La cantante platense finalmente logró sacarse el estigma de no tener el supuesto legitimante de la provincianía, gracias al recuerdo de los viajes a Villa Bermejito, en la provincia natal de su padre.
Por Cristian Vitale
Chaco puede. O, al menos, “la” puede a Laura Albarracín. Pasaron ocho discos y muchos años para que la dúctil y experimentada cantante se sacara el estigma de ser de La Plata “y cantar folklore”, atravesada por el supuesto legitimante de la provincianía. “Nací en La Plata, me crié en City Bell, y sé que nunca voy a poder cantar música de mi país como una correntina o una santiagueña, pero ahora lo hago con admiración, me lo apropio”, establece, como efecto del sino que determinó su nuevo disco (Chaco), relacionado con una resignificación del pasado. Donde Albarracín veía estudio, diagonales, academia y pura interpretación, ahora ve en aquellos viajes a Villa Bermejito, por ruta de arena y llena de bichos, un principio motor que la desentiende del prejuicio ciudadano. “Desde que salí revelación de Cosquín, en 1988, siempre me pregunté por qué cantaba, si no había familia, amigos o un ámbito natural que me llevaran a eso, como se da en las provincias. No tenía nada de eso y pensaba que no había nada, pero después de muchos años maduró en mí el reflejo de varias vacaciones a la provincia de mi papá. Y allá sí se daba naturalmente la guitarreada en el patio y esa cosa que nutre a la canción folklórica, que es la descripción del paisaje con la gente adentro. Ahora sé que también soy eso”, sentencia, a punto de presentar su disco hoy a las 22.30 en El Cubo (Zelaya 3053).
Chaco es un disco que, determinado en parte por la poesía en forma de galopa de Oscar Valles que lo abre (“Carne de madera bajo el sol de mi niñez / alma de mi Chaco hecho raíz en mis entrañas”), sobreviene en géneros, ritmos y miradas más afines a su prolija cosecha: zamba, huella, chacarera, huayno, vidala y milonga. Distinguidos todos por la presencia de músicos que Albarracín supo conquistar durante años de trabajo: Juan Falú le tiñe de mística y sutilezas “Guitarra, dímelo tú” (Yupanqui), Cecilia Todd le refuerza la voz en la zamba “Allá lejos y hace tiempo” (Tejada Gómez y Ariel Ramírez), el Chango y Marián Farías Gómez le arreglan impecablemente “La (chacarera) de los angelitos” (Adolfo Abalos y Julián Díaz) y Rolando Goldman le da brillo con su charango a dos sayas en una: “Mi samba, mi negra” y “El funeral del río”. “Es claro que no es un disco de autores o intérpretes chaqueños –dice Albarracín–, incluso ni Valles lo es, pero sí está determinado por la referencia, por una toma de conciencia de mi parte. Sí, es cierto, nací en La Plata, pero mis viajes entre Sáenz Peña y Villa Bermejito en Citroën para ver esas escuelas que aparecían en medio de la nada después de andar tanto tiempo son parte de mí, tanto como escuchar el sonido de los animales del otro lado del río o quedar fascinada por el mono y los pájaros que había en la casa de mi abuela paterna. ¡Todo ese bicherío! Parecen pavadas, pero si uno vive en un departamento en Buenos Aires y su hijo le ruega un perrito todos los días se da cuenta de que no lo son. Bueno, todo esto se fue juntando en mí y dejó una huella importante.”
–Eso en cuanto al marco. Pero, ¿cómo influyeron aquellos viajes en sus músicas, específicamente?
–Me pegó la cuestión de las guitarreadas y los músicos que se ponían a tocar cualquier tema en cualquier tono. Digo esto porque cuando sos de la ciudad y decidís cantar algo, primero sacás el tema, después ves quién te acompaña, qué tonos son los que corresponden y así. En esos lugares no pasa eso. Es como ir de la academia hacia el folklore y no al revés: la música, allí, se arma del músico para afuera, y es un concepto que fui incorporando con más intensidad desde que empecé a revisar mi pasado.
Albarracín, de 46 años, tiene además una agitada agenda como profesora de canto en la Escuela de Música de Avellaneda y da talleres de canto en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (Ecunhi) todos los martes. Y lleva en su mochila numerosos premios y momentos clave, como haber sido invitada por Eva Ayllón y Mercedes Sosa o actuado en el homenaje a Yupanqui que se hizo en el Teatro Colón, con Ariel Ramírez, Víctor Velázquez, Suma Paz, Graciela Borges y La Negra. “Son recuerdos que quedan por siempre. Mercedes me invitó a ser su telonera en 2001 y todavía no lo puedo creer. Se puede ganar premios, tocar mucho, recibir halagos, pero la potencia de cosas como ésas son premios que quedan para siempre en el alma”, dice.
–¿Por qué tardó tanto tiempo y tantos discos en grabar a Yupanqui?
–Porque siempre lo viví con una angustia tremenda... Sus temas tienen esa visión tan tremenda de la realidad que no sentía estar tan entregada y conectada como debería. Por suerte, ahora lo siento. Son como escalones, ¿no? Cuando era chica, jamás pensé que iba a animarme a cantar, porque mi personalidad no iba con eso, pero la tentación de hacerlo luchó contra mi negación y felizmente terminó ganando.
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