Con modestia, el cantante del cuarteto que inventó el punk pop habla de lo que cambió y de lo que no –como el valor de la independencia– desde 1977, cuando decidió formar a la banda tras ver a los Sex Pistols. El grupo tocará esta noche en El Teatro de Flores.
Por Mario Yannoulas
En aquel turbulento 1977, pocos imaginaban que la alianza entre punk y pop fuese a durar hasta hoy: eran, en principio, dos elementos en supuesta tensión. ¿Quién habría sugerido que el rock indie de la última década sería tan hijo de esa fusión nuclear? Buzzcocks, la banda “singlera” del prolífico último tramo de los ’70, encarnaba esa versión de punk afable –pero, en su caso, no conformista– que hoy subyace en el rock radial. Muchas letras eran sobre relaciones amorosas, pero no por eso complacientes: llamar “Adicto al orgasmo” a una canción no parecía ser específicamente un guiño a la difusión masiva. Al menos, no a primera vista. ¿Cómo comprender la génesis de Green Day o The Offspring sin haberlos escuchado? Los Buzzcocks –que se presentarán hoy a las 19 en El Teatro de Flores (Rivadavia 7800) y mañana a las 21 en Casa Babylon, Córdoba– eran, en sonido e imagen, algo más presentables que los graznidos de Johnny Rotten o la silueta ultrajante de Sid Vicious. Claro, en esa época, mientras unos estudiaban literatura y filosofía, otros flagelaban sus cuerpos. Pero estaban nutridos por la misma energía. Buzzcocks se formó luego de que Pete Shelley y el entonces cantante Howard Devoto vieran en vivo a los Pistols en 1976 y trazaran, desde ese momento, un camino propio. Eran, también, la banda más pop de un circuito y una época en la que cada grupo cultivaba una personalidad propia, y así forjaba su propio mito: The Clash, The Damned, los propios Pistols... Y eso sólo en Inglaterra.
Los Buzzcocks también quedaron en la historia grande del rock, sobre todo por haber encabezado el sonido de Manchester de los tardíos ’70, sobre el que tanto se ha dicho y escrito y que el cineasta Michael Winterbottom quiso relatar en la película La fiesta interminable. Sin embargo, para el cantante, guitarrista y líder espiritual Pete Shelley, el film olvidó la esencia del punk de ese entonces: el sumergirse en clubes nocturnos, el publicar de forma artesanal e independiente. “Nada de eso está ahí”, se queja ante Página/12. “Si tengo que decir la verdad, en la actualidad no encuentro grupos como eran los Pistols en esa época. No hay bandas con potencial revolucionario en cuanto a la música. Más bien lo que veo son experimentos de gente que lo único que parece estar diciendo sobre el escenario es: ‘¡Mírenme, mírenme’”, dispara, acostumbrado a ser sincero. Con sólo hojear un par de páginas acerca del rock indie revitalizado en la última década –a veces con sinceridad y otras como comedia– se entiende por qué las fotos y los discos de Buzzcocks no huelen a naftalina: sus trajes, sus voces, sus melodías, sus bases rítmicas, todo está ahí en mayor o menor medida. A Shelley, de 55 años, y a sus compañeros, el punk los mantuvo jóvenes.
–¿Considera que los Buzzcocks fueron pioneros para todo lo que vino después?
–Supongo que sí. No suelo pensar mucho en ese tipo de cosas, pero me parece que algo pudimos haber influido. Creo que los valores que sosteníamos, como la independencia artística, siguen siendo importantes. Cuanto más control tenga una banda sobre lo que pasa consigo misma, mejor.
–¿Es este mundo muy diferente al de los ’70?
–No me parece. Está Internet, pero no mucho más. La mayoría de la gente sigue pensando más o menos las mismas cosas y sigue habiendo mucha frustración en las personas.
–¿Y su espíritu? ¿Es el mismo?
–Lo que sé es que estoy más relajado que antes. Me imagino que es por una cuestión de tensión entre la vida y la muerte (risas). Uno crece, se supone que madura y se va dando cuenta de que las cosas que le pasan, las que están a su alrededor, en general, no son el fin del mundo. Tampoco siento tanta presión ahora. Cuando separé la banda fue porque me costaba comunicarme con mis compañeros, transmitirles mis ideas y que me entendieran. Volvimos porque con los años todos cambiamos y tratamos de hacerle al otro las cosas más fáciles. Si bien la banda tuvo unos cuantos cambios de formación, siempre supo lo que quería y trató, en la medida de lo posible, de divertirse, porque sin diversión no podríamos estar haciendo esto.
Tras haberse separado en 1981, la banda regresó a los escenarios ocho años después, y nunca más se bajó. Ahora llega, en una nueva visita a la Argentina, con Steve Diggle (otro histórico) en guitarra y voces, Tony Barber en bajo y Danny Farrant en batería, además de Shelley, claro. Una vez finalizada esta gira, piensan entrar a estudios para registrar el sucesor de Flat-Pack Philosophy, de 2006. “El año próximo grabaremos y va a ser un nuevo fin de capítulo. Tenemos muchas canciones nuevas, pasaron cinco años desde el último disco. Pero de las canciones no puedo decir mucho porque estoy seguro de que no van a quedar en el disco tal como están ahora. Siempre que grabamos, el proceso las da vuelta. Lo único que sé es que, si no tengo una buena melodía, no tengo un tema”, confiesa. Sin embargo, dice, las fuentes de inspiración son siempre parecidas: “Cuando uno escribe, piensa en las cosas que ve, lo que siente y lo que sabe. Siempre me gustó hablar de las relaciones, en general, pero la canción llega muchísimo más lejos cuando la gente hace la conexión con su propia vida. Esa es la conexión que me inspira”.
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