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jueves, 1 de diciembre de 2011

OVEJA NEGRA DESPUES DE TREINTA AÑOS Y SU NUEVO DISCO.




El nombre de este trío cercano al folk se debió a cómo se sentían sus integrantes –Osqui Amante, Aníbal Forcada y Willie Campins– en un rock argentino que en 1983 mutaba hacia nuevos sonidos. En el flamante Mientras vamos viajando grabaron con sus hijos.

 Por Cristian Vitale
 
El chiste es que hoy pueden ser la oveja azul, verde, roja, naranja o cualquier color que guste. Eran la negra, hace casi treinta años, porque sus integrantes eran unos folkies a contramano. En 1983, León Gieco había parado, Nito Mestre y sus Desconocidos estaban tirando la toalla y hasta Pastoral, Cantilo –con Punch– y Santaolalla sacaban discos modernosos; new wave, se decía. Y Oveja Negra se plantaba con el hoy incunable Orsai. La rama tardía del acusticazo estaba en baja y el trío, tan inexperto como atrevido, salía con diez canciones cuyo peso estaba puesto en las armonías vocales y un sonido poco inflamado. O, como mínimo, menos inflamado que los extremos en boga: V8 y Virus; La Torre y Los Twist; Riff y Los Abuelos. “Teníamos una fuerte influencia folk, es cierto, pero fue más lo que nos encasillaron que otra cosa”, revé Willie Campins, una de las tres voces que poblaban el trío. Las otras –Osqui Amante y Aníbal Forcada– asienten. “Estábamos a trasmano, porque no estaba de moda una música con orientación a las voces o las guitarras acústicas, pero ahora, mágicamente, la gente está escuchando todo tipo de estilos y uno se siente más cómodo”, dice Amante.
–Cualquier color les viene bien, entonces... Osqui Amante: –Puede ser (risas) o podríamos ser también un color cada uno, qué sé yo. Lo que sé es que hoy estamos para tocar en el Cosquín Rock y en el de folklore también, porque, si bien mantenemos la impronta acústica de los temas viejos, hacemos de todo un poco, bien variado.
La paleta se reabrió tras casi treinta años de cada quien con sus cosas y el trío se pertrechó con nuevos músicos, aires y canciones para editar el segundo disco. Se llama Mientras vamos viajando, lo presentan esta noche en el ND Ateneo (Paraguay 918), la mayoría de sus canciones –excepto el “Blues de los plomos”, claro– son inéditas y la banda funciona a sangre renovada por tres: está Julián Forcada –hijo del actual bajista de León Gieco– en bajo; están Lucía (coros) y Manuel Campins (guitarra) en algún tema (“Rumba de los años ’30”, por caso); y está Tomás Amante, en viola eléctrica. “Tocar con nuestros hijos fue una de las mejores decisiones que tomamos, porque si hubiéramos llamado sesionistas para grabar, gente de nuestra edad, habría sido menos venal. Los pibes les dan a los temas una energía que no hubieran tenido con tipos que tocan perfecto. Te das vuelta y están ellos mirándote; se arma un ida y vuelta bárbaro y no te dejan pasar una. Es una mezcla perfecta entre experiencia y frescura”, dice Forcada, sobre un elenco de clan que refuerzan, casi como parte de la gran familia, el mismo Gieco, Kubero Díaz, Luis Gurevich y Marcelo García.
–León siempre cerca, ¿no? Aníbal Forcada: –Siempre, como cuando empezamos, porque Oveja se armó como la banda de los asados que se hacían después de sus shows. Lo querían hacer seguir tocando y nosotros le bancábamos la parada cuando no podía más. Teníamos siete u ocho temas, los tocábamos y después podíamos comer el asado tranquilos (risas).
O. A.: –Así fue hasta que él decidió parar después de ese recital que dio con el ring puesto en el medio de Obras. Se hartó del uso que los militares le habían dado a “Sólo le pido a Dios” después de haberlo prohibido, y para nosotros fue un shock, porque nos quedamos sin laburo.
El paro no fue por ser la banda de los asados, claro, sino porque Forcada, plomo, y Amante, sonidista, formaban parte del equipo que trabajaba con Gieco. Era la época de Pensar en nada, de la expansión mediática del llamado “rock nacional”, y ambos llamaron a Campins, que venía de tocar en la banda de Raúl Porchetto, para llenar el hueco. “Era un campeón armonizando voces. Y arrancamos. A la distancia siento que fuimos completamente valientes para hacer un disco sin experiencia. Eramos muy corajudos”, se replantea el bajista. La primera estocada fue en el Festival de la Falda del ’83, la segunda, Orsai, que presentaron en Obras el 3 de septiembre de ese año y el hacer del trío derivó en telonear a Mestre en su multitudinario show en Vélez, participar de la gira “Por qué cantamos” con el mismo Mestre, Celeste Carballo y Juan Carlos Baglietto... y separarse. “Vertiginoso y corto fue lo nuestro esa vez”, resume Campins. “Después, en el ’90, nos llamó Mercedes Sosa para cantar tres temas en el Gran Rex y eso quedó registrado en el disco De mí”, retoma Forcada.
Pero el retorno, más allá de ese touch and go con la Negra, fue hace tres años. Se reencontraron sin plan fijo, intentaron rehacer las viejas canciones, pero se aburrieron y empezaron a fluir nuevas. Junto a ellas –varias de las que integran el disco–, una propuesta para un canal de cable que no trascendió y otra que sí: Paulo Soria y Gabriel Patrono, productores de La Nave de los Sueños y Farsa, los convidaron a participar del documental Blues de los plomos. “Fue un buen motor para el proyecto. La verdad es que no íbamos a volver a grabar el tema, pero cambiamos de idea por el documental. Cuando se enteraron de que volvíamos a juntarnos, Soria y Patrono, que ya estaban con la idea de filmar una historia de los plomos del rock and roll, nos llamaron y nos convirtieron en protagonistas”, reseña Campins. “Sí –tercia Forcada–, buscaban a Actemio, de Los Gatos, a gente que está desvinculada del ambiente o ha fallecido, y al final nos agarraron a nosotros como columna vertebral. Y bueno, hubo que hacer una versión 2011 del blues, porque la que hicimos en Orsai nos representa poco. Pensamos ‘Ok, si salimos de ahí, partamos de ahí otra vez’.”
El “Blues de los plomos” es el tema que insertó el nombre Oveja Negra en la historia del rock local. El personaje, autobiográfico, empezó el 5 de septiembre de 1975, el día que se separó Sui Generis y le ofrecieron a Forcada ser plomo de Pastoral. “Como yo ya era músico y sabía afinar guitarras, cambiar cuerdas y poner el lomo para llevar equipos, me empezó a servir, me llamaban enseguida. En el ’77 me fui con Nito, porque me quería acercar a León, y en 1978 compuse el blues, una historia real, que me pasó laburando con Nito y que permaneció anónima hasta que Gieco me la pidió para estrenar en el BARock del ’82. Así arrancó esta historia.”

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