sí, pero luego hice otro trabajo gordo de investigación y tengo otra selección buena. Sucede que ha habido ahora muchos discos de copla y mucho programa de televisión en estos dos últimos años. Trabajos maravillosos como el de Miguel Poveda, con el que hicimos un espectáculo en Madrid y Barcelona que llamamos Romance de valentía… Y como ha habido tanta profusión, desde la chica Buika a Plácido Domingo, ahora mismo no estoy esa… Creo que ya di un empujón bastante grande. A mí me ha tocado ser la que con el machete abrió caminos. Lo que suceda a través de cosas que yo hago, bienvenidos sean sus frutos.

-¿Y la canción latinoamericana cómo llega a vos?

-Empecé a tocar la guitarra, que la toco muy mal, gracias a las cosas de Cafrune, que fue muy exitoso en España con el Martín Fierro y El payador perseguido, todo eso… “Con su permiso voy a dentrar/aunque no soy convidado…” Después hacía canciones de Chavela del principio, canciones de Mercedes…

-¿Conociste a Mercedes?

-La fui a ver muchas veces. Sin embargo, hubo una vez, todavía estaba yo en Jarcha, en la que coincidimos en una gasolinera; ella iba a una actuación y nosotros a otra. Yo me tiré pa’ ella rápido y me dijo de tomarnos un cafecito, que no tomó, pero me peló una manzana y fue dándomela de a trocitos mientras me contaba cosas. Yo me quedé muerta. Era de esos tótems maravillosos, como Chavela, como Soledad Bravo, Libertad Lamarque o Lole Montoya, gente con la que me he criado, igual que con Mina…

-Está bueno pensarse dentro de una genealogía y la tuya quizá sea la de esas mujeres que empezaron a surgir a partir de los 60.

-Creo que soy parte de eso, sí. A mí me gusta el sentimiento de espejo en el escenario, no soy una diva ni lo he pretendido nunca. Fíjate si me da igual, que a mí la gente no me conoce por la calle.

-¿Por qué pasa eso?, ¿por las gafas?

-Claro, no me conocen la cara. Puedo estar en un autobús y la gente hablando de mí al lado, como me ha pasado muchas veces… Es una sensación muy hermosa espejar cosas, hacer un retrato de mí misma con sentido del humor y que la gente se sienta cómplice. Es una sensación que no sé si tiene que ver con el cabaret, pero sí con el teatro… Y después cuando entro en la parte más dramática del concierto, hay un descarnamiento brutal… El público me permite pasar por todos esos estadíos emocionales, de llorar y reír conmigo en un mismo concierto.

-¿Nunca apareciste públicamente sin las gafas?

-En este concierto hay un momento en el que me las quito, pero un momento nada más. A mí me gusta así. Es mi teatral privacidad. Me veo guapa con las gafas, me parece que tienen mucho misterio. Me protegen. Lo único que procuro arriba de un escenario es estar limpia, convertirme en un canal para transmitir emociones y sentimientos.

-¿Cuánto sentís que has cambiado como cantante desde tu inicio en Jarcha hasta hoy?

-Yo he sido muy autodidacta, he aprendido a cantar cantando. Escuchando y cantando. Y después he tomado algunas clases, durante dos años o tres. Siento que ahora transmito más, no es mi afán la tesitura más alta, sino la más baja. Lo que está del ombligo para abajo. Según mi idea, hay una canción del ombligo pa’ arriba y una canción del ombligo pa’ abajo. Como si hubiera un ecuador y dependiera de dónde están situadas las voces para que te conecten con determinados sentimientos. A mí me gusta situarme en el Sur de las cosas: algo mucho más apasionado. Creo que mi voz ahora está mucho más pegada a la emoción y a la transmisión.

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