Entrevista. Federico Llach. Se dedicó a la música tras abandonar Letras. El 21 presenta su disco.
No es muy habitual que en la charla con un jazzero surjan nombres de la más nueva composición académica. Pero así son las cosas con el contrabajista Federico Llach. Los nombres de Helmut Lachenmann o Gerard Grisey se entremezclan con los de Ornette Coleman o Ellington no sólo en la conversación distendida, franca y sencilla que Llach sostiene en un bar palermitano, sino también en la música que compone.
Sin ir más lejos, La urgencia de lo incierto , el último disco que Brote, la agrupación que integra junto al trompetista Sergio Wagner, el saxofonista Misael Parola y el baterista Pedro Ahets Etcheberry, contiene un homenaje a Gÿorgy Ligeti bajo el poco rimbombante título Jorgito . Pero no sólo Jorgito puede enlazarse con la producción de los autores que Llach menciona sin petulancia. La libertad que da al grupo la ausencia de un instrumento armónico se complementa con la incansable búsqueda de timbres y combinaciones métricas, un eco de la producción contemporánea que repica en sus composiciones, pero también en las de los otros integrantes de Brote.
El apellido Llach tiene resonancias en el mundo de la política, de la economía y también de las letras. Juan, el papá, cuya melomanía seguramente influyó en la vocación de Federico, fue ministro de educación. Felipe, el ingeniero, trabaja en Mentira la verdad , en el canal Encuentro; Lucas es economista y tiene un blog visitadísimo dentro del diario La Nación ; Santiago es un reconocido poeta. “Yo ya tocaba la guitarra, había estudiado en el conservatorio Juan José Castro, pero cuando terminé la escuela secundaria me anoté en la carrera de Letras, tal vez un poco influenciado por Santiago”, cuenta. “No duré mucho ahí. En esos tiempos había una tensión con mi apellido porque mi papá era ministro de educación. Pero no me fui por eso. Aunque tengo que reconocer que ver esos carteles en contra de mi viejo no me resultaba lo más cómodo del mundo”.
Encontró un ámbito de aprendizaje en Berklee Buenos Aires, la escuela de jazz que dirige Jodos. Luego entró al IUNA, donde estudió composición y recibió premios por una de sus obras.
La Sinfónica Nacional te estrenó “Talampaya”.
Sí, fue bastante impresionante estar en el Auditorio de Belgrano con tanto público. Mi relación con mis obras escritas cambia todos los días, pero creo que Talampaya suena bien, creo que tiene un sonido bastante personal.
¿Y cómo congeniás la vida de un compositor serio con la del músico de jazz? Como músico de jazz estoy un poco corrido de la escena. Soy contrabajista y sin embargo toco en un solo grupo. En el jazz el contrabajo es un instrumento requerido y oportunidades laborales no me faltan, pero a mí no me gusta andar atrás de diferentes agrupaciones. Mis intereses van más por el lado de hacer mi propia música
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