“La música se alimenta de sí misma”
A este albino de 55 años se lo reconoce no sólo como una de las figuras del reggae, sino también como un antecedente directo tanto del hip hop como del reguetón. Tocará junto a The Sagittarious Band, su grupo desde hace doce años.
Por Santiago Rial Ungaro
Hay que tener cierta gracia innata, algo más que el oportunismo de ser “la persona indicada en el momento indicado” para que una canción (o, mejor dicho, una onomatopeya rítmicamente irresistible) se convierta en un cliché inevitable, ineludible. Ya pasaron casi 30 años desde la aparición de “Zungguzungguguzungguzeng”. Sin embargo, cada año puntualmente aparecen, en Jamaica o en la escena hiphopera internacional, versiones y citas a ese tema: desde músicos jamaiquinos contemporáneos como Sister Nancy, Frankie Paul o Super Cat, pasando por raperos de la vieja escuela como Boggie Down Productions, Queen Latifah, KRSOne, Buju Banton, 2Pac, Notorius B.I.G y Black Star, hasta Gwen Stefani, todos caen rendidos ante el “Zungguzun” del señor Yellowman, el negro más blanco del mundo. ¿O el blanco más negro del mundo? “Es cierto que mi música ha sido una influencia y una inspiración para muchos músicos, y que me han copiado bastante –se enorgullece él, en entrevista telefónica con Página/12–, pero es algo muy común en la música jamaiquina, y creo que es parte de su fuerza, porque uno puede tomar cualquier música que le guste y apropiarse de eso para hacer lo suyo: la música se alimenta de sí misma todo el tiempo. Para mí está bueno porque eso quiere decir que respetan mucho mi música, que aunque pase el tiempo los músicos siguen teniéndome en cuenta.”
A decir verdad, también se acusó a Yellowman –que mañana tendrá su debut porteño en Niceto– de apropiarse de músicas ajenas en sus discos, como si hubiera música que surgiera por generación espontánea. Si siempre se habló de la influencia que tuvo el dancehall jamaiquino de principios de los ’80 en los orígenes del hip hop es, en gran medida, por el desparpajo que tienen los buenos raperos (aprendido de maestros del “toasting” jamaiquinos) para apropiarse de cualquier música, ya sea para mostrar su conexión, burlarse o simplemente improvisar desde esos clichés o lugares comunes que todos entienden. De ahí que Yellowman sea considerado un referente en el surgimiento del hip hop. Pero a esa habilidad para cantar arriba de cualquier base se le suma otra cuestión: la actitud y las letras del Yellowman hacia 1982 eran mucho más duras y más explícitas sexualmente que las de la música jamaiquina de los ’70. Las oleadas de inmigrantes que había entrado a Estados Unidos provenientes de Jamaica desde los ’60 habían generado un caldo de cultivo propicio para que los rude boys jamaiquinos mutaran en los raperos “gangsta” de los ’80. En ese contexto, el dancehall (y particularmente Yellowman) fueron el eslabón perdido entre la música jamaiquina y el hip hop.
Ajeno a todos estos análisis, Yellowman comenta, con cierta honestidad brutal, que lo que hace ahora es “muy diferente a lo que hacía cuando era más joven”. “No había mucho mensaje por entonces, ni en los discos que hacía yo ni en los que hacían los demás. Creo que todos a mi alrededor estaban pensando sobre todo en hacer dinero. Y por entonces yo era muy joven, no tenía la experiencia que tengo ahora.”
Nacido como Winston Foster en 1956 en Kingston. Yellowman nació huérfano y albino en un país en el que, vaya uno a saber por qué, ser albino está mal visto. Claro que el autor de “Them a Mad over Me” (uno de sus temas más sexópatas, antecedente directo de las guarangadas que ofrece el reguetón de hoy) pronto supo hacer de la necesidad, virtud: a finales de los ’70 Yellowman ganó un concurso haciendo “toasting” y un par de años después ya era conocido como El Señor Yellowman, Rey del Dancehall, al punto de llegar a ser el artista jamaiquino más vendedor de la década del ’80. Alguna vez alguien dijo que ver actuar a Yellowman era como ver jugar al básquetbol a Michael Jordan: el tipo nació para eso y lo tiene claro. “Es simple: a mí la música me salvó la vida. Dios me dio un don y trato de aprovecharlo. Por eso es que nunca me detuve y siempre estuve haciendo giras y grabaciones”, dice el jamaiquino.
Más allá de su meteórico ascenso en la primera mitad de los ’80, las pruebas en la vida de Yellowman continuaron: en 1986 le diagnosticaron cáncer de mandíbula y si no hubiera sido por una oportuna cirugía, no estaría ahora contando que hace ya más de 12 años que toca con su banda (The Sagittarious Band, una aplanadora rítmica cada vez más aceitada) y que ahora es un artista más maduro, que le suma a su demoledor sentido rítmico letras más espirituales y con más contenido social. “Creo que la música que hice en mis primeros discos está bien, pero la música y los artistas evolucionan: me formé escuchando música jamaiquina, pero también a Sam Cooke, James Brown, mucho soul, todo tipo de música. Y sé que ahora evolucioné: mi música no perdió la fuerza, pero ganó profundidad.”
A los 55, Yellowman sabe que su enorme influencia en la escena se debe a sus primeros y frenéticos álbumes (de hecho en 1982 llegó a editar... ¡13 discos!). Y es que a su influencia sobre la escena hiphopera hay que sumarle la que tuvieron sus discos y los de otras figuras del reggae en los productores de hip hop de Puerto Rico. De ese encuentro proviene el reguetón, ritmo del que Yellowman tiene cierta responsabilidad... aunque no la culpa: “A mí me gusta la idea de ese ritmo, tiene mucho que ver con el dancehall, es muy bailable, y también tiene esa cosa de ‘chico malo’. Pero seguro que también tiene sus limitaciones. Sé que evolucioné como persona, pero no sé si pasa eso con algunos artistas de reguetón”. Claro que Puerto Rico no es Jamaica y Yellowman no es Don Omar. Pero basta escuchar “Zungguzungguguzungguzeng” una vez más para entender por qué este negro albino y jamaiquino está llenando el mundo de pequeños “yellow children”. Billetera mata galán, dice el refrán, pero músico mata todo.
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