Antes de regresar al prestigioso festival inglés de Glastonbury, el quinteto instrumental de “tango violento” –de ahí su nombre– compartirá escenario con Dietrich, Las Bodas Químicas, Tulús y Vaos durante cada uno de los viernes de mayo.
Por Cristian Vitale
Una “intro” rápida a Violentango da una agrupación de cinco músicos con siete años de ruta, varios viajes tocando en las calles del mundo y cuatro discos: Violentrío, 28 kg, Buenos Aires 3 AM y Rock de nylon. Da también el culto a un nombre traducido en un estilo (tango violento le dicen) y, claro, la impronta del Piazzolla más ríspido. Da, además, un perfil instrumental, sin cantante, y un ADN rockero –por generación y actitud– que le dio la llave para tocar en uno de los escenarios principales del Festival de Glastonbury, algo así como el Woodstock de hoy. “Estábamos viendo Gorillaz y, de repente, apareció Lou Reed como invitado sorpresa, o Radiohead que pintaba por otro lado sin estar en cartel. Fueron a vivir la fiesta y se mandaron al escenario”, recuerda Santiago Córdoba, el percusionista, con ojo de cronista.
Tras un 2010 en que, dados los largos viajes, sólo tocó una vez en la Argentina (octubre en La Trastienda), Violentango programó un ciclo para todos los viernes de mayo en el Centro Cultural Matienzo (Matienzo y Cabildo), cuyo eje será la interacción con bandas de indie rock y música emergente. “La idea es no seguir encasillándonos en tango más tango, sino abrir esa veta. Mantener un proyecto que tiene que ver con atar el tango a otras músicas que ya, en nuestra generación, nos pasaron por arriba”, informa Córdoba. “Estamos tratando de salir de los casilleros por completo y empezar a tocar con un montón de músicos para abrir la cancha. Hay que compartir música, tocar con todos”, sigue Ruggiero. La puesta será Violentango zapando cada noche en clave de big band con Dietrich, Las Bodas Químicas, Tulús y Vaos, en ese orden. “Tango y rock en vivo y a la vez; fusión de estilos, loco, hay que convivir”, completa López.
Pero la presentación del quinteto en el prestigioso festival inglés, rodeado por los arroyos y las colinas del condado de Somerset, no es para dejarla en la anécdota narrada al principio. Al fin y al cabo, fue el arribo primal del tango a la plana mayor del rock universal. Cuentan que tocaron cerca, en tiempo y espacio, de grandes bandas de rock & roll, en el escenario Park Stand, cercano al Pyramid Stage, los cinco días del festival, a las siete de la tarde. “Es loco ver cómo los europeos entienden nuestra música, cómo la expresan y la bailan. Están completamente en otra dimensión para captar nuestra cultura. Cuando tocás Violentango acá, algunos se abrazan y bailan, pero allá no sucedió nunca: bailan desde otro lugar... No sé, es raro”, prosigue Adrián Ruggiero, bandoneonista, compositor y guitarrista fundador.
–¿Cómo llegaron a semejante “cartel”?
Adrián Ruggiero: –De tanto tocar en las calles de las principales ciudades europeas.
Santiago Córdoba: –Nosotros siempre bancamos las calles. Incluso hubo viajes en los que volvimos con 60 euros de ganancia o directamente con nada, pero esa insistencia nos llevó a contactos cara a cara, hasta que al final dimos con un productor en un festival de música de la calle en Ferrara, Italia, que manejaba uno de los escenarios en el Glastonbury. Le gustó la banda y nos invitó.
A. R.: –La experiencia fue fascinante porque, además de tener espacio para mostrar lo nuestro, lo vivimos como espectadores. Imagine un predio de 5x6 kilómetros en el que pasa de todo: 120 horas de música sin parar, cuatro escenarios grandes, 15 medianos y 30 chicos, barrios adentro y gente viviendo en carpas que se junta en el medio del campamento. Es un vuelo, un ritual, una fiesta popular. De repente aparecés en un pasadizo todo ambientado con cosas de Japón, re-psicodélico, o ves una banda de tres tipos tocando en un pasillo, o una prisión donde podés encerrarte y no te dejan salir, o un bar al que sólo te dejan entrar si estás tatuado. El único problema es que padecimos una especie de imperialismo musical. ¡Nadie nos cubrió!
La “intro” extendida a Violentango, que volverá a tocar en Glastonbury en junio –también en el Royal Albert Hall, el 17 de ese mes–, da una autodefinición que los guía: “Vanguardia con filias rockeras y fobias electrónicas”. Los cinco (Ruggiero y Córdoba, más Juan Manuel López, Ricardo Jusid y Andrés Ortega) pueden nutrirse de los Redondos, Pink Floyd, Led Zeppelin o Luis Alberto Spinetta tanto como de De Lío, Pugliese y Grela. En sus discos (Rock de nylon, en especial) priman las composiciones propias (“Barceluna”, “Tinta negra”, “Menos sol” o “Dos estrellas en el cielo”) por sobre las ajenas y, cuando éstas aparecen (“A Don Agustín Bardi”, de Salgán, o “Fuga y misterio”, de Piazzolla), el tratamiento, en arreglos y ejecución, los ubica en un lugar de riesgo estético. “Estamos tratando de abolir los hits del verano”, se ríe López, guitarrista y también fundador del trío original. “No sólo en Glastonbury sino también en las tocadas que mandamos en Croacia, Serbia, Alemania, Italia y mandaremos en Brasil –ahora están de gira por allá–, estamos tocando un repertorio nuevo, propio, aunque sin olvidar a Piazzolla, claro.”
–Qué bueno poder ser europeo y disfrutar de “Fuga y misterio” sin que te venga a la cabeza la cara de Neustadt, ¿no?
Juan Manuel López: –¡Claro! Es increíble cómo un programa de televisión te puede cagar un tema... Igual, en el orden del disco ese tema está detrás de “Tinta negra”, y de un apartado que hacemos en el disco que se llama “Suite de papel”, que aborda el mal manejo de la información a través del mundo. Creo que algo de eso hay...
–Sólo para entendidos.
J. M. L.: –Y argentinos, porque afuera pasa como loco (risas). Pero acá, bueno, ¿a quién no se le viene la cara de Neustadt encima cuando escucha “Fuga y misterio”? Imposible abstraerse.
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