En su tercer disco, el saxofonista logró amalgamar el sonido de su instrumento en una docena de tangos de su propia creación, que mostrará junto a su quinteto. “El saxo debe ir hacia el tango y no al revés”, opina.
Por Carlos Bevilacqua
Hasta hoy, el coqueteo del saxo con el tango fue esporádico. El disco Reunión cumbre, grabado por Astor Piazzolla con Gerry Mulligan en 1974, se destaca entre los casos más célebres. El entrevistado para esta nota cita usos anteriores por parte de Eduardo Arolas, en uno de sus tríos, y de Francisco Lomuto, en su orquesta típica. En el presente son varias las experiencias en curso: las audacias de Jorge Retamoza, las incursiones de Oscar Kreimer, las versiones de Miguel De Caro y el cuarteto puramente aerófono D’Coté, entre otras a las que podrían sumarse agrupaciones que cada tanto abordan tangos, como Escalandrum y Cuatro Vientos. De todos se diferencia Bernardo Monk, quien logró ensamblar el saxo como un instrumento más en el sonido tradicional del tango y, lo que es más meritorio aún, con obra propia.
La historia de Monk describe una parábola curiosa. El menor de tres hermanos músicos empezó a estudiar saxo a los 14 años. “Siempre digo que fui músico antes de empezar a tocar, porque como mis hermanos ensayaban en casa siempre estábamos invadidos por instrumentos, cachivaches y personajes de todo tipo –evoca–. Un día cayó uno con un saxo soprano y me atrapó con la sonoridad que tenía.” Tras graduarse como músico en Buenos Aires, obtuvo una beca para seguir estudiando en la prestigiosa Escuela de Música de Berklee, en Boston. Allá se nutrió durante ocho años no sólo de las nociones impartidas por docentes como Joe Lovano sino, sobre todo, de la interacción musical con los compañeros de diversos orígenes. “Toqué jazz, salsa, fusión, hasta música tradicional peruana, en muchos casos también componiendo, pero siempre me faltaba algo, como una voz propia”, narra. Fue entonces cuando, convocado para un espectáculo de danza, pudo sacar a relucir una veta tanguera que latía oculta. “De pibe me fascinaba la voz de Gardel, después llegué a escribir algunas letras de tango y en el secundario gané un concurso intercolegial tocando ‘El día que me quieras’ con un saxo alto”, hilvana.
Ese peculiar camino puede rastrearse en las influencias del disco que presentará hoy a las 20.30 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). Cambio de frente, el tercero de su carrera solista, abreva en diferentes tradiciones del tango: desde la lógica orquestal clásica hasta segmentos más contemporáneos, pasando por un par de arrestos piazzolleanos, todo compuesto por él mismo. Es más: se revela como un digno cantante en la nostálgica “Chau bulín” y en la romántica “Si no consigo olvidarte”, las únicas dos piezas con letra. “Hago el tango como lo siento. El tanguero de rompe y raja puede llegar a decir que hay elementos que no son del género –se ataja Monk–, pero me parece que globalmente es un disco de tango, no de fusión.” Una de las claves de ese sabor a tango, según él, es que los saxos alto y soprano suenan asimilados al todo, con un protagonismo parecido al que tienen el piano de Abel Rogantini, el bandoneón de Daniel Ruggiero, el violín de Guillermo Rubino y el contrabajo de Pablo Motta. “Me busqué tipos que fueran tangueros pero con una visión de lo que pasa en otros estilos, como para que pudiesen responder ante otro enfoque”, los mima. Excepto Rubino (reemplazado por Astro Rocco), serán ellos quienes lo acompañen en el show de esta noche.
“En el tango no hay espacio para los solos que se estilan en el jazz: eso lo aprendí durante mi etapa de músico para baile, porque como el tema tenía que durar tres minutos, sí o sí había que ser sintético”, argumenta al referirse al reparto de roles. ¿Cómo puede insertarse el saxo, entonces, en un entramado tímbrico aparentemente tan compacto como el del dos por cuatro? “Primero hay que analizar bien la función de cada instrumento en el tango. En base a eso vas a saber hasta dónde podés desplazar a cada instrumento de sus funciones y cuando empezás a desaprovecharlo. Muchas veces lo que se hace es mandar al violín o al bandoneón al banco de suplentes, pero el saxo cumpliendo los roles de esos instrumentos queda como forzado. Es el saxo el que debe ir hacia el tango y no al revés”, opina Monk.
Tanto lo apasiona el asunto que escribió El saxofón en el tango, un tratado dirigido a músicos y estudiantes de música que él mismo editó el año pasado. “Me pareció que hacía falta porque no había nada al respecto. Uno de los capítulos incluye ejercicios para diferentes estilos. Quise publicarlo primero acá, pero ya estoy buscando una editorial para que salga también en inglés”, cuenta el saxofonista, quien además transmite sus inusuales conocimientos como profesor en la Escuela de Música Popular de Avellaneda y en otras dos instituciones porteñas.
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