Fue parte de la generación que creció cantando contra la dictadura y 30 años después es casi la voz oficial femenina de la canción uruguaya. En el medio, cantó el mítico “A redoblar” con el grupo Rumbo, se hizo solista de la mano de Jaime Roos y cantando a Eduardo Darnauchans y Fernando Cabrera, hizo covers memorables de Joni Mitchell, cantó bolero, tango y Edith Piaf. Y ahora, después de diez años sin grabar temas propios, presenta Un amor del bueno, su nuevo disco.
Por Martín Pérez
“Hubo muchos fotógrafos en mi vida, así que sé lo que hay que hacer”, confiesa una cómplice Laura Canoura hacia el final de la improvisada sesión fotográfica, que la inmoviliza ante una ventana del cuarto, y a la que se entrega sin una sola queja. El sol de una generosa tarde de invierno porteña aún insiste en brillar, y la voz oficial del canto popular uruguayo promociona la edición local de su nuevo disco, Un amor del bueno, con un día de entrevistas en el primer piso de una casa de Almagro, al que se accede luego de una larga escalera. Un gato enorme duerme plácido en un sillón, un perro nervioso ladra encerrado en un cuarto, y Canoura en papel de anfitriona se queja porque los periodistas no le comen las masas y los sanguchitos que acompañan la maratón de preguntas y respuestas. “La primera vez que vine a Buenos Aires fue con el grupo Rumbo, en la primera mitad de los ’80. Y la última fue hace un año, para tocar en un boliche llamado Vinilo”, precisa. “Pero quisiera haber tenido más permanencia, para no tener que estar contando cada vez que vengo desde arriba del escenario toda mi historia musical.” Una historia que arrancó casi tres décadas atrás como parte del grupo Rumbo, luego supo hacerse solista de la mano de –nada menos– Jaime Roos y más tarde intentó una carrera internacional, que la terminó llevando decididamente hacia el rol de intérprete, de Edith Piaf, de tangos, de boleros. “Siento que tengo una manera de cantar que es súper normal, que tiene mucho que ver con cómo habla la gente común y corriente. No tengo esa impostación que veo mucho en ciertas cantantes, que las escuchás cantar y pensás: si hablasen así, qué ridículo sería. Me gusta que haya un sello, una marca Canoura en mi canto. Pero yo no trabajo eso”, asegura esta cantante pequeña pero de voz profunda, cuyo currículum incluye el haber cantado no sólo en la asunción de Tabaré Vázquez en su país, sino también en la de Michelle Bachelet en Chile, con lo que esa marca Canoura deviene prácticamente en algo nacional, que excede a su generación. “Eso de ser parte de un icono, o de ser referente es algo que me da mucho miedo. Porque lo que a mí me gusta es la búsqueda, y si sos referente significa que llegaste a algún lado. Y yo me siento en carrera todavía, no creo haber llegado a ningún punto definitivo”, se defiende Laura, la más chica de tres hermanas, que nunca tuvo que anunciar que se dedicaba a la música en su hogar del barrio montevideano de La Unión, porque creció rodeada de ella. Pero que mientras estudiaba quiso ser, confiesa casi al pasar, diseñadora industrial.
QUE SE CALLEN LOS LEONES
Cuando se le pregunta por el primer tesoro que llegó a su discoteca, Canoura señala Tapestry, de Carole King, el álbum que prácticamente por sí solo inventó el rol de la cantautora confesional femenina dentro de la generación rocker. “Aunque cuando lo escuché entonces no entendía nada de lo que estaba cantando, sabía que estaba diciendo cosas importantes”, confiesa. Después vendría Mujeres Argentinas, de Mercedes Sosa. Y también, recuerda, la influencia de unos vecinos que tenían familiares argentinos, a través de los cuales pudo acceder a cosas tan aparentemente disímiles como el primer disco de Almendra (“¡Esa tapa!”) y María Elena Walsh. Y lo que termina de completar su magma original es la llegada de Chico Buarque a ese sistema musical, de la mano –recuerda– de algún tío. “Ahí empezó mi amor por la música brasileña, y desde entonces Chico fue para mí una marca compositiva, un gusto particular por cómo se hacen las cosas”, cuenta la cantante que aprendió su oficio en público, la que –como todos los de su generación– apareció en escena durante el fin de la dictadura. Como parte del grupo Rumbo, Canoura pasó en apenas un año de tocar para cien personas –amigos y familiares, digamos– en el auditorio de la Alianza Francesa, a llenar el Palacio Peñarol, un estadio con capacidad para cinco mil personas. La culpa la tuvo “A redoblar”, ese himno contra la dictadura, que compusieron Mauricio Ubal y Rubén Olivera, y cuya importancia subrayó el admirable documental Hit (2008), que lo incluyó entre las cinco canciones uruguayas más importantes de la segunda mitad del siglo pasado. “No sé qué les sucedió a los demás integrantes del grupo, pero a mí me pegó. Yo me recuerdo asustada, olvidándome la melodía de un tema sobre el escenario, esa clase de cosas”, cuenta Canoura, que asegura que ellos igual eran bravos. “Salíamos ante un estadio lleno y abríamos con ‘Como un pájaro libre’, a capella, y que se callen los leones. ¡Y los leones se callaban!” Tres épocas son las de Rumbo, coincidentes con sus tres discos que atravesaron los ’80. “La primera es la del comienzo, la segunda es más grupal, con muchos arreglos vocales, y la tercera se vuelca más a mí como solista, y es la que no me gusta tanto. Yo prefiero la segunda”, explica Laura, que debe su carrera solista a que un día Jaime Roos le propuso hacer un disco. Pero mirá que no tengo repertorio ni nada, le aclaró. No te preocupes, soy tu productor, fue la respuesta. “Soy muy tímida, y por eso me he perdido varios trenes en mi vida. Pero por suerte ese tren no lo perdí”, asegura aún hoy con una sonrisa franca al recordar aquel momento.
DETRAS DEL MIEDO
Durante su larga carrera, dos fueron los momentos en que Laura Canoura asegura haber perdido la brújula. El último fue cuando, después de casi tres lustros de trabajo codo a codo, el guitarrista Jorge Nocetti le anunció que necesitaba aire. “No puedo decir que fue como perder mi mano derecha, pero sí mis cuerdas vocales”, cuenta Canoura, que confiesa que la novedad la dejó casi en el vacío. “Por suerte tenía un disco de tango recién editado, así que no fue tan complicado. Pero entonces tomé una decisión: nunca más todos los huevos en una canasta.” Dos décadas antes, cuando Jaime Roos decidió abrirse de su carrera, le sucedió lo mismo, pero peor. Se pelearon por el video que debía hacerse de su segundo disco solista, también con producción de Roos. “Jaime tendría que haberme dicho: se hace éste, porque lo digo yo, que soy el productor. Y ahí se hubiese terminado todo. Pero no, decidió abrirse. Y no me habló más”, cuenta Canoura, que asegura que con el tiempo se volvieron a encontrar, y hoy son grandes amigos. Pero entonces se quedó sin saber qué hacer, sin banda, sin nada. Sin embargo, aún hoy, pese al tiempo transcurrido, aquellas dos joyas discográficas que hicieron juntos –Esa tristeza (1985) y Puedes oírme (1991)– siguen sonando modernas, sensibles y con garra. Especialmente el debut, donde Canoura tuvo a su disposición temas cedidos por los mejores representantes de su generación: “Magnone, Cabrera, Ubal, Darnauchans y Galemire”, enumera. “Mirá que es difícil pedirle canciones a un colega, ¿eh? Yo cuando me piden doy la que me parece que no voy a poder cantar, por ejemplo. Pero entonces me dieron sus mejores temas. Eramos jóvenes, había cierto prestigio que yo cantase sus temas, y además estaba Jaime, algo que era clave.” Bautizado con el título de una canción de Eduardo Mateo y con un hit irresistible compuesto junto a Fernando Cabrera (“Detrás del miedo”), no falta nadie en Esa tristeza. Darnauchans incluso aparece con el extraño “Trama”, compuesto junto a Ubal, un tema con una sonoridad atípica tanto en la carrera del Darno como en la de Canoura. “Eso es porque Jaime decidió experimentar un poco con la producción. Los hombres siempre hacen lo mismo, experimentan en los discos de las mujeres, no en los propios.” Al recordar a Darnauchans, Laura confiesa que en la última época ya no lo podía ver. “Pero en los ’80 nos veíamos seguido”, recuerda. “Por entonces me acababa de separar y tenía una hija pequeña, y mis amigos se habían complotado para no dejarme sola. Así que se aparecían por casa Cabrera, el Darno o Esteban Kilisich, como si pasasen por ahí. Mucho tiempo después me confesaron que se turnaban para visitarme. Yo iba de veraneo a Atlántida, y mi hija Ana Clara nunca dejaba de comentar la clase de invitados que llegaban a su cumpleaños. ‘Un señor que habla raro y usa botas’: ése era entonces el Darno para ella.”
LA VIDA DE JONI
A diferencia de aquellos discos iniciáticos –y venerados– de su carrera, Un amor del bueno es un trabajo obviamente maduro, pero que no deja de sorprender. Son diez temas estilísticamente tan variados y tan sólidos que parecen una selección de varios compositores. Al repasar el librillo interno se ratifica la firma de Canoura en todos y cada uno de ellos. Hay una perfecta ranchera feminista, como “Una marca en la culata de tu rifle”, y también un hermoso valsecito canouriano –a falta de otra palabra– titulado “Una mujer en blanco y negro”, sin dudas lo mejor del disco. Album romántico, de separación y vuelta a empezar, es su primer trabajo con temas propios en una década, luego del fallido Mujeres como yo (2001), que sucedió al primero que grabó en Chile, con pretensiones continentales, Pasajeros permanentes (1998). “Pasajeros... es un disco que amo, pero Mujeres... fue un fracaso. Todo estuvo mal, salvo los temas, que aún sigo cantando. Nos dimos cuenta enseguida... ¡pero recién cuando estuvo en las disquerías!”. El tiempo transcurrido desde entonces se explica aún mejor cuando Canoura confiesa que intentó entrar a grabar con Pedro Aznar primero en la producción, y Adrián Iaies después. Pero todo quedó en nada, esas canciones se fueron archivando, y el modo “intérprete” siguió dominando su última década, hasta que hizo su aparición Andrés Bedó, al que conocía desde el primer disco de Rumbo. Empezaron a trabajar juntos, y él la empujó a ir sacando esos temas guardados, a dar forma a un disco en el que sólo se extraña alguna de las clásicas traducciones a las que Canoura tiene acostumbrado a su público desde que Jaime Roos se dio el gusto de versionar a la mejor Joni Mitchell para su voz. “La última vez que vi a Richard” sigue siendo uno de los puntos altos de su carrera, y Canoura lo sabe. O al menos lo acepta. “Conocí a Joni gracias a Jaime. ‘Tenés que escuchar esto, Laurita’, me dijo. Y fue algo que cambió mi vida. Aún hoy, yo quiero una carrera como la suya”, confiesa con la mirada encendida una cantante que cruzó mil veces la línea de llegada, pero sigue en carrera. Y buscando.
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