Todos tuvieron algo para decir y, en general, todo resultó interesante. Los próceres, las generaciones intermedias y los que asoman supieron sacarle el jugo a un panorama que no estuvo exento de dificultades laborales, pero dejó un soberbio saldo artístico.
Por Luis Paz
En “Tomates”, de Baldíos lunares (publicado apenas después de la separación de Ratones Paranoicos), Juanse aseguraba que “una canción no es un kilo de tomates” y que “nunca está cara una canción”. Es un verso brillante. Pero la hiperinflación que la canción admitió en 2011 fue soberbia y, a diferencia de lo que ocurre cuando sube el costo de la canasta básica, se replicó en júbilo, fe y placer. Como pasó durante el Renacimiento en la Europa católica y romana, los artistas de rock interactuaron con su época, que también es una de conquistas y descubrimientos, retornando a la intención primal de expresar una belleza. Antes que de distorsión y manifiestos, de cultura y alerta, de concordia y discordia, de poesía y alfileres de gancho, de video en HD y corrales para ganado ubicados en estadios, el rock se alimentó de la belleza y el conocimiento y los devolvió, a veces masticados y otras regurgitados, en forma de canción. Como renacentistas, entonces, los rockeros argentinos se ocuparon en 2011 de investigar las formas y de fundar nuevos métodos de la canción y conectaron con los gozos y las sombras del ser humano.
El renacimiento del rock
Antes que quiénes o cómo lo lograron, tal vez la mejor pregunta sea por qué pudieron hacerlo. Varias estadísticas indican que, en recesión, los ciudadanos forman menos parejas, se enamoran menos y no tienen hijos. En un 2011 que no vio grandes crisis como la de 2001 (que puede resumirse en dos cifras, 19 y 20) y la de 2004 (resumida en la palabra Cromañón), pero que tampoco pasó atorado por conflictos permanentes de años anteriores, los músicos pudieron formar más bandas, dedicarse al arte con frecuencia y tener más discos. Vibraron un optimismo, porque la Ley Nacional de la Música se presentaba como el hit de este verano, pero el Senado no la masterizó. Intercambiaron gestos con el gobierno central, con lo que el rock como dispositivo crítico del poder escaseó, en buena parte porque muchas de sus inclusivas banderas de antaño se cristalizaban: los juicios a los represores y la posibilidad de una diversidad sexual y sentimental oficializada, por ejemplo. Luego, se contagiaron por la consolidación de un underground notable y se inspiraron por la confirmación de una nueva ola estable dentro del coliseo argentino, guiada por Babasónicos, Catupecu Machu, Massacre y Los Cafres, autores de discos notables como A propósito, El mezcal y la cobra, Ringo y El paso gigante; y expansible ya hasta Nonpalidece, Carajo y Las Pastillas del Abuelo.
Pero, a la vez, esto es emergente de una cuestión que está en las bases: los músicos aprendieron. Tomaron nota sobre cómo organizarse luego de Cromañón, y así siguieron creciendo la UMI y la FAMI, pero también Trama, devengada de los movimientos espontáneos de músicos durante 2010, apareció como aglutinante de “trabajadores-artistas por la música en acción”. Mediante ensayos, aciertos y errores, los músicos (no sólo de rock) conocieron posibilidades que la tecnología ofrecía, logrando mejores producciones y difusiones e intentando alternativas en una industria descompuesta: Mugre, uno de los discos del año, se ofrece como descarga “a la gorra” en el sitio de Acorazado Potemkin. Frente a la falta de espacios, los músicos confirmaron que el disco es el estandarte mejor. Y aunque esa misma escasez de sitios les permitió dedicarle más tiempo y trabajo a la música en salas y estudios, lo que se tradujo en discos con un desarrollo mayor, les quitó ingresos, lo que se tradujo en discos más breves, en una tendencia atravesada por la lógica de la instantaneidad posmoderna.
La estadística también dice que, al haber menos empleo y más tiempo disponible, el ingenio para la supervivencia se aguza y la evidencia determina que el rock aplicó a eso. Otra estadística (la de Capif) indica que de los veinte discos más vendidos, dieciséis fueron publicados por Sony y cuatro por PopArt. La veintena estuvo distribuida por la misma corporación trasnacional. EMI, que casi desaparece, cambió de manos y quizá vuelva a hacerlo pronto, fichó a un artista argentino por primera vez en seis años: Guillermo Beresñak.
El renacimiento también tuvo industriales y talleristas, fabricantes y artesanos. En ese sentido, el rock local vio profundizarse la tendencia de la segregación. Por un lado, los shows masivos llevaron los resúmenes de tarjetas de crédito a extensiones insospechadas y los dantescos actos mundiales siguieron allí, en tanto que las reediciones, remasterizaciones, compilaciones, cajas y DVD en formato deluxe (el arte como artículo de lujo) siguieron forzando la máquina. Entre tanto, la falta de una política oficial a nivel nacional y en el área de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, donde ocurre el circuito mayor de ese hormiguero movedizo de artistas jóvenes (o tercos o deformes) que es el underground, la falta de reproducción de sus obras, de injerencia de su industria (que, en definitiva, es la misma que la otra) o quizá la multiplicidad de propuestas y el gusto atomizado de las nuevas generaciones generaron un caldo en el que se cuece gran música, pero del que es difícil sacar la cabeza.
Postales
Esta serie de ocurrencias se dio en el marco de un año en el que la política fue materia de todos los días. El rock no le escapó al debate. Sí Mauricio Macri, pero Las Pastillas del Abuelo (junto al solista reggae Dread Mar I y la banda de pop rock Tan Biónica, tres de los fenómenos ascendentes del año) ajustició ese hecho en “Gobiernos procaces”, de su disco Desafíos. Uno de los músicos más presentes fue Manuel Quieto, que no publicó disco de Mancha de Rolando, pero salió de gira con Amado Boudou, hizo peñas políticas en Del Cielito y tocó para la Presidenta. Lo mismo hizo Charly García, en los recientes festejos por su reasunción. Y músicos de Cadena Perpetua, Las Manos de Filippi y Jauría se agruparon para apoyar al Frente de Izquierda de los Trabajadores y el milagro de Altamira.
Por fuera de la cuestión electoral, la postal rockera y política del año es, debido al peso de ambos artistas y la naturaleza dedicada a una causa universal, la reunión de León Gieco y Bono, de U2, en el Estadio Ciudad de La Plata, para cantar “Sólo le pido a Dios” bajo la imponente Garra de la banda irlandesa, que todavía aprieta muchas cabezas. La otra es la reunión de Diego Boris y Cristian Aldana, músicos y presidentes de la FAMI y la UMI con el senador Eric Calcagno, para el trabajo sobre y a favor de la Ley Nacional de la Música. Fuera de dependencias oficiales y legislativas, los actos de campaña y de celebración, los músicos hablaron lo mismo. En “Muerte al faraón”, de Ringo, Massacre miró la militancia y las revueltas a nivel mundial. Y Germán Daffunchio, de Las Pelotas, alertó sobre problemas ambientales y hasta dónde llegan las políticas sobre ellos en cada show.
60-45-30
El pulso de 2011 estuvo marcado por tres grandes grupos: los músicos de los ’60 y ’70, los de los ’80 y primeros ’90 y los del cambio de siglo y de esta década. Manal Javier Martínez publicó El agujero sin borde y su ex compañero Alejandro Medina, Yo soy. Litto Nebbia fue homenajeado con el triple Sinfonías para catedrales vivas. Miguel Cantilo presentó “más humanismo y menos protesta” en Cantilenas. Vitico publicó un DVD y el disco Rock local, tendiendo un lazo con las nuevas generaciones... de su familia, pues en él participan su hijo y su sobrino. Moris hizo algo similar al unirse a su hijo Antonio Birabent en Familia canción. Gieco volvió a conmover con El de-sembarco. Ricardo Soulé rockeó como siempre en Dolmen. Y hasta regresó Oveja Negra, luego de 30 años. Entre los shows de la camada fundacional, la serie de Gran Rex temáticos de Charly fue uno de los espectáculos destacados, junto a los tres conciertos (en Salta, Junín y Tandil) del Indio Solari, que movilizaron un cuarto de millón de personas. Solari anunció un 2012 sabático para componer y grabar su cuarto disco. Hubo otros shows memorables (Carajo, Nonpalidece, Massacre, Babasónicos y Catupecu Machu en el Luna) y uno a favor de la memoria: el regreso de Illya Kuryaki & the Valderramas.
Fito Páez despidió Confiá en GEBA y lanzó Música para aliens, homenaje a músicas de diversas coordenadas; Andrés Calamaro tributó a su obra con Salmonalipsis Now! y Los Pericos cumplieron 25 años con conciertos sinfónicos. Un poco más jóvenes, Babasónicos y Massacre presentaron dos de los mejores CD de este año y ampliaron su base artística, mientras que Catupecu Machu completó una tríada de modernidad que se confirmó como parte indispensable del mainstream local. Richard Coleman debutó como solista con Siberia Country Club. Daniel Melero regresó brillantemente con Supernatural. Y Dancing Mood presentó una obra colosal, Non Stop, triple que revisita lo mejor del ska y el rocksteady, además de piezas de jazz, blues y composiciones propias. Para que no parezca que el rock es sólo cosa de hombres, Mavi Díaz (Viuda e Hijas de Roque Enroll) grabó Sonqoy; Celeste Carballo presentó Mujer de piedra; Fabiana Cantilo publicó Ahora, un nuevo disco de canciones propias, e Hilda Lizarazu, Futuro imperfecto.
La cosecha más joven tuvo un ligero impacto crossover con Tan Biónica (Obsesionario) y Dread Mar I presentando por todas partes su disco Vivi en do. Pero lo nuevo tuvo en el under su espacio de excelencia: deformidades como Olfa Meocorde, del grupo de igual nombre; a, de los platenses normA; La Gallina, del trío de rock con violín Fútbol; sutilezas como Songs for an Imaginary Film, de Les Mentettes, o El extranjero, de Nikita Nipone; y rarezas como los Súper Grandes Exitos de Los Animalitos. Además, el entramado de músicos amigos de Valle de Muñecas, Pez, Acorazado Potemkin y El Siempreterno (los hermanos Mariano “Manza” y Luciano Esaín; Ariel Minimal; Juan Pablo Fernández y Federico Ghazarossian, y Sergio Rotman) presentaron en sus discos y proyectos La autopista corre del océano hasta el amanecer, Mugre, Volviendo a las cavernas y El Siempreterno, un rock remozado, energético y emocionante.
La máquina de cortar chorizos
La industria discográfica internacional continuó su lógica reciente con reediciones y remasterizaciones. De Jimi Hendrix apareció West Coast Seattle Boy, antología que poco agrega a la notable carrera del guitarrista. De Queen se reeditó su obra remasterizada y lo mismo ocurrió con Pink Floyd. AC/DC sacó rédito de sus actuaciones en el Monumental con el CD/DVD Live At River Plate, y hubo reediciones de Los Rolling Stones (Some Girls). Mick Jagger, justamente, encabezó el supergrupo del año: Superheavy, junto a Joss Stone, A. R. Rahman, Dave Stewart y Damian Marley. Su disco fue más simpático que bueno, pero vendieron millones. El otro gran combinado fue el que armaron Lou Reed y Metallica para Lulu, que está lejos de lo mejor de sus discografías individuales, pero no deja de ser una obra notable. Y The Beatles siempre son noticia: Ringo Starr actuó en el Luna Park, George Harrison fue recuperado por Martin Scorsese en una película a diez años de su muerte, John Lennon fue homenajeado y remasterizado y Paul McCartney continuó su gran gira. Por cierto, Página/12 publicó el DVD de Paul Live in Halifax. Tom Waits, por su parte, tuvo un gesto de dignidad añosa con Bad as Me, otro discazo de este año.
Entre los grandes lanzamientos, las bandas de mediana edad coparon la parada. Hot Sauce Commi-ttee Part Two (Beastie Boys), Wasting Light (Foo Fighters, que publicó un brillante DVD), Let England Shake (PJ Harvey), The King of Limbs (Radiohead), Ukulele Songs (Eddie Vedder), Noel Gallagher’s High Flying Birds (del ex Oasis, que publicó mejor música que sus ex compañeros Beady Eye en Different Gear, Still Speeding) y Biophilia (Björk) estuvieron entre lo más destacado. R.E.M. dio una obra nueva (Collapse into Now) y un compilado-despedida tras treinta años. Sobre lo alternativo, Thurston Moore (Sonic Youth) y Stephen Malkmus (Pavement) se cortaron solos en Demolished Toughts y Mirror Traffic. En tanto que The Strokes (Angles), The Kills (Blood Pressures), Kasabian (Velociraptor), Arctic Monkeys (Suck it and See) y Kaiser Chiefs (The Future is Medieval, que permitieron armar a sus fanáticos a gusto y piacere a través de su sitio web) descollaron entre los de las bandas más jóvenes. Coldplay aburrió con Mylo Xyloto y Prince se hastió y dejará de hacer discos.
Lo más memorable entre las visitas internacionales estuvo entre U2 y Pearl Jam en La Plata (donde también pasaron Aerosmith, Guns n’ Roses y Britney Spears), The Flaming Lips en el Quilmes Rock, en GEBA; Sonic Youth y The Strokes en el mismo lugar, pero para el Personal Fest, y LCD Soundsystem, en su despedida en Groove. A menor escala, Black Rebel Motorcycle Club y Jon Spencer Blues Explosion estallaron Niceto Club. Pero también fue un año notable para las huestes metaleras, con shows de Alice Cooper, Judas Priest, Ozzy Osbourne, Iron Maiden, Motörhead y Mötley Crüe. Mike Patton vino, vio y venció con Faith No More y Mondo Cane, pero lo más notable del calendario internacional fue aportado por artistas regionales: los boricuas Calle 13 estuvieron en el Cosquín Rock, el Luna Park y GEBA, y los uruguayos No Te Va Gustar hicieron cuatro Lunas y un GEBA.
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