Ante el recital por los 15 años de la orquesta El Arranque, uno de sus fundadores, Ignacio Varchausky, habla sobre la busca de un sonido propio.
Una de las más renombradas orquestas de tango de la actualidad, El Arranque, ya es referencia obligada. Tocó en 250 ciudades de todo el mundo y, claro, en toda la Argentina. Por eso, ahora que el grupo cumple 15 años y, a modo de festejo, sus integrantes decidieron realizar un concierto. que tendrá lugar el miércoles próximo. No es un concierto más y contará con invitados de lujo, como los bandoneonistas Leopoldo Federico y Julio Pane y del músico y cantante Juan "Tata" Cedrón. La circunstancia ofrece una excusa perfecta para conversar con Ignacio Varchausky, contrabajista de la orquesta y uno de sus fundadores.
-¿Cómo empezó El Arranque?
-Cuando Camilo Ferrero, y yo, en 1995, nos conocimos en el Conservatorio Manuel de Falla. Nos hicimos amigos y ese mismo año nos vinculamos con otros compañeros que tenía Camilo en la EMPA y se armó la primera versión de El Arranque, cuyo único objetivo era aprender a tocar tango. Era un quinteto y tocaba desgrabaciones de las orquestas que admirábamos: Salgán, Maffia, Troilo... Debutamos en 1996 y en 1997 agregamos un bandoneón, un violín y yo me pasé definitivamente al contrabajo. Allí nos propusimos tocar sólo arreglos propios.
-¿Qué sabían de tango en ese momento?
-Mucho y nada. Teníamos años de escuchar obsesivamente las grabaciones de todas las orquestas famosas, de los cantores... Yo era un pequeño coleccionista.Habíamos leído mucho sobre la historia del tango y conocíamos a varios maestros. Lo teníamos muy incorporado en nuestra oreja y en nuestro corazón. Pero nunca lo habíamos tocado y no teníamos ni la menor idea de cómo hacían esos tipos que tanto admirábamos para sonar como lo hacían. Comprendíamos el lenguaje, pero no éramos capaces de hablarlo.
-¿Cuántos de los músicos originales quedan?
-Camilo (primer bandoneón y arreglos) y yo somos los dos únicos miembros fundadores en el El Arranque. Pero hay otros como Ariel Rodríguez (piano y arreglos) que está desde 1997, o Martín Vázquez (guitarra eléctrica y arreglos) que está desde hace 10 años. El grupo se completa con Marco Antonio Fernández (que es el segundo bandoneón), Guillermo Rubino (primer violín), Gustavo Mulé (segundo violín) y Juan Pablo Villarreal (voz).
-Uno de los problemas de los grupos de tango surgidos en los últimos años es cierta tendencia a tocar en el estilo de tal o cual, según arreglos originales del pasado. ¿Esa música le habla a la gente de hoy?
-No hay que olvidarse de que el tango tuvo un bache generacional de, al menos, 30 años. El tejido de transmisión se rompió y hubo que recomponerlo. En nuestro caso, pasamos todo un año tocando la música de aquellas orquestas que nos gustaban antes de escribir un arreglo propio o de ponernos a componer. El objetivo fue estudiar a la orquesta típica para entender de qué estaba hecha. Tocando ese tipo de material uno se acerca a lo mejor de la literatura musical del tango y tiene la oportunidad de incorporar los distintos elementos constitutivos que definen al género para ir apropiándose de aquéllos que siente más cercanos o mejor le quedan. Una vez que se conocen las formas y los acuerdos estéticos de cada época, uno elige y comienza el desafío (posible, pero no por eso obligatorio) de buscar un lenguaje propio o, al menos, un acento o pronunciación que no signifique copiar a otros. Por otro lado, están los que recrean por el placer de tocar y escuchar su estilo favorito; yo lo compararía con el que toca el repertorio clásico de Brahms o Ravel... ¿Por qué uno debería desestimar tanta música hermosa?
-Otra tendencia consiste equipara el tango con la música de baile, descuidando lo conquistado por quienes compusieron tangos para escuchar. ¿Cómo se paran ustedes ante eso?
-En algún momento nos propusimos hacer música bailable, un poco para aprender el lenguaje de origen y para poder trabajar. El grupo fue encontrando un estilo menos forzado y un sonido más personal con el que pudimos explorar las posibilidades de una formación como la nuestra, que es una pequeña orquesta típica. No encuentro conflicto entre el tango bailable y el de "concierto", de hecho no existiría un Salgán sin un Di Sarli, ni un Marsalis sin un Ellington. Lo triste (o peligroso) es la ortodoxia, la mirada dogmática de un lado o del otro.
-¿Cuáles son los caminos que le falta trajinar a esta música?
-El mayor déficit del género está en la falta de reflexión sobre el objeto. Se discute poco sobre la música, su estética y sus problemas. Deberíamos pensar al tango como un arte dentro de la historia del arte; lo más común es la mirada endógena y la eterna autorreferencia. Esa es la apertura que hace falta y no la modernización sin concepto.
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