Hace siete años, cuando el Bahiano dejó Los Pericos para seguir una carrera solista, Juanchi Baleirón, entonces guitarrista, fue elegido por sus compañeros como sucesor. Y eso le permitió al grupo seguir adelante y consolidarse, algo infrecuente cuando se va la voz y el rostro del grupo. Con veinticinco de carrera con Pericos y más de treinta como profesional y respetado productor de rock, Baleirón repasa el rápido ascenso de la banda, sus éxitos con Attaque 77, Massacre y Estelares y su particular visión de la escena de reggae local.
Por Martín Pérez
Una habitación vacía, con un par de papeles aún flotando, cayendo lentamente, como se suele graficar una partida presurosa en los dibujos animados. Así es como recuerda Juanchi Baleirón que quedó la oficina de Los Pericos cuando siete años atrás el Bahiano decidió abandonar el grupo, porque con él también los dejó su hermano, el manager de la banda. “No quedó nada”, explica con la sonrisa de quien ha contado muchas veces una historia que ya forma parte de su pasado, donde lo que supo ser crisis se ha convertido en una anécdota lista para ser convocada. Y con el flamante Pericos & Friends bajo el brazo, un disco lleno de invitados internacionales en el que el grupo saca pecho dentro de la escena reggae local y celebra una historia que lleva ya veinticinco años.
Si la naturaleza –como bien sabe cualquier estudiante de física– aborrece el vacío, el negocio del espectáculo es aún más terminante al respecto. Por eso, para la continuidad de la banda fue clave una rápida reacción ante la partida de su voz cantante, tanto arriba como debajo del escenario. “En realidad nos miramos y dijimos: ‘¿ahora qué hacemos?’”, recuerda Juanchi. Su mujer se puso al frente de la oficina, y el resto del grupo empezó a ensayar sin el Bahiano, con el guitarrista en el lugar del cantante. Fue fundamental, según cuenta, un llamado desde Perú, invitándolos a participar de una suerte de reality musical. No les importó que acabasen de perder a su voz principal, igual los querían en Lima, interactuando con los participantes. Allá fueron Los Pericos entonces, empezando a recorrer lentamente un camino que los iba a terminar convenciendo de que eran lo que siempre fueron, un grupo de verdad.
“Ese es nuestro principal capital”, asegura Baleirón, que confiesa haberle preguntado entonces a Ricardo Mollo cómo era eso de hacerse cantante a la fuerza. “Me dijo que al comienzo me iba a sentir cansado después de cada show, y que la iba a pasar mal. Pero que en un momento todo hace como un clic, y empezás a disfrutar. Y que está buenísimo”, remata Juanchi, confirmando no sólo la anécdota sino también su satisfecha actualidad dentro del grupo de toda su vida. “Arrancamos con cierto changüí que nos dio la gente, lo que de alguna manera amortiguó el cambio”, confiesa. “Pero cuando esa benevolencia se terminó, ya estábamos listos”, cuenta este hombre sonriente y simpático pero siempre atento, que se confiesa controlador –“mirá qué psicológico: no puedo escuchar el retorno con auriculares, tengo que saber lo que pasa a mi alrededor”– pero también accesible. “Es que no me puedo creer toda la boludez del rock”, explica, al tiempo que aclara que arriba del escenario ese escepticismo desaparece. “Porque no me puedo hacer el Capusotto en vivo. Ahí me pongo la capa, salgo con todo, y correte que si no te llevo puesto. Pero no puedo entender a los que cuando bajan del escenario se siguen creyendo el mismo superhéroe”, asegura Juanchi, guitarrista de heavy antes de dedicarse al reggae, productor exitoso de espíritu amateur y el Rey Canuto para sus compañeros de banda, por su proverbial amarretismo. “A mi mujer los chicos la bautizaron Cocodrilo Dundee, porque mató al cocodrilo”, agrega con una sonrisa cómplice. Y, hay que decirlo, algo resignada también.
BOOM PERICO
Antes de que la música “se pusiese al servicio de su vida”, como resume el momento en que Los Pericos alcanzaron su súbita fama inicial, Juanchi Baleirón ya llevaba un buen tiempo armando –y tocando la guitarra– en toda clase de grupos. Nacido en Santa Fe, pero criado en Palermo, Núñez y el partido de San Martín, fue durante su adolescencia en Comodoro Rivadavia que, junto a su hermano mayor y un amigo, por primera vez empezó a pasarse todo un sábado aprendiendo un riff y repitiéndolo sin parar. “¡Eso era ser feliz!”, se ríe, recordando esos tiempos en los que disfrutaba vistiéndose bien punk –pelo parado, cadena de tres vueltas– y paseando por el centro de Comodoro, atrayendo todas las miradas. Aunque al ser hijo de un padre militar –la razón de tantos viajes– y una madre maestra es consciente de que había grandes figuras de autoridad en su casa, no recuerda ningún autoritarismo. Era un hogar en el que se escuchaba Ray Conniff, Beatles, Les Luthiers e incluso El mayordomo y usted, un disco que habían hecho Antonio Gasalla y Andrés Perciavalle. “Los escuchábamos en familia, hasta saberlo de memoria”, recuerda el futuro Perico, confirmando una moderna convivencia familiar que lo llevaría a continuar viviendo en casa de sus padres –cuando regresaron definitivamente a Capital– incluso durante la primera época del éxito del grupo que aún integra. “Nunca me cuestionaron la música, pero yo nunca me vi siendo un músico profesional, así que empecé a estudiar Derecho y me copé con Filosofía. Y enseguida me pasé a Psicología”, enumera Juanchi, pero ahí es cuando entra en acción la leyenda, ese demo que empieza a sonar en el programa de Pergolini y una fama súbita que arrasa con todo.
El recuerdo de ese primer boom Perico trae también el de su contundente final, con los fanáticos de los Ratones pidiendo matar un perico y matar un ska: el consabido folklore del submundo rocker en acción. Pero pese a tanto devenir estilístico previo al grupo (tocó rock instrumental, new wave, y hasta metal con Ricardo Iorio) e incluso sus cabildeos universitarios, Juanchi asegura que ni él ni nadie consideró tomar otro rumbo, dejar de ser Pericos. De hecho, enseguida superaron su caída en desgracia con Big Yuyo, un disco que los volvió a poner en carrera y con el que se terminaron de convertir, junto a Los Fabulosos Cadillacs y Los Auténticos Decadentes, en los grandes sobrevivientes de segunda mitad de los ochenta del rock nacional. Unos demasiado rockers y controversiales, los otros siempre por fuera de las aduanas del rock. Y los Pericos siempre en el medio. “Siempre nos trataron de chetos, y si, veníamos de familias bien de clase media. Pero más que nada éramos nerds de la música. Medio naïf, también”, concede Baleirón, que no recuerda ninguna bacanal, ningún gran derrape coincidente con la mejor época del grupo. Al tiempo que confiesa que él nunca tomó cocaína, Juanchi subraya que los Pericos siempre tuvieron una salud mental importante, como grupo, como unidad. Y que por suerte ninguna droga se les metió en el medio.
Sin embargo, su primer éxito fue cantando que “con la marihuana está todo bien”.
Pero es que el faso no es droga, ¡es faso!
DETRAS DEL ROCK
Si como parte de Los Pericos recorrió el camino del entertainer, el entretenedor, casi ese lugar del artista previo a la aparición del rock, donde lo que importaba era la carrera más que la obra, se puede decir que Juanchi Baleirón se calzó sus ropas más rockers –culturalmente hablando, al menos– para hacer de productor. No sólo por haber comenzado produciendo el compilado Invasión 88, de donde saldrían los Attaque 77, sino especialmente por su trabajo con el grupo de Ciro Pertusi para El cielo puede esperar, su segundo opus, el de ese éxito sin precedentes llamado “Hacelo por mí”. “Es verdad que casi no tiene estribillo, pero es un tema que no lo necesita”, explica Juanchi cuando se le pregunta si hoy, con la experiencia que tiene como productor, no le hubiese cambiado algo. “Tal vez si no hubiese estado acompañado por tan buenos temas, me hubiese puesto a trabajar ese detalle. Pero había estribillos de sobra en ese disco.”
Así como confiesa no haber visto venir el extraordinario suceso de “Hacelo por mí”, lo mismo asegura que sucedió con el éxito internacional de La Mosca, para quienes produjo su disco más famoso, Vísperas de carnaval, del que se puede decir que siguen viviendo aún hoy. “Pero por suerte para entonces ya había aprendido: pedí puntos de regalías”, asegura Juanchi, que hace años que trabaja también de guitarrista para un productor mucho más profesional que él, Cachorro López. Saca pecho y enumera: Julieta Venegas, Cristian Castro, Paulina Rubio y La Lengua Popular, de Calamaro. Y sigue la lista. Pero si realmente tiene que colgarse una medalla, carga con ella desde que Mollo lo invitó a tocar el solo de guitarra del tema “Sisters” que se escucha en el disco Vivo acá, de Divididos.
Pero en realidad, lejos de profesionalizarse como productor –aún cuando sea respetado en el medio–, lo suyo tiene más que ver con la pasión. “Tiempo y amor, no hay otra forma de hacer discos para mí”, explica Baleirón, que trabajó con Los Auténticos Decadentes, Iván Noble y –especialmente– se terminó convirtiendo en el gran justiciero del indie porteño, dándole lo que se merecían a bandas como Estelares y Massacre. E incluso a Los Super Ratones, a los que sacó del limbo de su primer hit con Autopistas y túneles, aunque un disco más tarde los volvió a dejar en otro limbo, el del mega hit “Cómo estamos hoy”, del que aún no saben cómo salir. Pero el mejor ejemplo de ese fanatismo asociado a la producción artística es el primer disco que produjo para la banda de Manuel Moretti, Ardimos. “Los chicos me esperaron casi tres años”, dice, y explica que si tomó tanto tiempo también fue porque en el medio pasó la crisis del 2001-2002, y luego ninguna discográfica se interesaba por ellos. Pero Juanchi siguió mezclando el disco en su hogar, con paciencia de orfebre, y finalmente con el álbum siguiente el grupo alcanzó la popularidad que sus temas siempre merecieron. “La clave fue ‘Ella dijo’, una canción por la que mueren las divorciadas”, asegura con picardía.
FUERA DE LA ESCENA
Veterano de tantas batallas, ante el suceso de la escena actual del reggae, el guitarrista y cantante de Los Pericos prefiere no hacer olas. Pero se le nota que la mira de afuera, y con orgullo. “Me encanta Fidel Nadal, porque se planta y es fiestero, tiene un nervio jamaiquino real”, asegura. “Pero los que son la punta de lanza de la escena, por estilo, trayectoria y canciones, son Los Cafres. ¿Nosotros? Estamos en otro lado, en la parte fiestera, la que rompe el molde y no se mide los dreadlocks”, intenta explicar Juanchi, que regresó orgulloso del último Cosquín Rock, porque su banda hizo bailar al público en la noche dedicada al reggae, que compartieron con toda la escena del género.
“Con lo que no comulgamos nosotros es con toda la religión, la verdad que prefiero no abrir la boca y hablar con los hechos, tocar para Abuelas de Plaza de Mayo antes que hacerme el encantador de masas”, asegura con algo de cinismo este productor que señala, con sorpresa, que si bien tocó metal y siempre ha tocado reggae, justamente de esos dos géneros –metal y reggae– nunca produjo un disco. Ajeno, claro. Y propio, bueno, con Los Pericos siempre se trató de coproducciones. “Nunca podría producir solo un disco del grupo, no soy imparcial con el material”, asegura, al tiempo que señala que el gran productor de reggae de Los Pericos es Diego Blanco, que mezcló Pericos & Friends y que produjo a Nonpalidece, otro de los grupos protagonistas de la nueva escena local, de la que Pericos es prescindente. Por mayoría de edad, al menos. Porque tuvieron su éxito y también su olvido. Y supieron volver y construir una carrera, disco a disco. Y luego privilegiar las canciones, sobreviviendo como grupo a la deserción de su cantante. Todo eso son Los Pericos, que acaban de cumplir un cuarto de siglo haciendo su reggae. ¿Y qué es lo que sigue? “No lo sé pero si es que, más allá de un estilo, vamos a estar buscando las canciones lindas”, dice Juanchi Baleirón, que bien sabe por músico, pero más por Perico.
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