Decidieron tomar el nombre de la banda del título de una de las canciones más emblemáticas del rock español, “Los delincuentes”, del mítico disco Veneno. Con diez años de carrera y una declaración de principios desde el bautismo, el grupo andaluz, tan rockero como flamenco, ya sobrevivió a la pérdida de su cantante y a todas las modas de la escena en la península, manteniendo la esencia cañera, los cajones, las palmas y las guitarras eléctricas. Acaba de editarse en la Argentina Bienvenidos a la época iconoclasta, su disco de 2009, y uno de los menos característicos. Pero, con suerte, esta edición puede convertirse en un adelanto para que Los Delinquentes crucen el Atlántico.
Por Martín Pérez
Uno de los discos considerados unánimemente como fundamentales dentro de la música popular española de la segunda mitad del siglo pasado, ubicado incluso en el primer puesto en muchas de esas listas que cada tanto realizan los medios, tiene el curioso honor de ser al mismo tiempo la perla negra de su tiempo, un trabajo incomprendido, el álbum maldito. Uno de esos discos que incomodan, que nadie entiende en su momento, pero que dan comienzo a un linaje, abren orejas y cabezas y también, con suerte, el camino para los que vienen después. Ese disco lleva por nombre Veneno, y se editó en España casi al mismo tiempo que el punk estallaba del otro lado del Canal de la Mancha. Pero si el punk supo marcar a fuego su tiempo, el grupo del payo Kiko Veneno y los gitanos Rafael y Raimundo Amador –que luego darían vida a esa otra leyenda llamada Pata Negra– fue censurado e ignorado, con la portada ilustrada con una foto de un pan de hash rápidamente abortada, y sus autores –en una anécdota que ejemplifica lo fuera de tiempo que estaban– llegando a ser echados de una radio cuando fueron a promocionar la salida de su disco, porque a nadie se le ocurrió pensar que fuesen los artistas. Algo que hoy no le sucedería a Marcos del Ojo Barrojo, alias Er Canijo de Jeré, ni a Diego Pozo Torregrosa, más conocido por El Ratón, que juntos lideran un grupo que venera aquel hito musical con forma de disco, al punto de que han elegido bautizarse con uno de sus temas. Pero no les sucedería lo mismo no porque sean más presentables que sus ídolos, sino porque, como reafirmó para ganarse un Oscar su aún más venerado Bob Dylan, los tiempos ya no están cambiando: cambiaron.
Un par de años atrás, cuando el gran Kiko –que no sólo lleva el Veneno en su apellido artístico, sino que incluso resumió en apenas una copla su mejor significado posible (“en un cuartito los dos/ veneno que tú tomases/ veneno tomaba yo”)– armó un compilado de su carrera como excusa para poder volver a presentarse en Argentina, eligió de aquella época iniciática, justamente, el tema que el Canijo y el Ratón eligieron para bautizar su grupo. “Elegí incluir ‘Los delincuentes’ porque es una de las primeras canciones que compuse, y porque siempre tuvo un significado muy especial, por eso de ‘el suave viento, gratis y fresco, de mi abanico de cristal”, que dice la letra. Es una canción que siempre creció conmigo y que aún hoy sigo cantando”, decía entonces su autor, y anunciaba que existía un grupo muy conocido en España que se había bautizado como la canción. “Es un grupo que yo quiero, respeto y admiro muchísimo, porque me parece que están haciendo unas canciones extraordinarias”. La pregunta era inevitable: ¿Eran sus herederos? “De alguna manera. Son andaluces, y tienen algunos parecidos bastante relevantes, sobre todo la forma de usar la guitarra flamenca, esa forma callejera de tocar”.
Sentado en el patio de su casa luego de haber almorzado, acompañado por su perro –que aparece en la portada del inminente disco que los presentará en el Río de la Plata– y su guitarrita, con la que asegura que estaba componiendo una canción al momento de recibir el llamado, El Canijo sonríe al enterarse de las palabras de su amigo. “Kiko tiene mucho de Bob Dylan y Frank Zappa, y nosotros también venimos de ahí. Pero él es mayor, y a su primer disco, el de Veneno, lo consideramos una obra maestra y es nuestra referencia”, asegura Canijo, que formó Los Delinquentes –palabra primero deformada con la k, pero como entonces pareció estar de moda la letra dentro del rock español y ellos desprecian las modas, terminó siendo con q– con su amigo Miguel Angel Benítez Gómez, alias Er Migue, cuando ambos tenían apenas 15 y 14 años, respectivamente. Callejeros y delirantes, creativos y musicales, rockeros y también bien andaluces, la efervescencia adolescente de Migue y Canijo tomó forma definitiva al reunirse con el más experimentado Ratón, y cuando se cumple una década de su admirable debut discográfico –El sentimiento garrapatero que nos traen las flores (2001)– el grupo sigue sonando tan fresco y chispeante como en sus comienzos, como se puede apreciar en su sexto y último disco, acústico y grabado junto a Tomasito, un cantante prototípico del flamenco fusión, y que lleva el nombre de Los hombres de las praderas y sus bordones calientes (2010).
“Los nombres largos de nuestros discos son en homenaje al mejor rock de los 60 y 70, que es la música que más nos gusta”, se ríe Canijo, que si ha aceptado interrumpir su sobremesa creativa con un llamado desde el otro lado del Atlántico es porque Los Delinquentes están por cruzarlo. O al menos están ansiosos por hacerlo, mientras esperan todo lo que venga después de la inminente salida aquí de su anterior disco, Bienvenidos a la época iconoclasta (2009), donde son acompañados por Julieta Venegas y Leiva, de Pereza. Y para esta edición agregan entre los invitados a Los Auténticos Decadentes. “Pero a nosotros lo que nos gusta es el directo, y el público argentino parece que es el mejor del mundo para un concierto. Algo que no sólo dicen los Rolling Stones, sino que también nos lo ha comentado nuestro amigo Muchachito Bombo Infierno, que dice que tenemos que ir. ¡Así que iremos! No con toda la banda, por el precio de los pasajes. Pero con nosotros, como lo hemos demostrado en el último disco, que sólo tiene guitarra de palo, cajón flamenco y palmas, no hay que preocuparse. ¡Porque menos es más!”
¿Por qué empezar justamente con ese disco, que es el menos característico del grupo?
–Porque es el primero que hemos editado nosotros, y así no tenemos que pedirle permiso a nadie. Pero es verdad que es nuestro disco más eléctrico, y el destino es el que ha hecho que sea el primero en editarse por allá. Por eso a mí me gustaría mucho también que la gente escuchara el último que hemos hecho con Tomasito, que es un disco más tradicional. Vamos, que no tiene ni batería ni guitarras eléctricas, como en nuestros comienzos.
Lo bueno que tiene la música de ustedes es que parece fácil...
–Bueno, es que es natural. Somos de Jerez de la Frontera, al sur de España y al sur de Europa. ¡Al sur de todo! Aquí hay mucho arte, los gitanos y los flamencos están muy mezclados, se monta una juerga flamenca en cualquier esquina. Por eso es que lo bueno que tiene nuestra música es que no tiene ni trampa ni cartón. No nos gusta la radiofórmula ni la música enlatada. Nos gusta poder hablar en las letras de las historias que nos pasan en la calle. Para nosotros la calle es la mejor escuela que hay, y ahí es de donde sale todo.
Una idea con la que ustedes insisten es en la de escribir desde el umbral, sentados en la calle.
–Es que es algo muy importante. La calle tiene muchas cosas que te enseñan, desde un gato o un perro, las nubes, los árboles, las farolas, los bichos, no sé, hay tanto material para componer...
A pesar de eso, ustedes no hacen una simple apología de la sencillez, sino que hasta los títulos de sus discos son complejos.
–La verdad que las canciones nos las curramos mucho. Porque nos gusta mucho que la letra diga algo y que tenga varios significados. Algo que hacía mucho John Lennon, y también Dylan. Escondían las cosas, y si tenían que hablar en algún momento un tema tan delicado como la droga, pues lo ocultaban. ¡Mira Dylan y su Tambourine Man!
Pero siempre que han caído demasiado en la complejidad o la melancolía, inmediatamente han reorientado el rumbo, como hicieron en este último disco...
–Es que venimos de pasar algo también bastante gordo, que ha sido la pérdida de nuestro primer cantante, nuestro amigo, y esas cosas te hacen ver las cosas de otra manera. Darte cuenta que lo más sencillo y lo más normal que hay es pasarlo bien, estar con tus amigos, y no complicarte con las cosas, tanto en la música como en la vida real.
Cuando el Canijo habla de la pérdida de su amigo y cantante, está hablando de una tragedia que casi termina con la banda, que fue el fallecimiento de su compinche Migue, en julio del 2004, con apenas 21 años, víctima de un paro cardíaco. Por entonces el grupo ya había editado Arquitectura del aire en la calle (2003), su segundo disco, un trabajo algo más melancólico que su debut, con el que paradójicamente la banda pareció lamentar anticipadamente la futura ausencia de uno de sus fundadores. “Es que para ese disco el Migue estaba ya irregular, y por eso es que nos quedó así”, acepta su amigo del alma, que termina de explicar las razones por las que justamente el disco siguiente, sin Migue, en vez de lamentar su ausencia terminó celebrando su memoria. “El verde rebelde vuelve es nuestro Back in black”, asegura Canijo, refiriéndose al poderoso disco que AC/DC editó luego de la desaparición de su cantante original. “Cuando murió Migue estuve a punto de dejar Los Delinquentes y dedicarme a otra cosa”, explica. “Pero no lo pude hacer porque lo llevaba dentro. Tenía muchas ganas de seguir cantando, y también pensé que el homenaje más bonito que se podía hacer a un compañero era seguir con el grupo. Y sin meter a nadie, porque surgió la oportunidad de meter a otro cantante, pero pensé que nadie iba a suplir la voz del Migue, y si tenía que cantar un poco mas, pues vamo’ pa’lante, hay que tener ganas”. ¿No hubo también que componer más? “No tanto, porque en la primera época también había bastantes canciones mías. Lo que pasa es que estábamos flipados con el rollo de Richards-Jagger o Lennon-McCartney, así que en los primeros discos firmamos todo juntos. Pero cada uno hacía su tema”.
El verde rebelde vuelve fue el título de un programa de radio que hacían con el Migue, Bienvenidos a la época iconoclasta fue el de una obra de teatro... ¿Es que ese baúl con viejas cosas no tiene fondo?
–Tío, es que esa fue una época muy creativa. El comienzo tuvo mucha cosa: teatro, radio, canciones. Siempre aparecen por ahí títulos nuevos y cosas guay, para aprovechar.
¿No paraban nunca?
–En el colegio no éramos muy buenos, siempre sacábamos malas notas. Pero en cuanto a teatro, al deporte, a la música, la verdad que nos desenvolvíamos bastante bien.
¿Y todo eso de donde salía?
–¿La creatividad? Pues viene de muchas fuentes. De la gastronomía, la comida de aquí, de Jerez, que es muy buena. Nos viene también del solcito, del clima, de lo que bebemos, de lo que fumamos.
Cuando les preguntan por su música, us-tedes siempre hablan de la comida.
–Bueno, porque no es lo mismo componer con una hamburguesa americana, que hacerlo con un buen guiso de aquí, de la gitanas viejas que cocinan de maravilla.
Con media docena de discos grabados en los diez años que han pasado desde su primera grabación profesional, la discografía esencial del Canijo y el Ratón se completa con un álbum titulado Tucaratupapi (2006), que grabaron junto al G-5, un supergrupo –o grupo fantasma, como ellos lo llaman– que formaron con Tomasito, Muchachito Bombo Infierno y su admirado Kiko Veneno. “La idea surgió de conocernos en los camarines, cruzarnos en los conciertos y quedarnos con las guitarritas. Fue una idea de Kiko, que me la comentó un día que nos encontramos en la playa. Como el G-8 juntaba a los líderes de las naciones con más dinero del mundo, propuso que nos reunamos y nos llamemos G-5, porque éramos los músicos con menos dinero”, se ríe Canijo, que asegura que no saben si alguna vez se van a volver a juntar, porque cada uno tiene su propia carrera. Pero que sería justamente una válvula de escape poder hacerlo.
Fanático de Andrés Calamaro, y también de Ariel Rot, pero aclara que no sólo de la época de Los Rodríguez sino que lo sigue desde Tequila, Canijo confiesa que su conocimiento musical viene de la generosa colección de vinilos que tenía su padre. “Siempre he tenido en mi casa buena música, desde Pink Floyd hasta grupos como Triana o Smash, por los que les preguntaba a mis amigos cuando era chico, porque escuchaba los discos de mi padre. Y ellos sólo conocían, no sé, a Extremoduro o a Andrés Calamaro”, cuenta este cantante que dice amar la música de los ‘60 y ‘70, pero que homenajea con el Ratón tanto a Dylan como al punk de Violent Femmes en su último disco. “Siempre hay artistas que son tan guay, que está bueno tenerlos en mente. Y aunque seamos clásicos, también nos gusta el punk, porque en vivo somos un grupo cañero, y los Violent Femmes nos recuerdan a nosotros, porque son muy rústicos y muy callejeros”, dice de ese himno que es “Kick Off”, originalmente en el álbum debut del mítico trío de Milwaukee, un tema que enumera una a una las razones por las que no hay futuro. Pero durante sus apenas dos minutos queda claro de que si lo hay. Al menos, mientras estén tocando Los Delinquentes.
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