El cantante de Massacre se define como una figura “contracultural” dentro del rock de grandes marcas. Pelea contra la droga y valora el formato individual.
Por: Juan José Santillán
El primer single de Massacre fue por una “indemnización”.
Hicimos un recital que se fraguó porque, en ese momento, a mediados de los ‘ 80, se armaba quilombo entre punks, skaters, heavys. No hicimos ese recital y el dueño del boliche nos ”pagó” con horas en un estudio de Ramos Mejía. Grabamos seis temas y un productor, Chucho Fasanelli, trasformó ese demo en un disco que hoy es objeto de culto y vale cientos de dólares.
La música está en mi vida porque mi vieja, los mediodías, ponía a Wagner; y mi viejo era violinista y compositor de folclore . Pero el rock estaba prohibido en casa. Y todo lo que ellos odiaban, me atraía. A los 12 años descubrí a mi primera novia, el skate, y por eso llegué al rock. A la par, compraba revistas, importadas, y leía reseñas de bandas de la New Wave, de los Ramones, de The Clash, de The Police. Fui campeón nacional de skate y le compré una guitarra a una de las Bay Biscuits. Después arranqué, en un garage, con mi primera banda.
Asumo que estoy dentro del rock “mainstream” y de ciertos monopolios.
Toco en festivales masivos apadrinados por tres o cuatro marcas. Sé que desde ahí dentro soy una figura “contracultural” necesaria, que parodia todo el sistema. Hoy en día esas empresas me deben odiar, porque en todos los recitales pido que Rogers Waters, el tipo que hizo The Wall y llena tantos River, haga un show gratis en el Luna Park para los ex combatientes de Malvinas.
Esta no es una época de demasiadas metáforas o medias tintas.
Los pibes están entre una vida virtual peligrosa, y la falopa, especialmente, el paco. Necesitan faros o modelos. No es que nosotros queramos ser eso, no soy demagógico, siempre apelé a la metáfora, pero ahora trato de ser más claro. Tiro una formulita para ser feliz: ser vocacional con tus propias convicciones, plantearte metas cortas y fáciles para después agrandarlas. Escaparle al formato cardúmen y valorar el pensamiento individual.
Jello Biaffra, de Dead Kennedys, fue mi líder ético por su respeto a las minorías.
En lo poético lo fueron Lou Reed, Patti Smith y el Indio Solari. Creo que su pluma trasciende la poesía rock, si no fuese de esta época, y hubiese nacido cien años atrás, el Indio sería uno de los grandes de la literatura sin necesidad de la guitarra eléctrica.
Para mí el día fue el skate y la noche, el rock.
Y me pasé de un bando a otro.
De golpe, estaba en un departamento lleno de azafatas y mucha falopa. Empecé a ser un hedonista decadente. Después me convertí en una figura más positiva: un gordo ambiguo que sube al escenario con calzas de mujer y te dice: “ hola mi amor, divino, ¿cómo andas? ”. Empiezo a hablar en contra de la falopa, desde la experiencia. Digo que es mejor crear, escribir, tener vínculos reales y no virtuales. Aprovechar el sexo. Antes el porro o la merca eran más maleables. Ahora soy un enemigo total de la falopa, porque el paco es una merda . Cuanto más me sigan, mejor.
Tengo un hijo, Alan, de 19 años.
Yo fundé Massacre para, desde el rock, cuestionar a la generación de mis viejos y su fracaso como padres, como individuos; como todo. Trato de no cometer sus errores, pero a veces te encontrás haciendo lo mismo. Alan nació cuando yo tenía 20 años. A él trato de inculcarle un horizonte, pero no me da bola. Encima los varones somos competitivos. Imagináte: a él le interesa cualquier cosa que diga otro rockero menos yo. Siempre le digo, “si no cantara en Massacre, vos serías fanático nuestro”. Y me dice: “Sí”.
A Flavio Cianciarulo lo conocí en Mar del Plata, del circuito surf y skate.
Era el día. A Sergio Rotman, de la noche y el grupo de las azafatas. Y en el verano del ‘84 los junté en la pileta vacía de un hotel donde andábamos en skate. Flavio andaba con ganas de formar una banda y esa tarde habló con Rotman. Así se armaron Los Fabulosos Cadillacs.
Cuando era chico decía que la felicidad estaba en tomar mates con bizcochitos, y después me puse más rebuscado.
Hoy día no reivindico a un líder de la psicodelia que vive en San Francisco, sino a Ringo Bonavena, que vivió en Parque Patricios.
Juanchi Baleirón, productor de “Ringo” y “El mamut”, sacó mi voz del mar de guitarras donde siempre me escondía.
El me propuso el concepto del comunicador. En El mamut se entiende todo lo que digo. Antes no.
Massacre es contracultural.
No lo hacemos voluntariamente, lo descubrimos cuando Sergio Rotman me dice“ ¿te das cuenta que ese hitazo (por Tanto amor ) no tiene estribillo? ” De hecho, ese tema no iba a entrar en el disco, con lo cual tampoco tenemos demasiado criterio comercial que, en Massacre, lo ponen otros.
El primer single de Massacre fue por una “indemnización”.
Hicimos un recital que se fraguó porque, en ese momento, a mediados de los ‘ 80, se armaba quilombo entre punks, skaters, heavys. No hicimos ese recital y el dueño del boliche nos ”pagó” con horas en un estudio de Ramos Mejía. Grabamos seis temas y un productor, Chucho Fasanelli, trasformó ese demo en un disco que hoy es objeto de culto y vale cientos de dólares.
La música está en mi vida porque mi vieja, los mediodías, ponía a Wagner; y mi viejo era violinista y compositor de folclore . Pero el rock estaba prohibido en casa. Y todo lo que ellos odiaban, me atraía. A los 12 años descubrí a mi primera novia, el skate, y por eso llegué al rock. A la par, compraba revistas, importadas, y leía reseñas de bandas de la New Wave, de los Ramones, de The Clash, de The Police. Fui campeón nacional de skate y le compré una guitarra a una de las Bay Biscuits. Después arranqué, en un garage, con mi primera banda.
Asumo que estoy dentro del rock “mainstream” y de ciertos monopolios.
Toco en festivales masivos apadrinados por tres o cuatro marcas. Sé que desde ahí dentro soy una figura “contracultural” necesaria, que parodia todo el sistema. Hoy en día esas empresas me deben odiar, porque en todos los recitales pido que Rogers Waters, el tipo que hizo The Wall y llena tantos River, haga un show gratis en el Luna Park para los ex combatientes de Malvinas.
Esta no es una época de demasiadas metáforas o medias tintas.
Los pibes están entre una vida virtual peligrosa, y la falopa, especialmente, el paco. Necesitan faros o modelos. No es que nosotros queramos ser eso, no soy demagógico, siempre apelé a la metáfora, pero ahora trato de ser más claro. Tiro una formulita para ser feliz: ser vocacional con tus propias convicciones, plantearte metas cortas y fáciles para después agrandarlas. Escaparle al formato cardúmen y valorar el pensamiento individual.
Jello Biaffra, de Dead Kennedys, fue mi líder ético por su respeto a las minorías.
En lo poético lo fueron Lou Reed, Patti Smith y el Indio Solari. Creo que su pluma trasciende la poesía rock, si no fuese de esta época, y hubiese nacido cien años atrás, el Indio sería uno de los grandes de la literatura sin necesidad de la guitarra eléctrica.
Para mí el día fue el skate y la noche, el rock.
Y me pasé de un bando a otro.
De golpe, estaba en un departamento lleno de azafatas y mucha falopa. Empecé a ser un hedonista decadente. Después me convertí en una figura más positiva: un gordo ambiguo que sube al escenario con calzas de mujer y te dice: “ hola mi amor, divino, ¿cómo andas? ”. Empiezo a hablar en contra de la falopa, desde la experiencia. Digo que es mejor crear, escribir, tener vínculos reales y no virtuales. Aprovechar el sexo. Antes el porro o la merca eran más maleables. Ahora soy un enemigo total de la falopa, porque el paco es una merda . Cuanto más me sigan, mejor.
Tengo un hijo, Alan, de 19 años.
Yo fundé Massacre para, desde el rock, cuestionar a la generación de mis viejos y su fracaso como padres, como individuos; como todo. Trato de no cometer sus errores, pero a veces te encontrás haciendo lo mismo. Alan nació cuando yo tenía 20 años. A él trato de inculcarle un horizonte, pero no me da bola. Encima los varones somos competitivos. Imagináte: a él le interesa cualquier cosa que diga otro rockero menos yo. Siempre le digo, “si no cantara en Massacre, vos serías fanático nuestro”. Y me dice: “Sí”.
A Flavio Cianciarulo lo conocí en Mar del Plata, del circuito surf y skate.
Era el día. A Sergio Rotman, de la noche y el grupo de las azafatas. Y en el verano del ‘84 los junté en la pileta vacía de un hotel donde andábamos en skate. Flavio andaba con ganas de formar una banda y esa tarde habló con Rotman. Así se armaron Los Fabulosos Cadillacs.
Cuando era chico decía que la felicidad estaba en tomar mates con bizcochitos, y después me puse más rebuscado.
Hoy día no reivindico a un líder de la psicodelia que vive en San Francisco, sino a Ringo Bonavena, que vivió en Parque Patricios.
Juanchi Baleirón, productor de “Ringo” y “El mamut”, sacó mi voz del mar de guitarras donde siempre me escondía.
El me propuso el concepto del comunicador. En El mamut se entiende todo lo que digo. Antes no.
Massacre es contracultural.
No lo hacemos voluntariamente, lo descubrimos cuando Sergio Rotman me dice“ ¿te das cuenta que ese hitazo (por Tanto amor ) no tiene estribillo? ” De hecho, ese tema no iba a entrar en el disco, con lo cual tampoco tenemos demasiado criterio comercial que, en Massacre, lo ponen otros.
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