Aunque nació en San Fernando, el nombre de este cantante, compositor y bombista es sinónimo de la música de Santiago del Estero. “Tengo la intención de seguir haciendo y cantando cosas lindas, agradables y con fundamento”, afirma.
Por Cristian Vitale
El llamado telefónico encuentra a Alfredo Abalos de tardecita nublada y fría en Santiago del Estero. El Gordo está algo molesto. “Hace mucho frío acá... Hemos tenido mañanas de 4 o 5 grados bajo cero, ha cambiado mucho el clima desde que estos animales (los hombres) han depredado 15 mil hectáreas de monte virgen, y por eso ha dejado de llover: se salinizó la tierra, se erosionó y todo está más húmedo”, reclama, pero sigue en la vía. Santiago no es su provincia –nació en la bonaerense ciudad San Fernando, hace ya 73 años–, pero la adoptó hace 40 por un sinfín de razones. Primó la cuestión musical, claro: el cantor popular, compositor y bombista es casi un sinónimo de la chacarera. Ha compuesto o ha interpretado –con estilo personal, voz única y tacto de la tierra– gemas del género (“Por unas pocas monedas”, “La yuya” o “La doble sentenciosa”, por nombrar unas pocas), pero él suma otras cosas. “De vez en cuando me doy una vuelta para ver a mis hermanos, a mi familia, pero nunca pensé en volver. Buenos Aires fue cambiando mucho. Antes, en San Fernando la gente se la pasaba tomando mate, yendo al río o cenando en las veredas, y ahora no pasa eso. No es linda la cosa. Hay mucha droga en todos lados”, se despacha con su habitual estilo directo, sin matices ni dobles intenciones.
La de esta noche en el ND Ateneo (Paraguay 911) será una visita más. El Gordo llega a Buenos Aires junto a La Pesada Santiagueña con el propósito de repasar aquellas viejas y queridas canciones –chacareras truncas, sobre todo– que imprimieron su nombre con letras grandes en la santiagueñidad, y algunas de elaboración reciente que traen sus hijos Martín y Santiago como parte del grupo. “Son las que vengo tocando en estos últimos cuarenta años –se ríe–, de cuando era joven y amaba Santiago por su gente, sus tradiciones, sus comidas y su música. Me mudé acá porque me hice amigo de los Hermanos Ríos, Andrés Chazarreta, Sixto Palavecino, Orlando Jerez, Pablo Trullenque o el Gordo Faro. Y me enamoré de esas músicas... Eso es lo que traigo”, anuncia.
–Hace mucho que no graba. ¿Por qué?
–Cosas de la vida, yo qué sé. Pasa que hay que hacer las cosas con seriedad, no se puede grabar por grabar. Pero ahora estamos preparando algunos temas para grabar después de que se vaya el frío, porque ahora todo el mundo anda medio resfriado y las voces no andan bien. Tengo la intención de seguir haciendo y cantando cosas lindas, agradables y con fundamento, para marcarles el camino a los pibes y que anden bien por la vida. Fue lo que siempre hice.
–¿Ve los efectos? ¿Siente que su hacer ha “encaminado” a las nuevas generaciones que se están acercando al folklore?
–La verdad es que no conozco demasiado. No tengo mucha idea. El tema es que hace mucho tiempo que no voy a espectáculos, no salgo casi de casa, pero por lo poco que veo, sí, hay cambios. Hay gente que hace las cosas con respeto y seriedad, hay un semillero interesante de pibes que están componiendo, tocando y cantando, pero también hay gente que no. Creo que, igualmente, desde el Estado y lo institucional se están haciendo las cosas bastante bien. Hay un apoyo que antes no existía.
Se ha dicho y se dice de él que es “la voz de la chacarera”, o que es más santiagueño que la tuna, o que nunca se desvió de tal senda identitaria. La última vez que se publicó un disco suyo fue a través de Página/12: Te digo, chacarera era un fresco vital, personal y (casi) puro del género que estrecha relación, basado en temas propios, pero también en versiones de Ariel Petrocelli y Hugo Díaz. Allí se reunían temas de sus mejores producciones: Moneda que está en el alma, Las coplas de la vida o Una quimera más, todas ellas sobrevoladas principalmente por la intención de serles fiel a las tradiciones ancestrales de la musica santiagueña. “Lo que pasa hoy con el folklore en la Argentina es general en todas partes: hay gente que hace las cosas bien y otra que hace las cosas mal”, insiste.
Las cosas bien, en el planeta Abalos, significa tocar música “linda y criolla”, cosas “con fundamento, melodía y mensaje”. Las cosas mal, en cambio, es cantar pavadas “sólo por vender más discos”. “Uno que conoce, escucha y se da cuenta, ¿no? Esto no va, esto sí porque está lindo, está hermoso por el rasguido de guitarra, el punteo. No hace falta tanto análisis si hace mucho que estás en esto”, dice. La música “linda y criolla”, siguiendo su lógica, es la que evita baterías y guitarras eléctricas. La que va a la pureza del bombo legüero y su sonido austero y primal. La que no va, claro, es la que utiliza guitarras eléctricas, “que no tienen nada que ver”. “Hay muchísimas cosas que a mí no me gustan. Hay que tocar la música como es, con los instrumentos que son de toda la vida. Eso es lo lindo”, refrenda.
–¿Ni siquiera avala el trabajo de Peteco Carabajal, por ejemplo, que ha incluido ese tipo de instrumentos en su música?
–No sé lo que hace. Hace mucho tiempo que no lo veo, no sé qué decir.
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